(283) Veamos el primer botón de muestra de
la insistencia machacona de Orgóñez sobre un mismo tema. Cuando Almagro reunió a
sus principales capitanes, les pidió su opinión sobre lo que convenía hacer
puesto que todo indicaba que Alonso de Alvarado había apresado a sus enviados. Les
planteó la situación: “Bien sabéis que, por consejo vuestro, envié al puente de
Abancay a Diego de Alvarado y a los otros para que requiriesen a los capitanes
que allí estaban que, cumpliendo las provisiones del Rey, me recibiesen como
Gobernador, y, según veo, he deducido que ellos están presos y no pueden venir
con la conclusión del negocio; por eso, os pido que digáis lo que os parece que
debemos hacer”.
Quien tomó la palabra fue Rodrigo Ordóñez:
“Dijo que tenía por cosa cierta que estaban presos, y que, puesto que, ya la
guerra había comenzado, que matase a Hernando Pizarro y que saliesen todos a
liberarlos, pues tenían allá muchos amigos que, viendo sus banderas, se habían
de pasar a ellas. A la mayoría de los capitanes les pareció muy bien el parecer
de Orgóñez. Pero Almagro, deseando solamente tener la Gobernación sin mucho
daño, que él creía pertenecerle, y como las guerras no estaban tan encendidas,
ni se tenía en tan poco matar a los hombres como después, aunque él quisiese
mal a Hernando Pizarro, temía que el Rey se airase y lo castigase, y en alguna
manera se condolía del Gobernador Don Francisco Pizarro y no quería darle tan
gran pesar. Por estas causas, dijo que no quería que se hablase más en lo
referente a la muerte de Hernando Pizarro”.
Como todos los conquistadores de las
Indias, también Almagro era un hombre curtido en batallas implacables, y nunca le tembló el pulso cuando tuvo que
ahorcar a alguno de sus soldados, pero está demostrando ahora que siempre actuó
noblemente como socio de Pizarro, quien, sin duda potenciado por la influencia
de sus hermanos, sobre todo la del soberbio y duro Hernando, en varias
ocasiones había sido injusto con él. También tenía razón al temer la ira del
emperador si ejecutaba a Hernando Pizarro (quien luego sería castigado por
matarlo a él), y, en teoría, no era ninguna insensatez tratar de evitar que el
conflicto desembocara en terribles enfrentamientos. Pero quien lo veía todo
claro, con la infalibilidad de un
profeta iluminado, era Rodrigo Orgóñez, militar de una sola pieza que
había vivido demasiado para dejarse engañar por los sentimientos: “Le respondió
a Almagro que no se mostrase tan piadoso, porque Hernando Pizarro era tal
hombre que, si viviese, se vengaría a su voluntad. El Adelantado le respondió
que no quería que lo tuviesen por cruel ni sanguinario. Le dijo que ordenara a
la gente que se preparase y que se tocaran
los tambores para que saliesen las banderas el día siguiente. Rodrigo Ordóñez
dijo que lo haría como se lo mandaba, e todos salieron de la ciudad dejando por
teniente a Gabriel de Rojas, con recaudo convenible para que guardase a
Hernando Pizarro y a su hermano Gonzalo Pizarro”.
No vendrá mal oír ahora al ‘figura’ Don
Alonso Enríquez de Guzmán hablar de lo que había ocurrido después de que
Almagro apresara a Hernando Pizarro, puesto que fue protagonista importante en
estos cruciales hechos, aunque, como siempre, hay que separar el trigo de la
paja porque le encanta denigrar a quienes odia o desprecia.
(Imagen) Algunos datos más sobre RODRIGO
ORGÓÑEZ. Aquellos que se rebelaron contra la legalidad de la Corona en las
guerras civiles, no solo perdieron sus bienes y fueron castigados con prisión,
a galeras o desterrados, sino que, en muchos casos, perdieron la vida. Incluso,
gran parte de su historial militar desapareció de los archivos históricos.
Orgóñez lo sufrió todo. En la página de archivos PARES encuentro un dato
referente a su llegada a las Indias en el mismo barco que el Gobernador de
Santa Marta (Colombia), García de Lerma,
y junto a un sobrino de este al que ya conocemos, Pedro de Lerma. Veremos que
los dos, Pedro y Rodrigo, murieron trágicamente al servicio de Almagro. Como muchos
otros, Orgóñez, que desembarcó en las Indias ya muy zurrado de las guerras
europeas, sufría las dificultades de quienes fueron hijos de nobles pero con
los inconvenientes de la bastardía, y vivían obsesionados con alcanzar la
gloria y la riqueza escribiendo páginas heroicas en el libro de la Historia. Pero,
a veces, ni eso era suficiente: tuvo que enviarle mucho dinero a su padre para
que lo legitimara, y así poder convertirse en Caballero de Santiago. Con varios
amigos, partió en una nave desde Nicaragua atraído por el prometedor Perú. Se
puso a las órdenes de Almagro y jamás lo traicionó, haciendo con él la
frustrante campaña de Chile, de donde volvió ya convertido en el más importante
capitán de aquella tropa. Nunca titubeó en su fidelidad a Almagro, ni siquiera
en las guerras civiles, en las que los dos murieron como consecuencia de la
batalla de las Salinas.
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