sábado, 12 de junio de 2021

(1445) El virrey llevó a la capital de México a los frustrados españoles, y allí fueron muy bien tratados por todo el mundo. Causaron sensación las historias que contaron de sus aventuras, que acabaron en el fracaso pero fueron impresionantes.

 

     (1035) Cumpliendo lo ordenado por el virrey, aquellos enfurecidos y fracasados conquistadores se pusieron en marcha hacia la ciudad de México: "Salieron de Pánuco después de haber estado veinticinco días en la población. Por los caminos los contemplaban muchos castellanos e indios, y se admiraban de ver españoles a pie vestidos de pieles de animales y en piernas, porque los más afortunados de ellos solo llevaban algo poco mejor que las alpargatas que les dieron en limosna. Se asombraban de verlos tan negros y desfigurados, y decían que bien mostraban en su aspecto los trabajos, hambre, miserias y persecuciones que habían padecido. Las cuales cosas ya se habían pregonado por todo el reino, por lo cual indios y españoles, con mucho amor y grandes caricias, los hospedaban, servían y regalaban por el camino hasta que entraron en la famosísima ciudad de México. En ella fueron recibidos y hospedados por el virrey y por los demás vecinos, caballeros y hombres ricos de la ciudad, con tanto aplauso, que los llevaban de cinco en cinco y de seis en seis a sus casas, y los trataban como si fueran sus propios hijos".

     Inca Garcilaso recoge datos de los dos breves cronistas que fueron  testigos de los hechos: "Juan Coles dice en este paso que un caballero principal vecino de México, llamado Jaramillo, llevó a su casa a dieciocho hombres, todos de Extremadura, y que los vistió de paño veinticuatreno de Segovia (tenía 24 centenares de hilos), y que a cada uno les dio cama de colchones, sábanas y frazadas (mantas gruesas) y almohadas, peine y escobilla, y todo lo demás necesario para un soldado; y que toda la ciudad se dolió mucho de verlos venir vestidos de gamuzas y cueros de vaca, y que les hicieron esta honra y caridad por los muchos trabajos que supieron habían pasado en la Florida, y que, por el contrario, no quisieron hacer merced alguna a los que habían ido con el capitán Juan Vázquez Coronado, vecino de México, a descubrir las siete ciudades, porque sin necesidad alguna se habían vuelto a México sin querer poblar, los cuales habían salido poco antes que los nuestros. Todas estas palabras son de la relación de Juan Coles, natural de Zafra, y con ella confirma en todo la de Alonso de Carmona, y añade que entre los que llevó Jaramillo a su casa llevó un pariente suyo. Debió de ser nuestro Gonzalo Cuadrado Jaramillo. El virrey, como buen príncipe, a todos los nuestros que iban a comer a su mesa los trataba con mucho amor sin hacer diferencia alguna del capitán al soldado. Y mandó pregonar que ninguna otra justicia, sino él, conociese de los casos que entre los nuestros acaeciesen. Y esto lo hizo porque supo que un alcalde ordinario había puesto en la cárcel pública a dos soldados de la Florida que se habían acuchillado por las pendencias que entre todos ellos en Pánuco nacieron. Las cuales se volvieron a encender en México con mayores humos y fuegos de ira y rencor por la mucha estima que vieron que hacían los hombres ricos de aquella ciudad de las cosas que de la Florida sacaron, como eran las gamuzas finas de todos colores, y las pocas perlas que habían traído, porque eran de mucho precio y valor. Todo lo cual era para los nuestros causa de mayor desesperación, dolor y rabia, viendo que hombres tan principales y ricos valoraban de tal manera lo que ellos habían menospreciado. Se acordaban de que, sin consideración alguna, desampararon tierras que tanto trabajo les había costado el descubrirlas y donde en tanta abundancia había aquellas cosas y otras igual de buenas".

 

     (Imagen) Los españoles llegaron fracasados, pero los recibieron en México como los grandes héroes que fueron. Todo el mundo les oía con la boca abierta lo que decían de aquella tremenda aventura: "Incluso el virrey de México (que más tarde sería una hermosísima ciudad) y su hijo don Francisco de Mendoza disfrutaban mucho al escuchar los sucesos del descubrimiento, y pedían que los contasen repetidamente. Se asombraban cuando les hablaban de los tormentos tan crueles que a Juan Ortiz había dado el cacique Hirrihigua, de la generosidad del buen Mucozo, de la terrible soberbia y bravura de Vitachuco, de la constancia y fortaleza de sus cuatro capitanes y de los tres mozos hijos de caciques que sacaron casi ahogados de la laguna. Escucharon lo fieros e indomables que se mostraron los indios de la provincia de Apalache, la huida de su cacique tullido y los casos extraños que batallando en aquella provincia acaecieron, como el muy duro y peligroso viaje de ida y vuelta que hicieron treinta de a caballo. Se maravillaron de la gran riqueza del templo de Cofitachequi, de su grandeza y suntuosidad, y de lo que antes de llegar a él sufrieron en los desiertos. Se alegraron de oír la cortesía, discreción y hermosura de la señora de aquella provincia de Cofitachequi, y del ofrecimiento que hizo el cacique Coza para asiento de los españoles. Ss asombraron de la constitución de gigante que el cacique Tuscalusa tenía y de la sangrienta batalla de Mabila, de la repentina de Chicaza, de la mortandad de hombres y caballos que en estas dos batallas hubo, y de la del fuerte de Alibamo. Estimaron en mucho la adoración que a la cruz se le hizo en la provincia de Casqui. Abominaron de la monstruosa fealdad que los de Tula hacen artificiosamente en sus caras y cabezas, y de la fiereza de su carácter semejante a la de sus figuras. Les dio mucho dolor la muerte del gobernador Hernando de Soto, y tuvieron lástima de los dos entierros que le hicieron, pero se alegraron mucho al oír sus hazañas, su ánimo invencible, su esfuerzo y valentía en pelear,  así como su buen consejo y prudencia en la paz y en la guerra. Cuando le dijeron al virrey que la muerte le impidió  a Hernando de Soto enviar dos bergantines por el Río Grande (Misisipi) para pedir ayuda a su excelencia, lo sintió grandemente, y culpó mucho al general (Luis de Moscoso) y a  sus capitanes por no haber llevado adelante los propósitos de su gobernador y capitán general.




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