(528) Almagro le dice a Vaca de
Castro que desista de luchar contra él, y le pide lo imposible, renunciar a los
poderes que el Rey le ha dado: “Depuestas las armas, estese Vuestra Merced en
esa Gobernación de la Nueva Castilla, dejándome a mí en esta (la heredada de
su padre, Nueva Toledo), de la que el Rey me ha hecho merced, hasta que se
sepa la voluntad de Su Majestad, porque es la que obedeceré yo”. Le hace
responsable a Vaca de Castro de todas las desgracias que se puedan producir si
no cambia de actitud, y le advierte que “procuraré dilatar esta lucha hasta
saber lo que Su Majestad conteste al despacho que le he enviado de mi parte con
Jerónimo de Zurbano, y, si Vuestra Merced no hace lo que le pido, no partiré
del campo de batalla hasta que una de las dos partes quede vencida”. Le dice
también que sabe que los pizarristas están tratando de ganarse la voluntad del
rebelde Manco Inca, pero confía en que pronto “venga a ayudarme a hacer la
guerra, porque, aunque es indio, conoce las traiciones e maldades de los
pizarristas, y la justicia e razón que yo tengo”. Para suavizar su agresivo
tono, termina la carta indicándole a Vaca de Castro que “tengo por cierto que
Vuestra Merced no tendría intención de hacerme ningún agravio si estuviera en
total libertad”. La carta está fechada el cuatro de setiembre de 1542.
La que le enviaron a Vaca de Castro los capitanes era más breve, pero
igual de contundente (incluso sazonada
con la firmeza militar) y basada en la misma argumentación. Recojo parte
de ella: “Suplicamos a Vuestra Señoría que, pues su Majestad no puede ser
servido con la muerte de tanta gente, y esta no se podrá evitar viniendo
Vuestra Señoría en compañía de nuestros enemigos, que se aparte ya de ellos y
se ponga a mediar, hasta que Su Majestad, informado de los derechos que el
Gobernador Almagro tiene, exponga su voluntad, pues los que hasta ahora le
hemos sustentado y ayudaremos hasta morir por los derechos heredados de su
padre, don Diego de Almagro, certificamos a Vuestra Señoría que, si persevera
en venir contra nosotros con mano armada, nos hallará en los límites de la
Gobernación defendiéndola contra todos los del mundo, hasta que los de una
parte queden vencidos”.
Hacen también una advertencia (quizá jugando de farol) para quitarle a
los pizarristas de la cabeza la idea de que muchos almagristas deseaban pasarse
a su bando: “Podría ser que Perálvarez, Tordoya e los apasionados que de acá
fueron en su compañía le digan a Vuestra Señoría que vengan contra nosotros, dándole a entender
que, oído el nombre del Rey, unos de los nuestros se irían a su bando, e otros
huirían a Chile. A esto respondemos que el Gobernador Almagro e los que con él
estamos tenemos la voz de Su Majestad, e deseamos más su servicio que nuestras
propias vidas e haciendas, para que en ningún tiempo dejemos de ser tenidos por
muy verdaderos súbditos e vasallos suyos”. Las firmas de la carta nos revelan la
relevancia de ciertos capitanes almagristas: “Juan Balsa, Diego de Hoces, Diego
Méndez, Martín de Bilbao, Cárdenas, Pedro de Candía, Marticote, Juan Gutiérrez
Malaver, Pedro de Oñate y Juan Pérez. Escrita la carta, fue entregada a Lope de
Idiáquez para que se la diese a Vaca de Castro, deseando que, con total
firmeza, evitase la ruptura, ajustándose a que, como dijo Cicerón, nunca hubo
tan mala paz que no fuese mejor que una guerra”.
(Imagen) Vemos, en la complicada letra del registro de embarque que aparece en la imagen (fechado en junio de
1534), el siguiente dato: “Jerónimo de Zurbano, hijo del licenciado Sancho Díaz
de Zurbano y de doña María de Arbolancha, natural de Bilbao. Pasó en la nao de
Sancho Prieto al Perú (dos testigos juraron que no era de los prohibidos)”. Nos
toca, pues, hablar de alguien apenas conocido, pero de muy intensa biografía:
JERÓNIMO DE ZURBANO. Tenía parentesco con la nobleza vizcaína y era, sin duda,
de una familia bilbaína bien situada, probablemente
relacionada con el mercadeo portuario, porque desarrolló en las indias
actividades varias: soldado, mercader y marino, sin que le faltaran importantes
cargos administrativos. Resulta muy llamativo que le concedieran permiso para
traficar con la enorme cifra de 150 esclavos negros. Estuvo al servicio de
Pizarro en la lucha contra el cerco de Manco Inca y sus indios. Todo indica que
hizo dos viajes de vuelta a España, donde, hacia 1540, se casó con Petronila de Zurbarán.
Da la impresión de que sus lealtades con los bandos de las guerras civiles
fueron oportunistas. Por lo que nos cuenta Cieza, sabemos que Diego de Almagro
el Mozo le envió a España para defender su causa ante el Rey. Fue entonces cuando
se casó, y, a su vuelta, se entregó a la causa realista, en la que sirvió al
mando de una flota. Luego hubo un duelo entre dos taimados y peligrosos gallos
de pelea: aunque Hernando Pizarro presentó una demanda contra él por participar
en el asesinato de Pizarro (para defenderse, volvió a España), hay constancia
de que el Rey le otorgó al escurridizo JERÓNIMO DE ZURBANO un trato de
privilegio, pues quedó libre de toda responsabilidad, y se premiaron sus
actuaciones militares (luchó también al lado del gran Pedro de la Gasca). El
resto de su vida estuvo lleno de éxitos y honores. Le dio tiempo para fundar la
ciudad costera de San Vicente de Cañete (hoy con 90.000 habitantes), y murió en
el Cuzco hacia el año 1567.
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