lunes, 28 de octubre de 2019

(Día 939) Demostrando que ambos bandos tenían un incontrolable miedo a empezar la guerra, hicieron desesperados (e inútiles) intentos de evitarla.


     (529) Cieza nos cambia de tercio para hablarnos de las actividades de Vaca de Castro. Ya vimos que había evitado el conflicto entre sus capitanes Perálvarez Holguín y Alonso de Alvarado, y que tenía prisa por enfrentarse a un problema inminente. El capitán Diego de Rojas se había hecho fuerte en Huamanga, y se temía algún ataque de los almagristas, por lo que Vaca de Castro partió hacia allá para ayudarle: “Llevaba como secretario a Pedro López, natural de Llerena, y con el Estandarte Real iba Rodrigo de Campo. Habló amorosamente a los indios huancas para que le ayudasen como porteadores, y ellos lo hicieron así. Como en el reino se tenía por cierto que había de darse la batalla entre los de Pachacama (pizarristas) y los de Chile (almagristas), hacíanse grandes plegarias, especialmente en la ciudad de Lima, donde se pedía el auxilio divino e que la victoria fuese para Vaca de Castro, pues en nombre del Rey hacía la guerra. Según avanzaban, se llevó un buen susto porque había rumores de que la tropa de Diego de Almagro estaba ya muy cerca de Huamanga. Fue una falsa alarma y tuvieron tiempo de llegar pronto a la ciudad e instalarse en ella, emplazando debidamente la artillería.
     La situación no podía ser más inquietante, y Cieza nos muestra claramente que ambos bandos estaban dispuestos a luchar, pero llenos de miedo porque el choque sería brutal. No solo Lope de Idiáquez, el mensajero de Almagro, estaba en camino con las duras cartas que, entre súplicas y amenazas, le pedían a Vaca de Castro que renunciara a pelear, sino que, también ahora, los pizarristas, angustiados, se preguntaban qué hacer. Temerosos por el inminente enfrentamiento, trataron también de evitarlo, y de la misma manera: con desesperados mensajes. Todo ello de forma irracional, pues unos y otros sabían, sin duda, que se empeñaban en algo imposible. La proximidad de la muerte les cegaba la vista.
     Resultaría cómico si no fuera trágico. Porque la situación recuerda, casi al pie de la letra, las negociaciones que hubo en su día entre Pizarro y Almagro para zanjar los límites de sus gobernaciones. Aquellas fueron agotadoras y pesadísimas, pero también condenadas al fracaso, con tan nefasto resultado que hubo guerras, fue ejecutado Almagro y, como consecuencia de todo ello, asesinaron a Pizarro. Pues ahora veremos más de lo mismo: ríos de sangre.
     Cuando los escribanos pizarristas estaban preparando los textos para que Diego de Almagro desistiera de su rebeldía, llegaron los mensajeros almagristas con las cartas que exponían las exigencias del bando contrario para renunciar a la guerra. A Vaca de Castro le sentó fatal: “Vistas las cartas de Almagro y sus capitanes, mostró tener enojo y desabrimiento, mas, dudando de seguir la guerra e deseando la paz, conociendo que habría gran mortandad, ya que, de una parte y de otra, había hombres tan animosos y con tanta fortaleza, quiso rehuir de sí esa responsabilidad, y llamó a consulta a los más principales de su campo, e se decidió escribir a Don Diego y a sus capitanes con toda benevolencia e humildad, para atraerlos al servicio de su Majestad.

     (Imagen) PEDRO LÓPEZ DE CAZALLA. Ya hablé de él, pero voy a ampliar algunos datos sobre sus andanzas. Recordemos que estuvo presente en el asesinato de Pizarro, salvando la vida de milagro, y que, luego, con Juan de Barbarán y su mujer se dio prisa en cubrir con un paño al difunto y enterrarlo. Era primo del cronista Cieza, y nacido, como él, en Llerena.  Fue secretario de Pizarro y de Vaca de Castro, colaborando más tarde con el Virrey Núñez Vela. Lo cual es una prueba de su prestigio profesional.  En 1548 coincidió Cieza con él en Lima. Seguro que, conociendo su avidez por contrastar informaciones, le dio acceso a muchos de los documentos que copia en sus crónicas. Se hizo muy rico por su instinto comercial, invirtiendo parte de las ganancias en Sevilla. Estuvo casado dos veces, y se da la circunstancia de que la segunda mujer era Paula Ordóñez de Silva, la viuda de un personaje muy complicado, el capitán Alonso de Toro, quien estuvo al servicio del rebelde Gonzalo Pizarro, y murió de manera trágica. Ya conté que maltrató a su suegra y lo mató su suegro, algo que no produjo ninguna pena en el Cuzco porque era un tipo muy impopular. Pedro López de Cazalla fue otro de los españoles de Indias que olfateaban cuándo les liba a llegar el momento de despedirse de este mundo, y hacían su testamento como quien coge el tren en marcha. Firmó el documento el 17 de febrero de 1570, y murió un día después. Ordenó ser enterrado en el Cuzco, en el monasterio de San Francisco. Encargó, como era costumbre entre los ricos, casi una infinidad de misas por su alma, incluso en la parroquia de Llerena. No tuvo hijos de sus dos matrimonios, pero sí uno de una mujer india, llamado Diego López de Cazalla, al que legitimó, lo envió a España y le dejó la mayor parte de sus bienes, quedando todo bajo la tutela de Lope de Llerena, un hermano del testador.



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