(530) Les pareció también oportuno pedirle a Diego de Almagro el Mozo
que enviara a Juan Balsa para dejar bien asentados los términos de una paz, e
incluso que fuera a su campamento Alonso de Alvarado como garantía de sus
buenas intenciones. Las cartas que prepararon eran tan absurdas como las
enviadas por Diego de Almagro. En el fondo le pedían que cambiara su propósito
y se pusiera al servicio de su Majestad, reconociendo que estaba equivocado.
Para mayor chapuza, iba a ocurrir un incidente peliculero y preocupante:
“Habiendo dado los despachos a los mensajeros, Vaca de Castro, sin que ellos lo
supieran, quiso, con disimulo, enviar como espía a un grandísimo andador,
llamado Alonso García Zamarrilla, que es al que mencionamos más atrás, cuando
en el cerco del Cuzco Hernando Pizarro lo mandó adonde Manco Inca, y,
queriéndole este matar, se escapó de aquel lugar con sus ligeros pies, porque
su sepultura había de estar en Vilcas (que es donde ahora lo van a ejecutar).
Los más aparejados y dispuestos para espías en este reino eran este y Juan
Diente, que fue el que lo prendió, como diremos. Rapada la barba y sin el
hábito español, se puso el traje de los indios, llevando en la boca la hierba
tan preciada que se cría en los Andes (era un atleta, pero se dopaba con
coca). En una pequeña mochila puso las cartas que le dio Vaca de Castro
para Don Diego de Almagro y sus capitanes. Tenía la misión de que, mirando cómo
estaba asentada y ordenada la tropa de los almagristas, volviese con toda diligencia
a dar cuenta de ello. Así salió Alonso García Zamarrilla. Luego, también se
despidieron del Gobernador Lope de Idiáquez y el Factor Mercado, mensajeros de
Don Diego”.
Y se produjo el drama: “También los almagristas estaban alerta para que
sus enemigos no los tomasen descuidados, y enviaban corredores por todas
partes. Y un día que le tocó a Juan Diente, excelente soldado, subió a un
collado, cerca de Vilcas. Como Alonso García venía caminando hacia aquel lugar,
fue visto por Juan Diente, mas creyó que era un indio, y bajó hacia aquella
parte. Alonso García, que no iba descuidado, lo reconoció, e, viendo que era de
los enemigos, se fue por otro camino. El adalid (quizá en el sentido de ‘el
mejor en los suyo’) Juan Diente, que le excedía en ligereza, siguiéndole el
rastro, y conociendo por su mucha experiencia que no era indio, lo alcanzó
metido en una cueva. Y, aunque Alonso García era grandísimo andador e singular
espía, fue apresado por Juan Diente, que le superaba, pues ninguno en el reino
se le igualaba”.
Juan Diente llevó preso a Alonso García al campamento de Vilcas, donde
lo sometieron a tortura para que hablara: “Confesó ir como espía y con cartas
de Vaca de Castro (para animar a algunos a pasarse al bando del Rey).
Don Diego mandó que, por el daño que podría haber causado, fuese ahorcado.
Cuando le iban a echar la soga a la garganta, dijo: “Hay contra vosotros mil
cien hombres de guerra, muy bien preparados y con gran deseo de destruiros. Y
digo esto porque, aunque me quitáis la vida, me pesa que os perdáis’. E luego, girado el garrote, entregó el
ánima”. Quizá, por haber sido almagrista, tuviera amigos en aquel bando.
(Imagen) A veces ocurre, y es una pena, que resulta imposible encontrar
datos suficientes para hablar de conquistadores que tuvieron mucho mérito (en
realidad, como casi todos) pero permanecieron en segundo plano. Ahora hablaré
de dos que merecen ser sacados del olvido, aunque me vea obligado a imaginar
sus aventuras. Se dedicaron a lo mismo, porque tuvieron ambos una idéntica
habilidad especial. Fueron los mejores en lo suyo. Sin duda se admirarían y
apreciarían mutuamente, pero desde bandos contrarios, lo que trajo como
consecuencia que uno provocara la muerte del otro. Su trabajo más habitual
consistía en hacer de mensajeros o de espías, atravesando largas distancias en
pleno territorio de indios, disfrazados como tales, y sin poder usar caballos
para no ser reconocidos como españoles. Eran verdaderos atletas y veloces como
el viento. Se llamaban ALONSO GARCÍA ZAMARRILA y JUAN DIENTE. El primero fue
tiempo atrás apresado por Manco Inca. Lo dejó libre. Hernando Pizarro no le
creyó que los indios iban a cercar el Cuzco, y, cuando ocurrió, Zamarrilla se
portó como un héroe, siendo uno de los que hicieron huir a los nativos de la
fortaleza de Sacsahuamán. Participó también en la fundación de la ciudad de Huamanga.
Vemos ahora que el otro “de pies ligeros” (como diría Homero), el gibraltareño
JUAN DIENTE, lo apresó cuando espiaba a los almagristas, y que estos lo
ahorcaron. Luego Juan Diente (que había participado en el asesinato de Pizarro)
fue ejecutado pasados solamente unos meses, tras salir derrotado en la batalla
de Chupas y ser apresado por el burgalés DIEGO DE ROJAS, quien, a su vez y dos
años más tarde, después de una gloriosa campaña en la zona de Tucumán, murió en
1544, como ya vimos, de un flechazo envenenado. Los tres, grandes; los tres,
trágicos.
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