miércoles, 9 de junio de 2021

(1442) Con muchas dificultades, se logró que las dos embarcaciones quedaran varadas en tierra. Querían saber qué había sido de las otras. A pesar del agotamiento y la distancia, hubo dos heroicos mensajeros voluntarios: GONZALO CUADRADO y FRANCISCO MUÑOZ.

 

     (1032) Los dos bergantines en apuros llegarán a la costa, pero con algunas dificultades, y el capitán-tesorero 'aterrizará' de manera poco airosa: "Juan Gaytán, sintiendo que la carabela había tocado en tierra, o por el enojo que tenía del desaire que los soldados le habían hecho, o por considerar que era menos peligroso saltar a la mar por la popa, se arrojó por ella al agua y, al salir arriba, tocó con las espaldas en el timón, y, como iba desnudo, se hirió en ellas malamente. Todos los demás soldados permanecieron en la carabela, la cual, cuando la resaca volvió a la mar, quedó más de diez pasos fuera del agua, y, volviendo las olas a combatirla, la inclinaron a una banda. Entonces descendieron todos, la enderezaron, bajaron toda la carga que llevaba, y, en brevísimo tiempo, la pusieron en seco. Lo mismo que pasó en la carabela del tesorero Juan Gaytán pasó en la de los capitanes Juan de Alvarado y Cristóbal Mosquera (ya vimos que eran hermanos), la cual dio en la costa apartada de la otra como dos tiros de arcabuz, y, con la misma diligencia y presteza que a la compañera, la descargaron y sacaron a tierra. Y los capitanes y soldados de las dos carabelas, viéndose libres de la tormenta y peligros del mar, se enviaron luego a alguien los unos a los otros para saber cómo les hubiese ido en el naufragio. El mensajero de la una salió al mismo tiempo que el de la otra, como si se hubieran hecho señas, y se toparon en medio del camino, e, intercambiando las preguntas y las respuestas, se volvió cada cual a los suyos con la buena relación de todos, de lo cual los unos y los otros tuvieron mucho regocijo y dieron gracias a Dios que los hubiese librado de tanto trabajo y peligro. Mas el no saber qué hubiese sido del gobernador Luis de Moscoso y de los demás les daba nueva congoja y cuidado, por ser cosecha propia de la naturaleza humana que, apenas hayamos salido de una miseria, nos hallemos en otra".

     Solo había una forma de enterarse: "Para tratar lo que les conviniese hacer en aquella necesidad, se juntaron luego los tres capitanes (a pesar de su herida, Juan Gaytán incluido) y los soldados más principales de ambas carabelas, y entre todos pensaron que sería bueno que aquella noche fuese algún soldado diligente a saber del gobernador y de las carabelas que habían visto subir por un río, y a darle cuenta de lo ocurrido con los dos bergantines. Mas, considerando el mucho trabajo que con la tormenta de la mar habían pasado, que hacía más de veintiocho horas que comenzó, durante las cuales no habían comido ni dormido, y que, después de que salieron de la mar, aún no habían descansado siquiera media hora, no osaban nombrar a ninguno para que fuese, porque les parecía gran crueldad elegirlo para nuevo trabajo, y no menor temeridad enviarlo a que tan probablemente pereciese en el viaje, porque había de caminar aquella misma noche las catorce leguas que les pareció a ellos había desde allí hasta donde vieron subir las carabelas, y tenía que ir por tierra que no conocía ni sabía si por el camino había otros ríos o esteros, o si estaba segura de enemigos, porque, como se ha dicho, desconocían en qué región estaban". Se encontraban, pues, dispuestos a dejar pasar el tiempo, pero surgió una solución inesperada.

 

     (Imagen) Hubo alguien que se ofreció de inmediato a hacer el peligroso viaje para ponerse en contacto con los otros cinco bergantines, personaje tan peculiar y generoso que, como ya vimos, terminó su vida profesando  como franciscano en un convento: "A la confusión de nuestros capitanes y soldados, y a las dificultades de los trabajos y peligros propuestos, venció el generoso y esforzado ánimo de GONZALO CUADRADO JARAMILLO, el cual, poniéndose delante de sus compañeros, dijo: 'No obstante los trabajos pasados, me ofrezco a hacer este viaje por el amor que al gobernador tengo, porque soy de su patria (Zafra-Badajoz), y por sacaros de la perplejidad en que estáis, y prometo caminar toda esta noche y no parar hasta amanecer mañana con el gobernador o morir en la demanda. Si no hay otro que quiera ir conmigo, iré solo'. Los capitanes y soldados se alegraron mucho de ver este buen ánimo, al cual quiso parecerse el de otro valiente castellano llamado Francisco Muñoz, natural de Burgos, el cual, saliendo de entre los suyos y poniéndose al lado de Gonzalo Cuadrado Jaramillo, dijo que, a vivir o a morir, quería acompañarle en aquel viaje. Luego, sin dilación alguna, les dieron unas alforjuelas con un poco de maíz y tocino, lo uno y lo otro mal cocido, porque aún no habían tenido tiempo para cocerlo bien. Con este buen regalo y preparados con sus espadas y rodelas, pero descalzos, como hemos dicho que andaban todos, salieron a una hora de la noche estos dos animosos soldados y caminaron toda ella llevando por guía la orilla de la mar, porque no conocían otro camino. Al amanecer llegaron a la boca del río Pánuco, donde supieron que el gobernador y sus cinco carabelas habían entrado para salvarse y navegaban por el río arriba. Alentados con esta buena nueva, no quisieron parar a descansar, sino que, a pesar de haber caminado aquella noche doce leguas sin descansar, se dieron más prisa en su viaje y caminaron otras tres leguas.  Llegaron a las ocho de la mañana donde el gobernador Luis de Moscoso y los suyos estaban con mucha pena y tristeza del temor que tenían de que se hubiesen hundido las dos carabelas que habían quedado en la gran tormenta de la mar, la cual no había cesado aún, ni se aplacó durante otros cinco días más. Pero, con la presencia y relato de los dos buenos compañeros, trocaron la pena y congoja en contento y alegría, dando gracias a Dios por haberles librado de la muerte". De hecho, estaban ya en México, porque el río Pánuco desemboca entre los estados de Tamaulipas y Veracruz.




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