(63) Y sigue diciendo Cieza: “Procuró
Pizarro conseguir gente, mas como lo veían tan pobre (qué contraste con el relumbrón de Cortés, que por allí andaba), no
creían que había riqueza donde los quería llevar. Iban con él cuatro hermanos;
el principal era Hernando Pizarro, hombre de buena calidad (categoría) y de gran pundonor, hijo
legítimo del capitán Gonzalo Pizarro, padre de todos ellos; y Juan e Gonzalo
Pizarro, hermanos suyos de padre, bastardos, porque solo Hernando era legítimo;
y Francisco Martín de Alcántara, su hermano de madre”. Además de la decepción
por las miserables concesiones, los socios de Pizarro iban a tener el
‘regalito’ de sus hermanos, una ‘piña’ familiar que suponía una grave amenaza
para su importancia en la empresa, como luego ocurrió. El gran peligro eran los
Pizarro; no tardaron en ocupar los puestos más prominentes. La figura de
Francisco Martín de Alcántara fue otra cosa. Lo tuvo su madre, Francisca
González, estando casada (era soltera
cuando nació Pizarro), y, aunque apenas aparece como protagonista directo en
las crónicas de Perú, da la impresión de que fue el más querido de Pizarro,
porque lo conservó siempre cerca como su hombre de total confianza y constante
asesor. No puede haber mejor confirmación de esta proximidad que el hecho de
estar juntos y morir juntos cuando asesinaron a Pizarro.
Le costaba a Pizarro encontrar gente para
la campaña, y, por no esperar más, envió a Indias adelantados a algunos
españoles con el fin de que informaran del resultado de sus gestiones para que,
prendiendo el entusiasmo en Nicaragua y Panamá, se animaran muchos a enrolarse.
Pero esto suponía también que Almagro, Luque y Bartolomé Ruiz se enteraran
rápidamente de la ‘estafa’. Almagro, lógicamente, se hundió: “El capitán Diego
de Almagro supo por los que habían venido que Francisco Pizarro venía como
gobernador de la tierra y que también el adelantamiento lo procuró para sí
mismo; quejábase de su compañero públicamente, y decía que le dio mal pago por
todo lo que había hecho”. Total: no quería ni volver a verlo. Luque (que se lo
tomó con más filosofía, quizá por no salir tan perjudicado) le recordó que fue
él quien insistió en que Pizarro fuera solo a España, y trató de serenarlo,
pero no hubo manera: se desentendió de todo y se largó a las minas que tenía en
explotación en Nicaragua. Hasta allá fue, desde Nombre de Dios, el impagable
Nicolás de Ribera, y le llenó la cabeza de buenas razones para que pensara en
el bien general de la campaña, y hasta le inoculó la esperanza de que las
informaciones recibidas no fueran correctas, pudiendo resultar que el
adelantamiento le hubiese correspondido a él. Y resultó. Almagro decidió
continuar con sus responsabilidades y se entregó de lleno, como siempre hizo, a
preparar concienzudamente todo lo necesario para ir bien organizados a la
conquista de Perú. Por su parte, también Bartolomé Ruiz se había sentido
estafado “porque Pizarro no le había negociado ante rey la vara de alguacil
mayor, habiéndolo prometido y jurado”.
(Imagen) Es natural que, al saber Almagro
lo poco que Pizarro le había conseguido ante el rey, estuviera dispuesto a
tirar por la borda su compromiso con la campaña. Pero también lo es que, tras
pensarlo mejor, se tragara ‘el sapo’ y siguiera colaborando porque Pizarro era
un hombre insustituible. Luego se vio que guardaba en su interior la esperanza
de poder resarcirse. Pero no se imaginaba que eso le iba a costar la vida ocho
años después, y, al poco, también a
Diego de Almagro el Mozo, su hijo. Era mestizo y, cuando su padre fue burlado
por Pizarro, tendría unos once años. Su madre era una india de Panamá,
bautizada como Ana Martínez. Igual que Pizarro (que lo hizo de forma repetida,
y de nuevo con una hermana de Atahualpa bautizada como Angelina), prefirió Almagro
a una nativa como compañera, algo bastante frecuente entre los españoles. Nos
puede servir de ejemplo la alianza del gobernador de Chile Martín García de
Loyola (sobrino nieto de San Ignacio) con la princesa inca Beatriz Clara Coya;
años después, murió batallando contra los temibles mapuches, los indios más
bravos de toda América.
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