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Quizá la primera gran preocupación de los dos fueran los posibles desertores,
motivados por el interés o, incluso, por tener familiares o amigos en el bando
contrario. Pizarro, como ya lo había hecho Almagro, habló con sus hombres de
mayor confianza, justificando sus derechos y prometiéndoles premios: “Queriendo
Pizarro encaminar bien las cosas, aunque por parte de su compañero Almagro iban
mal guiadas, tomó consigo al bachiller García Díaz, Diego Funmayor, Diego de
Urbina, Felipe Gutiérrez, Antonio Picado
(su secretario), D Pedro Puertocarrero y algunas otras personas, y les
dijo que a todos les constaba que Almagro había cometido un delito muy grave, y
que la presencia de Su Majestad estaba tan arredrada (alejada) para castigarlo, que le pertenecía a él, como su
Gobernador, hacerlo con los que andaban alborotando las tierras y las ciudades
pacíficas. Les rogaba que quisiesen ser buenos amigos e compañeros suyos,
porque les prometía honrarlos tanto como pudiese, y les pidió que, aunque su
voluntad era la que les había dicho, diesen su parecer reunidos en consejo, ya
que el negocio era tan importante. Oído lo que el Gobernador les había dicho, a
todos les pareció que debía enviar mensajeros al Adelantado Almagro, y que las
cartas fuesen escritas con palabras blandas e amorosas, y que escribiese
también a algunos de los más importantes hombres de Almagro”. A nadie se le
escapaba que las posibilidades de éxito eran muy escasas, y le dieron otro
consejo (que en realidad no hacía falta advertírselo a Pizarro): “Le dijeron
también que enviase mensajeros a la Ciudad de los Reyes para que, si las cosas
no tuviesen buen fin, se hiciese llamamiento (militar) de gente e se
recogiesen las armas que hubiese”.
Pues en este juego de emisarios y
negociaciones, veamos cómo les fue a los representantes de Almagro que se
dirigieron a Abancay para decirle a Alonso de Alvarado que fuera ‘buen chico’:
“Salido del Cuzco Diego de Alvarado con Don Alonso Enríquez de Guzmán, el
contador Juan de Guzmán y los demás que les acompañaban, llegaron al puente de
Abancay, dijeron a los que allí estaban a lo que venían, y dos soldados fueron
adonde Alonso de Alvarado y le hicieron saber de la llegada de los embajadores
de Almagro. Les dijo que volviesen al puente y que él bajaría después para
verse con los llegados. Llamó a los capitanes Garcilaso de la Vega, Perálvarez
Holguín, Diego Gutiérrez de los Ríos, Pero de Lerma (ya sabemos que se va a pasar al bando de Almagro), Gómez de Tordoya
y algunos otros. Les dijo que quería bajar al río a recibir a aquellos
caballeros, pues eran de mucha calidad, y que estuviesen todos preparados pues
entre ellos venía D. Alonso Enríquez de Guzmán”. No se fiaba un pelo de
Enríquez por varias razones: era muy inteligente y maniobrero, a lo que se
añadía que odiaba a Hernando Pizarro (como ya sabemos) y que se había pasado al
bando de Almagro en cuanto llegó al Cuzco (incluso le ayudó a tomarlo). Resulta
también curiosa la relación de Alonso de Alvarado con Pedro de Lerma, a quien
había desplazado del mando. Aunque Alvarado era un hombre cabal y muy
respetado, todo el mundo sabía que Lerma no había podido digerir la
humillación, y muchos daban por hecho que, tarde o temprano, traicionaría a los
de Pizarro. Fue temprano.
(Imagen) Lo de Perú fue principalmente
cosa de extremeños. Haré un breve cometario sobre la trayectoria de dos de
ellos. El cacereño PEDRO ÁLVAREZ HOLGUÍN luchaba en el bando pizarrista, pero,
en medio de aquella locura de tránsfugas, cambió de chaqueta. Le veremos luchar
junto a los de Almagro en la batalla de las Salinas. Sobrevivió, y, curiosamente,
Pizarro no solo le perdonó su traición, sino que le confió una campaña de
nuevos descubrimientos. Cuando asesinaron en 1541 al ilustre gobernador
Pizarro, y quizá por acordarse agradecido de su perdón, no quiso unirse a Diego
de Almagro el Mozo, promotor del crimen, pese a que le ofreció una
capitanía, dinero, armas y caballos. Todo lo contrario: lo que sí aceptó
después, con clara fidelidad al recuerdo de Pizarro, fue el nombramiento de
justicia mayor del Cuzco, poniendo en marcha el procesamiento de los
almagristas. Por su parte, el bravo GÓMEZ DE TORDOYA, también extremeño,
abandonó los placeres de la caza para luchar bajo el mando de Vaca de Castro
contra los almagristas. Lo hizo retorciéndole el pescuezo a su halcón, y diciendo:
más tiempo
es de guerra a fuego y a sangre que no de caza y pasatiempos. Convenció a su amigo Pedro Álvarez Holguín para que se
incorporara con él a la batalla de Chupas. Ganó su bando, y Diego de Almagro el
Mozo fue ejecutado, pero tanto Pedro como Gómez fallecieron a consecuencia de
las heridas recibidas. Aunque fue una desgracia, murieron con su fidelidad a
Pizarro intacta. De haber sobrevivido, se habrían tenido que enfrentar al
difícil dilema de escoger entre la obediencia al Rey o a Gonzalo Pizarro.
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