(99) –Es
fantástico, figliolo: asistiremos a un hecho esplendoroso.
-Estamos en deuda con Bernal, querido preceptor: fue un heroico soldado,
vivió una aventura excepcional y nos la está contando magistralmente. Ya vimos
que Cortés no le daba respiro a Cuauhtémoc, resultando tan peligroso como una
pequeña serpiente capaz de matar a un elefante. Dio otra orden que sería
decisiva: “Le mandó a Gonzalo de Sandoval que entrase con los bergantines en el
sitio donde estaba retraído Cuauhtémoc con toda la flor de sus capitanes. Y
como el Sandoval entró con gran furia con los bergantines, cuando se vio
cercado Cuauhtémoc tuvo temor de que le prendiesen o matasen, de manera que
embarcó en 50 grandes piraguas que tenía aparejadas para salvarse y esconderse
en otros pueblos, llevando a su familia y su hacienda, con oro y joyas, y tiró
por la laguna adelante acompañado de muchos capitanes. Sandoval tuvo pronto
noticia de que iba huyendo, y mandó a todos los bergantines que vieran por qué
parte iba Cuauhtémoc, y que no le hiciesen ningún enojo, sino que buenamente
procurasen prenderle. Y como el capitán García Holguín, amigo suyo, llevaba un
bergantín muy suelto y gran velero, le mandó que fuese por la parte donde parecía
que huía”. Te dejo la guinda, cósmico abad.
-Siempre tan generoso, ejemplar mancebo. “Y quiso Dios Nuestro Señor que
el García Holguín alcanzara las canoas en que iba el Cuauhtémoc, y en el arte y
riqueza de él y sus toldos y asiento en que iba conoció que era el gran señor
de México, e hizo como que le quería tirar con las ballestas; entonces
Cuauhtémoc le dijo: ‘No me tires. Te ruego que no toques mis cosas, ni a mi
mujer ni mis parientes, sino llévame luego adonde Malinche’. Y al oírlo Holguín,
se gozó en gran manera, y con mucho acato lo abrazó y le metió en el bergantín
con su mujer y treinta principales. Cuando
lo vio Cortés, le hizo mucho
acato y le abrazó con gran alegría, y Cuauhtémoc le dijo: ‘Señor Malinche, he
hecho lo que he podido por mis vasallos; mátame con tu puñal’. Y lloraba con
muchos sollozos. Cortés le respondió que, por haber sido tan valiente, le
estimaba mucho más, que no tenía ninguna culpa y que descansase su corazón”.
Consciente de la enorme trascendencia histórica del acontecimiento, Bernal
anota solemnemente: “Prendióse a Cuauhtémoc en 13 de agosto, hora de Vísperas (6 de la tarde), día del señor San
Hipólito, año de 1521. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora,
la Virgen Santa María, su bendita madre. Amén”. Y después, ¿qué? EL SILENCIO:
como si el infierno se hubiese apagado y naciera de repente un nuevo mundo. Eso
es lo que sintió Bernal con cierto estremecimiento telúrico, y lo dice: “Llovió
y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta medianoche mucha más agua que otras
veces. Al apresar a Cuahtémoc, quedamos
todos tan sordos como si hubiesen estado antes unos hombres encima de un
campanario y tañesen muchas campanas y en aquel instante cesasen de tañerlas. Y
lo digo porque en los 93 días que en esta ciudad estuvimos, de noche y de día
no dejaban de dar gritos y voces los mexicanos, unos guerreando en las canoas
contra los bergantines y otros contra nosotros en los puentes, e tampoco
dejaban de sonar los malditos tambores y cornetas y atabales de los adoratorios
y torres de los ídolos, de noche y de día, tanto que no nos oíamos los unos a
los otros”. A partir de ese momento en el que el mundo pareció detenerse, el
curso de las vidas de todos los implicados giró por completo. México quedaba
definitivamente perdido para los aztecas, y ganado para los españoles. Por otra
parte, veremos cómo Cortés y los suyos siguieron pintando sus biografías, pero
con colores muy distintos. Nunca más alcanzarían una cima tan alta, y eso
siempre acarrea frustración, aunque bastante premio tuvieron con seguir vivos.
(Foto 1ª.- Cuauhtémoc no se
rindió, sino que huía para refugiarse en pueblos amigos, pero no pudo superar el cerco de los bergantines.
Ese momento era el verdadero “the end” de la increíble película de la conquista
de la Nueva España. El caudillo azteca fue, sin duda, un gran líder y un
legítimo orgullo para el pueblo mexicano. Foto 2ª.- Hermosas palabras de la
lápida colocada en Tlatelolco -la Plaza de las Tres Culturas-: bajo las
apariencias de la victoria de unos y la derrota de otros, lo que se produjo fue
“EL DOLOROSO NACIMIENTO DEL PUEBLO MESTIZO QUE ES EL MÉXICO DE HOY”).
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