(282) Como otras veces, Cieza, sabiendo
que estos Alvarado eran buena gente, saca su moraleja: “Estará bien que el
lector tenga un poco de atención en mirar cuánto pueden las guerras, pues
arrastran también a los sabios, a los humildes y a los pacíficos, y toda clase
de gente a hacer lo que ellas mandan. Una vez que las banderas se despliegan e
los tambores suenan, no hay cosa en el mundo que logre que los que están en
ella la dejen de seguir; bien claro se ve por estos capitanes, pues siendo
todos tan amigos desde que vinieron de Guatemala en compañía del Adelantado Don
Pedro de Alvarado, ya había ahora entre ellos la enemistad que habéis visto”.
Naturalmente, Almagro se inquietó en
extremo cuando ya habían pasado ocho días sin que sus hombres regresaran. Mandó
aviso a los soldados suyos que iban hacia el puente de Abancay para que
extremaran sus precauciones ante un posible ataque de Alonso de Alvarado: “Por
medio de dos indios que habían apresado, supieron que los enviados habían
llegado al río de Abancay, y que llevaban allí muchos días con los otros
cristianos que tenían asentado el campamento (los pizarristas). Oyéndolo, Almagro creyó que sus emisarios debían
de estar presos, y, muy pesaroso por haberlos enviado, llamó a consulta a su
General, Rodrigo Orgóñez, e a los capitanes Juan de Saavedra, Francisco de
Chaves, Salcedo, Vasco de Guevara, el maestre de campo Rodrigo Núñez, Lorenzo
de Aldana, D. Alonso de Montemayor, Gabriel de Rojas y algunos otros”. Vemos por
los nombres que menciona cómo, ya desde los inicios de las guerras civiles, aparecen
algunos tránsfugas importantes. Con el paso del tiempo, y a medida que la
situación se vuelva más dramática, el ‘baile’ de cambios de bando será tan
intenso, que resultará difícil seguirles la pista a los `volubles’. De los
almagristas recién nombrados, dos habían sido fieles servidores de Pizarro:
Lorenzo de Aldana, hombre de mucha valía, pero con gran habilidad para
arrimarse a las estrellas ascendentes, y Gabriel de Rojas, también un brillante
capitán, a quien, como vimos en su día, envió Pizarro a Chile para que
discretamente observara las andanzas de Almagro. Todo lo contrario va a
resultar Rodrigo Orgóñez; le será fiel a Almagro hasta la muerte
(literalmente). Como dije en su día, tuvo un historial militar muy importante, y,
después de batallar incansablemente por Honduras, llegó a Perú (cuando Atahualpa
ya había sido apresado) en uno de los viajes de ida y vuelta que hacía Almagro,
siempre como eficaz suministrador de hombres y provisiones para Pizarro
(lástima que tan buenos socios acabaran desastrosamente). Y recordemos que Orgóñez
era también un veterano de las guerras europeas, luciendo el timbre de gloria
de estar en el pequeño grupo que apresó en Pavía al rey Francisco I de Francia.
Personaje tan aguerrido, y conocedor de que un exceso de confianza o de
‘piedad’ podía ser fatal, tenía entre ceja y ceja la idea obsesiva de que era
necesario ejecutar al peligroso e implacable Hernando Pizarro. Ahora le va a
pedir por primera vez a Almagro que lo haga, pero después lo repetirá hasta la
saciedad. No consiguió su deseo, tuvo que aceptar las órdenes de su Gobernador,
y eso les costará la vida a los dos; así de simple.
(Imagen) Hablemos de nuevo de FRANCISCO DE
CHAVES, pero haciendo hincapié en su proceso de fidelidades e infidelidades,
originadas por las circunstancias más extremas. Estuvo en México con el
ejército que envió el Gobernador de Cuba para someter al rebelde Hernán Cortés.
Iba al mando la trágica figura de Pánfilo de Narváez, rápidamente derrotado por
el hábil y expeditivo Cortés (también aquello fue una pequeña guerra civil).
Casi todos los hombres de Narváez se pasaron a las tropas del enemigo, y, entre
ellos, Chaves, quien, tiempo después, encontró en Panamá a su paisano Pizarro.
No lo dudó un momento: partió con él para vivir intensamente el tramo
definitivo de la conquista de Perú. Asistió al apresamiento de Atahualpa, e
incluso fue de los pocos que intercedieron (sin éxito) para que no fuera
ejecutado. Veremos que, el hecho de acompañar a Almagro en su expedición a
Chile, le obligó a luchar contra Pizarro a la vuelta al surgir las guerras
civiles, y que va a ser uno los capitanes derrotados en la batalla de las
Salinas. Pizarro fue comprensivo y le perdonó la vida, confiándole nuevas
aventuras. En una de ellas, vencido por los indios, no lo ejecutaron porque
sabían que había intentado salvar a Atahualpa. La última fidelidad de Chaves a
Pizarro fue heroica: murió junto a su viejo amigo, tratando de retener a la
entrada de la casa a los conspiradores que llegaban para asesinar al Marqués y
Gobernador Don Francisco Pizarro, quien, a su vez, vendió cara su vida. Con esa
nobleza y valentía acabaron las vidas de estos dos ilustres trujillanos.
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