lunes, 31 de diciembre de 2018

(Día 715) Los enviados de Pizarro, después de hablar con Hernando Pizarro, le dicen a Almagro que están conformes con el trato. Gaspar de Espinosa le expone a Almagro, con brillantes ejemplos, cuán catastróficas son las guerras civiles.


     (305) Entre dudas y trampas, la negociación iba perdiendo posibilidades de éxito, y los enviados de Pizarro andaban desesperados: “E pareciéndoles a todos ellos que las cosas salían ya del término de la razón, respondieron que querían volver a hablar con Hernando Pizarro. Almagro accedió, y, cuando consultaron con Hernando Pizarro, les respondió: ‘Puesto que ya habéis comenzado a tratar estos negocios con Almagro, no dejéis de concluirlos, sino que con toda brevedad lo hagáis, de manera que yo sea liberado de la prisión; por lo demás, dadle lo que él quisiere, pues, no embargante lo que por vosotros le fuere señalado, el Rey proveerá lo que más servicio le hiciere (lo único que quería Hernando era la libertad, sin ninguna intención de respetar los acuerdos). Dicho esto, salieron de allí e volvieron a hablar con el Adelantado Almagro, para firmar con él el trato, de manera que lo tuviesen por estable hasta que viniese el obispo de Panamá a señalar los límites de las gobernaciones”.
     El que llevó la voz cantante frente a Almagro fue el licenciado Gaspar de Espinosa. Le soltó un discurso de alto voltaje, que resumiré lo mínimo posible porque fue brillante y el último de su vida, ya que tanta presión fue superior a sus fuerzas, y murió poco después: “Como el licenciado Gaspar de Espinosa era varón tan docto y viera que, si no les aconsejaban hombres modestos y desapasionados, se perderían los dos gobernadores, quedando toda la tierra destruida, tomando aparte a Almagro, le dijo: ‘Si todos los hombres pensaran solamente en servir a Dios e guiar las cosas por el camino de la razón, no habría habido tantas y tan grandes guerras, mas, como la condición humana se inclina siempre a querer dominar, se han perdido por ello muchos reyes y grandes señores. Aunque hay pocas ocasiones para que estas guerras comiencen, después se van encendiendo de tal manera que, aunque los que las causaron desean verlas acabadas, ya no pueden. E las guerras más temibles y más crueles son las civiles. A Roma nunca la pusieron en tanto peligro Aníbal ni Pirro ni otra nación ninguna como sus mismos ciudadanos, ni en setecientos años sufrieron tanto como en las guerras civiles de Sila y Mario, y del gran Pompeyo, e de Julio César. Muchas ciudades de España están perdidas e casi despobladas por tener sus vecinos bandos de unos contra otros. Pues si ahora, después de haber servido tanto tiempo a Su Majestad, os mostráis en vuestras senectudes como autores de guerras civiles, ¿qué esperáis sacar de ellas sino mataros los unos a los otros, o que venga un juez mandado por el Rey, de manera que perdáis las gobernaciones, e acaso también las vidas. No penséis que toda vuestra felicidad está en que se os dé hasta Mala, pues se aguarda con brevedad al obispo de Panamá para que, señalando los límites de las gobernaciones, cada uno conozca lo que es suyo”.

     (Imagen) Ya entrado en años, GASPAR DE ESPINOSA mandó  en 1536, desde Panamá, una carta a la Audiencia de Santo Domingo comunicando que Pizarro estaba en apuros  por el feroz acoso de Manco Inca, tanto en Lima como en el Cuzco. Pedía que enviaran urgentemente toda la ayuda posible, porque el dominio sobre Perú corría mucho peligro. Cuando recibió el refuerzo (unos doscientos cincuenta soldados), lo transportó personalmente en un barco suyo hasta Lima. El peligro de los indios ya había remitido, y la tropa sirvió para reforzar a Pizarro contra Almagro. Llegado Gaspar de Espinosa, empleó su experiencia y sensatez para tratar de restablecer la paz entre los dos, pero fracasó. La imagen muestra su firma al pie de la mencionada carta (a la derecha). Pero también, curiosamente, la de un excepcional personaje burlado por el destino: el vasco PASCUAL DE ANDAGOYA. Pudo haber sido el verdadero descubridor y conquistador de Perú, pues fue quien tomó  el testigo del gran VASCO NÚÑEZ DE BALBOA tras su ejecución, siendo así el primero que se aventuró por la costa del Pacífico en dirección Sur, pero dio la vuelta, tras un largo recorrido, por sentirse muy enfermo. Tuvo después cargos importantes. Precisamente, figura su firma en la carta porque era entonces alcalde de Panamá. Llegó a participar en las guerras civiles, pero murió en 1548 luchando contra Gonzalo Pizarro. El excepcional cronista Gonzalo Fernández de Oviedo dijo de él que era un hidalgo ilustrado digno de mejor suerte.



sábado, 29 de diciembre de 2018

(Día 714) Muchos cambian de idea y prefieren seguirle a Pizarro, quien va preparando su ejército a conciencia. Almagro, dejando de lado la idea de apoderarse de Lima, les dice a los emisarios de Pizarro que se conformaría con extender su gobernación hasta Mala.


     (304) Nos cambia de escenario Cieza para que veamos la frenética actividad de Pizarro en aquellos momentos tan críticos: “Acordó retirarse a la Ciudad de los Reyes para que, si no tuviese efecto lo que fueron a hacer sus mensajeros en el Cuzco, pudiese engrosar su ejército. Yendo caminando hacia Lima, le llegaba gente de los que fueron desbaratados en el puente de Abancay, y aun algunos de la ciudad del Cuzco, que contaban las vejaciones que hacían a los amigos de Pizarro Almagro, sus capitanes y más gente. Oyendo esto, hubo quienes, deseando servir a Almagro por su fama de generoso, apartaron de sí aquel deseo poniéndolo al servicio de Pizarro, y también porque veían que podría llegar a tener más pujanza que Almagro. Porque en esta tierra la condición de la gente es tan mudable (se supone que durante las guerras civiles) que lo que prometen hoy, lo niegan mañana, mirando solo su interés”.
     Pizarro se preparó a conciencia para consolidar las defensas de la ciudad de Lima, incorporando incluso gente de la de Trujillo. Dejó claro que estaba dispuesto a mantener a cualquier precio lo que ya retenía e incluso a ir al Cuzco para recuperarlo. Según Cieza llegó a decir que “si fuese posible, le cortaría la cabeza a Almagro”, lo que  no parece muy sensato sabiendo que pendían de un hilo las de sus hermanos. Al hacer el nombramiento de sus capitanes, se dio cuenta de que necesitaba recuperar a uno de sus hombres al que había tratado con poca consideración: “Antes de este tiempo había venido Pedro de Vergara, hombre valiente y experto en la guerra, y, como gobernadores y capitanes suelen valorar poco a un hombre por más méritos que tenga, Pizarro no le quiso dar dineros para pagar unos fletes, de lo cual quedó muy sentido, y aun con voluntad de irse al Cuzco para unirse a Almagro. Teniendo noticia el Gobernador Pizarro de cuán bien entendía la guerra, le habló graciosamente, lo atrajo a su amistad e lo eligió como capitán de arcabuceros”. Luego cita otros nombramientos, entre ellos el del excepcional Pedro de Valdivia: “Como capitán de piqueros, a Diego de Urbina, de los ballesteros a Juan Pérez, como maestre de campo a Pedro de Valdivia, que después fue Gobernador de Chile (eso le permitió librarse de varias de las guerras civiles), como sargento mayor a Villalba, y por alférez general a Jerónimo de Aliaga”.
     Damos un salto de 1.100 km con Cieza y volvemos desde Lima al Cuzco para saber lo que está pasando. Después de hablar con Hernando Pizarro, los emisarios del Gobernador Pizarro fueron adonde Almagro para intentar lograr un acuerdo, pero ya había cambiado los planteamientos tras hablar otra vez con sus capitanes. Y les dijo: “Me parece muy corto el espacio que me queda hasta la Nasca para poder poblar una ciudad, que por fuerza se ha de situar en los llanos, e puesto que la Ciudad de los Reyes tiene muy anchos términos, déseme a mí hasta el pueblo de Mala, e de esta manera vendremos en los conciertos”.

     (Imagen) Se queja Cieza de que a muchos magníficos capitanes no se les reconoció su enorme valía, y se refiere en este caso a PEDRO DE VERGARA. Rastreo en PARES para hacerle justicia, y veo que también los archivos fueron cicateros con él. Pero algo hay. A pesar de su apellido, no nació  en tierra vasca. Se portó tan eficazmente en la guerra de las Salinas (de la que hablaremos pronto), que Pizarro lo premió reservándole la conquista de la región peruana de los bravos indios bracamoros, ya en zona andina. Logró establecer allí una población, que, años más tarde, fue refundada por el jiennense  Diego Palomino con el nombre de JAÉN DE BRACAMOROS; como casi todo lo que crearon los españoles, la ciudad sigue viva. No tuvo que optar por Gonzalo Pizarro o por las fuerzas del Rey, ya que la última guerra civil que protagonizó fue la de Chupas, en la que el único ‘villano’ fue Diego de Almagro el Mozo (pagándolo con su vida).  Pedro de Vergara se libró de las otras porque resultó herido en la batalla, y, una vez recuperado, volvió de nuevo a la zona de Bracamoros. En 1542, el Rey tuvo un detalle con él: “Real Cédula al capitán Pedro de Vergara contestando a su carta de 1/10/1542 en que avisa de los sucesos y batallas entre el licenciado Vaca de Castro y D. Diego de Almagro, agradeciéndole los servicios prestados y prometiéndole alguna merced”. Es de suponer que fue ‘palabra de rey’. Y, de haberlo conocido, le habría resultado muy gratificante el elogio que Cieza le dedica en su crónica: “Llegó PEDRO DE VERGARA, hombre valiente y experto en la guerra, aunque los gobernadores y capitanes suelen valorar poco a un hombre por más méritos que tenga”.



viernes, 28 de diciembre de 2018

(Día 713) Gaspar de Espinosa le dice a Hernando Pizarro que, si no se arreglan pacíficamente, les vendrán muchos problemas a Francisco Pizarro y a Diego de Almagro. Le reprocha también a Hernando Pizarro que quiera la libertad para así continuar la guerra.


     (303) Habló luego Almagro con los embajadores de Pizarro, y ya de entrada les dijo que él sabía que su gobernación se extendía hasta la ciudad de Lima, pero después, con la idea de ocupar de inmediato el máximo terreno posible hasta que llegara el obispo de Panamá para establecer los límites de las gobernaciones, consultó la opinión de sus capitanes y sus consejeros. Hubo distintas propuestas, pero se escogió un límite que dejaba en poder de Pizarro la ciudad de Lima.
     Llamó a los emisarios de Pizarro, los recibió rodeado de sus consejeros, y les dijo: “A todos estos caballeros que conmigo están, les parece que, si yo tengo por límite el territorio del cacique de Navarro, podemos estar en paz hasta que venga el obispo de Panamá”. Le respondieron que les convenía consultar la  opinión con Hernando Pizarro, y Almagro se lo autorizó, pero, cuando salieron, comentó con los suyos: “Si esto se ha de hacer siguiendo el parecer de Hernando Pizarro, bien creo que ninguna cosa que buena sea se hará”. Rodrigo Orgóñez, erre que erre, dijo: “Yo sé que la venida de estos licenciados es solo para alargaciones,  e que habría sido mejor cortarle la cabeza a Hernando Pizarro y estar nosotros ya en el cabo de La Nazca”.
     En la visita de los negociadores a  Hernando Pizarro, vamos a ver una magnífica actuación del Licenciado Gaspar de Espinosa, llena de sensatez  y sin morderse la lengua: “Le dijeron lo que había pasado con Almagro e hasta dónde pedía que fuesen sus términos. Hernando  Pizarro les respondió que se concertasen de la mejor manera que pudiesen, con condición de que él fuese suelto de la prisión. El licenciado Espinosa le habló así: ‘Yo tengo experiencia de que en las Indias, siempre que se contiende en diferencias, algunos gobernadores pierden sus haciendas, y la mayoría pasan por grandes calamidades e ásperas prisiones, y aun mueren en ellas. Yo aseguro que, si el Gobernador Pizarro no se concierta con el Adelantado Almagro, no les faltarán penas muy grandes, y Su Majestad, viendo sus disensiones, pondrá remedio por fuerza en esta tierra, que es suya”.
    Luego le reprochó a Hernando su egoísmo: “Que vuestro parecer no sea dado como hombre que, por desear su libertad, acepta cualquier concierto, e después cualquier cosa le vale para vengar sus enojos viejos y enciende la guerra. Así que, el parecer que se diere sea deseando la paz, e no solamente verse suelto para seguir la guerra”. La respuesta de Hernando Pizarro fue que su voluntad solo era servir a Su Majestad,  y le dijo al licenciado Espinosa que llevara el asunto según su criterio, con tal de que dejara intactos los derechos del Gobernador Pizarro. Cieza termina el párrafo dejando  claro que Hernando solo tenía una idea fija: “Después el licenciado Espinosa y sus compañeros se marcharon, quedando Hernando Pizarro muy deseoso de que se concertasen con el Adelantado Don Diego de Almagro de tal manera que él fuese liberado de la prisión”.

     (Imagen) Hay que alabar a GASPAR DE ESPINOSA por su prioritario deseo al aconsejar a Pizarro y a Almagro sobre sus violentas diferencias: puso por encima de todo el logro de la paz. Había sido muy duro como conquistador bajo las órdenes del temible Pedrarias Dávila, pero, en este  conflicto, sus planteamientos fueron de pura sensatez, tratando de que se impusieran la razón, el bien general y el servicio a la Corona, y de que se refrenaran las ambiciones personales. Acabo de ver un documento en el que el Rey, el año 1527, lo nombró juez de residencia, con la misión de pedir cuentas a los oidores de la Audiencia de Santo Domingo. Era un trámite habitual pero de mucha responsabilidad. Lo veo como una carambola porque el hecho tocó de lleno a un sobrino de mi biografiado SANCHO ORTIZ DE MATIENZO. Se trataba de JUAN ORTIZ DE MATIENZO. Él y los demás oidores estaban inmersos en la corrupción. Había mucha porquería que limpiar. Aunque Gaspar de Espinosa era un hombre brillante y enérgico, muy zurrado en la guerra y en los laberintos legales, no se atrevió a destituirlos. Eso ocurriría años después, cuando continuaron haciendo desmanes en la Audiencia de México, de la que fueron sus fundadores. Y, para variar, quienes los sustituyeron fueron unos de los mejores oidores de toda la historia de las Indias, entre los que se encontraba un dechado de humanidad y sabiduría: VASCO DE QUIROGA; dejó  tan buen recuerdo entre los nativos, que aún lo llaman en Michoacán TATA VASCO, y hasta tienen allá un colegio con ese nombre.



miércoles, 26 de diciembre de 2018

(Día 712) Sigue presionando Orgóñez a Almagro para que sea más duro, pero en vano. Cieza sabe que los hechos fueron confusos y se propone explicárselos con claridad al lector.


     (302) Ni que decir tiene que Orgóñez volvió a su eterna canción: “Le dijo también a Almagro que, si Pizarro quería hacer conciertos, no era sino por ver fuera de la prisión a Hernando Pizarro, y hacerse tan pujante que pudiese resistir a quien contra él fuere. Por lo que le parecía que debía mandar cortar la cabeza a Hernando Pizarro, salirse del Cuzco con toda la gente e ir a la Ciudad de los Reyes contra el Gobernador”. Y añadió algo bien sensato: “Le aconsejó que despachara luego (desde Lima) un navío a Panamá para que el obispo fray Tomás de Berlanga viniese a marcar los límites de las gobernaciones, pues para ello tenía comisión de Su Majestad”. Apoderarse de Lima era un claro atropello, pero, como buen estratega, buscaba una posición de ventaja en las negociaciones.
     Ni que decir tiene tampoco que Almagro no le hizo caso: “Le respondió a Orgóñez que no había ninguna razón evidente por la que debiesen matar a Hernando Pizarro, que bastaba tenerle preso, e que, viendo los poderes que traían los enviados de Pizarro, podría ser que hubiese la manera de que, sin llevar las cosas a tanto rompimiento, quedase él (Almagro) apoderado de lo mejor de las provincias hasta que el obispo de Panamá viniese”.
     Como todo se va a ir complicando mucho, procede resumir la situación ya vista, pero dejaré que lo haga (mucho mejor) el mismo Cieza: “Y no me maravillo, mas presumo que será así, que se ha de ver el lector en confusión para comprender esta historia que vamos describiendo hasta que se dio la batalla en las Salinas, por ocurrir tantos acontecimientos en un tiempo, que con mucha dificultad e gran trabajo yo he podido aclararlo. Como el mandar e gobernar, aunque sea una muy corta provincia, nunca jamás puede sufrir igualdad ni buena compañía, nacieron la discordia e grandes debates que se recrecieron entre los Gobernadores Pizarro y Almagro, deseando cada uno gobernar aquel reino,  porque, a la verdad, está poblado de las más ricas  regiones que hay en el mundo, e donde hay más metales de plata y oro. Y para entenderlo, es necesario que el curioso lector tenga memoria de lo pasado, para que pueda comprender lo que sigue”.
     Pues sigamos con la película: “Tres días después de llegar al Cuzco el licenciado Espinosa y sus compañeros, suplicaron a Almagro que les diese licencia para ver a Hernando Pizarro e a Gonzalo Pizarro. Se lo concedió muy contento, y fueron a visitarlos muy alegres”. Hubo abrazos e intercambio de noticias. Pero, como de costumbre, a Rodrigo Orgóñez no le gustaron estas delicadezas de Almagro, y volvió a la carga: “Como casi adivinaba la venganza que iba a tomar de ellos Hernando Pizarro, le insistía a Almagro en que les cortase la cabeza a Hernando Pizarro, a Gonzalo Pizarro y a Alonso de Alvarado, diciéndole que no se engañase con los consejos vanos de hombres que no entendían lo que era la guerra. Almagro, como tenía tanta confianza en (la prudencia de) Diego de Alvarado, no se apartaba un punto de lo que le aconsejaba, e bien se puede creer que  esto le salvó mucha veces la vida a Hernando Pizarro”. Nunca cedió Almagro a las presiones de Orgóñez, y lo más que hizo, sin duda para evitar o aplazar una decisión irreversible, fue abrir un proceso contra Hernando Pizarro.

     (Imagen) Durante los meses que HERNANDO PIZARRO estuvo preso de Almagro, temiendo a diario que lo ejecutaran, tuvo que incubar un odio sin freno. El ansia de venganza y su maquiavélico sentido práctico hicieron que le cortara la cabeza después a su enemigo. Lo que nadie le puede negar a Hernando (prepotencia aparte) es su excepcional carrera militar. Se ganó merecidamente el prestigioso rango de Capitán del Rey (válido en todo el Imperio) cuando solo tenía unos 18 años, en las guerras que incorporaron definitivamente Navarra a España. El curioso documento de la imagen (del año 1522), nos muestra que el Rey le reconoció al Capitán Hernando Pizarro los derechos de la herencia de un tío suyo. El texto comete un lapsus. Llama a su tío ‘Gonzalo’ Pizarro (era el nombre de su padre), pero al final lo denomina correctamente: Juan Pizarro. Por su petición al Rey, sabemos que su tío y su padre murieron en 1522, el primero en Santo Domingo, y el segundo luchando en Maya (Navarra). También se aclara que le correspondían los bienes por ser el único heredero legítimo. Y es de suponer que ese tío suyo, Juan Pizarro, tendría mucho que ver con que el gran Francisco Pizarro se animara a ir a las Indias, desembarcando hacia 1504 precisamente en Santo Domingo. El Rey ordena a los oficiales de la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla (poco antes había muerto allí, como Tesorero, ‘mi’ entrañable Sancho Ortiz de Matienzo) que, cuando reciban los bienes, se los entreguen a Hernando Pizarro (él llegó a Perú ocho años después).



(Día 711) Pizarro manda a unos representantes para que intenten un acuerdo con Almagro, pero piensa que también será bueno para ganar tiempo y reforzar su ejército. Almagro los recibe bien, pero sin aceptar sus propuestas, y Orgóñez es consciente de que Pizarro aprovechará esta pausa para armarse mejor.


     (301) Impresiona pensar en la complicada situación en que se encontraban Pizarro y Almagro, dos ancianos, después de tantos años de penalidades, de estrecha amistad y de haber llegado a triunfar en su grandiosa empresa común, pero ahora peleados y dispuestos a matarse el uno al otro, no solo por su ambición personal, sino empujados también por los acuciantes intereses de sus respectivos partidarios. En aquel tablero de ajedrez, empezó ganando Almagro, si bien es cierto que atacando sin previo aviso y rompiendo las treguas establecidas. Ahora ya no podrá repetir la estrategia del ataque ventajista.
     En medio de esas angustias, Pizarro, al que se le añadía la de tener a sus hermanos presos, no perdió el tiempo: “Mirando que Almagro estaba asentado en la ambición de mandar, pero queriendo todavía la conformidad con él, o que, mientras andaban en tratos, pudiese él volver a la Ciudad de los Reyes e juntar la mayor fuerza de gente posible, determinó enviar a la ciudad del Cuzco al Licenciado Espinosa, al licenciado de la Gama, a Diego de Fuenmayor, al factor Illán Suárez de Carvajal e a otros que les acompañasen, para que, viendo las provisiones suyas y las de Diego de Almagro, señalasen cuáles les parecían los límites de las gobernaciones, hasta tanto que Su Majestad otra cosa mandase, y que le pidiesen que, para que no hubiese más escándalos de los habidos, dejase libres a sus hermanos, al capitán Alonso de Alvarado y a los demás que tenía presos. Ellos le respondieron que irían por le servir, e que con todas sus fuerzas procurarían tratar la paz lo mejor que pudiesen”.
     Recordemos que el licenciado Gaspar de Espinosa había hecho alguna importante aportación económica para financiar parte de la ‘loca’ aventura de Pizarro y Almagro en pos de la conquista de Perú. Así que era un viejo amigo de los dos, y, por lo mismo, el mediador ideal para poner fin a  sus enfrentamientos. Pero nadie se fiaba de nadie, y cualquiera podía ser sospechoso de estar sobornado por la parte contraria. De manera que vamos a asistir, una y otra vez, al espectáculo de unos patéticos intentos de soluciones diplomáticas fracasadas, que desembocarán, ya sin freno, en las siguientes guerras civiles.
     Los enviados partieron para el Cuzco y, en el camino, se encontraron con Nicolás de Ribera, que les puso al corriente de que su gestión ante Almagro había fracasado. Ellos siguieron su marcha de forma acelerada. Llegaron el día ocho de agosto de 1537, a solo un mes de terminada la batalla de Abancay: “Sabiendo Almagro que llegaban, mandó salirlos a recibir, e que les fuese hecha mucha honra, pues eran personas que se lo merecían. Cuando supo a lo que habían venido, se juntó con sus capitanes insistiendo en que los límites de su gobernación llegaban hasta Lima. Orgóñez le reprochó no  haber ido a tomar Lima en cuanto acabó la batalla de Abancay, como le había aconsejado, porque ahora Pizarro “se reharía con más gente en aquella ciudad”.

     (Imagen) GASPAR DE ESPINOSA llegó con el cruel Pedrarias Dávila a las Indias en 1514, siendo uno de sus más files capitanes, lo que suponía quedar mancillado por la dureza con que se trató a los indios en los territorios del Darién (costa atlántica de Colombia y Panamá). Hombre de letras y militar, Espinosa sentenció a muerte a Vasco Núñez de Balboa, pero no sin antes exigirle, para salvar responsabilidades, a Pedrarias (que estaba a punto de ser suegro del condenado) que diera por escrito la orden de su ejecución. El documento de la imagen muestra parte de una concesión que la reina Isabel (esposa de Carlos V) le hizo a Espinosa. En él se ve que era vecino de Panamá. Explica la Reina que Espinosa “tenía deseo de pacificar y poblar la tierra que hay desde el río San Juan hasta la provincia de Catámez, que es hasta donde comienzan los límites de la gobernación que tenemos encomendada al Adelantado Don Francisco Pizarro, nuestro Gobernador y Capitán General de la provincia de Nueva Castilla, llamada Perú”. El texto es del año 1536. Espinosa obtuvo la concesión, siendo nombrado Gobernador de Río de San Juan, y hasta le dieron permiso para mercadear llevando gente a Perú con dos barcos suyos, pero, al saber que Pizarro se veía en serias dificultades con Almagro, abandonó el proyecto y fue en su ayuda. Estamos ya en el año 1538, Gaspar de Espinosa fracasará en su plan de reconciliar a sus dos antiguos socios, y morirá de inmediato inesperadamente.



martes, 25 de diciembre de 2018

(Día 710) Pizarro se lamenta amargamente de lo que considera una traición de Almagro. Consulta con sus capitanes si convendría hablar con él una vez más, y, al final, considerándolo muy arriesgado para Pizarro, le aconsejan que vuelva a Lima y refuerce su ejército. Así se decide.


     (300) Pizarro se lamentó de la actitud de su antiguo amigo con todos los argumentos que tuvo a mano: “Muy enojado e casi a manera de exclamación, dijo: ‘No merecían mis obras ni la hermandad que con Almagro he tenido, que tan cruelmente haya tratado mis cosas, y se mostrara tan cruel enemigo mío entrando en el reino con banderas tendidas y tocando tambores, como si yo me hubiera declarado contra el servicio del Rey negándole la obediencia que como su vasallo le debo. No contento con haber entrado en la ciudad del Cuzco, y haber apresado a mis hermanos, ha ido contra Alonso de Alvarado, que estaba aguardando mis órdenes (aunque Alvarado le había dado la excusa a Almagro al apresar a Enríquez y a los otros emisarios). Si dice que la ciudad del Cuzco cae en los límites de su gobernación, que hubiese venido a verse conmigo, pues yo tengo la tierra a cargo por mandato de Su Majestad, e soy Capitán General de estas provincias, y debería mirar que fundé yo aquella ciudad e la gané del poder de los indios, y que se prometió que, viéndonos los dos, determinaríamos el negocio de forma que, cayendo en su gobernación la ciudad, quedárase con ella con la bendición de Dios; tampoco se ha acordado del juramento de paz que entrambos hicimos en el Cuzco. Pues ya que así lo ha querido, yo espero en Dios satisfacerme, e primero perderé la vida que dejar de ser restituido en lo que me tiene ocupado”.
     Nadie podía esperar que Pizarro cediera a las bravas. Pero, sin dejar de prepararse para atacar, tratará una y otra vez de encontrar una (imposible) solución pactada. Entraron en ese juego los dos ahora enemigos. Eso fue un juego desesperado, porque no se impuso la razón, sino la ambición, y también, por ambas partes, el amor propio herido. Pizarro llamó a sus mejores consejeros, entre los que estaba el licenciado Espinosa (de quien habrá que hacer una pequeña reseña por su impresionante historial, aunque es un viejo conocido nuestro): “Hablaron sobre cuán mal encaminadas iban las cosas, pues, si Almagro venía hacia ellos, el daño sería mucho mayor que el ya hecho. A la mayoría de ellos les pareció que el Gobernador Pizarro debería ir a la ciudad del Cuzco  a verse con Almagro, porque, acordándose de la hermandad que tenían entre ellos, se adobarían las cosas e tendrían paz y conformidad”. Otros, con razón, pensaron que sería meterse en la cueva del oso: “El licenciado Espinosa y el bachiller García Díaz fueron de contraria opinión, diciendo que no sería cordura que el Gobernador se fuera a meter en las manos de Almagro y de Rodrigo Orgóñez, porque era claro que allí lo tendrían o lo matarían, y que sería mejor que se volviese a la Ciudad de los Reyes y engrosase su ejército, pues hallaría gente para ello. A todos les pareció bien, y así lo determinó hacer Pizarro, y les rogó que le quisiesen seguir contra aquellos que le querían quitar la gobernación que con tantos trabajos él había ganado, diciendo que, si alguno no fuese con él voluntariamente, les daba licencia para que se fuesen adonde quisiesen”.

     (Imagen) El licenciado GASPAR DE ESPINOSA merece otro apartado porque fue una figura clave en grandes acontecimientos de las Indias. Participó temporalmente como socio, junto a Pizarro, Almagro y Luque, en la triunfal campaña de Perú. Nos muestra Cieza que tuvo una intervención muy sensata en el agrio enfrentamiento de Pizarro y Almagro, pero ahora le quedan pocos días de vida. Su mujer, ISABEL DE ESPINOSA, vivía en Panamá, y también murió pronto, solo cuatro años después. Hizo un testamento breve, en el que se ve la curiosa y dramática situación de los esclavos negros, a los que, a veces, no les faltaba una muestra de afecto por parte de sus dueños. Recojo la referencia con la grafía de la época: “Yten declaro que yo debo a Francisca de Angulo dozientos y veinte y çinco pesos de oro y que destos le he conprado una negra, en çien pesos, de Melchor de Morales, que él la tiene en su poder. Mando que le pague el resto a ella o a su marido, García Navarro. Yten mando que, porque Pedro Baquero, de color prieto (moreno), me a hecho buenos servicios, que no se benda a él ni a dos hijos que tiene, uno llamado Perico y otra llamada Ysabelica, sino que vaya a Castilla el padre e hijos con García Ortiz de Espinosa, mi hijo, y le sirvan, y no se puedan bender él ni sus hijos. Yten mando que una negra que yo tengo, que se llama Constança, que si ella de su boluntad quisiere ir a Castilla con el dicho mi hijo, que la lleve para que le sirva, y si ella no quisiere ir, que se benda, y si ella diere por sí dozientos pesos, que sea orra (libre)”.



lunes, 24 de diciembre de 2018

(Día 709) Pizarro, muy preocupado, envía a Nicolás de Ribera para que le pida a Almagro que suelte a sus hermanos. Almagro se niega, pero le deja hablar con Hernando Pizarro. Francisco Pizarro se protege con una guardia personal. Se entera de que su capitán Alonso de Alvarado ha sido derrotado en Abancay.


     (299) Este último párrafo es dramático, porque, como veremos más tarde, Hernando ejecutará a Almagro, y a partir de ese momento, el corazón humanitario de Diego de Alvarado se convertirá en justiciero, partiendo para España, denunciando a Hernando y consiguiendo que lo condenaran a más de veinte años de cárcel.
     La lentitud de las comunicaciones hacía que Pizarro viviera una continua preocupación por lo que Almagro intentara seguir haciendo después de apoderarse del Cuzco y por la vida de sus hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro, a lo que se añadían los peligros en que se podían ver envueltos Alonso de Alvarado y su tropa. Envió a Nicolás de Ribera (uno de ‘los trece de la fama’) adonde Almagro con una carta en la que le suplicaba que soltase a sus hermanos y a los demás capitanes que tenía apresados. Eran amigos y esperaba que eso facilitara las cosas. De nada sirvió, salvo para que Almagro se enterara de que Pizarro iba hacia el Cuzco con mucha gente de guerra en ayuda de Alonso de Alvarado (sin saber que ya había sido derrotado): “Almagro llamó a sus capitanes y les comunicó a qué había venido Ribera. Todos le respondieron que no se fiara del Gobernador Pizarro ni de sus cartas. Habló con Ribera y le dijo que tenía preso a Hernando Pizarro por delitos que cometió, e que, por entonces, no lo iba a soltar, e dándole una carta para Pizarro, le dijo que se volviese. En la carta le hablaba de que, puesto que siempre él y sus hermanos le trataban con reservas, no se fiaba de sus palabras, y no le convenía tener ya amistad verdadera con ellos, si no fuese desocupándole la parte de su gobernación que le tenía ocupada”.
     Ribera le pidió permiso a Almagro para ver a Hernando Pizarro: “Fue de ello muy contento y se lo concedió, mas, como Hernando Pizarro sabía que Nicolás de Ribera tenía mucha amistad con Almagro, no quiso ser largo en razones con él. Tras lo cual, Ribera, se puso en camino”.
     Pizarro, que era consciente del tremendo peligro que suponía Almagro, se dirigía hacia el Cuzco para reforzar las tropas de Alonso de Alvarado, y asimismo ordenó a los  que se habían quedado en Lima que se prepararan cuidadosamente para repeler un posible ataque de Almagro. Como se respiraba un clima de traiciones, hizo algo en lo que nunca antes había pensado y que tuvo que resultar chocante para la tropa: “Por consejo de sus amigos, escogió doce hombres valientes y determinados que, con sus arcabuces e alabardas, protegiesen su persona”.
     Dado que cualquier clase de rumor se propagaba rápidamente entre la población india, de esa manera le llegó  a Pizarro otro golpe contundente, confirmado después por algunos capitanes suyos: Alonso de Alvarado había sido derrotado y apresado por los hombres de Almagro. Pizarro se llenó de angustia al ver aumentado el peligro: “Fue muy triste esta noticia para el Gobernador, que nunca recibió ninguna que se le igualase. Temió en gran manera que Almagro viniese contra él, pues ya tendría suficiente pujanza para poderlo hacer”.

     (Imagen) Toca hablar de  NICOLÁS DE RIBERA, uno de los TRECE DE LA FAMA. Fue toda una institución entre los veteranos de Perú. Natural de Olvera (Cádiz), llegó a Indias en 1522. Casado con la criolla Elvira Dávalos, tuvieron  nueve hijos.  Murió en Lima en 1563, donde había sido regidor de la ciudad, dejando tan buen recuerdo, que, hoy en día, el puesto que ocupa su alcalde se conoce como ‘el asiento de Don Nicolás de Ribera’. Su vida fue muy ajetreada, pero satisfactoria y muy respetable, como la de un entrañable patriarca. El cronista Cieza consiguió de él mucha información histórica. Hizo siempre cuanto pudo por conseguir la paz entre Pizarro y Almagro. Cuando Pizarro fue a España, Nicolás de Ribera no estuvo ocioso. En ese tiempo abrió una nueva ruta para el paso del Atlántico al Pacífico por el río Chagres. Un nieto suyo, Diego de Vargas Carvajal,  lo comenta en su expediente de méritos y servicios, diciendo que por su cauce pudo pasar las anclas, jarcias y demás pertrechos necesarios para preparar las primeras naos que navegaron por la costa peruana, y explica cómo se convirtió en uno de los trece de la fama: “Don Francisco Pizarro hizo la raya en el suelo diciendo que, los que se habían de quedar en su compañía, la pasaran. Y al punto la pasó Nicolás de Ribera, y animó a los demás a que la pasasen, pero solo quedaron trece españoles en la isla del Gallo”. En 1533 Ribera volvió a Perú junto a Almagro, pero después del apresamiento de Atahualpa. Durante las guerras civiles, su respeto a la legalidad le obligó a luchar contra Gonzalo Pizarro. En un último gesto humanitario, dejó al morir gran parte de sus bienes para crear un hospital destinado a los indios.



sábado, 22 de diciembre de 2018

(Día 708) Almagro le dijo a Orgóñez que no había que preocuparse, porque tenían una fuerza superior a la de Pizarro. Acatando sus órdenes sin estar de acuerdo con ellas, Ordóñez se limitó a preparar más armamento. Hernando Pizarro, para ganarse a Diego de Alvarado, le perdonó una deuda de juego.


     (298) Pero Almagro tenía pánico a decisiones tan traumáticas, y buscaba estrategias más suaves: “Le respondió a Orgóñez: ‘Tengo presos a Hernando y Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado, Gómez de Tordoya, y otros a quienes Don Francisco Pizarro tiene en gran aprecio, y tenemos nuestro ejército tan engrosado con la gente a la que hemos ganado, que, si él no quisiese desocupar mi gobernación, que se extiende hasta el valle de Lima, será cosa muy fácil ir contra él y hacer lo que decís, o aguardar que el obispo fray Tomas de Berlanga venga a establecer los límites que cada uno ha de tener. Ruégoos que no os acongojéis, que Dios guiará las cosas de tal manera que no habrá más enfrentamientos”.
     Lo más sensato de lo que dijo fue el recurso a un mediador enviado por el rey, y ninguno más ecuánime que el obispo Berlanga. Pero eso era en teoría. Nada va a tener arreglo porque, tanto Pizarro como Almagro, querían salirse con la suya. Habrá mil   cansinas discusiones a través de mediadores, todas abocadas al fracaso. Con tanta apasionada ceguera, solo podía haber resuelto el problema alguien que estaba demasiado lejos: Carlos V.
     Como se suele decir, Orgóñez era ‘mucho’ Orgóñez, con un historial militar impresionante, que empezó en las guerras europeas, pero Almagro jugaba con la ventaja de la disciplina militar a la que estaban sujetos todos los conquistadores. Lo único que se permitió Orgóñez fue desahogarse de palabra,y acató la voluntad de Almagro diciéndole: “Dios quiera que así sea, pero se debería ir a la Ciudad de los Reyes, porque Don Francisco Pizarro, en cuanto sepa lo que acá ocurre, se rehará de gente, e no le faltarán hombres bien expertos que sepan continuar la guerra e tratarla sin temores”.
     Descartadas las ejecuciones, Almagro mandó que se enviara a los capitanes derrotados al Cuzco para retenerlos allá en presidio. Él llegó más tarde y trató de ganarse la confianza de los vecinos de la ciudad que habían estado bajo la autoridad de Pizarro: “A los que consideraba neutrales, o veía que no seguían con gusto su partido, les hacía grandes ofertas, gastando mucho dinero con unos e con otros”. Rodrigo Orgóñez, con visión de futuro, sabía bien lo que tenía que hacer: “Recogía todas las armas y se ocupaba en aderezarlas, y en hacer pólvora e arcabuces, y otras municiones necesarias para la guerra”.
     Hernando Pizarro sintió sobremanera la derrota de Alonso de Alvarado, pero se alegró de la llegada de Diego de Alvarado, quizá con la intención de aprovecharse de la nobleza de su carácter. De hecho se empeñó en caerle simpático. Diego lo visitó en su prisión. Jugaron a las cartas y perdió una suma considerable de dinero: “Hernando Pizarro, como hombre mañoso e que veía que le convenía procurar amigos, le devolvió los dineros, suplicándole que los recibiera. Diego de Alvarado, viendo la voluntad de Hernando Pizarro y su mucha liberalidad, le tomó de allí adelante mucha amistad, y ayudó después a que conservara la vida, pues muchas veces se la quisieron quitar”.

     (Imagen) Nadie recuerda ya a RODRIGO ORGÓÑEZ como lo que fue, uno de los mejores capitanes de las Indias. Hasta su apellido colabora en ese ocultamiento. Como ‘Orgóñez’, el archivo PARES solo registra un dato, el de su llegada  a Indias con el gobernador de Santa Marta (Colombia) García de Lerma, al cual acompañaba también su sobrino Pedro de Lerma. Cuando este se pasó al bando de Almagro, luchó al lado de su viejo amigo Rodrigo Orgóñez, y murieron casi al mismo tiempo, tras el desastre de la batalla de las Salinas. Como ‘Orgoños’, existe de él bastante documentación, pero centrada solamente en los pleitos por su herencia. Hay un escrito (el de la imagen) que confirma el rumor de que fue procesado por matar a alguien en 1526, de lo que tuvo que salir absuelto, porque dos años después ya estaba en América. El documento es de 1538, el mismo año en que murió, lo que muestra la celeridad con que empezó la disputa sobre su herencia. El Rey le dice al reverendo Sebastián Ramírez, Obispo de Tuy y Presidente de la Audiencia de Granada, “que ha sido informado por el Licenciado Villalobos, Fiscal del Consejo de las Indias, que en aquella Audiencia se trató un pleito criminal el año mil quinientos veintiséis contra don Rodrigo Orgoños, natural de la villa de Oropesa, en el que el dicho don Rodrigo Orgoños alegó ser hijodalgo e hijo de un Orgoños, vecino de la dicha villa, y que sobre ello y otras cosas hizo cierta probanza. Porque conviene que el dicho proceso venga a poder de Juan de Sámano, nuestro Secretario, yo os encargo que con toda diligencia busquéis el dicho pleito y me enviéis una copia autorizada”.



viernes, 21 de diciembre de 2018

(Día 707) Orgóñez se ríe con sarcasmo de que Almagro se haya echado atrás en la decisión de matar a Hernando y Gonzalo Pizarro, y le pone impresionantes ejemplos de grandes hombres que, venciendo, fueron perdonados de todas sus culpas.


     (297) Sus asesores le estaban aconsejando bien, porque Almagro ya había perdido antes gran parte de su legitimidad al apoderarse del Cuzco por la fuerza, y hacer lo mismo con Lima sería arruinar totalmente su prestigio ante el Rey: una flagrante rebeldía que le costaría cara. Le pidieron, pues, que desistiera: “Que no procurase otra cosa más que verse como Gobernador de la provincia que Su Majestad le asignaba. Don Diego de Almagro, siguiendo su parecer, aprobó su consejo (también renunció a ejecutar a los dos hermanos de Pizarro, a Alvarado y a Tordoya)”. Lo que, una vez más, sacará de quicio a su capitán general: “Rodrigo Orgóñez vino por la mañana a ver si se partiría hacia la Ciudad de los Reyes para hacer lo que se había hablado. Almagro le dijo que no pensaba guiar las cosas con tanto rigor, pues Su Majestad sería de ello muy deservido. Cuando lo oyó Orgóñez, le dijo que no lo acababa de entender, pues lo que se concertaba de noche, se olvidaba por la mañana, y que se reía con ganas de su justificación”.
     Orgóñez Le dijo también que Pizarro no iba a tener  tantas contemplaciones con él, y que no creyese que seguía viva la amistad que se habían tenido los dos, “porque ignorarlo era de muy poco juicio”. Le insistió en que aprovechara el tiempo, “porque, en los casos de honra, no ha de haber inconvenientes para que se deje de poner en ejecución lo que conviene”. Y luego quiso hacerle entender que el pragmatismo más absoluto hace que el ganador de las batallas salga limpio de toda culpa, para lo que le puso impresionantes ejemplos, que todos en Indias conocían, de cómo hasta los que habían desobedecido al rey, al conseguirle ricas tierras, recibieron su perdón y grandes títulos: “Le dijo también que se acordase del (terrible) Pedrarias Dávila y de la muerte que le dio al Adelantado Vasco Núñez de Balboa, siendo su yerno, e lo mismo hizo con Francisco Hernández de Córdoba, e que si él (Almagro) no hiciese lo mismo con Hernando Pizarro y los otros, solo Dios sabía el fin que sus negocios tuvieran, porque, en esta parte de Indias, aquel que se adelantaba y quedaba superior, siempre prevalecía; e que, cuando Cortés prendió a Narváez, este era Gobernador del Rey y nunca aquella muerte le costó nada a Cortés”. Cieza comete dos errores (sin duda por despiste), y hay que precisar que Narváez no era gobernador, sino que había sido enviado contra el amotinado Cortés por el gobernador de Cuba, Don Diego Velázquez, y que tampoco murió a manos de Cortés, sino en una expedición posterior. Pero todos conocían la historia: Cortés fue un rebelde contra la autoridad de Velázquez, o sea, en último término, contra el Rey. Eso suponía pena de muerte. Al derrotar a Narváez y conseguir la victoria definitiva contra los aztecas, el rey, sumamente agradecido, lo colmó de honores (aunque siempre lo tuvo bajo sospecha). Esa era la moraleja de Orgóñez: haz lo necesario para vencer, por cualquier medio, y, si lo consigues, conservarás lo obtenido con la bendición de todos.
 
     (Imagen)  RODRIGO ORGÓÑEZ va a morir pronto.  Resulta deprimente que, marginado por rebelde a la Corona, la documentación en la que aparece en PARES se refiera solo al pleito por su herencia, cuando, entre otros grandes méritos, había sido el bravo Mariscal del ejército de Almagro. A poco de morir Rodrigo, se consideró heredera su madre, Beatriz de Dueñas, como se ve en el documento de la imagen, en el cual se precisa lo siguiente: El procurador Tristán Calbete, en nombre de Beatriz de Dueñas, pide la herencia de su hijo Rodrigo Orgóñez. Deja constancia de que era viuda de Alonso Jiménez, sin hacer mención a que Rodrigo fuera hijo del linajudo Juan Orgoños. Presenta una demanda contra Diego Méndez, otro hijo suyo, que vivía entonces en el Cuzco como regidor de la ciudad y se había apropiado de todos los bienes de su fallecido hermano. Afirma que todos los derechos le corresponden a ella porque Rodrigo Orgóñez murió sin hijos y sin nombrar herederos, “y  el dicho Diego Méndez entró e ocupó todos los bienes y herencia que quedaron del dicho difunto, así oro como plata”. El pleito se enconó por la oposición de Méndez y una hermana suya. Hubo maniobras sucias; se buscó alguna relación de Beatriz, judía conversa, con un proceso en el que dos hechiceras fueron ejecutadas, y, dado que Rodrigo Orgóñez afirmaba ser hijo de Juan Orgoños, fue acusada también de adulterio. Más adelante veremos cómo Diego Méndez, acompañado de otros españoles, mató al gran Manco Inca, siendo a su vez masacrados cruelmente por un grupo airado de sus indios.



jueves, 20 de diciembre de 2018

(Día 706) Almagro pone a Pedro de Lerma al frente de los soldados que habían sido de Pizarro. Orgóñez convence a sus capitanes, y hasta a Almagro, de que había que matar a Hernando y Gonzalo Pizarro y a otros capitanes presos. Diego de Alvarado y otros capitanes le dicen a Almagro que sería una desastrosa barbaridad.


     (296) Si algo van a tener las guerras civiles, además del horror, será la confusión por los continuos cambios de bando, a veces por simple ambición, apostando por el probable ganador, pero también, entre otros motivos, por salvar la vida evitando el enfrentamiento con capitanes justicieros, como el sanguinario Francisco de Carvajal, especialista en ejecutar a los contrarios en lugar de hacerlos prisioneros. Ya sabemos que el caso del gran capitán Pedro de Lerma fue diferente. Se había pasado al ejército de Almagro por resentimiento, al haberle quitado el mando supremo Pizarro para dárselo a Alonso de Alvarado. Ahora Cieza nos dice que Almagro lo recibió de mil amores; la prueba evidente es que, de inmediato, le puso al frente de aquellos hombres que, ahora derrotados y engrosando su tropa, ya lo habían tenido como capitán (aunque desplazado del primer puesto) en el ejército de Alonso de Alvarado.
     Como dije, también Rodríguez Orgóñez podía tener un corazón de piedra, pero no con cualquier enemigo, sino con los personajes relevantes que eran extremadamente peligrosos para el resultado final de las batallas. Y, una vez más, se muestra intransigente convenciendo a todos en una reunión en la que, incluso, se acordó el disparate legal de apropiarse también de Lima: “Almagro llamó a todos los capitanes para considerar lo que había que hacer. Dijeron que, como su gobernación se extendía a la Ciudad de los Reyes, sería bueno ir con toda la gente que se pudiese hasta allá, y esperar a que Su Majestad fuese informado e proveyese lo que más a su servicio conviniese. Y también que Diego de Alvarado llevase una autorización de Almagro para que cortase la cabeza en el Cuzco a Hernando Pizarro, Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado y Goméz de Tordoya. Este parecer lo dio Rodrigo Orgóñez, dando razones del provecho que se obtendría, y de que, si no se hacía, les vendría gran daño. Y Don Diego de Almagro acordó hacerlo así, mandando a su capitán Sosa que hiciese el mandamiento para llevárselo a Diego de Alvarado”.
     El hecho de que le llevasen a Diego de Alvarado la orden podría deberse a que, aunque era un hombre muy respetado y buen militar, no figurara entre los capitanes con más mando; pero quizá lo más lógico sea pensar que, aunque estuviera al máximo nivel, lo dejaron al margen de la consulta en la que se fraguó la decisión porque sabían que estaría en contra. Lo absurdo es que no esperaran ninguna oposición suya. Nosotros, como simples lectores que ya hemos visto antes a Almagro dubitativo entre Orgóñez y Diego de Alvarado, adivinamos lo que va a pasar cuando reciba el ‘encarguito’: “Después, aquella noche, juntándose Diego de Alvarado, Gómez de Alvarado, el arcediano Rodrigo Pérez y el capitán Salcedo, hablaron con Don Diego de Almagro, e le dijeron que dónde estaba su juicio para querer mandar cosa tan fea y que tan mala fama le daría, como era ir contra el Gobernador Don Francisco Pizarro estando quieto y pacífico en su gobernación, e que supiese que, si lo hacía, sería para siempre tenido como caso feo, y todos sus hechos se oscurecerían e se le tendría por hombre muy cruel”.

     (Imagen) Hay personajes de Indias que se prestan a confusiones por la similitud de sus nombres. Ocurre frecuentemente con los Alvarado. Está el gran Pedro de Alvarado, fácil de identificar por su extraordinaria biografía, pero sus muchos hermanos provocan dudas. El más pequeño se llamaba Gómez de Alvarado (Gómez era nombre propio), fundó la ciudad de Huánuco y falleció en 1542, pero, a veces, los historiadores se lo atribuyen a quien hoy nos interesa. Opino que, entre los que, por iniciativa de Diego de Alvarado, convencieron a Almagro de que no matara a Hernando y Gonzalo Pizarro, había otro GÓMEZ DE ALVARADO. Por dos razones: Diego y este Gómez eran sin duda muy amigos, porque nacieron los dos en Zafra (Badajoz); además, Cieza no menciona que fuera hermano de Pedro de Alvarado. Veo en PARES varios datos sobre él. Cambió de bando algunas veces en las guerras civiles, pero su decisión definitiva fue servir a las fuerza reales. En 1550, “el Rey manda que  no se consienta que hagan esclavos a los 150 indios que llegaron con sus mujeres e hijos desde la costa de Brasil, y que el capitán Gómez de Alvarado, Juan Pérez de Guevara y otros se repartieron (documento que prueba el control de esos abusos por parte de la Corona)”. En 1552, el Rey le impidió que fuera de campaña a la zona del Río de la Plata, para evitar que hubiera conflictos con los españoles que ya estaban por allí. En 1554, el Rey le permite que vuelva a España por cuatro años, y exige que nadie le quite su encomienda de indios. Pero murió antes de partir. Otro documento lo prueba, y también que le ocurrió luchando contra el rebelde Francisco Hernández de Girón en la última de las guerras civiles.



miércoles, 19 de diciembre de 2018

(Día 705) Don Alonso Enríquez confiesa el temor continuo que tuvo a que lo mataran mientras estuvo preso. Almagro mandó buscar a Pedro de Lerma y lo encontraron en malas condiciones. Tras la derrota, muchos hombres de Pizarro se integraron en el ejército de Almagro.


     (295) Se les acabó la pesadilla, pero confiesa don Alonso Enríquez de Guzmán que la angustia fue constante, como les ocurría a Hernando Pizarro y a su hermano Gonzalo en manos de Almagro, unos y otros muy conscientes de que los podían ejecutar en cualquier momento: “Cumplimos veintisiete días padeciendo aquella prisión, así con la soledad como con el peligro que oíamos de los guardianes al decir que, si los nuestros les apretasen y venciesen, nos habían de poner fuego. De mí os digo que temí más la muerte, pues, además de estar preso, me habían amenazado porque yo había estado en contra de Hernando Pizarro, y, si Almagro lo ajusticiase, me habían de matar a mí. Y cada vez que entraban a deshora, pensaba que me iban a dar garrote, especialmente porque me tengo en tanto, que creía que, el haberme ellos humillado en gran manera, bastaría para que me matasen por temor a que, si quedaba libre, los matase yo a ellos después (Enríquez siempre tan bravucón). Y así nos vinimos al Cuzco todos con nuestra victoria, y  los dichos Alonso de Alvarado y Gómez de Tordoya presos”.
     Era dramática la situación de Pizarro y Almagro, ya viejos, enfermos, y encarnizados en las batallas, cuando, de haber sabido resolver sensatamente los conflictos, estarían entonces disfrutando del grandioso éxito conseguido tras tantos años de enormes dificultades y maravillosa colaboración. Aunque Diego de Almagro comienza victorioso, su avance triunfal se va a torcer pronto.
     Continuando ahora con Cieza, nos sitúa en la calma que siguió a la derrota de Alonso de Alvarado: “Sabido por Don Diego de Almagro que Pedro de Lerma no aparecía, temiendo que le matasen los indios, mandó al inca Paullo que algunos de sus servidores le fuesen a buscar, y vino al cabo de dos días con los pies agrietados por las piedras. Lo recibió muy bien, y de allí adelante lo tuvo por su muy fiel amigo. Los hombres de Alonso de Alvarado, viendo que sus capitanes estaban presos, se vinieron adonde estaba Almagro, al que hallaron muy alegre por ver que se había acabado aquel negocio sin que muriesen tantos como se pensó, y que su ejército quedaba engrosado para lo que hubiese que hacer”.
     Como sus hombres se habían apropiado de muchos bienes de los derrotados, Almagro obligó a hacer muchas devoluciones, e incluso los compensó con su propio dinero. El balance de muertos de esta batalla fue muy bajo (en las siguientes será terrible), y solamente falleció un soldado de Almagro, aquel que se llevó el río. También quiso convencer a los rendidos pizarristas de que él  se vio obligado a iniciar la guerra porque Alonso de Alvarado no quiso reconocer sus justos derechos como Gobernador de aquella tierra: “Y les pidió que de allí adelante le quisiesen tener como amigo verdadero e seguirle en lo que se le ofreciese, porque les prometía que los honraría a todos e les daría grandes provechos y encomiendas de indios en tierra muy rica. Les dijo estas palabras y otras muy graciosas (agradables), e le respondieron que le serían amigos fieles e que le seguirían en todo lo que les mandase. E les dijo más, que tuviesen por su capitán a Pedro de Lerma, e que los enviaría con él a conquistar e hacer la guerra a Manco Inca”. 

     (Imagen) La imagen anterior mostraba que Diego de Alvarado le pidió al Rey que apartara del juicio contra Hernando Pizarro al obispo de Lugo Juan Suárez de Carvajal porque les debía muchos favores a los hermanos Pizarro. Veo otros datos que confirman los temores de Diego. Francisco Pizarrro había favorecido enormemente a Benito y a Illán, hermanos del obispo. Al primero, haciéndole su teniente de Gobernador. Tal y como lo dice Alvarado, podría entenderse que de toda la gobernación de Perú; en realidad era solamente de la ciudad de Lima. Pero lo de Illán fue el no va más: le confió, aunque temporalmente, la extensísima gobernación que le había correspondido al ejecutado Almagro. Los dos hermanos tuvieron sus peripecias en las guerras civiles, con los típicos cambios de bando que se producían en aquel desbarajuste. Benito advirtió a Pizarro un día antes de su asesinato de la conjura que le amenazaba (y no le hizo caso), pero después (‘sálvese quien pueda’) se pasó al bando de los almagristas, luchando más tarde contra ellos al servicio de las fuerzas leales al Rey. ILLÁN SUÁREZ DE CARVAJAL había sido almagrista, pero se puso a las órdenes de Pizarro tras la ejecución de Almagro, atraído por la oferta de hacerse cargo de la gobernación del difunto. Más tarde, este historial de vaivenes le costaría caro. El virrey Blasco Núñez Vela tuvo sospechas de la sinceridad de su obediencia al Rey, supuso que era un traidor, y lo mató él mismo a cuchilladas. De nada le sirvió ser hermano del todopoderoso obispo Juan Suárez de Carvajal. Pero el horror continuó: su hermano Benito lo vengó cortándole la cabeza al virrey.



martes, 18 de diciembre de 2018

(Día 704) Nuevamente los consejos de Diego de Alvarado a Almagro le salvan la vida a Hernando Pizarro. Don Alonso Enríquez de Guzmán cuenta pintorescamente el final de la batalla de Abancay.


     (294) Sin duda la actitud de Almagro era prudente, pero iba a tener que aflojar más al oír los argumentos de un hombre que era recto y comprensivo al mismo tiempo: “Enterado Diego de Alvarado de que querían matar a Alonso de Alvarado, recibió mucha pena, pensando que lo hubiesen hecho ya, y dándose mucha prisa, llegó adonde estaba Almagro, y le dijo: ‘Si es que las cosas se han de guiar con pasión e de manera que seamos aborrecidos por crueles, muy bien me parece que se le dé muerte a Alonso de Alvarado; mas, si solamente se pretende tener la Gobernación, no hay razón para que le den muerte, pues él ha hecho lo que debe, cumpliendo con el cargo que tiene encomendado’. Almagro, cuando le oyó aquello, le abrazó, preguntándole muy graciosamente cómo le había sucedido en su prisión (aunque no lo dice expresamente, ese abrazo de respuesta, supuso que Alonso de Alvarado salvara la vida)”. La relación entre Almagro y Diego de Alvarado será decisiva en el desarrollo de las guerras civiles. Es evidente que el viejo militar tenía en gran estima a Alvarado y escuchaba sus consejos como si vinieran de un oráculo mesurado e infalible. Pero también contaba con que, si todo desembocara en un terrible conflicto, se apoyaría en otro hombre que abominaba de la diplomacia de Alvarado: el gran militar Rodrigo Orgóñez.
     Luego Cieza nos vuelve a poner en contacto con Enríquez: “En esto, llegaron el contador Juan de Guzmán e los demás que habían sido presos, e los recibió Almagro muy bien, riéndose todos mucho con lo que oían decir a D. Alonso Enríquez”. Algunos comentarios que dejan como de paso los cronistas sobre Enríquez confirman que se trataba de una persona sumamente compleja. Estaba lleno de valiosas cualidades: linaje, cultura, inteligencia y valor. Pero era un vividor sin escrúpulos con algún ingrediente de bufón, aunque, siempre contradictorio, tuvo gestos de nobleza y de sinceros sentimientos religiosos. Hay otra cosa curiosa. Le confiaron importantes misiones de negociación, pero no suele aparecer como capitán, a pesar de que ya lo había sido al servicio de Carlos V en la lucha contra el asedio de Ibiza por los musulmanes. Es probable que ni Pizarro ni Almagro esperaran de él que fuera totalmente fiable para tal cargo. Lo que no tiene desperdicio (si se lee con cautela) es todo lo que narra en su autobiografía.
     Lo último que vimos de su narración fue que, ya presos Enríquez y el licenciado Prado,  habían bajado al puente de Abancay con Alonso de Alvarado para negociar una paz con los de Almagro, abortándose el intento porque empezó a disparar la artillería almagrista. Ahora nos cuenta el episodio de su liberación y la de sus compañeros: “Volvimos a nuestra prisión, y Alonso de Alvarado empezó su batalla como un león, aunque como zorra se vio después, huyendo por un cerro él y el dicho Gómez de Tordoya, que parecía avutarda vieja, aunque pudiéramos decir zorro marido de zorra. Quedó Almagro con alguna gente honrada y perezosa en su real. El capitán Rodrigo Orgóñez, su lugarteniente general, que fue un caballero valiente, osado y determinado, entró con la gente de a caballo por el puente de manera que prendieron a muchos de los enemigos, y los otros se rindieron, muriendo solamente tres o cuatro. Subieron adonde estábamos presos y nos sacaron”.

     (Imagen) Veremos a su tiempo que DIEGO DE ALVARADO se revolvió furiosamente, y pleiteó junto al huérfano Almagro el Mozo contra Hernando Pizarro, acusándolo de su asesinato. El documento de la imagen (vemos la primera página) es parte del proceso, y dice (abreviado): “Diego de Alvarado, por mí, y en nombre de Don Diego de Almagro (el Mozo), mi menor (estaba bajo su tutela), en el pleito criminal que trato contra Hernando Pizarro sobre la muerte de Don Diego de Almagro, su padre, digo que tengo por odioso (por enemigo) y sospechoso al licenciado Juan Suárez de Carvajal, obispo de Lugo y miembro de Vuestro Consejo de las Indias, por la razones siguientes. La primera porque el dicho Hernando Pizarro llevó consigo a Perú al licenciado Benito de Carvajal, hermano del dicho señor obispo, y, llegando, Don Francisco Pizarro, por complacer al señor obispo, le hizo su Teniente General, que es el más honroso rango de que le podía proveer”. En la hoja posterior añade Alvarado que, “al morir Almagro, le confió su Gobernación a él durante la minoría de edad de su hijo, pero Francisco Pizarro no lo permitió, y nombró para el cargo a Yllán Suárez de Carvajal, otro hermano del obispo. Por eso  los dos hermanos estuvieron siempre de la parte de Francisco Pizarro y de Hernando Pizarro, y temo que, por eso, el obispo me será enemigo”. Además el obispo decía que sobraba el pleito porque el daño hecho ya no tenía remedio. Añade Diego de Alvarado que Gonzalo de Olmos trajo de Perú, para el obispo, cartas de sus dos hermanos, en las que le pedían que favoreciese a Hernando Pizarro cuanto pudiese. “Por estas razones, juro, a Dios y a esta cruz, que considero enemigo y sospechoso al dicho señor obispo, y, como tal, lo recuso, suplicando a Vuestra Majestad que lo aparte de este pleito”.



lunes, 17 de diciembre de 2018

(Día 703) Rodrigo Orgóñez, en medio de la lucha, sigue organizando sus tropas. Diego Gutiérrez de los Ríos suelta a los almagristas presos y les pide que le digan a Almagro que no tome represalias. Orgóñez quiere ejecutar a Alonso de Alvarado, pero Almagro lo impide, y se limita a apresarlo.


     (293) Nos va contando Cieza los pormenores de lo que sucedió después: “Rodrigo Orgóñez, que estaba malherido por el golpe de piedra, pasó por el puente adonde estaba el Adelantado Almagro, habiendo mandado antes al capitán Francisco de Chaves que fuese con cien hombres al real de Alonso de Alvarado y cogiese a toda su gente, sin que ninguno huyese a enterar de lo pasado al Gobernador Don Francisco Pizarro, y prendiendo a los que no quisiesen dejar las armas. Al capitán Narváez le mandó que fuese con su gente  adonde estaba el capitán Garcilaso de la Vega. Un hombre llamado Magallanes (el portugués que ha citado recientemente), al ver la derrota y la prisión de Alonso de Alvarado, subió con toda prisa a lo alto de la sierra, y le dijo al capitán Diego Gutiérrez de los Ríos que venían contra él más de trescientos almagristas. También llegaron Samaniego y algunos otros. Todos lo confirmaron, y luego trataron sobre las decisiones que habían de tomar y sobre si convenía ir a buscar al Gobernador D. Francisco Pizarro. Lo primero que hizo el capitán Diego Gutiérrez de los Ríos fue ir presto adonde estaban (los pizarristas) Diego de Alvarado, Sosa, el contador Juan de Guzmán, el factor Mercado y Don Alonso Enríquez de Guzmán, e los sacó de donde estaban presos. Le dijo a Diego de Alvarado que, pues era su merced un caballero, hablase a los capitanes de Almagro para que, ni en sus personas ni haciendas, no les hiciesen daño alguno, porque, si no, se defenderían con sus armas”.
     Diego de Alvarado les dijo que lo haría con gusto. Habló luego con los capitanes Vasco de Guevara y Chaves, capitanes almagristas, y lo aceptaron con la condición de que obedeciesen las provisiones reales y reconociesen a Almagro como Gobernador: “Los que estaban en el real pizarrista, como no deseaban otra cosa, lo reconocieron como Gobernador, e fueron leídas las Provisiones Reales. Todo lo cual pasó a doce días del mes de julio de mil quinientos treinta y siete”.
      Incluso malherido, el gran Rodrigo Orgóñez no descuidaba ningún detalle. Así como luego veremos lo sanguinario que podía ser Francisco de Carvajal (el Demonio de los Andes), las obsesiones de Orgóñez eran implacables, pero no sádicas. Lo único que le guiaba era su obligación, como capitán general, de asegurar las victorias. Una vez más va a tropezar con los titubeos que sufría Almagro por humanidad o por debilidad: “Cuando llevaron preso a Alonso de Alvarado, el capitán Rodrigo Orgóñez, pensando en el futuro, e conociendo que no les convenía tener muchos enemigos porque la guerra ya se había encendido y la tenían que seguir de tal manera que el partido de Almagro prevaleciese sobre el de Pizarro, e que, por ello, sería cosa acertada quitar la vida a Alonso de Alvarado, con gran prisa mandó que le fuese cortada la cabeza junto al puente donde fueron desbaratados. Al saber Almagro su intención, le dijo que no lo hiciese tan súbitamente, sin que antes se le hubiese tomado su confesión y hecho un proceso contra él. Llegó entonces Alonso de Alvarado, bien atribulado e lleno de congojas, y le echaron prisiones y le pusieron guardas. Y también se robó e saqueó lo que tenían en su campamento los de Alvarado, aunque asimismo es verdad que el Adelantado Almagro mandó después que se devolviese gran parte de todo ello”.

     (Imagen) Otro ‘anónimo’ que tuvo que ser muy importante: FELIPE GUTIÉRREZ. En la carta de la imagen, le dice al Rey que las cosas han sucedido muy torcidamente en el Cuzco. Felipe había ido desde Veragua (zona próxima  al Atlántico) hasta Perú para ayudar a Pizarro contra el alzamiento general de Manco Inca con sus indios. Comenta que,  tras haber logrado someterlos con mucho peligro, fue con la misma intención hacia el Cuzco, que también estaba cercado. Y le pone al Rey en conocimiento de la preocupante situación: “Salidos de Lima, tuvimos noticia de que el Adelantado Don Diego de Almagro había entrado en el Cuzco y apresado a Hernando y Gonzalo Pizarro”. Luego hace referencia a que Pizarro  aceleró la marcha para alcanzar a Alonso de Alvarado, que estaba ya muy cerca del Cuzco, con el fin de tener noticias más precisas, para, “conforme a ello, guiar los negocios”. Pero le salieron al paso más novedades desastrosas: “Y estando en ello, le vino la noticia de que también Alonso de Alvarado había sido apresado por Almagro, y de que toda la gente estaba de parte de este”. Le añade que, al ver que las guerras ya no eran frente a los indios, sino entre cristianos, se sintió obligado a abandonar su puesto de capitán general de Pizarro en la lucha contra los indios rebeldes, para poder centrarse en pacificar a los españoles, aunque con poco éxito en sus gestiones (‘no aprovechó mi diligencia’). Siempre apoyó la causa de Pizarro, y, cuando lo asesinaron, Felipe fue apresado por los almagristas. Consta que cuatro años después ya había muerto, porque está documentado que, en 1545, “Dña. María de Pisa, madre de Felipe Gutiérrez, difunto, reclama los muchos bienes de oro, plata y otras cosas que le pertenecen como heredera legítima suya”.



sábado, 15 de diciembre de 2018

(Día 702) Por distintos lados, atacan Almagro y Orgóñez a Alonso de Alvarado, que sufre traiciones. A pesar de ser herido en la boca, Orgóñez lucha con furia, pero pide a sus hombres que no maten sin necesidad. Los pizarritas se derrumban: son apresados Alonso de Alvarado y Gómez de Tordoya.


     (292) En ese momento, decidió Almagro unirse al ataque  que ya estaba iniciando Orgóñez: “El Adelantado Almagro, sabiendo que los de Orgóñez ya habían pasado el río, arremetió con los sesenta de a caballo que llevaba y con otros soldados para ganar el puente. Gómez de Tordoya, que oyó el ruido, mandó tocar una pequeña campana que tenía por señal, para que todos los suyos se retirasen. Muchos de los que estaban con Luis Valera se pasaron a los de Almagro, e lo mismo hacían los que estaban con Juan Pérez de Guevara. Un caballero que se llamaba D. Pedro de Luna, queriendo defenderse de los de Almagro, fue muerto, y dicen que fue con una pelota de arcabuz soltada por los que estaban en el río. Era mucho el temor de los de Alvarado, y no tenían ningún orden”.
     Con gran empuje, los que estaban con Almagro lograron atravesar el río Abancay: “Pasaron a la otra parte nadando, e otros a caballo, y un español se ahogó llevándolo el río con su furia. Alonso de Alvarado, con la gente que pudo recoger, se puso frente a los fuertes cimientos del puente, haciendo rostro a los enemigos con sus picas y ballestas. Orgóñez ya venía  adonde estaban Alvarado y Tordoya, y gritaba el nombre del Rey e de Almagro; los de Alvarado también decían ‘viva el Rey y Pizarro (los soldados de ambos bandos presumían de ser los leales al Rey). Rodrigo Orgóñez, a grandes voces, decía: ‘Rendíos, caballeros, daos a prisión, e no deis lugar a que ensangrentemos nuestras lanzas en vosotros. Los de Almagro traían tantas ganas, que ya habían rendido a muchos de los de Alvarado. Llegando Rodrigo Orgóñez, uno de los contrarios le dio con una piedra un golpe en la boca, que malamente le hirió, e a Juan Gutiérrez Malaver lo hirieron con una saeta. Orgóñez, no embargante que de la herida le salía mucha sangre, arremetió hacia los enemigos, y se metió en medio de ellos con la espada en la mano, diciendo a los suyos que los rindiesen o matasen”.
     La situación de Alvarado era penosa: “Alvarado conocía claramente su perdición por los pocos que le asistían, e queriendo defenderse, vio que los de Almagro ya andaban mezclados con los suyos, e habían muerto dos de ellos y herido a algunos otros. Orgóñez decía a los soldados que prendiesen e no matasen, porque no venían sino a soltar a los presos y a que las provisiones reales fueran obedecidas. Gómez de Tordoya fue preso enseguida. Alonso de Alvarado, encima de su caballo, subió la cuesta de la sierra, llevando todavía su lanza, sin saber qué hacer, pensando algunas veces en hacerse fuerte en alguna parte, y otras, volver al río a ver si los suyos estaban vencidos. Determinó subir a lo alto a recoger a la gente que allí tenía, e irse a juntar con Garcilaso de la Vega. Queriéndolo así hacer, Rodrigo Orgóñez, que no perdía punto en lo que era necesario, mandó que lo siguieran e procurasen prenderle. Le fueron siguiendo los que tenían los caballos menos fatigados. Como aquel camino era tan malo, Alvarado no pudo desviarse,  ni dejar de ser alcanzado, y siendo muchos los que le alcanzaron, y él solo, le prendieron y le llevaron adonde Almagro”.
      
     (Imagen). Hemos visto lo que ocurrió en Abancay, a 186 km del Cuzco. Fue la segunda y última victoria de Almagro contra Pizarro (en la primera, ocupó la ciudad del Cuzco por sorpresa y sin dificultades). El fracaso de ALONSO DE ALVARADO fue un terrible mazazo para capitán tan ejemplar y valeroso. Siempre lo recordó con amargura. No obstante, le veremos seguir luego batallando con éxito y honor, pero, como ya indiqué hace tiempo, le dio la definitiva puntilla moral años después, en 1554, ser vencido (siempre al servicio del emperador) por un nuevo rebelde, Francisco Hernández Girón (a quien otros se encargaron más tarde de eliminarlo). Quizá le jugara una mala pasada su ya avanzada edad. Murió al poco tiempo, y tan deprimido que algunos opinaron que se había trastornado. Su venida a España, donde le colmaron de honores, explica la trayectoria final del gran Alonso de Alvarado. Convencido de que la lealtad a la Corona estaba muy por encima de la que siempre había tenido a los Pizarro, volvió a las Indias decidido a frenar el insensato empuje de los rebeldes. Sin duda su vivencia más dramática fue la de tener que juzgar y condenar a muerte a su viejo amigo Gonzalo Pizarro. Nos va a quedar muy lejos en el tiempo la guerra provocada por Hernández Girón, aunque llegará el momento de contarla. Nada tuvo que ver con los conflictos anteriores, sino con el levantamiento contra leyes que recortaban a los españoles el derecho a disponer de los indios. También será sofocada, y  supondrá el fin definitivo de las guerras civiles.