miércoles, 30 de junio de 2021

(1455) Todo era extremo: los ataques de los indios, las enfermedades (que a algunos les hizo pensar en huir), el hambre, y, finalmente, el ingenio para, sin ser expertos, construir unas barcazas.

 

     (1045) Luego los españoles continuaron con cierta calma su camino, pero pronto se vieron acosados de nuevo: "Según marchábamos, salieron unos indios sin ser sentidos, y dieron contra la retaguardia.  A los gritos que dio un muchacho de un hidalgo que se llamaba Avellaneda, este se volvió para socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el canto de las corazas, siendo  tal la herida, que le pasó casi toda la flecha por el pescuezo, muriendo pronto, y lo llevamos hasta Aute. Tardamos nueve días en ir desde Apalache hasta allí, y,  cuando llegamos al poblado, hallamos toda la gente huida, y las casas quemadas, pero con mucho maíz, calabazas y frijoles, que estaban para empezarse a coger. Tras descansar allí dos días, el gobernador me rogó que fuese a encontrar la mar, pues ya habíamos descubierto un río muy grande, al que habíamos puesto el nombre río de la Magdalena (el mismo nombre que el del gran río colombiano). El día siguiente partí juntamente con el comisario, el capitán Castillo, Andrés Dorantes y otros cincuenta y siete hombres, y, tras caminar hasta hora de Vísperas, llegamos a la entrada de la mar, en la que hallamos muchos ostiones (ostras de gran tamaño), con que la gente disfrutó, y dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí. (Será oportuno mencionar que Castillo, Dorantes y un esclavo de este llamado Estebanico, serán, además de Vaca de Castro, los únicos supervivientes de la expedición, y  quienes, juntos, protagonizarán el terrible viaje de vuelta a México). La mañana siguiente envié veinte hombres a que conociesen la costa y mirasen la disposición de ella, los cuales volvieron al otro día en la noche, diciendo que aquellas bahías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban mucho descubrir lo que queríamos. Sabidos estos inconvenientes, me volví adonde el gobernador, y, cuando llegamos, les hallamos enfermo a él y a otros muchos. Además, la noche pasada los indios habían atacado, poniéndolos en grandísimo riesgo por la enfermedad sobrevenida, y también les habían matado un caballo. Yo di cuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra que habíamos visto. Aquel día nos detuvimos allí".

     El viaje se les  va a complicar, y tendrán que buscar  ingeniosas soluciones: "Partimos de Aute, y llegamos adonde yo había estado. El camino fue en extremo trabajoso, porque ni los caballos bastaban para llevar a los enfermos, ni sabíamos qué remedio ponerles, porque cada día se agravaban. Sucedió, además, que casi todos los de a caballo comenzaron a irse, pensando que hallarían remedio para ellos si desamparaban al gobernador y a los enfermos, los cuales estaban sin fuerza ninguna, pero, como entre ellos había muchos hidalgos y hombres importantes, no quisieron que esto pasase sin dar parte al gobernador y a los oficiales de Vuestra Majestad. Como les afeamos su propósito a los que querían marcharse, y les hicimos ver en qué momento desamparaban a su capitán y a los enfermos, y, sobre todo, que abandonaban el servicio de Vuestra Majestad, decidieron quedarse, y que lo que fuese de uno fuese de todos, sin que ninguno desamparase a otro". Llama la atención que se les pasara por la cabeza llevar a cabo lo que sería, evidentemente, consumar un denigrante  motín. También salta a la vista que, además de verse en el horizonte un inquietante futuro para la expedición, había algo que fallaba en el liderazgo de Pánfilo de Narváez.

 

     (Imagen) Tras entrar en razón, los que pensaban abandonar el ejército lleno de enfermos, para salvarse a sí mismos, decidieron seguir en sus puestos. Y todos colaboraron para dar una ingeniosa solución a uno de sus mayores problemas: "El gobernador llamó a todos, pidiéndoles su parecer sobre la forma de salir de tan mala tierra, y buscar algún remedio contra la grave enfermedad que afectaba a una tercera parte del ejército, y que iba creciendo cada hora. Pensando en muchas soluciones, decidimos una harto difícil de poner en obra, que era la de hacer unos navíos para marcharnos. A todos les parecía imposible, porque nosotros no los sabíamos hacer, ni teníamos herramientas, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, ni cosa alguna de todas las necesarias, ni quien supiese hacerlo, ni, sobre todo, qué comer entretanto que se hiciesen. Cesó la plática aquel día, y cada uno se fue encomendándolo todo a Dios nuestro Señor. El día siguiente quiso Dios que uno de la compañía viniera diciendo que él haría con unos cueros de venado unos fuelles, y, como estábamos ansiosos de un remedio, nos pareció bien, y le dijimos que lo llevase a cabo". Para paliar el hambre, enviaron soldados a coger provisiones en Aute (que las consiguieron a base de pelear con los indios), y decidieron matar un caballo, cuya carne se repartiese entre los que trabajaban en la obra de las barcas y los que estaban enfermos. El 'artista' de los fuelles hizo "estribos, espuelas, ballestas, y otras cosas de hierro necesarias, como clavos, sierras y hachas". Tuvieron otro 'manitas' salvador: "Se comenzaron a hacer cinco barcas con el único carpintero que teníamos, y con tanta diligencia, que, en poco más de un mes, se acabaron. Fueron calafateadas con la piel de los palmitos, porque no teníamos estopa, y las breamos con cierta pez de resina de pinos que hizo un griego, llamado don Teodoro; con la misma corteza de los palmitos, y con las colas y crines de los caballos, hicimos cuerdas y jarcias, y, de nuestras camisas, velas. En este tiempo algunos andaban cogiendo mariscos por la orillas de la mar, y los indios nos mataron a diez hombres, sin que los pudiésemos socorrer, a los cuales hallamos de parte a parte pasados con flechas". La imagen muestra un sello conmemorativo del cuarto centenario de la aventura de ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA en La Florida.




martes, 29 de junio de 2021

(1454) Tras un largo caminar faltos de comida, los españoles llegaron al territorio de los apalaches con gran alegría, pero pronto se dieron cuenta de que eran extraordinariamente belicosos.

 

     (1044) A pesar de la buena acogida del cacique Dulchanchelin, por la noche algún  indio tiró una flecha a un español que iba a coger agua, pero no le acertó. Y luego hubo otro amago de agresión: "El día siguiente, partimos de allí sin que viéramos a ninguno de los naturales, mas, siguiendo nuestro camino, aparecieron indios que venían de guerra, y aunque nosotros los llamamos, se alejaron sin dejar de ir detrás de nosotros. Por orden del gobernador, algunos de a caballo salieron a por ellos, y tomaron presos a cuatro indios que nos sirvieron como guías en adelante, los cuales nos llevaron por tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque en ella hay muy grandes montes y árboles maravillosamente altos. Un día después del de San Juan, llegamos a vista de Apalache sin que los indios de la tierra nos sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios creyendo que era verdad lo que de aquella tierra nos habían dicho, que allí se acabarían los grandes trabajos que habíamos pasado, tanto por el malo y largo camino, como por la mucha hambre que habíamos padecido. Además, muchos de los nuestros tenían llagadas las espaldas de llevar las armas a cuestas. Mas, con vernos llegados donde deseábamos, y donde tantas provisiones y oro nos habían dicho que había, sentíamos que se nos había quitado gran parte del trabajo y cansancio".

     Pero ya vimos, en la aventura de Hernando de Soto y los suyos, la enorme agresividad de los apalaches y su desconocimiento del oro, cuyas minas se encontraron siglos después: "Llegados que fuimos a Apalache, el gobernador mandó que yo tomase nueve de a caballo, y cincuenta infantes, y entrase en el pueblo, y así lo acometimos el veedor y yo; cuando entramos, no hallamos sino mujeres y muchachos, mas, poco después, andando nosotros por él, acudieron los indios, y comenzaron a pelear, flechándonos, y mataron el caballo del veedor, pero, finalmente, huyeron. Allí hallamos mucha cantidad de maíz y muchos cueros de venados, así como algunas mantas de hilo pequeñas, y no buenas, con las que las mujeres cubren algo de sus personas. En el pueblo había cuarenta casas pequeñas y edificadas en lugares abrigados, por temor de las grandes tempestades que continuamente en aquella tierra suele haber".

     Luego el cronista hace una descripción de las características que observa en el territorio de los apalaches, que enseguida van a  mostrar su espíritu guerrero. Pronto llegaron al pueblo los indios huidos, y lo hicieron mansamente, pero por razones diplomáticas: "Dos horas después de que llegamos a Apalache, los indios que de allí habían huido vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres e hijos, y nosotros se los dimos, pero el gobernador retuvo a un cacique de ellos consigo, que fue motivo de que ellos quedaran asombrados; por lo que el día siguiente volvieron en son de guerra, y con tanto denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron a ponernos fuego en las casas en que estábamos, pero, como salimos, huyeron, y se refugiaron en las lagunas, que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que había, no les pudimos hacer daño, salvo a uno que matamos".

 

     (Imagen) Lo que está ocurriendo ahora les va a dejar a los apalaches un amargo recuerdo del paso de los españoles, y, como vimos anteriormente, cuando llegó por allí unos doce años después la expedición de  Hernando de Soto, lo recibieron con un deseo ardiente de venganza. Sigue contando Cabeza de Vaca:  "Al día siguiente, unos indios también apalaches, pero de otro pueblo, vinieron a nosotros y nos acometieron de la misma forma que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y también murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinticinco días, y le preguntamos al cacique que les habíamos apresado, y a los otros indios que traíamos con nosotros, que eran enemigos de ellos, cómo eran las tierras próximas. Nos respondieron que adelante había menos gente y mucho más pobre, pero que, en dirección Sur, había un pueblo llamado Aute en el que los indios tenían mucho maíz, frutos y pescado. Dada la pobreza de aquella tierra, y que los indios apalaches nos hacían continua guerra, y así mataron a un señor de Texcoco (México) que se llamaba don Pedro, acordamos partir de allí, e ir a buscar la mar y aquel pueblo de Aute del que nos habían hablado. El segundo día, cuando estábamos en medio de una laguna, nos acometieron gran cantidad de indios, y nos hirieron con flechas a muchos hombres y caballos, por lo cual el gobernador mandó a los de a caballo que se apeasen y les acometiesen a pie, y así pudimos ganarles el paso. A los heridos nuestros no les sirvió la buena protección que llevaban, y hubo hombres que juraron que habían visto dos robles pasados de parte a parte por las flechas de los indios, dada la fuerza y maña con que las echan. Todos los indios que vimos en la Florida  son flecheros, y tan crecidos de cuerpo, que, desde lejos, parecen gigantes". Recordemos que lo mismo decían los que estuvieron después en la expedición de Hernando de Soto. Comenta Núñez Cabeza de Vaca que también él resultó herido: "El día siguiente, yo hallé rastro de indios que iban delante, y le di aviso de ello al gobernador, que venía en la retaguardia, y así, aunque los indios salieron contra nosotros, como íbamos prevenidos, no nos pudieron atacar. Salimos a lo llano, y nos fueron siguiendo todavía, pero nos revolvimos contra ellos por dos partes, les matamos dos indios, y ellos me hirieron a mí y a otros  tres cristianos". Tras la Bahía Apalache que vemos en la imagen, estaba el territorio apalache.




lunes, 28 de junio de 2021

(1453) Pánfilo de Narváez decidió que la tropa siguiera su camino por tierra, a pesar de que Cabeza de Vaca le aconsejó que continuaran navegando. Juan Velázquez se ahogó.

 

     (1043) Pasados unos días, se tomó una decisión que no le gustó en absoluto al cronista: " Llegado el primero de mayo, el gobernador llamó aparte al comisario, al contador, al veedor y a mí, a un marinero que se llamaba Bartolomé Fernández, y a un escribano que se decía Jerónimo de Alaniz, y nos dijo que tenía en voluntad entrar por la tierra adentro, de manera que los navíos fuesen costeando hasta que llegasen a puerto, y sobre esto nos rogó que le diésemos nuestro parecer. Yo le respondí que me parecía que de ninguna manera debía dejar los navíos antes de que quedasen en puerto seguro y poblado, pues los pilotos no sabían dónde nos encontrábamos, que los caballos no estaban en buenas condiciones, y que, además, iríamos mudos y sin intérprete, con la dificultad añadida de que teníamos escasas provisiones. Por todo ello, le  mostré que me parecía  que se debía embarcar e ir a buscar un puerto que fuese bueno para poblar, pues la tierra que habíamos visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellas partes se había hallado. El comisario opinaba todo lo contrario, y decía que, yendo siempre por la tierra de la costa, encontrarían el puerto, pues los pilotos aseguraban que no estaría sino a unas quince leguas de allí, y afirmaba que embarcarse sería tentar a Dios, pues desde que partimos de Castilla tantos trabajos habíamos pasado, tantas tormentas y tantas pérdidas de navíos y de gente. A todos los que allí estaban les pareció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano".

     Tras escuchar las opiniones, Pánfilo de Narváez se reafirmó en su criterio. Como Cabeza de Vaca no quería asumir las responsabilidades de las posibles consecuencias de lo que iba a ordenar, quiso que se dejara constancia: "Yo, vista su determinación, le requerí al gobernador, de parte de Vuestra Majestad, que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto seguro, y lo pedí por testimonio al escribano. El gobernador respondió que, puesto que él se ajustaba al parecer de los mayoría de los otros oficiales y  del comisario, yo no era parte para hacerle estos requerimientos, y decidió levantar el pueblo que allí había asentado, e ir en busca del puerto y la tierra que fuesen mejores. Y, después de mandar que se preparase la gente que había de ir con él, me dijo, en presencia de todos, que, puesto que yo tanto temía la marcha por tierra, tomase  a mi cargo los navíos y la gente que en ellos quedaba, y poblase si yo llegase antes que él. Yo me excusé de esto, y, después de salir de allí aquella misma tarde, tras parecerle que a nadie podía confiar los navíos, me rogó que me encargase de ellos; y viendo que yo todavía me excusaba, me preguntó cuál era la causa, a lo cual respondí que yo huía de encargarme de aquello porque tenía por cierto que él no había de ver más los navíos porque tan mal aparejados se entraban por la tierra adentro, y que yo prefería aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban a encargarme de los navíos, dando así ocasión a que se dijese que me quedaba por temor, siendo así que yo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición. Él, viendo que conmigo no aprovechaba, nombró, como teniente suyo para que se quedase en los navíos, a un alcalde que que se llamaba Carballo".

 

     (Imagen)  Núñez Cabeza de Vaca, con vergüenza torera, decidió acompañar a Pánfilo de Narváez por tierra, a pesar de tener la seguridad de que estaba cometiendo un error: "El sábado uno de mayo (año 1528), partimos con trescientos hombres, entre los que iban el comisario fray Juan Suárez, otro fraile que se decía fray Juan de Palos y tres clérigos, más los oficiales. Anduvimos quince días hallando solo palmitos para comer. Llegamos a un río que lo atravesamos con muy gran trabajo, y, pasados a la otra parte, salieron unos doscientos indios. El gobernador trató de hablarles por señas, y  ellos nos provocaron de manera que nos vimos obligados a  enfrentarnos con ellos, y prendimos a unos seis. Nos llevaron a sus casas, donde tenían gran cantidad de maíz, y dimos infinitas gracias a nuestro Señor por habernos socorrido en tan gran necesidad". Como vimos en su día, Narváez, a pesar de sus grandes méritos, cometía errores de estrategia, y el cronista insiste en ello. Cuenta ahora que él mismo, junto al fraile comisario, el contador y el veedor, le pidieron  que se desviase hacia el mar para encontrar algún puerto, porque los indios decían que no estaba lejos. Narváez se negó, pero, ante la insistencia de Cabeza de Vaca, le dio permiso para hacerlo con cuarenta hombres y el capitán Alonso del Castillo. Atravesaron un río, pero no encontraron lugar alguno que pudiera servir de puerto. Tras regresar sin resultados, se pusieron todos en marcha en dirección hacia Apalache. El día 17 de junio les salió al paso un cacique con gente de su poblado, al que traía un indio a cuestas. Fue hasta donde Pánfilo de Narváez y se  mostró amable con él, pero, al saber que iban camino de Apalache, les aclaró que aquellos indios eran enemigos suyos. Después los españoles tuvieron que pasar un río, y ocurrió algo lamentable: "Uno de a caballo, que se llamaba Juan Velázquez, natural de Cuéllar, por no esperar, entró en el río, y la corriente lo derribó del caballo. Se asió a las riendas, y se ahogó a sí mismo y al caballo. Los  indios de aquel señor, que se llamaba Dulchanchelin, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde encontraríamos también a Velázquez por el río abajo; y así, fueron algunos por él, y su muerte nos dio mucha pena, porque hasta entonces no nos había faltado ninguno (desde que llegaron a La Florida). El caballo sirvió de cena para muchos aquella noche. Pasados de allí, al otro día llegamos al pueblo de aquel cacique, y allí nos regaló maíz".




sábado, 26 de junio de 2021

(1452) Otra tormenta, que estuvo a punto de hundirlos, los llevó directamente a la costa de La Florida. Una placa está allí dedicada a la memoria del valioso, pero desafortunado, Pánfilo de Narváez.

 

     (1042) Pánfilo de Narváez le ordenó a Vaca de Castro que fuera con dos navíos, llevando gente, al cercano puerto de Jagua (unos 60 km, y actualmente llamado Cienfuegos), para que invernaran allí, donde permanecieron hasta mediados del mes de febrero: "En este tiempo llegó allí (a Jagua) el gobernador con un bergantín que en la Trinidad compró, y traía consigo un piloto que se llamaba Meruelo (del que ya hablamos), al que había tomado porque decía que conocía el río de las Palmas (en la costa de Florida), y que era muy buen piloto de toda aquella zona. Dejaba también comprado otro navío en la costa de la Habana, en el cual quedaba por capitán Álvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de a caballo. Dos días después de llegar el gobernador, se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantín. El nuevo piloto que habíamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen de Canarreo, de manera que enseguida dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando fondo muchas veces las quillas de los navíos, al cabo de los cuales, una tormenta del Sur metió tanta agua en los bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro". Continuaron los incidentes según navegaban para doblar la punta del extremo oeste de la isla: "Partimos de aquí y, llegados a Guaniguanico, nos tomó otra tormenta,  estando a punto de perdernos. En el cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres días, y, pasados estos, doblamos el cabo de San Antonio (que es donde se cambia el rumbo hacia el Este), y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de la Habana". 

     Pero de  nuevo fueron juguetes de los elementos, y les resultó imposible llegar a su puerto, de manera que se vieron obligados a enfilar directamente hacia La Florida: "Cuando, llegado el día siguiente, estábamos a punto de entrar en La Habana, nos tomó un tiempo de sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida y llegamos a la tierra el martes, a 13 días del mes de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y el Jueves Santo (15 de abril de 1528), tomamos tierra en la misma costa, en la boca de una bahía (la de Tampa, que fue la misma en la que desembarcó Hernando de Soto en mayo de 1539), al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios. En este mismo día salió el contador Alonso Enríquez y fue a una isla que está en la misma bahía y llamó a los indios, los cuales vinieron y, por medio de rescate (a cambio de objetos españoles), le dieron pescado y algunos pedazos de carne. El día siguiente, que era Viernes Santo, el gobernador se desembarcó con bastante gente, y, cuando llegamos a las casas de los indios, las hallamos abandonadas, porque se habían ido en sus canoas. El gobernador Pánfilo de Narváez levantó pendones por Vuestra Majestad, tomó la posesión de la tierra en vuestro real nombre, presentó sus poderes y fue reconocido como gobernador, como Vuestra Majestad lo mandaba. Luego mandó que toda la otra gente desembarcase, así como los caballos que habían quedado, que eran unos cuarenta y dos, porque los demás habían  muerto con las grandes tormentas. Al otro día, vinieron los indios de aquel pueblo, y, aunque nos hablaron, como no teníamos intérprete, no los entendíamos, pero nos hacían muchas señas y amenazas, pareciéndonos que nos decían que nos fuésemos de la tierra, y luego nos dejaron sin que nos hiciesen ningún impedimento".

 

     (Imagen) Se diría que, para variar, esta vez tuvieron suerte, porque el viento los llevó  rápidamente desde Cuba a su destino: la costa de La Florida. Tomaron tierra a orillas de la bahía de Tampa, como lo haría once años después Hernando de Soto con sus hombres. La placa de la imagen nos indica la fecha de la llegada, y es otra muestra de que a los norteamericanos les gusta recordar los descubrimientos y las andanzas de los españoles por aquellas tierras (traduzco): "Aquí tomó tierra PÁNFILO DE NARVÁEZ el 15 de abril (era Jueves Santo) de 1528. Desde el lugar de este antiguo poblado indio se puso en marcha la primera exploración llevada a cabo por un hombre blanco del continente norteamericano". Aunque la expresión final no resulta muy acertada, es de agradecer que quede tan destacado Pánfilo de Narváez. Quien, ciertamente, a pesar de sus muchas desgracias, fue un hombre de gran valía, como todos aquellos que capitanearon expediciones tan importantes, tan heroicas y tan costosas económicamente. (En realidad, ya había estado por allí siete años antes, sin penetrar en el interior, Juan Ponce de León). Luego decidió Narváez inspeccionar aquel territorio: "El gobernador mandó que el bergantín fuese costeando La Florida, y buscase el puerto que el piloto Meruelo dijo  que conocía, pero no sabía en qué parte estábamos, ni dónde se hallaba el puerto. Se le ordenó que, si no lo encontraba, se dirigiese a La Habana, y volviese con las provisiones que Álvaro de la Cerda tenía en su navío". En otra salida que hicieron más tarde, apresaron a cuatro indios, que les llevaron a un pueblo donde había maíz. Pero encontraron algo más: "Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto (sin duda, de indios), y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venados pintados. Al  (fraile) comisario le pareció que esto era una especie de idolatría y quemó las cajas con los cuerpos. Hallamos también pedazos de lienzo y de paño, y penachos que parecían de la Nueva España (México), y también muestras de oro. Por señas preguntamos a los indios dónde habían obtenido aquellas cosas, y nos indicaron que lejos de allí había una provincia que se llamaba Apalache, en la cual había mucho oro". Era una mentira o un error, porque, como vimos, Hernando de Soto y los suyos se dieron cuenta, once años después, de que, lo que los apalaches consideraban oro, era, simplemente, cobre o latón.




viernes, 25 de junio de 2021

(1451) Con razón Cabeza de Vaca tituló su crónica como 'Naufragios'. Menciona el primero que tuvieron, y al adinerado Vasco Porcallo, de cuyo protagonismo en la campaña posterior, la de Hernando de Soto, ya hablamos.

 

     (1041) Empecemos, pues, directamente con NAUFRAGIOS, la crónica escrita por ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA sobre su prolongada estancia, junto con tres compañeros, entre los indios de la actual Norteamérica. Lo primero que vamos a notar es que la narración va dirigida al emperador Carlos V. Iré haciendo los comentarios que me parezcan oportunos e ilustrativos, y, siempre que continúe con las palabras del autor (que tendré que resumirlas), las presentaré entrecomilladas. Vamos, pues, con ello: "A 17 días del mes de junio de 1527 (doce años antes de la también trágica expedición de Hernando de Soto), partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez (de quien ya hablamos extensamente), con poder de Vuestra Majestad, para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, llevando cinco navíos, en los cuales irían unos seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba a bordo (porque de ellos se ha de hacer mención) eran estos: Cabeza de Vaca (el propio cronista) como tesorero y alguacil mayor, Alfonso Enríquez, contador, Alonso de Solís, factor de Vuestra Majestad y veedor; iba como comisario un franciscano que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndonos de cosas necesarias, especialmente de caballos. Aquí nos abandonaron más de ciento cuarenta hombres, por las promesas que los de la tierra les hicieron. Desde allí llegamos a Santiago, que es un puerto de la isla de Cuba, donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente, de armas y de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcallo, vecino de la villa de la Trinidad, le ofreció al gobernador darle ciertas provisiones que tenía en su población, que está a cien leguas (550 km) del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; pero, llegados a un puerto que se llama Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, le pareció que era mejor esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos. Para esto, mandó al capitán Pantoja que fuese allí con su navío, y que yo (Cabeza de Vaca), para más seguridad, fuese con él (en otro barco), y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcallo a la villa, para recoger los bastimentos. Yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales dijeron que con la mayor presteza nos marchásemos de allí, porque aquel era un mal puerto y se solían perder muchos navíos en él". La intuición de los pilotos se convirtió en realidad, y empezó a llover torrencialmente, con un viento preocupante: "No obstante Cabeza de Vaca se vio obligado, porque Vasco Porcallo se lo pidió con unos mensajeros, a ir a recoger las provisiones que había ofrecido, y dejó las dos naves al cuidado de los marineros". Cuando Cabeza de Vaca llegó a Trinidad, "el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron".

 

     (Imagen) Aquello fue como un doble presagio. Vasco de Porcallo no podrá realizar su deseo de regalar provisiones a la flota de Pánfilo de Narváez, y fracasó doce años después cuando, ya envejecido, aunque sumamente vanidoso, quiso triunfar con Hernando de Soto en su expedición a la Florida, pero tuvo que volverse pronto a casa. Así también, Cabeza de Vaca, que dejó a la espera dos navíos para ir a la villa de Trinidad, nos cuenta la primera tormenta que sufrieron, preludio de las que después acabarán con toda la expedición de Narváez, en la que todo indica que se salvaron solamente cuatro integrantes: "Era necesario que anduviésemos varios hombres abrazados para poder evitar que el viento nos llevase. Y, andando entre los árboles, no menos miedo nos daban ellos que las casas, porque como ellos también caían, temíamos que nos matasen. En medio de esta tempestad, anduvimos toda la noche sin hallar lugar donde pudiésemos estar seguros media hora. Oíamos sin cesar mucho estruendo, lo cual duró hasta la mañana, que fue cuando la tormenta cesó. En estas partes nunca se vio cosa tan temible, de lo cual hice un informe y se lo envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto, y no hallamos los navíos. Vimos sus boyas en el agua, por lo que supimos que se habían perdido, y anduvimos por la costa, con la esperanza de encontrar alguna cosa de ellos. Como no hallamos nada, nos metimos por los montes, y, andando por ellos un cuarto de legua, vimos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y, a diez leguas de allí, por la costa, encontramos a dos personas de mi navío, y estaban tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se las podía reconocer. Se perdieron en los navíos sesenta personas y veinte caballos, salvándose solamente treinta que habían bajado a tierra". También se llevó la tormenta las provisiones que les iba a dar Porcallo en Trinidad. Luego llegó Pánfilo de Narváez, habiendo salvado sus cuatro navíos por los pelos: "La gente que en ellos traía, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que no se atrevían a tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó en Trinidad". En el mapa (donde aparece 'Havana' con uve) vemos Santiago, el puerto de Cuba al que llegaron tras su travesía atlántica, trasladándose después a Trinidad, donde vivía Vasco Porcallo de Figueroa, y donde sufrieron el primer desastre.




jueves, 24 de junio de 2021

(1450) Empezamos hoy, 24 de junio de 2021 otro relato apasionante, escrito por uno de sus cuatro protagonistas, ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA, de su aventura, también por La Florida, pero unos años antes. El blog contiene ya 2.900 páginas y 1.450 fotografías.

 

     (1040) Terminada la crónica de INCA GARCILASO DE LA VEGA titulada LA FLORIDA DEL INCA, vamos a empezar otro relato apasionante, aunque más breve, escrito por uno de sus cuatro protagonistas, ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA, y al que le dio el nombre de NAUFRAGIOS. (Empiezo hoy con este texto breve, pero todos los siguientes tendrán la misma extensión que he venido dando sucesivamente  a entradas anteriores, es decir, lo que equivale a más de dos páginas de un libro normal). El hecho de que fueran solamente cuatro, me va a dificultar el uso de imágenes, ya que siempre he procurado aprovechar la narración para incluir pequeñas biografías de quienes participaron en las hazañas, pero confío en que nos saldrán al paso asuntos interesantes que merezcan una descripción especial. Será inevitable, y hasta provechoso, que me vea obligado a dedicar el mayor espacio a las propias palabras del cronista, y procuraré que los comentarios que yo haga resulten ilustrativos desde el punto de vista histórico. Será  un placer sacar del olvido  a personaje tan interesante como Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y mi intención no es la de desenterrarlo, sino la de resucitarlo. Para empezar, presentemos al ilustre conquistador. Me limitaré a algunos datos de su biografía inicial, ya que lo que sigue después nos los contará él mismo. Ya dije en tiempos lejanos que, al parecer, el apellido Cabeza de Vaca se lo otorgó el rey Sancho de Navarra a un pastor llamado Martín Alhaja porque, para que los españoles encontraran el camino que les dio la victoria contra los árabes en las Navas de Tolosa, se lo dejó señalado con un cráneo de vaca. Álvar nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) hacia el año 1495. Era de una familia noble, siendo su padre caballero de la Orden de Santiago y uno de los regidores de Jerez. Al quedar huérfano, con unos diez años, estuvo bajo la tutela de una tía suya muy bien relacionada, gracias a la cual, pasado un tiempo, ejerció como criado de los duques de Medinasidonia, en cuyo palacio adquirió prestigio de persona eficaz y prudente. Así se explica que el año 1527 partiera de Sanlúcar de Barrameda en la armada de Pánfilo de Narváez con los cargos de tesorero real y alguacil mayor. La expedición llegó a las costas de La Florida para intentar su conquista. Fue un desastre total, y será el propio ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA quien nos va a explicar la tremenda odisea que él y tres más vivieron después. (En la imagen se ve el heroico recorrido de ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA y sus tres compañeros. Él partió de España en 1527, y llegó a la capital de México en 1536.

     


jueves, 17 de junio de 2021

(1449) Termina ya Inca Garcilaso de la Vega su magnífica crónica, y resulta estremecedor el resumen que hace del trágico final de las cuatro primera expediciones que llegaron a La Florida.

 

     (1039) Inca Garcilaso va a a mencionar misioneros fallecidos, pero hace previamente una breve alusión a conquistadores que también acabaron de mala manera: "Y, hablando primero de los seglares, diré que el primer cristiano que murió en esta conquista (falleció en La Habana el año 1521, tras volver gravemente herido) fue Juan Ponce de León, primer descubridor de la Florida, caballero natural de León, que en sus niñeces fue paje de Pedro Núñez de Guzmán, señor de Toral. Murieron asimismo todos los que con él fueron, que, según salieron heridos de mano de los indios, no escapó ninguno. No se pudo averiguar el número de ellos, pero eran más de ochenta hombres. Luego fue (el oidor) Lucas Vázquez de Ayllón (compañero del oidor Juan Ortiz de Matienzo, sobrino de Sancho Ortiz de Matienzo), que también murió a manos de los de La Florida, con más de doscientos y veinte cristianos de los que llevó consigo. Después de Lucas Vázquez de Ayllón, fue Pánfilo de Narváez con cuatrocientos españoles, de los cuales no escaparon más de cuatro (entre ellos, el gran Álvar  Núñez Cabeza de Vaca). Los demás murieron, unos a manos de los enemigos y, otros,  ahogados en la mar, y los que escaparon de la mar murieron de pura hambre. Diez años después de Pánfilo de Narváez fue a la Florida el Adelantado Hernando de Soto, y llevó mil españoles de todas las provincias de España, falleciendo más de setecientos. De manera que pasan de mil y cuatrocientos cristianos los que hasta aquel año han muerto en aquella tierra con sus caudillos (se  dan cifras más reducidas, pero sin demasiadas diferencias)".

     Inca Garcilaso nos va a recordar ahora a los clérigos fallecidos, y, con este último apartado, dará fin a su extensa obra, que ha tenido la virtud de dejar un recuerdo imborrable de la azarosa y heroica campaña de La Florida, capitaneada por HERNANDO DE SOTO, un hombre excepcional que lo perdió todo, resultando imposible que volviera a encontrarse con Isabel de Bobadilla, su extraordinaria mujer:  "Nos queda por hablar de los sacerdotes y religiosos que han muerto en La Florida. Se tiene noticia de los que fueron con Hernando de Soto y de los que partieron después, porque ni de los que fueron con Juan Ponce de León ni de los que fueron con Lucas Vázquez de Ayllón ni con Pánfilo de Narváez hay memoria en los escritos, como si no hubieran existido. Con Hernando de Soto fueron doce sacerdotes. Ocho eran clérigos y cuatro frailes. Cuatro de los clérigos murieron el primer año que entraron en la Florida, y no se hizo memoria de sus nombres. Dionisio de París, francés natural de la gran ciudad de París, y Diego de Bañuelos, natural de la ciudad de Córdoba, ambos clérigos, y fray Francisco de la Rocha, fraile de la advocación de la Santísima Trinidad, natural de Badajoz, murieron de enfermedad en vida del gobernador Hernando de Soto, pues, como no tenían médico ni botica, si la naturaleza no curaba al que caía enfermo, no tenía remedio. Los otros cinco, que son Rodrigo de Gallegos, natural de Sevilla, Francisco del Pozo, natural de Córdoba, clérigos sacerdotes, fray Juan de Torres, natural de Sevilla, de la orden del seráfico padre San Francisco, fray Juan Gallegos, natural de Sevilla, Fray Luis de Soto, natural de Villanueva de Barcarrota, ambos de la orden del divino Santo Domingo, y todos ellos de buena vida y ejemplo, murieron después del fallecimiento del gobernador Hernando de Soto. Los cuales, mientras vivieron, hicieron su oficio muy como religiosos, confesando y animando a bien morir a los que fallecían, y adoctrinando y bautizando a los indios que permanecían en el servicio de los españoles".

 

     (Imagen) Inca Garcilaso ya nos ha facilitado nombres de misioneros muertos en La Florida, pero dedicará, el poco espacio que le queda para el final de su crónica, a recordar a otros que sucumbieron posteriormente (de los que ya hablamos): "Después, el año 1549, fueron a la Florida cinco frailes de la orden de Santo Domingo sin llevar gente de guerra, por no escandalizar a aquellos indios. Mas ellos no quisieron oír la doctrina cristiana, y, en cuanto tres de ellos pisaron tierra, los mataron con crueldad, muriendo entre ellos el buen padre fray Luis Cáncer de Barbastro, que era su prior. El año 1566 pasaron a la Florida tres religiosos jesuitas. El que iba por superior era Pedro Martínez, natural de una aldea de Teruel, y, cuando bajó a tierra, lo mataron los indios. Dos compañeros que llevaba, el uno sacerdote, llamado Juan Rogel, y el otro, hermano, llamado Francisco Villa Real, se retiraron a La Habana bien lastimados de no haber podido enseñar la doctrina cristiana a aquellos gentiles. El año 1568 fueron a la Florida ocho religiosos, también jesuitas, dos sacerdotes y seis hermanos. El que iba por superior se llamaba Bautista de Segura, natural de Toledo, y el otro sacerdote era Luis de Quirós, natural de Jerez de la Frontera. Los nombres de los seis hermanos son los que se siguen: Juan Bautista Méndez, Gabriel de Solís, Antonio Zaballos, Cristóbal Redondo, Gabriel Gómez y Pedro de Linares, los cuales llevaron en su compañía a un cacique indio natural de la Florida. Ocurrió que el Adelantado Pedro Menéndez de Valdés fue a la Florida tres veces desde el año 1563 hasta el 1568. Del segundo viaje trajo a España siete indios, bautizándose todos acá, pero seis murieron en breve tiempo". Ya vimos que el indio que sobrevivió era el que volvió a La Florida con los jesuitas, y aparentando querer ordenarse sacerdote, pero se fugó para juntarse con su tribu y participó en el asesinato del jesuita Luis de Quirós y de los otros seis hermanos jesuitas que lo acompañaban. Y CON LAS SIGUIENTES PALABRAS TERMINA EL GRAN ESCRITOR INCA GARCILASO DE LA VEGA su crónica llamada LA FLORIDA DEL INCA: "Fueron en total veinticuatro los religiosos que murieron en La Florida hasta el año 1568, más los mil cuatrocientos españoles que fallecieron antes, y es de esperar que, tierra que tantas veces ha sido regada con tanta sangre de cristianos, haya de fructificar conforme al riego de la sangre católica que en ella se ha derramado. La gloria y honra se dé a Dios Nuestro Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero. Amén.




miércoles, 16 de junio de 2021

(1448) Inca Garcilaso de la Vega hace un inteligente y sentido balance de lo que fue la grandiosa pero fracasada expedición de Hernando de Soto. Habla de la heroicidad de aquellos hombres, incluyendo a los misioneros.

 

     (1038) Como Inca Garcilaso va a terminar su brillante crónica haciendo un balance final de lo que fue aquella grandiosa pero fracasada empresa, procuraré recoger gran parte de sus palabras: "Esta tragedia, digna de ser llorada por la pérdida de tantos trabajos de la nación española sin lograr el éxito, fue el  final de la expedición de la Florida que el gobernador Hernando de Soto hizo con tanto gasto de su hacienda, y con tanto número de caballeros nobles y soldados valientes, pues para ninguna otra conquista de cuantas hasta hoy en el Nuevo Mundo se han hecho se ha juntado tan hermosa y lucida gente, ni tan bien armada y equipada, ni con tantos caballos como para esta se juntaron. Todo lo cual se consumió y perdió sin fruto alguno por dos causas: la primera, por la discordia que entre ellos nació, por la cual no poblaron al principio, y la segunda, por la temprana muerte del gobernador, que, si viviera dos años más, remediara el daño pasado con el socorro que pidiera y se le pudiera dar por el Río Grande (el  Misisipi), como él lo tenía pensado. Con lo cual pudiera ser que se hubiera dado principio a un imperio que pudiera competir hoy con la Nueva España (México) y con el Perú, porque en la grandeza de la tierra y su fertilidad no es inferior a ninguna de las otras, pues en riqueza ya vimos la cantidad increíble de perlas que en sola una provincia se hallaron. Las minas de oro y plata, pudiera ser que buscándolas se hubiesen hallado (de hecho, las había), porque ni México ni el Perú, cuando se ganaron, tenían las que hoy tienen, pues las de Potosí se descubrieron catorce años después de que empezó la conquista del Perú".

     El  cronista le manda con su texto un mensaje al emperador Felipe II: "Por lo cual, muchas veces suplicaré al rey nuestro señor y a la nación española que no permitan que tierra tan buena esté fuera de su imperio, sino que se esfuercen en conquistarla y poblarla para plantar en ella la Fe Católica, como lo han hecho los de su misma nación en los demás reinos y provincias del Nuevo Mundo que han conquistado y poblado, y para que España goce de este reino como de los demás, y para que él no quede sin la luz de la doctrina evangélica, que es lo principal que debemos desear, junto con los demás beneficios que se le pueden hacer, tanto en mejorarle su vida moral como en perfeccionarle con las artes y ciencias que hoy en España florecen, para las cuales los naturales de aquella tierra tienen mucha capacidad, pues, sin doctrina alguna, sino solo con el talento natural, han hecho y dicho cosas tan buenas como las que hemos visto y oído, y hasta me pesó que fueran tan magníficas y excelentes, que podían hacer sospechar que eran ficciones mías. Pero Dios me es testigo de que no solamente no he añadido cosa alguna a lo que se me contó, sino que confieso con vergüenza mía no haber llegado a describir las hazañas como me dijeron que ocurrieron, de que pido perdón a todo aquel reino y a los que leyesen este libro. Espero que esto baste para que se dé el crédito que se debe a quien, sin pretensión de interés ni esperanza de gratificación de reyes ni grandes señores, sino solo la de decir la verdad, tomó el trabajo de escribir esta historia vagando de tierra en tierra con falta de salud y sobra de incomodidades, solo por dar con ella relación de lo que hay descubierto en aquel gran reino, para que se aumente y extienda nuestra Santa Fe Católica y la corona de España, que son mi primera y segunda intención, pues, si llevan estas dos, tendrán seguro el favor divino los que fueren a la conquista, la cual Nuestro Señor encamine para la gloria y honra de su nombre, para que la multitud de ánimas que en aquel reino viven sin la verdad de su doctrina se reduzcan a ella y no perezcan".

 

     (Imagen) Aunque ya transcribí largo y tendido, pero de forma resumida, toda la extensa crónica que Inca Garcilaso redactó sobre las "Guerras Civiles del Perú", de hecho publicó el texto después de terminar su libro sobre el intento fallido de la conquista de La Florida, y, por eso, dice a continuación: "Pido a Dios me dé su amparo para que emplee lo que me queda de vida en terminar de escribir la historia de los incas, reyes que fueron del Perú, cuya mayor parte la tengo ya puesta en el telar. Diré de los incas lo que a mi madre, a sus parientes ancianos y a la gente común de la patria les oí. Asimismo contaré del descubrimiento y conquista del Perú lo que a mi padre y a sus contemporáneos que lo ganaron les oí, y hablaré del levantamiento general de los indios contra los españoles y de las guerras civiles que hubo entre Pizarros y Almagros, que así se nombraron aquellos +bandos, los cuales, para destrucción de todos ellos, y en castigo de sí propios, se levantaron contra sí mismos. Y, de las rebeliones que después pasaron en el Perú, diré brevemente lo que oí a los que en ellas de la una parte y de la otra se hallaron, y lo que yo vi, que, aunque muchacho, conocí a Gonzalo Pizarro y a su maestre de campo, Francisco de Carvajal, y a todos sus capitanes, y a don Sebastián de Castilla y a Francisco Hernández Girón, y tengo noticia de las cosas más notables que los virreyes, posteriormente, han hecho en el gobierno de aquel imperio". Pero, como remate a su obra, Inca Garcilaso tuvo especial interés en destinar el último apartado a otros héroes silenciosos, siempre ocupados en labores menos llamativas, aunque igualmente importantes: "Habiendo hecho larga mención de la muerte del gobernador Hernando de Soto, de otros caballeros principales y de muchos soldados nobles y valientes que en esta campaña murieron, me pareció que sería cosa indigna no hacer memoria de los sacerdotes, clérigos y religiosos que con ellos fallecieron, de los que entonces fueron a la Florida y de los que posteriormente han ido a predicar la fe de la Santa Madre Iglesia Romana. Los capitanes y soldados, así como los sacerdotes y religiosos, murieron en servicio de Cristo Nuestro Señor, pues todos tenían un mismo celo de predicar su santo evangelio, los caballeros sujetando con sus armas a los infieles para que obedeciesen la doctrina cristiana, y los sacerdotes y religiosos para forzarles con su buena vida y ejemplo a que les creyesen e imitasen en su cristiandad y religión".




martes, 15 de junio de 2021

(1447) El cronista valora los méritos de Hernando de Soto, pero le hace responsable (injustamente) del fracaso. Gómez Arias y Diego Maldonado estuvieron buscando a la tropa inútilmente durante largo tiempo.

 

     (1037) Se nos va acabando la triste y fracasada, pero muy meritoria, aventura de Hernando de Soto y sus hombres por la Florida. Nunca sabremos si hubiese terminado siendo un triunfo de no haber muerto el gran capitán. Inca Garcilaso se contradice un poco, ya que, en su día, consideró que Hernando de Soto seguía adelante amargado tras el intento de motín de sus hombres, y más por terquedad de su orgullo herido que por convencimiento de lograr la conquista. Pero, al terminar su crónica, repite una y otra vez que fue un error abandonar la campaña. Nos hablará ahora de lo que hicieron otros dos capitanes que se ocuparon, por orden de Hernando de Soto, de una misión marinera: "Porque, para acabar nuestra historia, que, mediante el favor del Hacedor del Cielo, nos vemos ya al fin de ella, no nos queda por decir más que lo que los capitanes Diego Maldonado y Gómez Arias hicieron después de que el gobernador Hernando de Soto los envió a La Habana con orden de lo que aquel verano y el otoño siguiente habían de hacer, lo añadiré. Estos dos buenos caballeros, en cumplimiento de lo que se les mandó y de propia obligación, trabajaron, para que la generosidad de sus ánimos y la lealtad que a su capitán general tuvieron no quede en olvido, sino que se ponga en memoria, de manera que a ellos les servirá de honra y a los venideros de ejemplo. El capitán Diego Maldonado fue con los dos bergantines a La Habana a visitar a doña Isabel de Bobadilla, mujer del gobernador Hernando de Soto, y había de volver con Gómez Arias, que poco antes realizó la misma jornada. Los dos capitanes habían de llevar en los navíos provisiones y armas el otoño venidero, que era del año mil quinientos cuarenta, al puerto de Achusi, que el mismo Diego Maldonado había descubierto, adonde iría por tierra el gobernador Hernando de Soto. Lo cual no tuvo lugar por el motín secreto que el gobernador alcanzó a saber que los suyos tramaban, por lo cual huyó de la mar y siguió tierra adentro, lo que trajo como consecuencia que vinieran todos a perderse". Visto así, quizá no fuera tan contradictoria la opinión de Inca Garcilaso, ya que culpa también a Hernando de Soto por no arriesgarse a ir a Achusi para establecer allí una población, como tenía previsto. Pero no se puede olvidar que Hernando de Soto era un hombre muy valiente, zurrado en mil batallas, y con un olfato de veterano  capaz de intuir que  llegar a Achusi sería convertir en realidad el motín.

     Además de los dos bergantines y la carabela que tenían, Gómez Arias y Diego Maldonado compraron tres  navíos,  llenaron a tope las embarcaciones con todo lo previsto y partieron hacia su destino: "Llegaron al puerto de Achusi y, no hallando en él al gobernador, salieron los dos capitanes en los bergantines, cada uno por un lado, y costearon la costa a una mano y a otra, a ver si salían por alguna parte al oriente o al poniente, y, dondequiera que llegaban, dejaban señales en los árboles y cartas escritas metidas en huecos de ellos con la relación de lo que habían hecho y pensaban hacer el verano siguiente. Y cuando ya el rigor del invierno no les permitió navegar se volvieron a La Habana con noticias tristes de no haberlas habido del gobernador".

 

     (Imagen) Cuenta el cronista el fracaso que tuvieron Gómez Arias y Diego Maldonado al no poder hallar con sus barcos a Hernando de Soto, a los cuales les había encargado que le llevaran provisiones desde Cuba. Tenían que encontrarse en el puerto de Achusi con él, pero allí no estaba, y ellos no sabían que había cambiado de planes para evitar un motín de sus hombres. Cuando empezó el invierno, se volvieron a la Habana: "Pero el año siguiente, en 1541, recorrieron toda la costa, desde la Florida hasta llegar a tierra de México y a Nombre de Dios (es decir, nada menos que hasta Panamá, como muestra la imagen), a ver si podían tener noticias del gobernador, pero, no habiéndolas, se volvieron en invierno a La Habana. Luego, el verano siguiente, del año cuarenta y dos, salieron con la misma intención y, habiendo gastado inútilmente casi siete meses, se volvieron para invernar en La Habana. De donde salieron nuevamente el año 1543, porfiando en su empeño y determinados a no desistir hasta morir o saber noticias del gobernador, porque no podían creer que la tierra los hubiese consumido a todos, sino que algunos habían de estar en alguna parte. Así anduvieron todo aquel verano, como hicieron en los pasados, sufriendo los trabajos que se pueden imaginar. Navegando, pues, con esta congoja y cuidado, llegaron a Veracruz mediado octubre del mismo año 1543, donde supieron que sus compañeros habían salido de la Florida y que eran menos de trescientos los que habían escapado, y que el gobernador Hernando de Soto había fallecido en ella con todos los que faltaban de los casi mil que habían entrado en aquel reino. Con estas noticias tristes y lamentables volvieron a La Habana aquellos dos buenos y leales caballeros, y se las dieron a doña Isabel de Bobadilla, la cual, como, a la pena y congoja que tres años continuos había tenido de no haber sabido de su marido, se le acrecentase nuevo dolor por su muerte, el mal fin de la conquista, la destrucción y pérdida de su hacienda, la caída de su estado social y la ruina de su casa, falleció poco después de saberlo". No exagera Inca Garcilaso, pero se equivoca en cuanto a la muerte de la extraordinaria ISABEL DE BOBADILLA: murió hacia el año 1555, tras tener que sufrir un duro pleito con Hernán Ponce de León, antiguo socio de su marido. Ser conquistador, o mujer de conquistador, podía llevar a la gloria y la riqueza o al mayor de los desastres.




lunes, 14 de junio de 2021

(1446) Algunos de los que volvieron fracasados de La Florida vivían desquiciados en México, y peleaban entre ellos por haber abandonado la campaña. Otros fueron a las guerras civiles de Perú en busca de fortuna.

 

     (1036) Resulta evidente que,  muerto el gran líder, Hernando de Soto, se creó un clima de desánimo total en la tropa, imponiéndose el criterio de tirar la toalla y salvar la vida, y, por lo que parece, Luis de Moscoso, aunque quería cumplir la voluntad de Soto, puesto que había cogido su antorcha, no pudo oponerse a la voluntad general. Pero, al entrar en México, brotaron las lamentaciones: "Traían a la memoria las palabras que el gobernador Hernando de Soto les dijo en Quiguate acerca del motín que en Mabila se había intentado sobre irse a México desamparando la Florida, pues, entre otras, les dijo: '¿A qué queréis ir a México? ¿A mostrar la vileza de vuestros ánimos que, pudiendo ser señores de un reino tan grande, donde tantas y tan hermosas provincias habéis descubierto, pensabais tener por mejor iros a posar a casa extraña y comer a mesa ajena pudiéndola tener propia para hospedar y hacer bien a otros muchos?' Las cuales palabras parece fueron pronóstico muy cierto de la pena y dolor que al presente les atormentaba, por lo cual se mataban a cuchilladas sin respeto ni memoria de la compañía y hermandad que unos con otros habían tenido. Y en estas pendencias hubo en México también, como en Pánuco, algunos muertos y muchos heridos. El virrey los aplacaba con toda suavidad y blandura viendo que tenían sobra de razón, y, para consolarlos, les prometía hacer la misma conquista si ellos quisiesen volver a ella. Y es verdad que, habiendo oído las buenas calidades del reino de la Florida, deseó hacer aquella campaña, y así, a muchos capitanes y soldados dio renta de dineros, oficios y cargos para que se ocupasen hasta que se preparase la expedición. Muchos lo recibieron, pero otros muchos no quisieron, por no obligarse a volver a tierra que habían aborrecido, y también porque tenían puestos los ojos en el Perú".

     Como ejemplo de lo dicho, Inca Garcilaso habla de uno de los que volvieron de la Florida, chiquito pero matón, puesto que no  se arrugaba fácilmente: "Un soldado llamado Diego de Tapia, que yo después conocí en el Perú, donde en las guerras contra Gonzalo Pizarro, don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón sirvió muy bien a Su Majestad, mientras le hacían la ropa que necesitaba andaba por la ciudad de México vestido de pellejos, tal y como había salido de la Florida, y un ciudadano rico que le vio en aquel hábito y pequeño de cuerpo, pareciéndole que debía ser de los muy despreciados, le dijo: 'Hermano, yo tengo una estancia de ganado cerca de la ciudad, donde si queréis servirme podréis pasar la vida con quietud y reposo, y daros he salario competente'. Diego de Tapia, con un semblante de león, o de oso, que sería la piel que traía vestida, le respondió : 'Yo voy ahora al Perú, donde pienso tener más de veinte estancias. Si queréis iros conmigo sirviéndome, yo os acomodaré en una de ellas de manera que volváis rico en muy breve tiempo'. El ciudadano de México se retiró sin hablar más palabras, por parecerle que,  de hacerlo, no saldría bien librado".

     Dio también la casualidad de que se encontraron en México el gran personaje Gonzalo de Salazar (de quien ya hablamos) y el extraordinario Gonzalo Silvestre (confidente de Inca Garcilaso) el cual le aclaró  que fue él quien, al iniciarse la expedición de Soto, le disparó dos cañonazos a su nave, por creer que era enemiga, ya que Salazar cometió la prohibida imprudencia de adelantarse al resto de la armada. Supo reconocer que Silvestre tenía razón: "Desde entonces lo estimó más, y le dijo  que había actuado como un  buen soldado".

 

     (Imagen) Inca Garcilaso comenta que el virrey ANTONIO DE MENDOZA no consiguió convencer a nadie para que se organizara una nueva expedición a la Florida, y nos habla también (haciendo un duro reproche) de lo que hicieron después algunos de los que volvieron sanos y salvos: "El contador Juan de Añasco, el tesorero Juan Gaytán y los capitanes Baltasar de Gallegos, Alonso Romo de Cardeñosa, Arias Tinoco, Pedro Calderón y otros de menos cuenta volvieron a España, eligiendo por mejor venir pobres que quedarse en las Indias, por el mal recuerdo que les quedó, tanto por lo que habían sufrido como por lo que de sus haciendas habían perdido, siendo la mayoría de ellos causa de que lo uno y lo otro se perdiese sin provecho alguno (por no haber seguido adelante). Gómez Suárez de Figueroa se volvió a la casa y hacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, su padre (residente en Cuba). Otros, que fueron más discretos, se metieron en religión con el buen ejemplo que Gonzalo Cuadrado Jaramillo les dio, que fue el primero que entró en ella, el cual quiso hacerse verdadero soldado de Cristo asentándose bajo la bandera del seráfico padre San Francisco. Otros, y fueron los menos, se quedaron en la Nueva España (México), y uno de ellos fue Luis de Moscoso de Alvarado, que se casó en México con una mujer principal y rica, pariente suya  (Leonor de Alvarado, y es el momento de corregir un error: era prima suya, pero no por ser hija del gran Pedro de Alvarado, sino de un hermano de este, llamado Juan de Alvarado). Los más se fueron al Perú, donde, en todo lo que se ofreció en las guerras contra (los rebeldes) Gonzalo Pizarro, don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón, brillaron en servicio de la corona de España como hombres que habían pasado por los trabajos que hemos dicho, y es así verdad que, con respecto a lo que en la Florida sufrieron, no hemos contado ni la décima parte. En el Perú conocí muchos de estos caballeros y soldados, que fueron muy estimados y ganaron mucha hacienda, pero no sé de ninguno de ellos que llegara  a tener tantos indios de repartimiento como los que podrían haber conseguido  en la Florida". Todavía seguirá contando Inca Garcilaso más cosas de esta tremenda aventura, pero lo que le queda por decir son flecos relacionados con el tema, y falta ya poco para que su magnífica crónica termine.




sábado, 12 de junio de 2021

(1445) El virrey llevó a la capital de México a los frustrados españoles, y allí fueron muy bien tratados por todo el mundo. Causaron sensación las historias que contaron de sus aventuras, que acabaron en el fracaso pero fueron impresionantes.

 

     (1035) Cumpliendo lo ordenado por el virrey, aquellos enfurecidos y fracasados conquistadores se pusieron en marcha hacia la ciudad de México: "Salieron de Pánuco después de haber estado veinticinco días en la población. Por los caminos los contemplaban muchos castellanos e indios, y se admiraban de ver españoles a pie vestidos de pieles de animales y en piernas, porque los más afortunados de ellos solo llevaban algo poco mejor que las alpargatas que les dieron en limosna. Se asombraban de verlos tan negros y desfigurados, y decían que bien mostraban en su aspecto los trabajos, hambre, miserias y persecuciones que habían padecido. Las cuales cosas ya se habían pregonado por todo el reino, por lo cual indios y españoles, con mucho amor y grandes caricias, los hospedaban, servían y regalaban por el camino hasta que entraron en la famosísima ciudad de México. En ella fueron recibidos y hospedados por el virrey y por los demás vecinos, caballeros y hombres ricos de la ciudad, con tanto aplauso, que los llevaban de cinco en cinco y de seis en seis a sus casas, y los trataban como si fueran sus propios hijos".

     Inca Garcilaso recoge datos de los dos breves cronistas que fueron  testigos de los hechos: "Juan Coles dice en este paso que un caballero principal vecino de México, llamado Jaramillo, llevó a su casa a dieciocho hombres, todos de Extremadura, y que los vistió de paño veinticuatreno de Segovia (tenía 24 centenares de hilos), y que a cada uno les dio cama de colchones, sábanas y frazadas (mantas gruesas) y almohadas, peine y escobilla, y todo lo demás necesario para un soldado; y que toda la ciudad se dolió mucho de verlos venir vestidos de gamuzas y cueros de vaca, y que les hicieron esta honra y caridad por los muchos trabajos que supieron habían pasado en la Florida, y que, por el contrario, no quisieron hacer merced alguna a los que habían ido con el capitán Juan Vázquez Coronado, vecino de México, a descubrir las siete ciudades, porque sin necesidad alguna se habían vuelto a México sin querer poblar, los cuales habían salido poco antes que los nuestros. Todas estas palabras son de la relación de Juan Coles, natural de Zafra, y con ella confirma en todo la de Alonso de Carmona, y añade que entre los que llevó Jaramillo a su casa llevó un pariente suyo. Debió de ser nuestro Gonzalo Cuadrado Jaramillo. El virrey, como buen príncipe, a todos los nuestros que iban a comer a su mesa los trataba con mucho amor sin hacer diferencia alguna del capitán al soldado. Y mandó pregonar que ninguna otra justicia, sino él, conociese de los casos que entre los nuestros acaeciesen. Y esto lo hizo porque supo que un alcalde ordinario había puesto en la cárcel pública a dos soldados de la Florida que se habían acuchillado por las pendencias que entre todos ellos en Pánuco nacieron. Las cuales se volvieron a encender en México con mayores humos y fuegos de ira y rencor por la mucha estima que vieron que hacían los hombres ricos de aquella ciudad de las cosas que de la Florida sacaron, como eran las gamuzas finas de todos colores, y las pocas perlas que habían traído, porque eran de mucho precio y valor. Todo lo cual era para los nuestros causa de mayor desesperación, dolor y rabia, viendo que hombres tan principales y ricos valoraban de tal manera lo que ellos habían menospreciado. Se acordaban de que, sin consideración alguna, desampararon tierras que tanto trabajo les había costado el descubrirlas y donde en tanta abundancia había aquellas cosas y otras igual de buenas".

 

     (Imagen) Los españoles llegaron fracasados, pero los recibieron en México como los grandes héroes que fueron. Todo el mundo les oía con la boca abierta lo que decían de aquella tremenda aventura: "Incluso el virrey de México (que más tarde sería una hermosísima ciudad) y su hijo don Francisco de Mendoza disfrutaban mucho al escuchar los sucesos del descubrimiento, y pedían que los contasen repetidamente. Se asombraban cuando les hablaban de los tormentos tan crueles que a Juan Ortiz había dado el cacique Hirrihigua, de la generosidad del buen Mucozo, de la terrible soberbia y bravura de Vitachuco, de la constancia y fortaleza de sus cuatro capitanes y de los tres mozos hijos de caciques que sacaron casi ahogados de la laguna. Escucharon lo fieros e indomables que se mostraron los indios de la provincia de Apalache, la huida de su cacique tullido y los casos extraños que batallando en aquella provincia acaecieron, como el muy duro y peligroso viaje de ida y vuelta que hicieron treinta de a caballo. Se maravillaron de la gran riqueza del templo de Cofitachequi, de su grandeza y suntuosidad, y de lo que antes de llegar a él sufrieron en los desiertos. Se alegraron de oír la cortesía, discreción y hermosura de la señora de aquella provincia de Cofitachequi, y del ofrecimiento que hizo el cacique Coza para asiento de los españoles. Ss asombraron de la constitución de gigante que el cacique Tuscalusa tenía y de la sangrienta batalla de Mabila, de la repentina de Chicaza, de la mortandad de hombres y caballos que en estas dos batallas hubo, y de la del fuerte de Alibamo. Estimaron en mucho la adoración que a la cruz se le hizo en la provincia de Casqui. Abominaron de la monstruosa fealdad que los de Tula hacen artificiosamente en sus caras y cabezas, y de la fiereza de su carácter semejante a la de sus figuras. Les dio mucho dolor la muerte del gobernador Hernando de Soto, y tuvieron lástima de los dos entierros que le hicieron, pero se alegraron mucho al oír sus hazañas, su ánimo invencible, su esfuerzo y valentía en pelear,  así como su buen consejo y prudencia en la paz y en la guerra. Cuando le dijeron al virrey que la muerte le impidió  a Hernando de Soto enviar dos bergantines por el Río Grande (Misisipi) para pedir ayuda a su excelencia, lo sintió grandemente, y culpó mucho al general (Luis de Moscoso) y a  sus capitanes por no haber llevado adelante los propósitos de su gobernador y capitán general.




viernes, 11 de junio de 2021

(1444) Llegando a México unos 300 españoles, tuvieron la inmensa alegría de haber salvado la vida. Pero pronto se deprimieron profundamente al verse arruinados y sin futuro, sintiendo rabia por no haber seguido en La Florida.

 

     (1034) El cacique de la zona de Pánuco estuvo encantado durante su llegada: "Todo lo que traía se lo entregó a los españoles y con mucho amor les ofreció su persona y casa. Los nuestros le agradecieron su visita y regalos, y, en recompensa, le dieron parte de las gamuzas que traían, y luego le enviaron al gobernador Luis de Moscoso un indio con una carta en la que le daban cuenta de todo lo sucedido. El cacique estuvo todo el día con los españoles haciéndoles preguntas sobre las aventuras acaecidas en su descubrimiento, holgando mucho de oírlos, y admirado de verlos tan negros, secos y rotos por los trabajos que habían pasado. Ya cerca de la noche se volvió a su casa y, en seis días que los españoles estuvieron en aquella playa, los visitó cada día trayéndoles siempre regalos de lo que en su tierra había".

     Fue entonces cuando ocurrió lo que hemos contado anteriormente. El indio le entregó la carta a Luis de Moscoso, y poco después llegaron Cuadrado Jaramillo y Muñoz con la buena noticia de que los otros dos bergantines se habían salvado. La alegría de todos fue excepcional, y, como vimos, Moscoso les dijo que volvieran para decirles a sus compañeros que los esperaba a todos en la ciudad de Pánuco: "Pasados ocho días después del naufragio se juntaron todos nuestros españoles con su gobernador en Pánuco, y eran casi trescientos. Los cuales fueron muy bien recibidos de los vecinos de aquella ciudad, que, aunque pobres, les dieron el mejor hospedaje posible, porque se dolieron de verlos tan desfigurados, negros, flacos, descalzos y desnudos, no llevando otros vestidos sino de gamuza y cueros de vaca, de osos y leones (panteras), pues más parecían fieras y brutos animales que hombres humanos".

     La llegada de estos españoles era una importante noticia que se debía enviar cuanto antes a las autoridades: "El corregidor de la ciudad de Pánuco dio luego aviso al virrey don Antonio de Mendoza, que residía en México, a sesenta leguas de Pánuco, de cómo habían salido de la Florida casi trescientos españoles de mil que en ella habían entrado con el adelantado Hernando de Soto. El virrey envió a mandar al corregidor que los tratase como a su propia persona y, cuando estuviesen para caminar, les diese todo lo que necesitasen y se los enviase a México. Y el mismo virrey se encargó de  que les llegaran camisas, alpargatas y cuatro acémilas cargadas de conservas, así como otros regalos y medicinas para nuestros españoles, entendiendo que iban enfermos, pero ellos llevaban sobra de salud y falta de todo lo demás necesario a la vida humana. En este lugar dice la relación de Juan Coles, y la de Alonso de Carmona, que la Cofradía de la Caridad de México envió estos regalos por orden del visorrey".

     Los españoles, por fin, habían conseguido pisar tierra mexicana. Era como una borrachera de felicidad, pero, a veces, el entusiasmo languidece. Habían salvado sus vidas, pero veían un  porvenir siniestro. Lo primero que 'les ' mosqueó' fue ver que los vecinos de Pánuco vivían con estrecheces: "El general Luis de Moscoso de Alvarado y sus capitanes consideraron con atención la forma de vivir de los moradores de la ciudad, que entonces era harto miserable porque no tenían minas de oro ni plata, sino un comer tasado de lo que la tierra daba y un criar algunos pocos caballos, y que  casi todos, hasta los vecinos más importantes, vestían mantas de algodón, sin tener ropa de Castilla. En suma, notaron que todo cuanto en Pánuco habían visto no era más que un principio de poblar y cultivar miserablemente una tierra que, con mucha diferencia, no era tan buena como la que ellos habían dejado atrás".

 

     (Imagen) La doble cara de la moneda: A.- Unos trescientos españoles lograron escapar del infierno de La Florida (no eran ni la mitad de la expedición). B.- Llegaron a México derrotados, arruinados, desnutridos y sin expectativas de futuro, porque lo que veían en Pánuco era deprimente. Para mayor desgracia, se arrepentían de haber vuelto, porque, a toro pasado, creían que podían haber tenido éxito: "A este comparar unas cosas con otras se acrecentaba la memoria de las muchas y buenas provincias que habían descubierto, que pasaban de cuarenta. Se acordaban de la fertilidad y abundancia de todas ellas, la buena disposición que tenían para producir las mieses y la comodidad de pastos, montes y ríos para criar y multiplicar el ganado que quisiesen echarle". La frustración provocó la ira, porque consideraban los soldados que, viviendo Soto, habrían continuado la conquista: "Y el mayor rencor que tuvieron fue contra los oficiales de la Hacienda Real y contra los capitanes naturales de Sevilla, porque éstos habían sido los que, después de la muerte de Hernando de Soto, más habían insistido en que saliesen de la Florida, y los que más habían forzado a Luis de Moscoso a hacer el largo viaje en el que padecieron tantos trabajos, muriendo la tercia parte de ellos y de los caballos, lo cual causó la última perdición, porque los forzó a a salir de aquellas tierras sin que pudiesen esperar el socorro que el gobernador Hernando de Soto pensaba pedir enviando los dos bergantines que había. Todo lo cual, bien razonado y considerado por los que pensaban que debían haber llevado adelante los propósitos del fallecido gobernador Hernando de Soto para poblar en la Florida, viendo ahora la razón que entonces tuvieron de quedarse y la que al presente tenían de indignarse contra los oficiales y contra quienes los apoyaban, se encendieron en tanto furor, que, habiéndoles perdido el respeto, andaban a cuchilladas tras ellos, de tal manera que hubo muertos y heridos, y los capitanes y oficiales reales no osaban salir de sus posadas, mientras los soldados andaban tan sañudos unos contra otros, que nadie en la ciudad podía apaciguarlos. Pero el corregidor de Pánuco dio cuenta de ello al virrey don Antonio de Mendoza, el cual mandó que los enviase a México en cuadrillas sin mezclar contrarios, para que no se matasen por el camino". (La distancia es de 420 km).




jueves, 10 de junio de 2021

(1443) Varios españoles fueron a investigar en qué zona estaban. Encontraron pruebas irrefutables de que habían llegado a México, y a un indio que era criado de Cristóbal de Brezos. Su alegría fue inmensa, porque se acabaron cuatro años de horror.

 

     (1033)  Hay que dar un pasito atrás para saber lo que hicieron, antes de recibir la visita de los mensajeros Cuadrado y Muñoz,  los españoles de los cinco bergantines que entraron en el río Pánuco. Recordemos que ellos habían previsto que llegaba una fuerte tormenta, y, rápidamente, aunque con apuros, lograron refugiarse en la costa. Después de dormir en las naves bajo la vigilancia de centinelas, por desconocer en qué lugar estaban, salieron tres grupos de soldados en direcciones distintas a reconocer el terreno. Iban al mando Antonio de Porras, Alonso Calvete y Gonzalo Silvestre, y los dos primeros encontraron algo magnífico, pero no por su valor, sino por lo que significaba: " Habiendo cada cual de los tres caminado por más de una legua, se volvieron a los suyos, y uno trajo medio plato de barro blanco, de lo muy fino que se labra en Talavera, y, otro, una escudilla quebrada del barro dorado y pintado que se labra en Malasa (quizá se refiera a Malasia), y dijeron que eran muy buenas señales de estar en tierra de españoles, Con lo cual se regocijaron mucho todos los nuestros e hicieron gran fiesta teniendo las señales por ciertas y dichosas conforme al deseo de ellos".

     El 'hallazgo' de Gonzalo Silvestre fue muy distinto: "Él y su cuadrilla vieron por delante dos indios que estaban cogiendo fruta. Cuando los tuvieron cerca, arremetieron contra ellos, pero uno se echó al agua y escapó nadando. El indio que quedó preso daba grandes voces repitiendo muchas veces esta palabra, 'brezos'. Los españoles, por darse prisa a volver a los suyos antes que acudiesen otros indios a quitarles el preso, lo llevaron consigo bien asido. Le preguntaban qué tierra era aquella, pero, por no entender, seguía repitiendo la palabra 'brezos'. El indio quería decir que era vasallo de un español llamado Cristóbal de Brezos y, como con la turbación no acertase a decir Cristóbal y dijese unas veces brezos y otras bredos, no podían entenderle los castellanos".

     Los españoles también cogieron animales de corral, alimentos y bebidas que hallaron en una choza, y partieron de inmediato para volver a los bergantines: "Gonzalo Silvestre y los veinte compañeros de su cuadrilla, con el indio que habían apresado, caminaron aprisa haciéndole preguntas mal entendidas por el indio y sus respuestas peor interpretadas por los españoles. Y así anduvieron hasta que llegaron a la costa donde los demás compañeros estaban haciendo gran fiesta y regocijo con los pedazos de plato y escudilla que los otros exploradores habían traído. Pero,  como luego viesen el pavo y las gallinas y la fruta y todo lo demás que Gonzalo Silvestre y los suyos llevaban, no se pudieron evitar hacer extremos de alegría dando saltos y brincos como locos. Y, para mayor contento de todos, sucedió que el cirujano que les había curado había estado en México y sabía algo de la lengua mexicana, y en ella habló al indio diciendo: '¿Qué son éstas?', que eran unas tijeras que tenía en la mano. El indio, que habiendo reconocido que eran españoles, estaba ya más en sí, respondió 'tiselas' claramente". Bastó esa palabra mal pronunciada para que los españoles la escucharan como una bendita revelación, porque era la prueba evidente de que ya estaban en tierras mexicanas.

 

     (Imagen) No había manera de hacerse entender  con un indio al que apresaron. Los españoles querían saber si habían salido, por fin, del  mortífero territorio de La Florida. El cirujano de la expedición, que sabía algo del idioma mexicano, tuvo una idea luminosa: le enseñó unas tijeras al indio, y el indio dijo de inmediato 'tiselas', prueba evidente de que había estado en contacto con españoles. Luego se comprobó que era criado del conquistador Cristóbal de Brezos, y siguió facilitando información. Oigamos a Inca Garcilaso: " Con esta palabra, aunque mal pronunciada, acabaron de certificarse los nuestros que estaban en tierra de México, y, con el regocijo de entenderlo así, a porfía abrazaban y daban paz en el rostro a Gonzalo Silvestre y a los de su cuadrilla, y en brazos los levantaban en alto hasta ponerlos sobre sus hombros y traerlos paseando, diciéndoles grandezas y loores sin tiento ni cuenta, como si a cada uno de ellos le hubieran traído el señorío de México y de todo su imperio. Pasada la fiesta solemne de su regocijo, preguntaron con más quietud y más de propósito al indio qué tierra fuese aquélla y cuál el río por el que había entrado el gobernador con las cinco carabelas. El indio dijo: 'Esta tierra es de la ciudad de Pánuco y vuestro capitán general entró en el río de Pánuco, que entra en la mar doce leguas de aquí, y otras doce el río arriba está la ciudad, y por tierra hay de aquí a ella diez leguas. Yo soy vasallo de un vecino de Pánuco llamado Cristóbal de Brezos. A una legua de aquí, está un indio señor de vasallos que sabe leer y escribir, que desde su niñez se crio con el clérigo que nos enseña la doctrina cristiana. Si queréis que vaya a llamarle, yo iré por él, que sé que vendrá luego, el cual os informará de todo lo que más quisiereis saber'. Los españoles holgaron de haber oído la buena razón del indio y le regalaron y dieron dádivas de lo que traían, y luego lo despacharon adonde el cacique y le pidieron que les trajese recado de papel y tinta para escribir. El indio se dio tanta prisa e hizo tan buena diligencia en su viaje, que en menos de cuatro horas volvió con el cacique, el cual, cuando supo que navíos de españoles habían dado al través en su tierra, quiso visitarlos personalmente y llevarles algún regalo, y así trajo ocho indios cargados con gallinas de las de España, y con pan de maíz, y con fruta y pescado, y con tinta y papel, porque él se preciaba de saber leer y escribir y lo estimaba en mucho".