martes, 18 de diciembre de 2018

(Día 704) Nuevamente los consejos de Diego de Alvarado a Almagro le salvan la vida a Hernando Pizarro. Don Alonso Enríquez de Guzmán cuenta pintorescamente el final de la batalla de Abancay.


     (294) Sin duda la actitud de Almagro era prudente, pero iba a tener que aflojar más al oír los argumentos de un hombre que era recto y comprensivo al mismo tiempo: “Enterado Diego de Alvarado de que querían matar a Alonso de Alvarado, recibió mucha pena, pensando que lo hubiesen hecho ya, y dándose mucha prisa, llegó adonde estaba Almagro, y le dijo: ‘Si es que las cosas se han de guiar con pasión e de manera que seamos aborrecidos por crueles, muy bien me parece que se le dé muerte a Alonso de Alvarado; mas, si solamente se pretende tener la Gobernación, no hay razón para que le den muerte, pues él ha hecho lo que debe, cumpliendo con el cargo que tiene encomendado’. Almagro, cuando le oyó aquello, le abrazó, preguntándole muy graciosamente cómo le había sucedido en su prisión (aunque no lo dice expresamente, ese abrazo de respuesta, supuso que Alonso de Alvarado salvara la vida)”. La relación entre Almagro y Diego de Alvarado será decisiva en el desarrollo de las guerras civiles. Es evidente que el viejo militar tenía en gran estima a Alvarado y escuchaba sus consejos como si vinieran de un oráculo mesurado e infalible. Pero también contaba con que, si todo desembocara en un terrible conflicto, se apoyaría en otro hombre que abominaba de la diplomacia de Alvarado: el gran militar Rodrigo Orgóñez.
     Luego Cieza nos vuelve a poner en contacto con Enríquez: “En esto, llegaron el contador Juan de Guzmán e los demás que habían sido presos, e los recibió Almagro muy bien, riéndose todos mucho con lo que oían decir a D. Alonso Enríquez”. Algunos comentarios que dejan como de paso los cronistas sobre Enríquez confirman que se trataba de una persona sumamente compleja. Estaba lleno de valiosas cualidades: linaje, cultura, inteligencia y valor. Pero era un vividor sin escrúpulos con algún ingrediente de bufón, aunque, siempre contradictorio, tuvo gestos de nobleza y de sinceros sentimientos religiosos. Hay otra cosa curiosa. Le confiaron importantes misiones de negociación, pero no suele aparecer como capitán, a pesar de que ya lo había sido al servicio de Carlos V en la lucha contra el asedio de Ibiza por los musulmanes. Es probable que ni Pizarro ni Almagro esperaran de él que fuera totalmente fiable para tal cargo. Lo que no tiene desperdicio (si se lee con cautela) es todo lo que narra en su autobiografía.
     Lo último que vimos de su narración fue que, ya presos Enríquez y el licenciado Prado,  habían bajado al puente de Abancay con Alonso de Alvarado para negociar una paz con los de Almagro, abortándose el intento porque empezó a disparar la artillería almagrista. Ahora nos cuenta el episodio de su liberación y la de sus compañeros: “Volvimos a nuestra prisión, y Alonso de Alvarado empezó su batalla como un león, aunque como zorra se vio después, huyendo por un cerro él y el dicho Gómez de Tordoya, que parecía avutarda vieja, aunque pudiéramos decir zorro marido de zorra. Quedó Almagro con alguna gente honrada y perezosa en su real. El capitán Rodrigo Orgóñez, su lugarteniente general, que fue un caballero valiente, osado y determinado, entró con la gente de a caballo por el puente de manera que prendieron a muchos de los enemigos, y los otros se rindieron, muriendo solamente tres o cuatro. Subieron adonde estábamos presos y nos sacaron”.

     (Imagen) Veremos a su tiempo que DIEGO DE ALVARADO se revolvió furiosamente, y pleiteó junto al huérfano Almagro el Mozo contra Hernando Pizarro, acusándolo de su asesinato. El documento de la imagen (vemos la primera página) es parte del proceso, y dice (abreviado): “Diego de Alvarado, por mí, y en nombre de Don Diego de Almagro (el Mozo), mi menor (estaba bajo su tutela), en el pleito criminal que trato contra Hernando Pizarro sobre la muerte de Don Diego de Almagro, su padre, digo que tengo por odioso (por enemigo) y sospechoso al licenciado Juan Suárez de Carvajal, obispo de Lugo y miembro de Vuestro Consejo de las Indias, por la razones siguientes. La primera porque el dicho Hernando Pizarro llevó consigo a Perú al licenciado Benito de Carvajal, hermano del dicho señor obispo, y, llegando, Don Francisco Pizarro, por complacer al señor obispo, le hizo su Teniente General, que es el más honroso rango de que le podía proveer”. En la hoja posterior añade Alvarado que, “al morir Almagro, le confió su Gobernación a él durante la minoría de edad de su hijo, pero Francisco Pizarro no lo permitió, y nombró para el cargo a Yllán Suárez de Carvajal, otro hermano del obispo. Por eso  los dos hermanos estuvieron siempre de la parte de Francisco Pizarro y de Hernando Pizarro, y temo que, por eso, el obispo me será enemigo”. Además el obispo decía que sobraba el pleito porque el daño hecho ya no tenía remedio. Añade Diego de Alvarado que Gonzalo de Olmos trajo de Perú, para el obispo, cartas de sus dos hermanos, en las que le pedían que favoreciese a Hernando Pizarro cuanto pudiese. “Por estas razones, juro, a Dios y a esta cruz, que considero enemigo y sospechoso al dicho señor obispo, y, como tal, lo recuso, suplicando a Vuestra Majestad que lo aparte de este pleito”.



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