(529) Cieza nos cambia de tercio para hablarnos de las actividades de Vaca
de Castro. Ya vimos que había evitado el conflicto entre sus capitanes Perálvarez
Holguín y Alonso de Alvarado, y que tenía prisa por enfrentarse a un problema
inminente. El capitán Diego de Rojas se había hecho fuerte en Huamanga, y se
temía algún ataque de los almagristas, por lo que Vaca de Castro partió hacia
allá para ayudarle: “Llevaba como secretario a Pedro López, natural de Llerena,
y con el Estandarte Real iba Rodrigo de Campo. Habló amorosamente a los indios
huancas para que le ayudasen como porteadores, y ellos lo hicieron así. Como en
el reino se tenía por cierto que había de darse la batalla entre los de Pachacama
(pizarristas) y los de Chile (almagristas), hacíanse grandes
plegarias, especialmente en la ciudad de Lima, donde se pedía el auxilio divino
e que la victoria fuese para Vaca de Castro, pues en nombre del Rey hacía la
guerra. Según avanzaban, se llevó un buen susto porque había rumores de que la
tropa de Diego de Almagro estaba ya muy cerca de Huamanga. Fue una falsa alarma
y tuvieron tiempo de llegar pronto a la ciudad e instalarse en ella, emplazando
debidamente la artillería.
La situación no podía ser más inquietante, y Cieza nos muestra
claramente que ambos bandos estaban dispuestos a luchar, pero llenos de miedo
porque el choque sería brutal. No solo Lope de Idiáquez, el mensajero de
Almagro, estaba en camino con las duras cartas que, entre súplicas y amenazas,
le pedían a Vaca de Castro que renunciara a pelear, sino que, también ahora,
los pizarristas, angustiados, se preguntaban qué hacer. Temerosos por el
inminente enfrentamiento, trataron también de evitarlo, y de la misma manera:
con desesperados mensajes. Todo ello de forma irracional, pues unos y otros
sabían, sin duda, que se empeñaban en algo imposible. La proximidad de la
muerte les cegaba la vista.
Resultaría cómico si no fuera trágico. Porque la situación recuerda,
casi al pie de la letra, las negociaciones que hubo en su día entre Pizarro y
Almagro para zanjar los límites de sus gobernaciones. Aquellas fueron
agotadoras y pesadísimas, pero también condenadas al fracaso, con tan nefasto
resultado que hubo guerras, fue ejecutado Almagro y, como consecuencia de todo
ello, asesinaron a Pizarro. Pues ahora veremos más de lo mismo: ríos de sangre.
Cuando los escribanos pizarristas estaban preparando los textos para que
Diego de Almagro desistiera de su rebeldía, llegaron los mensajeros almagristas
con las cartas que exponían las exigencias del bando contrario para renunciar a
la guerra. A Vaca de Castro le sentó fatal: “Vistas las cartas de Almagro y sus
capitanes, mostró tener enojo y desabrimiento, mas, dudando de seguir la guerra
e deseando la paz, conociendo que habría gran mortandad, ya que, de una parte y
de otra, había hombres tan animosos y con tanta fortaleza, quiso rehuir de sí
esa responsabilidad, y llamó a consulta a los más principales de su campo, e se
decidió escribir a Don Diego y a sus capitanes con toda benevolencia e humildad,
para atraerlos al servicio de su Majestad.
(Imagen) PEDRO LÓPEZ DE CAZALLA. Ya hablé de él, pero voy a ampliar
algunos datos sobre sus andanzas. Recordemos que estuvo presente en el
asesinato de Pizarro, salvando la vida de milagro, y que, luego, con Juan de
Barbarán y su mujer se dio prisa en cubrir con un paño al difunto y enterrarlo.
Era primo del cronista Cieza, y nacido, como él, en Llerena. Fue secretario de Pizarro y de Vaca de
Castro, colaborando más tarde con el Virrey Núñez Vela. Lo cual es una prueba
de su prestigio profesional. En 1548
coincidió Cieza con él en Lima. Seguro que, conociendo su avidez por contrastar
informaciones, le dio acceso a muchos de los documentos que copia en sus
crónicas. Se hizo muy rico por su instinto comercial, invirtiendo parte de las
ganancias en Sevilla. Estuvo casado dos veces, y se da la circunstancia de que
la segunda mujer era Paula Ordóñez de Silva, la viuda de un personaje muy
complicado, el capitán Alonso de Toro, quien estuvo al servicio del rebelde
Gonzalo Pizarro, y murió de manera trágica. Ya conté que maltrató a su suegra y
lo mató su suegro, algo que no produjo ninguna pena en el Cuzco porque era un
tipo muy impopular. Pedro López de Cazalla fue otro de los españoles de Indias
que olfateaban cuándo les liba a llegar el momento de despedirse de este mundo,
y hacían su testamento como quien coge el tren en marcha. Firmó el documento el
17 de febrero de 1570, y murió un día después. Ordenó ser enterrado en el
Cuzco, en el monasterio de San Francisco. Encargó, como era costumbre entre los
ricos, casi una infinidad de misas por su alma, incluso en la parroquia de
Llerena. No tuvo hijos de sus dos matrimonios, pero sí uno de una mujer india,
llamado Diego López de Cazalla, al que legitimó, lo envió a España y le dejó la
mayor parte de sus bienes, quedando todo bajo la tutela de Lope de Llerena, un hermano
del testador.
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