(104) –Veamos,
secre, la caballerosidad de Narváez y Cortés.
-Fue bonito, santo padre, ver al vencido y al vencedor tratarse con
respeto. Llevaba meses Pánfilo de Narváez preso y tuerto en la Villa Rica.
Lograda la toma definitiva de México, Cortés hizo que se lo trajeran para
hacerle comprender en su conjunto por qué se había visto obligado a luchar
contra él. “Cuando Narváez iba de camino viendo las grandes ciudades y llegó a
Texcoco, se admiró, y en Coyoacán, con la laguna y ciudades que había pobladas,
y sobre todo, en la gran ciudad de México, mucho más. Cortés había mandado que
le salieran a recibir y le hicieran mucha honra. Llegado Narváez ante él, se
hincó de rodillas y quiso besarle las manos, y Cortés no lo consintió, y le abrazó mostrándole
mucho amor, y le sentó cabe sí. Narváez le dijo que todos los capitanes muy
nombrados que eran vivos afirmarían que se podría anteponer a Cortés a los muy
afamados e ilustres que ha habido, que
no había otra ciudad más fuerte que la de México, y que él y sus
soldados eran dignos de que Su Majestad les hiciera muy crecidas mercedes. Y le
dijo otras muchas alabanzas; e son merecidas. Cortés le respondió que
nosotros no éramos suficientes para
hacer tanto, sino con la gran misericordia de Dios”. Seguidamente Bernal, que
no pudo asistir a la reconstrucción de Tenochtitlán por andar en otras
misiones, nos da un pequeño detalle de las primeras disposiciones urbanísticas:
“Entonces Cortés puso orden en cómo poblar la gran ciudad de México, y repartió
solares para las iglesias, monasterios, casas reales y plazas, y también a
todos los vecinos les dio solares. Luego vinieron cartas de Pánuco (costa del Atlántico) diciendo que toda
la provincia estaba levantada y que eran muy belicosos guerreros porque habían
muerto a muchos soldados de los que habían ido a poblar”. Lo que supone un
botón de muestra de la dura tarea que le quedaba a Cortés: había caciques que
se hicieron amigos, pero otros, libres del dominio de los mexicanos, pensaban
que serían capaces de escapar también del poder español; era el caso de los de
Pánuco, “que estaban encarnizados por los muchos soldados que habían muerto,
hacía dos años, de los enviados por Garay, y así creyeron que harían con los
nuestros”. La cosa era seria, y esta vez se puso Cortés al frente de sus tropas
para solucionar el problema. Los choques fueron muy duros, y de nuevo, el
horror. Te toca, reve.
-Pues sigamos escuchando a Bernal: “Se fueron a dormir a un poblado que
estaba vacío, y vieron en un adoratorio
de ídolos muchos vestidos y caras desolladas, con sus barbas y cabellos, que
eran de los soldados enviados por Garay a poblar Pánuco; y muchas de ellas
fueron reconocidas por otros soldados que decían que eran de sus amigos, y a
todos se les quebró el corazón de verlas de aquella manera, y las llevaron a
enterrar”. Prueba de la derrota total de México es el hecho de que gran parte
de los indios guerreros que llevaba Cortés eran aztecas, y resultaron de gran
eficacia en esta campaña: “Muchos amigos mexicanos, sin ser vistos, entraron en
el pueblo donde estaban los enemigos y lo destruyeron, haciendo gran estrago y
despojo”. Lo cierto es que todas aquellas gentes eran ya poco peligro para la
maquinaria militar de Cortés, y le resultaba fácil someterlas, aunque con el
precio inevitable de algunas bajas. Ya de vuelta, sufrieron otra escaramuza;
los vencieron y ahorcaron a dos caciques. Los indios vinieron luego de paz, “y
Cortés mandó dar el cacicazgo a un hermano de uno de los caciques ahorcados”.
Bernal hace un juicio durísimo de estos indios: “Otra gente más sucia y mala y
de peores costumbres no la hubo como la de esta provincia de Pánuco, porque
todos eran sodomitas, y (¿lo pongo, no lo
pongo?: lo pongo) se embudaban por las partes traseras, torpeza nunca en el
mundo oída, y sacrificadores y crueles en demasía, borrachos, sucios y malos. Y
fueron castigados con los males que les vinieron en tener como gobernador a
Nuño de Guzmán (una bestia fina), que
les hizo a casi todos esclavos y los envió a vender en las islas”.
(Foto: Nos viene bien el cuadro de Velázquez, porque representa como
ninguno el respeto al vencido y la honrada, pero digna, sumisión al que ha
ganado en buena lid. Justino de Nassau entrega las llaves de la perdida ciudad
de Breda a Ambrosio Spínola, que, con una sonrisa amable, parece invitarle a un
abrazo. Es lo mismito que nos acaba de
contar Bernal sobre el encuentro de Cortés con Pánfilo de Narváez).
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