(124) - Luego se
coció, my dear, el primer gran fracaso de Cortés.
-Un desastre, querido ectoplasma; que chirría más cuando lo sufre un
supercampeón. Hay que volver algo atrás en el tiempo. Ya vimos que envió a
Cristóbal de Olid a conquistar en la zona de Honduras, pero su hasta entonces
fiel compañero “se alzó”; mandó a Francisco de las Casas tras él, sin saber con
certeza qué había pasado, aunque lo sospechaba. El enviado lo comprobó y
ejecutó a Olid. Pero Cortés no acababa de saberlo, “y por si no hubiese tenido
buen suceso la armada que había enviado, y también porque estaba muy codicioso
porque le decían que era tierra rica en minas de oro, así como porque, siendo
Cortés hombre de gran corazón (luchador),
habíase arrepentido de haber enviado al Francisco de las Casas sin ir él en
persona, aunque conocía muy bien que era varón para cualquier empeño, acordó de
ir”. Primer error, daddy.
-Y de grueso calibre, perspicaz joven. Creo que a Bernal se le olvida anotar otra causa: Cortés
era un puro hombre de acción al que le aburrirían las tareas administrativas y
los politiqueos. Fue una irresponsabilidad dejar en manos ajenas el control de
México. ¡Y en qué manos!: “Dejó como gobernadores lugartenientes al tesorero
Alonso de Estrada y al contador Albornoz. Y si supiera de las cartas que
Albornoz hubo escrito a Su Majestad diciendo mal de él, no le dejara tal poder,
y aun no sé yo cómo le aviniera por ello (cómo
se le ocurriría)”. Es evidente que Bernal se daba cuenta de los errores de
Cortés; lo que no sabía es que todo se iba a agravar porque estuvieron de
campaña ¡más de dos años!, dejando México casi en la anarquía. Quedó como
alcalde mayor el licenciado Zuazo, de quien ya hablamos, haciendo de alguacil
mayor Rodrigo de Paz, pariente y mayordomo de Cortés. Otra vez se nos aparece la deliciosa doña Marina, que iba
de intérprete en la expedición, y durante el viaje (¡ay, triste mancebo!)
se nos casó con uno de los hombres de
Cortés, llamado Juan Jaramillo. Olvidémonos ya de las anteriores campañas de
Cortés, tan austeras, en las que su imponente autoridad de líder emanaba
solamente de un gran carisma personal. Resulta que ahora va a partir a la conquista
en plan de gran señor, enfatuado como un reyezuelo. “Y llevó en su compañía
muchos caballeros y capitanes vecinos de México”. Bernal no cita a todos los
militares de relumbrón que iban con Cortés, pero da el nombre de 19. Llevaba
también a dos frailes y dos médicos, cosa lógica, pero, ¿a qué viene lo demás?:
un mayordomo apellidado Carranza, dos maestresalas, un bodeguero, un repostero,
un despensero, un encargado de las
grandes vajillas de oro y plata, un camarero, muchos pajes, ocho mozos de espuela, dos cazadores halconeros,
cinco chirimías, sacabuches y dulzainas, un volatinero, un malabarista que
hacía títeres, un caballerizo y tres acemileros. Por precaución, tuvo que tomar
otra medida que acabaría en tragedia: “Para que México quedase más pacífico,
llevó consigo a Cuauhtémoc y a otros muchos caciques principales, y con ellos
unos 3.000 indios con sus armas de guerra”.
Había en México dos retorcidos
funcionarios, el factor Salazar y el veedor Chirinos, que se sintieron
relegados de los cargos que asignó Cortés para gobernar la ciudad en su
ausencia, y con un argumento realista, pero buscando sus propios intereses, consiguieron
que la mayoría de los que se iban a quedar “le dijeran a Cortés que no saliera de México, sino que gobernase la
tierra, porque se alzaría toda la Nueva España; y desde que no le pudieron
convencer, el factor y el veedor le dijeron que le querían acompañar hasta
Coatzacoalcos. Y con él partieron”. ¿Qué habría en sus hipócritas cabezas?
(Foto: El cuadro representa a Cortés en la tradición de sus rasgos más
verosímiles, y exhibiendo la grandeza conseguida, pero para entonces ya solo
vivía de las rentas de su pasada gloria: después de conquistar México, sus
andanzas fueron más bien mediocres. Se muestra orgulloso de haber alcanzado la
aristocracia por sus propios méritos, y en el escudo presume de su mayor
hazaña: encadenar las cabezas de los principales líderes aztecas, enmarcados
con el lema de “El juicio de Dios los tomó / y su fortaleza robusteció mi
brazo”).