(304) Nos cambia de escenario Cieza para
que veamos la frenética actividad de Pizarro en aquellos momentos tan críticos:
“Acordó retirarse a la Ciudad de los Reyes para que, si no tuviese efecto lo
que fueron a hacer sus mensajeros en el Cuzco, pudiese engrosar su ejército.
Yendo caminando hacia Lima, le llegaba gente de los que fueron desbaratados en
el puente de Abancay, y aun algunos de la ciudad del Cuzco, que contaban las
vejaciones que hacían a los amigos de Pizarro Almagro, sus capitanes y más
gente. Oyendo esto, hubo quienes, deseando servir a Almagro por su fama de
generoso, apartaron de sí aquel deseo poniéndolo al servicio de Pizarro, y
también porque veían que podría llegar a tener más pujanza que Almagro. Porque
en esta tierra la condición de la gente es tan mudable (se supone que durante las guerras civiles) que lo que prometen hoy,
lo niegan mañana, mirando solo su interés”.
Pizarro se preparó a conciencia para
consolidar las defensas de la ciudad de Lima, incorporando incluso gente de la
de Trujillo. Dejó claro que estaba dispuesto a mantener a cualquier precio lo
que ya retenía e incluso a ir al Cuzco para recuperarlo. Según Cieza llegó a
decir que “si fuese posible, le cortaría la cabeza a Almagro”, lo que no parece muy sensato sabiendo que pendían de
un hilo las de sus hermanos. Al hacer el nombramiento de sus capitanes, se dio
cuenta de que necesitaba recuperar a uno de sus hombres al que había tratado
con poca consideración: “Antes de este tiempo había venido Pedro de Vergara,
hombre valiente y experto en la guerra, y, como gobernadores y capitanes suelen
valorar poco a un hombre por más méritos que tenga, Pizarro no le quiso dar
dineros para pagar unos fletes, de lo cual quedó muy sentido, y aun con
voluntad de irse al Cuzco para unirse a Almagro. Teniendo noticia el Gobernador
Pizarro de cuán bien entendía la guerra, le habló graciosamente, lo atrajo a su
amistad e lo eligió como capitán de arcabuceros”. Luego cita otros
nombramientos, entre ellos el del excepcional Pedro de Valdivia: “Como capitán
de piqueros, a Diego de Urbina, de los ballesteros a Juan Pérez, como maestre
de campo a Pedro de Valdivia, que después fue Gobernador de Chile (eso le permitió librarse de varias de las
guerras civiles), como sargento mayor a Villalba, y por alférez general a
Jerónimo de Aliaga”.
Damos un salto de 1.100 km con Cieza y
volvemos desde Lima al Cuzco para saber lo que está pasando. Después de hablar
con Hernando Pizarro, los emisarios del Gobernador Pizarro fueron adonde
Almagro para intentar lograr un acuerdo, pero ya había cambiado los
planteamientos tras hablar otra vez con sus capitanes. Y les dijo: “Me parece
muy corto el espacio que me queda hasta la Nasca para poder poblar una ciudad,
que por fuerza se ha de situar en los llanos, e puesto que la Ciudad de los
Reyes tiene muy anchos términos, déseme a mí hasta el pueblo de Mala, e de esta
manera vendremos en los conciertos”.
(Imagen) Se queja Cieza de que a muchos
magníficos capitanes no se les reconoció su enorme valía, y se refiere en este
caso a PEDRO DE VERGARA. Rastreo en PARES para hacerle justicia, y veo que
también los archivos fueron cicateros con él. Pero algo hay. A pesar de su apellido,
no nació en tierra vasca. Se portó tan
eficazmente en la guerra de las Salinas (de la que hablaremos pronto), que
Pizarro lo premió reservándole la conquista de la región peruana de los bravos
indios bracamoros, ya en zona andina. Logró establecer allí una población, que,
años más tarde, fue refundada por el jiennense
Diego Palomino con el nombre de JAÉN DE BRACAMOROS; como casi todo lo
que crearon los españoles, la ciudad sigue viva. No tuvo que optar por Gonzalo
Pizarro o por las fuerzas del Rey, ya que la última guerra civil que
protagonizó fue la de Chupas, en la que el único ‘villano’ fue Diego de Almagro
el Mozo (pagándolo con su vida). Pedro
de Vergara se libró de las otras porque resultó herido en la batalla, y, una
vez recuperado, volvió de nuevo a la zona de Bracamoros. En 1542, el Rey tuvo
un detalle con él: “Real Cédula al capitán Pedro de Vergara contestando a
su carta de 1/10/1542 en que avisa de los sucesos y batallas entre el
licenciado Vaca de Castro y D. Diego de Almagro, agradeciéndole los servicios
prestados y prometiéndole alguna merced”. Es de suponer que fue ‘palabra de
rey’. Y, de haberlo conocido, le habría resultado muy gratificante el elogio
que Cieza le dedica en su crónica: “Llegó PEDRO
DE VERGARA, hombre valiente y experto en la guerra, aunque los gobernadores y
capitanes suelen valorar poco a un hombre por más méritos que tenga”.
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