jueves, 31 de octubre de 2019

(Día 943) Cieza ensalza la valía de los soldados españoles. Vaca de Castro también se preparó para luchar. Declaró la guerra a Almagro y les dio permiso a sus soldados para que hicieran botín con los bienes del enemigo.


     (533) Tras desahogarse, Cieza sigue contando la historia, aunque, por su gusto, no lo haría: “Puesto que no puedo dejar de proseguir lo comenzado, aunque muchas veces retuve la mano desechando de mí el papel, será necesario que, para salir presto de tan gran agonía, digamos lo que Lope de Idiáquez y el factor Mercado hicieron. Después de salir de aquel campamento (la tropa de Almagro), que, por su locura, iba a ser sacrificado, holgándose mucho de verse fuera, caminaron hacia Huamanga”.
     Luego cuenta cómo, aun sin haber llegado de vuelta los fracasados mensajeros, se fueron preparando las cosas nerviosamente para la batalla: “Temiendo Vaca de Castro que Don Diego fuese a la Ciudad de los Reyes, e hiciese en ella más daño que cuando mató al Marqués, con el parecer de todos marchó de donde estaba hasta ponerse en la llanada de Chupas”. Cieza habla de que el enfrentamiento iba a ser entre unos dos mil hombres, y, de nuevo, pone a los españoles de Indias como los soldados más bravos del mundo: “Si esta batalla fuera dada en otro sitio, bastaría decir que se juntaron dos mil hombres para matarse. Pero causa gran admiración que hagan navegaciones tan peligrosas por el Océano, que viniendo tan poco a poco se junten tantos, y que hagan temblar a todas las naciones (de indios) que se extienden desde el Estrecho (de Magallanes) hasta el fin de la tierra, sin osar mostrarse los bárbaros contrarios a ellos. Pues bien sé yo que dos mil españoles fuera de mi patria son dondequiera temidos, e que saben usar la guerra civil con tanta crueldad como lo dará presto a entender un soldado que era Sargento Mayor en el campo de Vaca de Castro”. Esperemos que  nos dé más detalles Cieza, pero me temo que se refiere al terrible Francisco de Carvajal, ya que Vaca de Castro le asignó ese puesto.
     La llegada de los mensajeros despejaron toda duda sobre las intenciones de Diego de Almagro: “Al poco tiempo vinieron adonde el Gobernador el factor Mercado e Lope Idiáquez, dándole cuenta de que los almagristas trataron de matarlos, y de que la guerra era segura porque la paz no tenía remedio. Inmediatamente reunió Vaca de Castro a sus capitanes, y les expuso las razones por las que el choque se iba a producir, a pesar de que su deseo había sido no causar perjuicios a los almagristas. Les anunciaba que daba orden de que empezara la guerra. Tomó una disposición legal que declaraba rebeldes a los almagristas, diciendo a sus hombres: “Para que los nuestros tomen ánimo, y el castigo se haga conforme a tan gran delito, determino dar por traidores a Diego de Almagro y sus valedores, y libertad para coger lo que en su campamento fuese hallado”.
     Sus capitanes, el sargento mayor (confirma Cieza que era Francisco de Carvajal), y los demás que allí estaban respondieron: “Que, puesto que él era Gobernador del Rey, e tan docto en letras, ellos le ayudarían en todo lo que mandase ejecutar por justicia”. Luego Vaca de Castro reunió a toda los soldados de la tropa y les comunicó lo que se había decidido. Y Cieza añade un comentario que me parece discutible: “Vaca de Castro no tenía poderes para hacer por su autoridad este auto, mas, en semejantes tiempos, requiere hacerse la guerra de tal manera que la teman”. Desde luego era competencia suya declarar la guerra y rebeldes a los contrarios. Si acaso, lo que podía estar más allá de sus competencias sería la licencia de pillaje, puesto que choca con el debido juego limpio entre enemigos.

      (Imagen) Conviene hablar de quienes vamos viendo como protagonistas de las guerras civiles. Por ejemplo, DIEGO LÓPEZ DE ZÚÑIGA. Se da la circunstancia de que, con el mismo nombre, hubo otros personajes históricos de rancio abolengo, que dejaremos de lado. Sin embargo hay que aclarar que es muy fácil confundirlo con otro que estuvo incorporado por entonces a las tropas de Pedro de Alvarado, y también que, desde 1561 hasta 1564, fue Virrey de Perú el Conde de Nieva Diego López de Zúñiga, hombre demasiado amigo de las florituras cortesanas. El ‘nuestro’ supo más de luchas y sufrimientos. De estos méritos de DIEGO LÓPEZ DE ZÚÑIGA habló, el año 1592, Jerónimo de Morales, casado con Ana de Zúñiga, una nieta suya. Lo cuenta en el documento de la imagen (que resumo): “Fue uno de los principales capitanes de Don Francisco Pizarro. Estuvo en la conquista de Las Charcas, siendo fundador de la Ciudad de la Plata (la boliviana Sucre). Se puso al servicio de Vaca de Castro y peleó contra Diego de Almagro el Mozo en la batalla de Chupas. Estuvo también con el General Diego Centeno en la Ciudad de la Plata cuando se rebeló Gonzalo Pizarro, luchó con el dicho general al servicio de su Majestad, y mataron al Capitán Francisco de Almendras, que había sometido la dicha ciudad en nombre de Gonzalo Pizarro. De allí fueron a la ciudad del Cuzco, y la redujeron al servicio de Su Majestad. Sabiendo el General Centeno que Alonso de Toro, capitán de Gonzalo Pizarro, estaba con soldados en la provincia de Las Charcas, envió al Capitán Diego López de Zúñiga como embajador, con el fin de que lo redujese al servicio de su Majestad, y, por haberse desabrido Alonso de Toro con él, lo detuvo muchos días, con mucho riesgo y peligro de la vida, pero, en hábito de fraile, se escapó y volvió al campo del General Centeno. Luego fue, con el General Centeno, el Capitán Alonso de Mendoza y otros, a luchar contra Gonzalo Pizarro en la batalla de Huarina, donde peleó con mucho esfuerzo y cayó muerto de un arcabuzazo. Le robaron todo, dejando a su viuda pobre”.



(Día 942) Ya no habrá vuelta atrás. Diego de Almagro el Mozo entusiasmó a sus hombres arengándolos para la lucha. Va a empezar de inmediato la batalla de Chupas. Cieza se estremece ante la próxima carnicería entre españoles.


     (532) Se palpa el terror de los mensajeros: “No veían la hora de salir de ahí, e, tomados sus caballos, se fueron del campamento. Don Diego de Almagro, cabalgando en un poderoso caballo, mandó que toda su gente se juntase en la plaza; pronto cumplieron su mandamiento, e, poniéndose en medio, les hizo una plática”. Parece ser que el Mozo actuaba ya como un gran capitán, lo que no es de extrañar, pues los dramáticos acontecimientos que vivió en tan poco tiempo tuvieron que madurarlo aceleradamente. Según Cieza, les recordó todos los grandes méritos de su padre, Don Diego de Almagro, “que fueron un escalón por donde subieron los Pizarro, en premio de lo cual, con gran crueldad le fue quitada la vida”. Luego habló del mal trato que se les había dado, y de que Vaca de Castro, el representante del Rey, había sido nombrado con tantos poderes por influencia del obispo Loaysa (el que fue Presidente del Consejo de Indias), que no era imparcial, sino interesado en favorecer a los pizarristas. Subrayó que no quedaba más salida que la guerra, y arengó a sus hombres para que mostraran gran valor: “E, si no fuere Dios servido de darnos la gloria de la victoria, al menos, ganando la de la fama perpetua con nuestras obras, vendamos las vidas en tal precio que ninguno se determine a comprarlas”. Todos los presentes se entusiasmaron: “No hubo acabado el mozo Don diego su plática, cuando los soldados, alzadas las manos derechas, pidieron a voces la batalla. Se levantó el campamento, e, al otro día, marcharon hasta llegar a Pomacocha, donde quisieron descansar hasta saber si el enemigo había salido de Chupas, para así dar la batalla en Sachabamba, donde se podían aprovechar de la artillería”. Pero se fueron de allí, y Cieza, como siempre, ve la mano del destino entre bastidores: “Mas, como la muerte anduviese por encima de sus cabezas con hervor e calor grande, alzaron las tiendas y fueron a dormir a Sochabamba, para dar al otro día en el enemigo, o meterse en Huamanga”.
     Llega el momento de la BATALLA DE CHUPAS, y Cieza se estremece. Con palabras grandicoluentes, pero sin duda sentidas, porque, aunque no fue testigo del desastre, lo sintió en el alma, y conocía al detalle la vida de aquellos hombres, incluso a alguno personalmente, de los que murieron y de los que fueron testigos que luego le contaron los hechos. Resumo sus lamentos (en los que no falta una crítica a los abusos de la conquista): “Ya se acercaba el tiempo en que los cerros de Chupas se habían de rociar con la sangre de los que nacieron en España. Recuerden a los antiguos Incas y a su Huayna Cápac, y miren sus mares la famosa venganza que se toma del destrozo que se ha hecho en el linaje Yupanqui, e que no serán menester otras armas más que las que los temerarios (españoles) trajeron para este destrozo. Veremos cómo, teniendo el corazón atravesado con una lanza, o llevándoles la pelota de arcabuz con su furia las entrañas, e queriendo escupir por la boca el ánima, nombraban a Almagro o a Pizarro, e todos daban vivas al Rey. No sé cómo contar tanta crueldad, ni a cuál de las partes tenga por justa. Pero la tiranía es cosa fea (se refiere a la rebeldía de los almagristas) y aborrecible ante los mandamientos divinos.

      (Imagen) Cuando el capitán Peransúrez partió de la villa de  La Plata, para unirse a las tropas de Vaca de Castro, llevaba consigo entre su gente a LOPE DE MENDIETA, quizá hermano mayor del vasco, ya comentado, Juan Ortiz de Zárate. Casi nadie se acuerda de Lope, pero nos va a quedar retratado en dos documentos. El primero, del año 1552, es el que vemos en la imagen. En él aparecen los méritos  que presentó para solicitar que lo nombraran Caballero de la Orden de Santiago, y nos muestra que los miembros del Consejo de Indias le aseguraban al Rey que merecía esa distinción. Lo resumo. Lope de Mendieta, que estaba entonces en Madrid, explica que sirvió a Pizarro cuando hubo una rebelión general de los indios (liderados por Manco Inca), y luego (asesinado ya Pizarro), a Vaca de Castro en la batalla que acabó con la derrota y muerte de Diego de Almagro el Mozo. Sirvió también al virrey Núñez de Vela contra Gonzalo Pizarro, e, incluso, se había enfrentado antes a él en la batalla de Huarina bajo las órdenes del capitán Diego Centeno, donde salieron malparados; pero luego, estando al mando Pedro de la Gasca (todavía no era obispo de Palencia), consiguieron vencerlo definitivamente. Se supone que le concederían el Hábito de Santiago, pero lo disfrutó poco, porque murió un año después. Y es, precisamente, su testamento el que muestra su calidad humana. Expresó en él su voluntad de que, si seis letrados teólogos lo considerasen justo, se compensara económicamente a los indios de sus encomiendas por el posible trato abusivo que hubiesen sufrido. Curiosamente, un año después murió otro gran hombre (con solo 34 años) que nos resulta ya como de la familia: el cronista PEDRO CIEZA DE LEÓN, quien puso la misma cláusula en su testamento. Esa sensibilidad solo podía cuajar en una mentalidad profundamente cristiana, no muy probable en campañas de otras naciones.





miércoles, 30 de octubre de 2019

(Día 941) Cieza ensalza la valentía de los almagristas, que eran muchos menos que sus contrarios. Un intento de sabotear a los almagristas hizo que se rompieran todas las negociaciones de paz.


     (531) El cabal Cieza, que en tantas batallas se vio, nunca les escatimaba méritos a los españoles de las Indias (ya fueran pizarristas o almagristas): “Las palabras que Juan Diente dijo a aquellos indomables capitanes y soldados (almagristas) no les causaron ningún temor, siendo solo quinientos cincuenta, y los enemigos mil cien. No sé por qué causa tenían tan poco temor los pocos a los muchos, pues todos habían nacido en aquella tierra que al cuero del buey se compara (España), e, muy encendidos todos, pedían la batalla. Los de Vaca de Castro aguardaban con gran deseo ver qué conclusión había tenido el negocio al que había ido Lope de Idiáquez adonde los almagristas. Ocurrió que, yendo a correr el campo (como vigía) un tal Francisco Gallego, se pasó a los enemigos, e, antes de esto, habían hecho lo mismo Juan García, Pedro López de Ayala, Diego López Becerra y otros que habían sido amigos de García de Alvarado. Pero, aunque estos había huido, y se supo que algunos otros tenían el mismo deseo, no bastó para domar ni poner miedo a los diamantinos corazones de los almagristas, porque ya habían tomado en su pecho aquella decisión”.
     Llegaron al campo almagrista Lope de Idiáquez y el Factor Mercado con los mensajes de Vaca de Castro, que, realmente, estaban condenados al fracaso por sus rígidas exigencias, aunque estuvo a punto de dar pie (eterno cantar) a una contraoferta de paz: “Vaca de Castro les mandaba deshacer la tropa, e que le fuesen entregados Martín de Bilbao, San Millán, Diego de Hoces, Juan Rodríguez Barragán, Marticote y los otros que tuvieron que ver con la muerte del Marqués Pizarro (equivalía a mandarlos a la horca). Le decía también a Diego de Almagro que le sería hecha cumplida merced en nombre de Su Majestad. Se juntaron Don Diego, sus capitanes y los mensajeros, y, tratando sobre el negocio, determinaron enciar a Juan Balsa para que, perdonando Vaca de Castro a los que mataron al Marqués, en los demás se hiciese como él quisiese”.
     Luego surgió algo comprometedor para uno de los capitanes, al que ya conocemos muy bien: “Apareció una carta que Agamenón escribía a Pedro de Candía, su suegro, persuadiéndole para que falsease la artillería, pues le veía equivocado y contra el servicio a la Majestad Real, y le decía que, viendo la poca fuerza que traían, no podían dejar de ser vencidos, e después tenidos por traidores. Traía esta carta un indio del mismo Agamenón”. Parece ser que el mismo Candía, para no parecer traidor, se la llevó a Diego de Almagro. El efecto del escrito fue demoledor, porque produjo la ruptura de las negociaciones de paz: “Leída públicamente la carta, poco faltó para que los mensajeros de Vaca de Castro dejaran allí las vidas, porque Don Diego e los demás se indignaron demasiadamente, viendo que por una parte les pedían paz y por otra les hacían cautelosa guerra. E, con furioso coraje, juraron todos morir o vencer, mandando a los mensajeros que se volviesen e aquello diesen por respuesta, e que no volviesen otra vez con conciertos, porque perderían las vidas. E así se cerró todo camino de paz”.

     (Imagen) Justo ahora vemos que PEDRO LÓPEZ DE AYALA (con alguno más) abandona precipitadamente el bando de Diego de Almagro el Mozo, y se pasa al del gobernador Vaca de Castro. Acertó en su apuesta, porque los derrotados van a ser los almagristas. Pero también corrió mucho riesgo, ya que era uno de los que participaron en la preparación del asesinato de Pizarro. De hecho, estuvo encausado por el delito, pero no encuentro datos de que lo ejecutaran. Es muy probable que fuera perdonado por decidirse a luchar al servicio de Vaca de Castro, que es lo que le ocurrió a otro implicado en aquel crimen: el irascible, peleón  y gran capitán cordobés NICOLÁS DE HEREDIA (del que ya vimos algo). Pedro y Nicolás estuvieron juntos en una calamitosa campaña cerca de La Plata. Sin razones suficientes, Heredia mató a un subordinado suyo llamado Saavedra. Volvieron todos al Perú y se unieron a los almagristas. A Pedro, le perdemos la pista tras pasarse al bando contrario. Seguiremos, pues, con Nicolás, que haría lo mismo, porque, muerto Diego de Almagro el Mozo, fue admitido por Vaca de Castro en la dura expedición a Tucumán que ya conocemos. Recordemos que había varios al mando. Murió Diego de Rojas, tuvo que abandonar Felipe Gutiérrez, y ocurrió que, aunque, según lo dispuesto por Vaca de Castro, le seguía en el turno Nicolás de Heredia, usurpó el mando Francisco de Mendoza, por lo que Diego Álvarez, un capitán de Heredia, lo mató. Decidieron volver al Perú e incorporarse a las tropas que luchaban contra el rebelde Gonzalo Pizarro. Entonces Heredia se unió a otro Mendoza, el notable LOPE DE MENDOZA. Pero el terrible y hábil estratega FRANCISCO DE CARVAJAL los cercó, los derrotó y los decapitó a los dos, como se dice en el texto de la imagen, que corresponde al expediente de méritos y servicios de NICOLÁS DE HEREDIA. Sucedió en el mes de agosto de 1546.



martes, 29 de octubre de 2019

(Día 940) Mientras hacían negociaciones Almagro y Vaca de Castro. este envió como espía al corredor Alonso García Zamarrilla, quien fue ejecutado después de ser apresado por Juan Diente, corredor de Almagro.


     (530) Les pareció también oportuno pedirle a Diego de Almagro el Mozo que enviara a Juan Balsa para dejar bien asentados los términos de una paz, e incluso que fuera a su campamento Alonso de Alvarado como garantía de sus buenas intenciones. Las cartas que prepararon eran tan absurdas como las enviadas por Diego de Almagro. En el fondo le pedían que cambiara su propósito y se pusiera al servicio de su Majestad, reconociendo que estaba equivocado.
     Para mayor chapuza, iba a ocurrir un incidente peliculero y preocupante: “Habiendo dado los despachos a los mensajeros, Vaca de Castro, sin que ellos lo supieran, quiso, con disimulo, enviar como espía a un grandísimo andador, llamado Alonso García Zamarrilla, que es al que mencionamos más atrás, cuando en el cerco del Cuzco Hernando Pizarro lo mandó adonde Manco Inca, y, queriéndole este matar, se escapó de aquel lugar con sus ligeros pies, porque su sepultura había de estar en Vilcas (que es donde ahora lo van a ejecutar). Los más aparejados y dispuestos para espías en este reino eran este y Juan Diente, que fue el que lo prendió, como diremos. Rapada la barba y sin el hábito español, se puso el traje de los indios, llevando en la boca la hierba tan preciada que se cría en los Andes (era un atleta, pero se dopaba con coca). En una pequeña mochila puso las cartas que le dio Vaca de Castro para Don Diego de Almagro y sus capitanes. Tenía la misión de que, mirando cómo estaba asentada y ordenada la tropa de los almagristas, volviese con toda diligencia a dar cuenta de ello. Así salió Alonso García Zamarrilla. Luego, también se despidieron del Gobernador Lope de Idiáquez y el Factor Mercado, mensajeros de Don Diego”.
     Y se produjo el drama: “También los almagristas estaban alerta para que sus enemigos no los tomasen descuidados, y enviaban corredores por todas partes. Y un día que le tocó a Juan Diente, excelente soldado, subió a un collado, cerca de Vilcas. Como Alonso García venía caminando hacia aquel lugar, fue visto por Juan Diente, mas creyó que era un indio, y bajó hacia aquella parte. Alonso García, que no iba descuidado, lo reconoció, e, viendo que era de los enemigos, se fue por otro camino. El adalid (quizá en el sentido de ‘el mejor en los suyo’) Juan Diente, que le excedía en ligereza, siguiéndole el rastro, y conociendo por su mucha experiencia que no era indio, lo alcanzó metido en una cueva. Y, aunque Alonso García era grandísimo andador e singular espía, fue apresado por Juan Diente, que le superaba, pues ninguno en el reino se le igualaba”.
     Juan Diente llevó preso a Alonso García al campamento de Vilcas, donde lo sometieron a tortura para que hablara: “Confesó ir como espía y con cartas de Vaca de Castro (para animar a algunos a pasarse al bando del Rey). Don Diego mandó que, por el daño que podría haber causado, fuese ahorcado. Cuando le iban a echar la soga a la garganta, dijo: “Hay contra vosotros mil cien hombres de guerra, muy bien preparados y con gran deseo de destruiros. Y digo esto porque, aunque me quitáis la vida, me pesa que os perdáis’.  E luego, girado el garrote, entregó el ánima”. Quizá, por haber sido almagrista, tuviera amigos en aquel bando.

     (Imagen) A veces ocurre, y es una pena, que resulta imposible encontrar datos suficientes para hablar de conquistadores que tuvieron mucho mérito (en realidad, como casi todos) pero permanecieron en segundo plano. Ahora hablaré de dos que merecen ser sacados del olvido, aunque me vea obligado a imaginar sus aventuras. Se dedicaron a lo mismo, porque tuvieron ambos una idéntica habilidad especial. Fueron los mejores en lo suyo. Sin duda se admirarían y apreciarían mutuamente, pero desde bandos contrarios, lo que trajo como consecuencia que uno provocara la muerte del otro. Su trabajo más habitual consistía en hacer de mensajeros o de espías, atravesando largas distancias en pleno territorio de indios, disfrazados como tales, y sin poder usar caballos para no ser reconocidos como españoles. Eran verdaderos atletas y veloces como el viento. Se llamaban ALONSO GARCÍA ZAMARRILA y JUAN DIENTE. El primero fue tiempo atrás apresado por Manco Inca. Lo dejó libre. Hernando Pizarro no le creyó que los indios iban a cercar el Cuzco, y, cuando ocurrió, Zamarrilla se portó como un héroe, siendo uno de los que hicieron huir a los nativos de la fortaleza de Sacsahuamán. Participó también en la fundación de la ciudad de Huamanga. Vemos ahora que el otro “de pies ligeros” (como diría Homero), el gibraltareño JUAN DIENTE, lo apresó cuando espiaba a los almagristas, y que estos lo ahorcaron. Luego Juan Diente (que había participado en el asesinato de Pizarro) fue ejecutado pasados solamente unos meses, tras salir derrotado en la batalla de Chupas y ser apresado por el burgalés DIEGO DE ROJAS, quien, a su vez y dos años más tarde, después de una gloriosa campaña en la zona de Tucumán, murió en 1544, como ya vimos, de un flechazo envenenado. Los tres, grandes; los tres, trágicos.



lunes, 28 de octubre de 2019

(Día 939) Demostrando que ambos bandos tenían un incontrolable miedo a empezar la guerra, hicieron desesperados (e inútiles) intentos de evitarla.


     (529) Cieza nos cambia de tercio para hablarnos de las actividades de Vaca de Castro. Ya vimos que había evitado el conflicto entre sus capitanes Perálvarez Holguín y Alonso de Alvarado, y que tenía prisa por enfrentarse a un problema inminente. El capitán Diego de Rojas se había hecho fuerte en Huamanga, y se temía algún ataque de los almagristas, por lo que Vaca de Castro partió hacia allá para ayudarle: “Llevaba como secretario a Pedro López, natural de Llerena, y con el Estandarte Real iba Rodrigo de Campo. Habló amorosamente a los indios huancas para que le ayudasen como porteadores, y ellos lo hicieron así. Como en el reino se tenía por cierto que había de darse la batalla entre los de Pachacama (pizarristas) y los de Chile (almagristas), hacíanse grandes plegarias, especialmente en la ciudad de Lima, donde se pedía el auxilio divino e que la victoria fuese para Vaca de Castro, pues en nombre del Rey hacía la guerra. Según avanzaban, se llevó un buen susto porque había rumores de que la tropa de Diego de Almagro estaba ya muy cerca de Huamanga. Fue una falsa alarma y tuvieron tiempo de llegar pronto a la ciudad e instalarse en ella, emplazando debidamente la artillería.
     La situación no podía ser más inquietante, y Cieza nos muestra claramente que ambos bandos estaban dispuestos a luchar, pero llenos de miedo porque el choque sería brutal. No solo Lope de Idiáquez, el mensajero de Almagro, estaba en camino con las duras cartas que, entre súplicas y amenazas, le pedían a Vaca de Castro que renunciara a pelear, sino que, también ahora, los pizarristas, angustiados, se preguntaban qué hacer. Temerosos por el inminente enfrentamiento, trataron también de evitarlo, y de la misma manera: con desesperados mensajes. Todo ello de forma irracional, pues unos y otros sabían, sin duda, que se empeñaban en algo imposible. La proximidad de la muerte les cegaba la vista.
     Resultaría cómico si no fuera trágico. Porque la situación recuerda, casi al pie de la letra, las negociaciones que hubo en su día entre Pizarro y Almagro para zanjar los límites de sus gobernaciones. Aquellas fueron agotadoras y pesadísimas, pero también condenadas al fracaso, con tan nefasto resultado que hubo guerras, fue ejecutado Almagro y, como consecuencia de todo ello, asesinaron a Pizarro. Pues ahora veremos más de lo mismo: ríos de sangre.
     Cuando los escribanos pizarristas estaban preparando los textos para que Diego de Almagro desistiera de su rebeldía, llegaron los mensajeros almagristas con las cartas que exponían las exigencias del bando contrario para renunciar a la guerra. A Vaca de Castro le sentó fatal: “Vistas las cartas de Almagro y sus capitanes, mostró tener enojo y desabrimiento, mas, dudando de seguir la guerra e deseando la paz, conociendo que habría gran mortandad, ya que, de una parte y de otra, había hombres tan animosos y con tanta fortaleza, quiso rehuir de sí esa responsabilidad, y llamó a consulta a los más principales de su campo, e se decidió escribir a Don Diego y a sus capitanes con toda benevolencia e humildad, para atraerlos al servicio de su Majestad.

     (Imagen) PEDRO LÓPEZ DE CAZALLA. Ya hablé de él, pero voy a ampliar algunos datos sobre sus andanzas. Recordemos que estuvo presente en el asesinato de Pizarro, salvando la vida de milagro, y que, luego, con Juan de Barbarán y su mujer se dio prisa en cubrir con un paño al difunto y enterrarlo. Era primo del cronista Cieza, y nacido, como él, en Llerena.  Fue secretario de Pizarro y de Vaca de Castro, colaborando más tarde con el Virrey Núñez Vela. Lo cual es una prueba de su prestigio profesional.  En 1548 coincidió Cieza con él en Lima. Seguro que, conociendo su avidez por contrastar informaciones, le dio acceso a muchos de los documentos que copia en sus crónicas. Se hizo muy rico por su instinto comercial, invirtiendo parte de las ganancias en Sevilla. Estuvo casado dos veces, y se da la circunstancia de que la segunda mujer era Paula Ordóñez de Silva, la viuda de un personaje muy complicado, el capitán Alonso de Toro, quien estuvo al servicio del rebelde Gonzalo Pizarro, y murió de manera trágica. Ya conté que maltrató a su suegra y lo mató su suegro, algo que no produjo ninguna pena en el Cuzco porque era un tipo muy impopular. Pedro López de Cazalla fue otro de los españoles de Indias que olfateaban cuándo les liba a llegar el momento de despedirse de este mundo, y hacían su testamento como quien coge el tren en marcha. Firmó el documento el 17 de febrero de 1570, y murió un día después. Ordenó ser enterrado en el Cuzco, en el monasterio de San Francisco. Encargó, como era costumbre entre los ricos, casi una infinidad de misas por su alma, incluso en la parroquia de Llerena. No tuvo hijos de sus dos matrimonios, pero sí uno de una mujer india, llamado Diego López de Cazalla, al que legitimó, lo envió a España y le dejó la mayor parte de sus bienes, quedando todo bajo la tutela de Lope de Llerena, un hermano del testador.



sábado, 26 de octubre de 2019

(Día 938) Almagro el Mozo 'le exigía' en su carta a Vaca de Castro que le respetara la gobernación heredada de su padre, amenazándole con la guerra si no lo hiciese, y al mismo tiempo presumía de lealtad al Rey. La carta enviada por sus capitanes fue igual de dura.


     (528) Almagro le dice a Vaca de Castro que desista de luchar contra él, y le pide lo imposible, renunciar a los poderes que el Rey le ha dado: “Depuestas las armas, estese Vuestra Merced en esa Gobernación de la Nueva Castilla, dejándome a mí en esta (la heredada de su padre, Nueva Toledo), de la que el Rey me ha hecho merced, hasta que se sepa la voluntad de Su Majestad, porque es la que obedeceré yo”. Le hace responsable a Vaca de Castro de todas las desgracias que se puedan producir si no cambia de actitud, y le advierte que “procuraré dilatar esta lucha hasta saber lo que Su Majestad conteste al despacho que le he enviado de mi parte con Jerónimo de Zurbano, y, si Vuestra Merced no hace lo que le pido, no partiré del campo de batalla hasta que una de las dos partes quede vencida”. Le dice también que sabe que los pizarristas están tratando de ganarse la voluntad del rebelde Manco Inca, pero confía en que pronto “venga a ayudarme a hacer la guerra, porque, aunque es indio, conoce las traiciones e maldades de los pizarristas, y la justicia e razón que yo tengo”. Para suavizar su agresivo tono, termina la carta indicándole a Vaca de Castro que “tengo por cierto que Vuestra Merced no tendría intención de hacerme ningún agravio si estuviera en total libertad”. La carta está fechada el cuatro de setiembre de 1542.
     La que le enviaron a Vaca de Castro los capitanes era más breve, pero igual de contundente (incluso sazonada  con la firmeza militar) y basada en la misma argumentación. Recojo parte de ella: “Suplicamos a Vuestra Señoría que, pues su Majestad no puede ser servido con la muerte de tanta gente, y esta no se podrá evitar viniendo Vuestra Señoría en compañía de nuestros enemigos, que se aparte ya de ellos y se ponga a mediar, hasta que Su Majestad, informado de los derechos que el Gobernador Almagro tiene, exponga su voluntad, pues los que hasta ahora le hemos sustentado y ayudaremos hasta morir por los derechos heredados de su padre, don Diego de Almagro, certificamos a Vuestra Señoría que, si persevera en venir contra nosotros con mano armada, nos hallará en los límites de la Gobernación defendiéndola contra todos los del mundo, hasta que los de una parte queden vencidos”.
     Hacen también una advertencia (quizá jugando de farol) para quitarle a los pizarristas de la cabeza la idea de que muchos almagristas deseaban pasarse a su bando: “Podría ser que Perálvarez, Tordoya e los apasionados que de acá fueron en su compañía le digan a Vuestra Señoría que  vengan contra nosotros, dándole a entender que, oído el nombre del Rey, unos de los nuestros se irían a su bando, e otros huirían a Chile. A esto respondemos que el Gobernador Almagro e los que con él estamos tenemos la voz de Su Majestad, e deseamos más su servicio que nuestras propias vidas e haciendas, para que en ningún tiempo dejemos de ser tenidos por muy verdaderos súbditos e vasallos suyos”. Las firmas de la carta nos revelan la relevancia de ciertos capitanes almagristas: “Juan Balsa, Diego de Hoces, Diego Méndez, Martín de Bilbao, Cárdenas, Pedro de Candía, Marticote, Juan Gutiérrez Malaver, Pedro de Oñate y Juan Pérez. Escrita la carta, fue entregada a Lope de Idiáquez para que se la diese a Vaca de Castro, deseando que, con total firmeza, evitase la ruptura, ajustándose a que, como dijo Cicerón, nunca hubo tan mala paz que no fuese mejor que una guerra”.

     (Imagen) Vemos, en la complicada letra del registro de embarque  que aparece en la imagen (fechado en junio de 1534), el siguiente dato: “Jerónimo de Zurbano, hijo del licenciado Sancho Díaz de Zurbano y de doña María de Arbolancha, natural de Bilbao. Pasó en la nao de Sancho Prieto al Perú (dos testigos juraron que no era de los prohibidos)”. Nos toca, pues, hablar de alguien apenas conocido, pero de muy intensa biografía: JERÓNIMO DE ZURBANO. Tenía parentesco con la nobleza vizcaína y era, sin duda, de una familia bilbaína bien situada,  probablemente relacionada con el mercadeo portuario, porque desarrolló en las indias actividades varias: soldado, mercader y marino, sin que le faltaran importantes cargos administrativos. Resulta muy llamativo que le concedieran permiso para traficar con la enorme cifra de 150 esclavos negros. Estuvo al servicio de Pizarro en la lucha contra el cerco de Manco Inca y sus indios. Todo indica que hizo dos viajes de vuelta a España, donde, hacia 1540, se casó con Petronila de Zurbarán. Da la impresión de que sus lealtades con los bandos de las guerras civiles fueron oportunistas. Por lo que nos cuenta Cieza, sabemos que Diego de Almagro el Mozo le envió a España para defender su causa ante el Rey. Fue entonces cuando se casó, y, a su vuelta, se entregó a la causa realista, en la que sirvió al mando de una flota. Luego hubo un duelo entre dos taimados y peligrosos gallos de pelea: aunque Hernando Pizarro presentó una demanda contra él por participar en el asesinato de Pizarro (para defenderse, volvió a España), hay constancia de que el Rey le otorgó al escurridizo JERÓNIMO DE ZURBANO un trato de privilegio, pues quedó libre de toda responsabilidad, y se premiaron sus actuaciones militares (luchó también al lado del gran Pedro de la Gasca). El resto de su vida estuvo lleno de éxitos y honores. Le dio tiempo para fundar la ciudad costera de San Vicente de Cañete (hoy con 90.000 habitantes), y murió en el Cuzco hacia el año 1567.



viernes, 25 de octubre de 2019

(Día 937) Diego de Almagro el Mozo le escribe una carta a Vaca de Castro con muy poco tacto, e incluso amenazante, centrándose exclusivamente en defender sus pretendidos derechos.


     (527) Estando ya muy cerca del emplazamiento de Vaca de Castro, los almagristas decidieron enviarle un mensaje para que se negociara la paz. Redactaron para Vaca de Castro una larga carta, firmada por Almagro el Mozo, y otra, más breve, escrita por sus capitanes. El incansable Cieza pudo verlas después con sus propios ojos, copiándolas íntegramente,  pero haré un resumen de lo esencial. Empieza él con el siguiente comentario: “De las cuales yo tuve los originales (quizá las viera en algún archivo de Lima), e las pondré a la letra, como acostumbro a hacer con otras que he puesto y pondré”. Es consciente del valor testimonial e histórico de este tipo de documentos. La primera carta se la dirige personalmente Diego de Almagro a Vaca de Castro. Lo cierto es que se trataba, una vez más, de un esfuerzo baldío, porque el Mozo, cosa lógica, quería vender ‘sus’ argumentos, y, como se suele decir, a Vaca de Castro le iban a entrar por un oído y salir por el otro. El encargado de llevar los documentos fue Lope de Idiáquez, en quien el Mozo confiaba mucho para defender su causa.     
     La carta para Vaca de Castro empezaba muy mal, de forma ofensiva. Le decía que se asombraba en gran manera de que, viniendo desde España como juez nombrado por el Rey, se pusiera de parte de quienes habían provocado todo el alboroto. Llega a reprocharle que se ha conjurado con los de Pizarro contra él, olvidándose de cómo fue asesinado su padre, y de que le han quitado la gobernación que le corresponde por herencia. Luego deforma la argumentación, nuevamente con falta de tacto hacia Vaca de Castro,  haciéndose el mártir y considerándose libre de toda culpa: “Sabiendo de la venida de Vuestra Merced en mi perjuicio, con mano armada e con mis enemigos, o, por mejor decir, de Su Majestad, temiéndome ser Vuestra Merced damnificado de los que me parecen favorecerse, salí al Cuzco para irle a buscar, e, llegando aquí, supe lo que no poco me ha escandalizado”.
     Insiste en sus derechos de gobernador, y vuelve a soltar inconveniencias: “E digo que los que me siguen e yo somos servidores e vasallos de Su Majestad, e peleamos bajo su imperial estandarte, defendiendo esta merced (la gobernación heredada) hasta que Su Majestad mande lo que más convenga a su servicio, pues, en caso de que yo sepa que su voluntad sea que no tenga yo esta gobernación, la dejaré, juntamente con las armas”. Se olvida también, de forma interesada, de que Vaca de Castro era precisamente el Juez encargado por el Rey, con plenos poderes (que abarcaban toda la gobernación de Perú), para someter a su autoridad a los que allí vivían y dictar sentencia sobre el pleito entre almagristas y pizarristas. El asesinato de Pizarro lo ‘juzgó’ Vaca de Castro de inmediato (con todo derecho) como una rebeldía contra el Rey que convirtió a los pizarristas en los buenos de la película. Continúa diciendo que, si Vaca de Castro no se hubiese juntado, o se apartara, de sus enemigos los pizarristas, le obecería como lo hace con el Rey. Y, acto seguido, le amenaza abiertamente: “Pero, no haciéndolo así, certifico a Vuestra Merced que mis hombres y yo iremos a defender los límites de esta gobernación, e atacaremos a todos los que quisieren usurparlos”.

     (Imagen) García de Lerma fue un caso raro, ya que su verdadera experiencia era la de espabilado mercader y, sin embargo, tuvo cargos políticos de mucha importancia en las Indias, adonde fue  varias veces. En uno de sus viajes, llegó el año 1529 como flamante Gobernador del territorio colombiado de Santa Marta. Lo que nos interesa ahora es que, dentro de la larga lista de sus acompañantes, figuraba LOPE DE IDIÁQUEZ, que ya había batallado antes en Cuba, México y Guatemala; de él nos acaba de decir Cieza que era muy amigo de Diego de Almagro el Mozo. Esa terminación en ‘ez’ de su apellido engaña. En realidad es vasco. En los archivos aparece Lope relacionado con otros paisanos, como Zabala y Zurbano (de quien hablaremos en la próxima imagen). Además de ser soldado, el año 1530  actuaba como funcionario en Santa Marta, ejerciendo el cargo de Contador. Cuando se trasladó a Perú, y estando al servicio primeramente de Diego de Almagro el Viejo, y después, de su hijo, su larga experiencia militar, su cultura y su sensatez hicieron que se le confiaran varias misiones de negociar la paz con el bando contrario. Naturalmente, fracasó, porque las posturas eran irreconciliables. Participó, como almagrista, en la batalla de las Salinas.  Pero el mal resultado de la negociación que hizo en 1542 con Vaca de Castro, provocó que Diego de Almagro el Mozo lo considerara un traidor, y que Idiáquez, dolido, se pasara al enemigo. Derrotado Almagro, Idiáquez habló en su defensa, pero fue degollado. Sin duda, continuó siendo fiel al Rey, porque en 1549 formó parte de la gloriosa expedición que hizo Pedro de Valdivia a Chile, aunque es muy probable que, poco después, LOPE DE IDIÁQUEZ muriera luchando contra los durísimos indios araucanos.



jueves, 24 de octubre de 2019

(Día 936) Cieza empieza a exponer los preparativos de la batalla decisiva. Ensalza la valía de los almagristas, pero su número era menor. Un clérigo que venía de Lima les aseguró que Vaca de Castro no contaba con tantos hombres como se decía.


      (526) Las informaciones de Manco Inca pusieron en acción inmediata a Diego de Almagro el Mozo: “Oído lo que decimos, mandó que saliese con toda furia Juan Balsa del Cuzco con el resto de los soldados que allí había, y ordenó a su Teniente, Juan Rodríguez Barragán, que tuviese gran cuidado de la ciudad”. Partió Juan Balsa de inmediato, y alcanzó al resto del ejército en Jaquijaguana, donde se había aposentado Diego de Almagro el Mozo. Era una buena tropa, y Cieza subraya que había algunas ausencias irreparables: “La gente que allí estaba junta, si no les faltara Juan de Rada o Sotelo, ciertamente, podrían acometer cualquier gran hecho, aunque muy dificultoso fuera”.
     Estamos ya en los preámbulos de la gran batalla de Chupas, y Cieza le va a dedicar una atención especial a lo que fue sucediendo, consciente de su gran importancia histórica. Como excelente investigador, nos mostrará íntegras algunas de las cartas que se cruzaron entre los dos bandos, en un intento desesperado (sobre todo por parte de los almagristas) de evitar el choque, pues era de prever que, dada la valentía y profesionalidad de los contendientes, resultaría muy sangriento. Será necesario resumir el extenso relato, pero procurando conservar el dramatismo de aquella batalla fratricida.
     Cieza empieza la narración de la inminente guerra alabando la perfecta disposición del ejército de Almagro (y, al mismo tiempo, anuncia su próximo desastre): “Llevaban tan buen orden que ninguna otra tropa de este reino lo ha llevado mejor. Entre todos los soldados había  afinidad e distribución muy conjunta, pero la mutación del tiempo e su fragilidad presto les cubrió a todos de una calamidad tan grande como los cerros de Chupas darán testimonio para siempre. No embargante el  buen orden que tengo dicho, y que había capitanes animosos, soldados valentísimos y artillería excelente, pareciéndoles que eran pocos para resistir a los muchos enemigos que contra ellos se estaban juntando, Don Diego y los capitanes de quienes él más se fiaba entraron en consulta para tratar sobre lo que debían hacer y más sano les sería”.
     ¿Cómo no pensar en lo angustioso de la situación? En ambos bandos sabían que muchos iban a morir en la batalla, e incluso después de  ella si resultaban derrotados. Quienes estaban especialmente preocupados eran los almagristas, por considerarse en inferioridad de condiciones. No solo de fuerza militar, sino que también les pesaría en el ánimo su situación de rebeldes contra el representante legal del Rey. Su primera decisión fue rehuir, de momento, el encontronazo. Se desplazaron hasta el puente de Apurima, lo repararon y pasaron al otro lado del río. Pero entonces les llegaron noticias alentadoras, aunque habrá que esperar a que Cieza nos diga si eran veraces: “Un clérigo llamado Márquez, el cual venía de Lima, llegó a aquel lugar, e fue muy bien recibido por Don Diego y su gente, y les dijo que no temiesen dar la batalla a Vaca de Castro, porque la gente que había juntado no era tanta como se decía. Con las pláticas de este clérigo tomaron ánimo, diciendo Martín de Bilbao e otros capitanes que se diese batalla a Vaca de Castro. También Don Diego estaba conforme, y, entre todos, se decidió hacerlo. Después el padre Márquez dijo misa delante de todos los españoles, y, acabada, juró, por aquel Cuerpo verdadero de Dios que en el cáliz había estado, que lo que había dicho a los capitanes e caballeros del campo era verdad. E, oído el juramento, todos se alegraron”.

     (Imagen) Nos hemos dejado atrás a JUAN PÉREZ DE GUEVARA, nacido en 1512, al que ya dediqué una imagen sobre su meritoria fundación (en varias fases) de la ciudad de Moyobamba. Habría mucho más que contar de este gran personaje. Añadiré algo. Como vimos recientemente, Vaca de Castro le encargó que retuviera en el puerto de Lima una nave para poder huir si vencían los almagristas. Por esa razón, Guevara no participó en la decisiva batalla de Chupas, evitando todo riesgo, pero sin poder presumir en su hoja de servicios de haber estado en ella. Sin embargo, su vida posterior fue novelesca. Su vieja fidelidad a Pizarro le hizo cometer un grave error. Se puso al servicio de Gonzalo Pizarro, y parece ser que intervino a su lado en la batalla de Iñaquito, donde fue derrotado y asesinado el virrey Núñez Vela. Poco después se dejó convencer por Lorenzo de Aldana, uno de esos hombres que brillaron por su sentatez en las Indias, y decidió enrolarse en las fuerzas leales a la Corona. Más tarde batalló bajo el mando de otro gran sensato, Pedro de la Gasca, el repesentante del Rey. Tuvo posteriormente una participación estelar luchando, como Capitán de la Caballería, contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón. Lo derrotó y apresó, pero salió malherido. En un informe se dice: “Recibió cuatro arcabuzazos, el más grave en la cara, sin abandonar su puesto hasta desbaratar las tropas de Hernández Girón”. La Audiencia de Lima le reconoció mucho mérito por haber resistido y vencido a unos enemigos muy numerosos y bien armados. Demostró también ser magnánimo en la victoria, porque se limitó a desterrar a enemigos que había apresado. Como era de suponer, el que no se libró de ser ejecutado fue Francisco Hernández Girón. El año 1569 falleció en Moyobamba JUAN PÉREZ DE GUEVARA, dejando allí siete hijos a cargo de su mujer, María de Carvajal.



miércoles, 23 de octubre de 2019

(Día 935) El ambiente en la tropa de Diego de Almagro el Mozo era muy conflictivo. Perdonó la vida a dos de sus hombres, pero ejecutó a tres por traidores. El emperador Manco Inca quiso aliarse con Diego de Almagro el Mozo.


     (525) Pero se rehizo: “Vio que le convenía apretar las manos y armar bien su ejército, pues contra él se juntaba todo el poder del Perú. Por tener sospecha (de la fidelidad) de Martín Carrillo e de un vecino del Cuzco, los mandó prender, y escribió a la ciudad de Arequipa una carta a un tal Idiáquez, al que tenía por amigo, pidiéndole consejo sobre lo que haría con ellos, y le contestó que lo que le convenía era ni llevarlos ni dejarlos (o sea, matarlos), y, aunque Don Diego entendió bien la respuesta, no quiso usar de tanta crueldad, sino dejarlos presos, y, al cabo de pocos días, los soltó”.
     Diego de Almagro el Mozo salió con parte de su tropa del Cuzco, donde dejó el resto de los soldados bajo el mando del General Juan Balsa (“hombre de poco ánimo”, comenta Cieza), estando previsto que les alcanzaran después, y quedando como Teniente de Gobernador de la ciudad Juan Rodríguez Barragán. Pero Diego de Almagro iba de susto en susto. Da pena verlo tan joven y enfrentado a incidentes tan graves. Y, esta vez, no le va a quedar más remedio que ser implacable: “Estando ya Don Diego fuera del Cuzco, le avisaron de que había algunos que querían huir a pasarse a los enemigos, los cuales eran Pedro Picón, Alonso díaz y Juan Montañés, todos bien valientes e animosos. Pareciéndoles mal la empresa que traían, querían, dejando a su Capitán, pasarse al que venía en nombre del Rey, e, incluso, con poder de perdonarlos. Y, aunque con mucho secreto quisieron salir de su campo, Don Diego lo supo, y pronto fueron apresados e sentenciados a muerte, la cual les fue dada con un cordel e un garrote, para que escarmentasen en ellos los demás”. Una y otra vez nos muestra Cieza los conflictos internos que había en la tropa de Almagro el Mozo, así como la sensación de que su moral era muy baja: no era ninguna broma rebelarse contra la Corona.
     Lo que nos cuenta a continuación puede servirnos para entender por qué, como vimos en una imagen anterior, Diego Méndez, Gómez Pérez y otros cinco españoles, huyendo para salvar sus vida tras la derrota de Chupas, fueron acogidos por Manco Inca, el rebelde emperador (con pocas tropas, pero legítimo): “Manco Inca, sabiendo los movimientos que había entre los españoles, que Vaca de Castro estaba en Jauja y alguna de su gente en Huamanga, y que Don Diego estaba fuera del Cuzco, como él aborrecía en tanta manera a los Pizarro, envió mensajeros a Don Diego, diciéndole que se había retirado a Victos y Vilcabamba, y abandonado su patria por el mal tratamiento que Pizarro le hizo, e por el mucho oro que le pedía, por la cuales causas movió guerra contra los cristianos, e la tuvo hasta que su padre (el del Mozo) vino de Chile, y le rogaba que, por la amistad que tenía con él, fuese a Huamanga, pues allí le saldría de paz. Le hacía saber que Vaca de Castro estaba en Jauja con potente ejército, e que en Huamanga tenía alguna gente”. Lo que quiere decir que, a pesar de que Manco Inca también había luchado contra Diego de Almagro el Viejo (recién venido de Chile) durante el cerco en que mantuvo a la ciudad del Cuzco, conservaría algún buen recuerdo de los intentos de paz que hubo entre ellos, y es posible que aún tuviera la esperanza de negociar con los almagristas una alianza que le asegurase un futuro más tranquilo que bajo el dominio de los pizarristas.

     (Imagen) Cuando Jerónimo de Aliaga (al que he dedicado la imagen anterior) hizo un viaje a España, actuó como testigo en la valoración de méritos y servicios de un sevillano llamado HERNÁN MEJÍA DE MIRAVAL. Hay que hablar de él porque, si bien ahora está olvidado, brilló mucho en las tierras peruanas y chilenas. Su mayor proyección fue muy posterior a las guerras civiles, aunque en 1546 se unió a las tropas de Pedro de la Gasca cuando, asombrosamente, solo tenía 15 años. Da que pensar que, dos años después, aparezca en la decisiva batalla de Jaquijaguana un Hernán Mejía como capitán de arcabuceros. O este Mejía era otro, o ‘el nuestro’ tenía que ser mayor de lo que se cuenta. Tras derrotar La Gasca a Gonzalo Pizarro en ese encuentro, envió una expedición a la actual zona argentina de Tucumán para, entre otras coas, establecer un asentamiento que facilitara una ruta directa desde Lima hasta Buenos Aires. Hernán Mejía se apuntó a la aventura, y eso marcó el resto de su trayectoria. Desarrolló una actividad frenética y participó en muchas fundaciones, entre ellas la de la ciudad, hoy todavía muy importante, de Santiago del Estero. Tuvo también Mejía un  curioso proyecto, que, al parecer, no cuajó. Quizá fuera en gran parte una fantasía suya, pero se lo expuso al Rey con datos que ya vimos anteriormente, porque hace referencia a la fracasada expedición que financió el obispo Gutierre de Carvajal. Le decía al Rey que, “de aquella armada, enviada hacía muchos años, habían quedado perdidos como mil hombres, que estaban ya avecindados en aquella tierra, y se ofrecía a descubrirlos y encontrar el mucho oro y plata que allá había”. Tenía tal prestigio de capacidad y honradez, que en 1590 fue comisionado, por decisión unánime de los residentes en tierras tucumanas, para ir a España y conseguir de la Corona beneficios y ventajas administrativas. Tras el viaje, se apagó su rastro. Murió hacia el año 1593, y, casi con toda seguridad, en España, aunque se discute si en Sevilla o en Madrid.



martes, 22 de octubre de 2019

(Día 934) En el campo de Vaca de Castro volvió a haber otro pique entre Holguín y Alonso de Alvarado, que pudo haber acabado muy mal, pero le hicieron entrar en razón a Holguín. Por su parte, Almagro el Mozo tuvo que tranquilizar a los amigos del fallecido García de Alvarado. Los indios mataron a varios soldados de Almagro.


     (524) Algo en el carácter del gran militar Perálvarez Holguín lo convertía en un tipo desquiciante. Y así, hasta al muy sensato Alonso de Alvarado lo hizo perder los nervios. La escena va a parecer un sainete: “Alonso de Alvarado se enojó tanto, que lo desafió por medio de una carta y, al verla Perálvarez, se airó en demasía. Cuando quería salir al desafío, se enteró Vaca de Castro, llamó a Alonso de Alvarado, y le rogó que, pues era el capitán más antiguo y siempre había servido al Rey, no quisiese, por tan livianas cosas y en tiempo tan dificultoso, mostrarse enemigo de Perálvarez. Luego le mandó al secretario Pedro López que le pidiese a Perálvarez la carta del desafío, el cual le respondió que no mirase en aquellas cosas, pues ya la había rasgado. Vaca de Castro (que estaría ya histérico) tornó a mandar a Pedro López, a Lorenzo de Aldana e a Frrancisco Godoy para que les diese la carta, y, hecha pedazos, se la envió a Vaca de Castro. Interviniendo Godoy, Aldana y Garcilaso de la Vega, los hicieron de nuevo amigos y quedaron tan conformes como lo estaban antes”. En resumen: discusiones insensatas por simplezas, con el riesgo de que cualquiera de los dos capitanes, tan importantes para las tropas de Vaca de Castro, hubiese muerto.
     Llegó el momento de que partieran de Jauja Vaca de Castro y los suyos, pero Cieza nos traslada al Cuzco mostrándonos que la traumática muerte de García de Alvarado había creado bastante malestar entre algunos de los hombres de Diego de Almagro el Mozo: “Viendo el descontento que había entre los amigos de García de Alvarado, habló Almagro con Martín Carrillo, Baltasar de Castilla e otros principales (partidarios de Alvarado), diciéndoles que les haría mercedes y que hubo sobrada razón para matar a García de Alvarado. Ellos se mostraron contentos de seguirle. Luego todos acordaron enviar a un tal Aguirre, vizcaíno, con diez de a caballo, para que fuesen hacia Huamanga, y tomasen un indio intérprete, conocedor de aquellas tierras, pues les era muy conveniente tener información. Partieron para cumplir la orden de Don Diego, y, enterados pronto de que Vaca de Castro estaba en Jauja con mayor potencia que Don Diego, les pareció saludable mostrarse de su parte y abandonar a Don Diego”.
     Lo que sigue lo narra Cieza de manera confusa. Viene a decir que Aguirre iba por delante y lo mataron unos indios. Sus diez acompañantes se vieron luego tan acorralados que les fue imposible regresar al Cuzco, de manera que tuvieron que retirarse hacia la ciudad de Huamanga, y allí el capitán pizarrista Diego de Rojas, después de apresarlos, ejecutó a la mayoría de ellos.
     Se entristeció  Diego de Almagro al conocer la noticia, con la sensación de que demasiadas cosas estaban saliendo mal, y hasta tuvo otro problema con dos soldados, uno de ellos el retorcido Martín Carrillo (recordemos que era muy amigo de García de Alvarado, y el otro lo sería también).

     (Imagen) Hablemos de JERÓNIMO DE ALIAGA. Una coma traidora me despista. Leo: “Nacido en Segovia, en 1508 fue a Castilla del Oro”. En realidad, nació el año 1508, y llegó al territorio indiano de Castilla del Oro hacia 1528. Protagonizó una brillantísima hoja de servicios en el campo militar y en cargos administrativos, sobre todo desde el año 1530, en el que se unió a la prometedora locura de Pizarro. Estuvo en el apresamiento de Atahualpa, y allí recibió su parte del asombroso botín. Participó en la fundación de muchas poblaciones, siendo una de ellas la de Lima, ciudad en la que jugó un papel muy relevante en la lucha contra el cerco de los incas. Allí le vemos ahora saliendo a recibir entusiasmado, con otras autoridades, al Gobernador Cristóbal Vaca de Castro. Recordemos también que, poco antes, corrió junto a otros compañeros a evitar el asesinato de Pizarro, pero llegaron tarde. Aunque fueron apresados por los pizarristas, Aliaga consiguió pasarle valiosa información a Vaca de Castro sobre el estado en que se encontraba la ciudad. Ejerció como Teniente de Gobernador de Lima y los brillantes cargos públicos de Escribano Mayor de Perú y Primer Secretario de la Real Audiencia. Su eterna fidelidad a los Pizarro encontró un obstáculo insalvable cuando Gonzalo Pizarro se rebeló contra la Corona: se puso de inmediato a las órdenes del gran Pedro de la Gasca, y vencieron al trágico Gonzalo en la batalla de Jaquijaguana. JERÓNIMO DE ALIAGA regresó a España en 1550. Residió con su segunda mujer en Villapalacios (Albacete), donde murió de enfermedad el año 1569, lo que le impidió realizar su deseo de volver al Perú. En Lima dejó una preciosa casa (la de la foto), que compite en antigüedad con la que vimos del Tesorero Alonso de Riquelme, pero con la ventaja de que ha seguido habitada por los Aliaga ininterrumpidamente desde el año 1536, estando ahora llena de valiosos recuerdos históricos y familiares.



lunes, 21 de octubre de 2019

(Día 933) Por orden de Vaca de Castro, Peransúrez requisa mucho oro al almagrista Diego de Santiago. Por seguridad, también se requisan unas naves en el puerto de Lima, quedando bajo el mando de Juan Pérez de Guevara. Holguín tiene otro roce con Alonso de Alvarado.



     (523) Todo fue positivo en la llegada de Vaca de Castro a Lima, pero, a medida que Cieza va escribiendo sobre la marcha nombres de capitanes, resulta fúnebre la lista porque la mayoría de ellos tendrán pronto un triste final, ya sea ajusticiados o muertos en la batalla. Ahora nos cita a alguien al que solo le quedaba un año de vida, como ya expliqué en otra imagen: “También halló en la Ciudad de los Reyes a Gómez de Alvarado (fundador de Huánuco), hermano del Adelantado (y Gobernador de Guatemala) Don Pedro de Alvarado, de lo que se holgó mucho, y al que nombró Capitán de la gente de a caballo, y, de la de a pie, a Juan Vélez de Guevara, natural de Málaga (como funcionario, era también veedor). Por entonces se instalaron Alonso de Alvarado y Perálvarez Holguín con sus topas en Jauja, ordenándole a Diego de Rojas que partiera para Huamanga, donde se juntarían luego todos. Le encargaron también de informarse sobre si Diego de Almagro iba a salir del Cuzco.
     Se prepararon gustosos para salir de Lima con Vaca de Castro y su tropa varios vecinos importantes: “el licenciado Benito Suárez de Carvajal, los capitanes Diego de Agüero y Francisco de Godoy (quien, para variar y como vimos, murió anciano y feliz en su Cáceres natal), el secretario Jerónimo de Aliaga, Montenegro y el Capitán Diego Gavilán, el 'Conquistador', natural de Guadalcanal”. Conquistadores lo eran la inmensa mayoría, pero se supone que le daban ese título por su larga veteranía, que ya conocemos.
     Peransúrez llegó adonde le había mandado Vaca de Castro, la lejana ciudad de San Miguel, y cumplió su objetivo, para desgracia del ‘ricachón’ Diego de Santiago. Lo apresó, y le arrebató, nada menos que, 18.000 pesos de oro (unos setenta kilos), dándole un alegrón a su vuelta a Vaca de Castro porque le sirvieron para repartirlos entre sus soldados. Lo que demuestra que las fuentes de información eran buenas, pues se confirmó la riqueza de Diego de Santiago y su rebelde fidelidad a los almagristas.
     Tuvo Vaca de Castro, antes de marchar, otra previsión: “En el puerto del Callao, de Lima, estaba el galeón grande e otras cuatro naves, y, por no saber el final que la guerra había de tener, Vaca de Castro, pareciéndole conveniente tener la mar segura, y para poder salir por ella si algún aprieto tuviesen, nombró capitán a Juan Pérez de Guevara, que era el que había poblado Moyobamba (vimos que la había fundado en 1540), y él se encargó de las naves e prometió que, con toda lealtad, haría lo que le mandara”.
     Todo ya dispuesto, se puso en marcha Vaca de Castro y se juntó en Jauja con Alvarado y Holguín. Recibieron noticias de que Diego de Almagro seguía en el Cuzco y de que, sin embargo, la mayoría de los vecinos eran partidarios del Rey. Así que, los de Vaca de Castro se prepararon para salir de Jauja. Pero ocurrió entonces algo que pudo terminar muy mal, y,  nuevamente, por una cuestión de piques entre capitanes. Es fácil imaginarse quién fue el provocador, y también que Vaca de Castro se iría indigestando con él. A Perálvarez Holguín, como Maese de Campo, le correspondía enviarle a Alonso de Alvarado algunos indios que necesitaba para llevar las cargas, pero no quiso hacerlo. Se ve que no acababa de asimilar el hecho de no ser el jefe supremo de las tropas. También Alonso de Alvarado debía de estar más que harto de él, porque reaccionó de manera fulminante.

     (Imagen) Se nos están amontonando los protagonistas notables porque Cieza va citando a muchos. Ya conocíamos a todos los que salieron a recibir en Lima a Vaca de Castro, menos a uno: FRANCISCO DE BARRIONUEVO. Era de Soria y uno de los conquistadores más veteranos, habiendo nacido hacia 1490. Cieza lo llama respetuosamente ‘Gobernador’, y no falla, porque lo fue, desde 1533 hasta 1536, de Castilla del Oro, que abarcaba Panamá y algo de Costa Rica. Además, por parte de su madre, tenía el ilustre apellido de Mendoza, siendo tratado siempre con cierta deferencia en las Indias, adonde llegó el año 1508. Hiperactivo y ambicioso, fue hábil en todos los palos, como militar, como empresario y como político. Pronto se hizo muy rico mercadeando con perlas, sal y yuca en la zona caribeña, lo que sería, probablemente, a base de una excesiva explotación de los nativos, sobre todo porque, en aquellos primeros años, su protección legal era muy deficiente. Tras una estancia en España por enfermedad de su mujer, volvió a América y le confiaron la misión de someter al peleón cacique caribeño  Enriquillo, lo que resultó imposible porque fue el único cacique de todas las Indias que obligó al Rey a negociar una paz. Estuvo también de campaña en México y llegó a Perú poco antes de que Pizarro fuera asesinado. Participó en las guerras civiles, y siempre en el bando pizarrista, incluso en rebeldía contra la Corona. Muy hábil tuvo que ser para que, como está probado, se librara de sus graves responsabilidades y viviera todavía el año 1565. Con razón o sin ella, Doña Brianda de Acuña lo incluyó en la lista de demandados por el asesinato de su marido, el Virrey de Perú Blasco Núñez Vela. Hay quien dice que la biografía de FRANCISCO DE BARRIONUEVO DE MENDOZA fue “una de las más apasionantes de la historia de América”.