lunes, 31 de mayo de 2021

(1434) Luis de Moscoso no permitió que se castigara (por haber matado a un indio del traidor cacique Quigualtam), a Gonzalo Silvestre, quien, por otra parte, era muy apreciado por el cacique Anilco.

 

     (1024) A pesar de la negativa rotunda de Luis de Moscoso, hubo algunos capitanes  que eran partidarios de que se le hubiera dado un castigo (totalmente injusto) a Gonzalo Silvestre por herir al indio que había infringido la prohibición de entrar en el campamento de noche, lo que solo se puede entender si le tuvieran alguna antipatía:  "Entre los nuestros tampoco faltó capitán que aprobase la queja de los indios diciendo que era mal hecho que no se castigase la muerte de un indio principal, pues iba a dar ocasión a que los caciques amigos se rebelasen contra ellos. Sobre la cual plática hubiera habido entre los españoles muy buenas pendencias, si los más discretos y menos apasionados no las excusaran, pues ella había nacido de cierta pasión secreta que entre algunos de ellos había".

     Lo que parecía claro era que tenían que marcharse de allí cuando antes: "Estaban ya a principios de marzo, y los castellanos, con deseo de salir de aquella tierra, pues los días se les hacían años, no cesaban un solo punto en la obra de las carabelas, y los más de los que trabajaban en las herrerías y carpinterías eran caballeros nobilísimos que nunca imaginaron hacer tales oficios, pero se amañaban mejor que los demás, porque el mayor ingenio que naturalmente tienen y la falta de oficiales les hacía ser maestros de lo que nunca habían aprendido. El capitán general del cacique Anilco era el más útil de esta obra por la magnífica provisión que hacía de todo lo necesario, reconociendo los españoles que, si no fuera por la ayuda de este buen indio, sería imposible que salieran de aquella tierra".

     Por su parte, el gran cacique Quigualtam y sus aliados seguían decididos a atacar a los españoles: "Con la guerra continua que les pensaban hacer, les parecía que los irían gastando con facilidad porque ya tenían pocos caballos, les faltaban, según creían, las dos terceras partes de los que en la Florida habían entrado, y sabían que su capitán general, Hernando de Soto, que valía por todos ellos, había fallecido. El día debía de estar ya cerca, porque unos indios de los que de ordinario traían los presentes y recados falsos, les dijeron a unas indias criadas de los capitanes Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa: 'Tened paciencia, hermanas, porque muy presto os sacaremos del cautiverio en que estos ladrones vagabundos os tienen'. Las indias dieron luego cuenta a sus amos de lo que los indios les habían dicho". (Prueba evidente de que los apreciaban).

     Y entonces pasó algo que iba a aplazar los planes mortíferos de los indios, cumpliéndose lo que, como les dijo una solitaria anciana, ocurriría entonces, como casi siempre cada catorce años: "Dios Nuestro Señor estorbó las intenciones de los indios con una poderosísima creciente del Río Grande que empezó a venir con grandísima pujanza de agua, la cual a los principios fue llenando unas grandes playas que había entre el río y sus barrancas, después fue poco a poco subiendo por ellas hasta llenarlas todas. Luego empezó a derramarse por aquellos campos con grandísima bravosidad y abundancia y, como la tierra fuese llana, sin cerros, no hallaba estorbo alguno que le impidiese su inundación".

 

     (Imagen) La impresionante crecida del río Misisipi paralizó los planes que tenía una coalición de tribus indias para matar a los españoles, los cuales necesitaron llegar navegando adonde Anilco, un cacique muy amigo, y pedirle cosas necesarias para los bergantines que estaban construyendo. Le tocó en suerte ir al mando de veinte soldados, en cuatro piraguas, a GONZALO SILVESTRE, el informador del cronista Inca Garcilaso: "Le confiaron la misión porque era muy buen capitán y porque pocos días antes le había hecho un gran favor al cacique Anilco. Cuando,  un año antes, el gobernador Hernando de Soto fue al pueblo de Anilco, donde los indios guachoyos hicieron aquellas crueldades, Gonzalo Silvestre había apresado a un muchacho de unos trece años que resultó ser hijo del mismo cacique Anilco, el cual fue el único que no murió, escapando de una enfermedad pasada, de cinco indios de servicio que había llevado consigo. Cuando los españoles volvieron al Río Grande, el cacique Anilco le pidió a Gonzalo Silvestre que le devolviera a su hijo, y se lo entregó de muy buena voluntad, aunque el muchacho, como muchacho, en un principio había rehusado volver con su padre porque estaba ya hecho a los españoles". Fue algo que nunca olvidó el cacique, y se lo va a demostrar a Silvestre de inmediato: "Al saber el cacique Anilco que había castellanos en su pueblo, quién había llegado al mando y lo que venían a pedir, llamó a Gonzalo Silvestre, y, cuando llegó, salió a recibirlo con mucho amor, lo llevó hasta su aposento y no quiso que saliese de él durante todo el tiempo que los castellanos estuvieron en su pueblo. Gustaba mucho de hablar con él y saber las cosas que a los españoles les habían sucedido en aquel reino, y cuáles provincias y cuántas habían atravesado, y qué batallas habían tenido y otras muchas particularidades que habían pasado en aquel descubrimiento. Con estas cosas se entretuvieron los días que allí estuvo Gonzalo Silvestre, y les servía de intérprete el hijo que le había restituido al cacique". Ni que decir tiene que Anilco les proporcionó a los españoles, con creces, todo lo que necesitaban para seguir equipando sus bergantines. En la imagen vemos la primera página del expediente de méritos que presentó GONZALO SILVESTRE el año 1558. Hacen referencia a sus servicios en Perú y en otros lugares (uno de ellos era La Florida)




sábado, 29 de mayo de 2021

(1433) El cacique Guachoyo odiaba al capitán principal de Anilco, y tuvo que morderse la lengua. También el gobernador Luis de Moscoso le bajó los humos al traidor cacique Quigualtam.

 

     (1023) A diferencia de Guachoyo, el cacique Anilco mantendrá sin fisuras la fidelidad a los españoles: "En esta alianza, aunque fue convidado, no quiso participar el cacique Anilco, ni su capitán general, sino que les pesó saber que los demás caciques tratasen de matar a los castellanos. Por cumplir la palabra de leal amistad que les había dado el capitán general a los españoles, de parte de su cacique y suya, dio cuenta al gobernador de lo que los indios de la comarca trataban contra él. El gobernador, con muy buenas palabras, agradeció al general lo que le dijo, y las mismas le encargó decir a su cacique. Es de notar que el cacique Anilco, aunque daba su amistad y su servicio a los españoles, nunca quiso venir a ver al general y siempre se excusó diciendo que tenía falta de salud. Del cacique Guachoyo, que también mostraba ser amigo de los nuestros, no se pudo saber de cierto si entraba en la liga con los otros caciques o no, pero se sospechó que la consentía. A esta sospecha ayudaba algo peor, que era el odio y rencor que mostraba tener al cacique Anilco, y lo mucho que pesaba de que el gobernador y los españoles lo honrasen tanto".

     Inca Garcilaso advirtió anteriormente de que, por no conocer el nombre del capitán general del cacique Anilco, lo iba a llamar también Anilco, pero esa solución está llevando a confusiones, por lo que cuando habla de él, no lo transcribo como Anilco, sino como 'el general o el capitán general' de Anilco, a quien Guachoyo odiaba tanto como al verdadero Anilco. Viene a cuento aclararlo porque el cronista habla ahora de que Guachoyo no pudo aguantar más en silencio la rabia que le tenía al capitán general, y se la mostró sin paliativos al gobernador Luis de Moscoso (además, en presencia del afectado), manifestando que no era justo que le dieran los españoles más afecto y consideración a un simple capitán que a un poderoso cacique como él. Además de referirse a la diferencia de nivel social que había entre ellos dos,  no se privó Guachoyo en absoluto de ensañarse verbalmente desprestigiando al capitán de Anilco de muy diversas maneras: "Su semblante y otras muchas palabras superfluas e injuriosas que habló mostraron bien el odio y la envidia que al capitán de Anilco tenía". Este capitán aguantó con calma los ataques verbales de Guachoyo, pero luego, tras pedirle permiso a Luis de Moscoso, le contestó con una larga y convincente  réplica, que terminó en un desafío personal: "Y, porque no es de hombres sino de mujeres reñir de palabra, vengamos a las armas, y se verá cuál de los dos merece por su virtud y esfuerzo ser señor de vasallos. Vos y yo entremos solos en una canoa por este Río Grande abajo. El que más pudiese en el camino, que lleve la canoa a su casa. Si me mataseis, habréis vengado vuestros agravios, y, si yo os matase, haré valer que el merecimiento de los hombres no está en ser muy ricos ni en tener muchos vasallos, sino en merecerlo por su propia virtud y valentía". La respuesta desconcertó al cacique: "Guachoyo no respondió cosa alguna a todo lo que el capitán general de Anilco le dijo, y en el semblante del rostro mostró quedar avergonzado de haber movido la plática, por lo cual el gobernador y los que con él estaban infirieron que era verdad lo que el general de Anilco había dicho, y, de allí en adelante, lo tuvieron en más todavía".

 

     (Imagen) El cacique Quigualtan y sus aliados seguían con su plan de matar a todos los españoles (que ya estaban sobre aviso), pero fingiendo lealtad: "Él y sus conjurados no cesaban en su mala intención, sino que de día y de noche, con regalos y recados fingidos enviaban muchos mensajeros, los cuales, después de haberlos dado, andaban por todo el alojamiento de los españoles en son de amigos, mirando con atención dónde tenían las armas y los caballos, para aprovecharse en su traición de cualquier descuido que los nuestros pudiesen tener. De nada servía que el gobernador les hubiese mandado muchas veces que no viniesen de noche. Ocurrió que Gonzalo Silvestre, que estuvo enfermo y llegado muchas veces a lo último de la vida, habiéndole tocado, ya convaleciente, ser centinela una noche, vio venir a dos indios con sus arcos y flechas en las manos. Gonzalo Silvestre dijo al compañero que con él velaba, llamado Juan Garrido, natural de Burgos: 'Aquí vienen dos indios, y, al primero que entre por la puerta, pienso darle una cuchillada en la cara, porque el gobernador les prohibió que se acercaran de noche'. Sin pedir licencia, los dos indios entraron por una puerta que estaba abierta. Viendo Silvestre la desvergüenza que traían, al primero que entró le dio una cuchillada en la frente, y, apenas hubo caído, se levantó y huyó. Gonzalo Silvestre, aunque pudo, no quiso matarlo por parecerle que para escarmentar a los indios bastaba lo hecho. El indio compañero del herido, oyendo el golpe, sin aguardar a ver qué había sido del compañero, escapó, y llegó donde había dejado la canoa en el Río Grande, se metió en ella y pasó el río dando la alarma a los suyos". También su compañero se puso a salvo, pero el hecho sirvió de excusa para calentar más la conjura de los indios: "El día siguiente, vinieron cuatro indios a quejarse en nombre de Quigualtam y de todos sus caciques aliados, diciendo que el indio herido era de los más principales, y le pedían al gobernador que, para satisfacción de todos, mandase matar públicamente al que lo hubiese hecho, porque el indio estaba herido de muerte". El gobernador LUIS DE MOSCOSO (la imagen muestra Zafra-Badajoz, su lugar de origen) actuó con diplomacia, pero no cedió un milímetro, argumentando que la culpa fue de los intrusos, por entrar en zona prohibida. La respuesta incrementó la ira de los nativos, y más arde veremos cómo acabó el peligroso conflicto.




viernes, 28 de mayo de 2021

(1432) Los españoles empezaron rápidamente a construir bergantines. Tanto el cacique Anilco como Guachoyo aportaron materiales, pero este se sentía molesto por ser más apreciado Anilco. Otro cacique, Quigualtam, quería matar a los españoles.

 

     (1022) También el cacique Guachoyo dio muestras de amistad, aunque hubo algo que  no le gustó: "Vino  dos días después a besar las manos al gobernador Luis de Moscoso y confirmar la amistad pasada. Trajo un gran presente de las frutas, pescados y caza que en su tierra había. Al cual asimismo recibió el gobernador con mucha afabilidad. Mas a Guachoyo no le dio gusto ver al mensajero de Anilco con los españoles, y menos que le hiciesen la honra que todos le hacían, porque, como atrás se ha visto, eran enemigos, pero disimuló su pesar para mostrarlo a su tiempo. Estos dos caciques, Guachoyo y Anilco, sirvieron bien a los castellanos todo el tiempo que estuvieron en aquella provincia llamada Aminoya. Los cuales, como para salir de aquellas tierras tenían puesta su esperanza en los bergantines que habían de hacer, dieron el cargo principal de la obra al maestro Francisco Genovés, gran oficial de fábrica de navíos, quien, habiendo hecho sus cálculos, pensó que,  conforme a la gente que en ellos se había de embarcar, eran menester siete bergantines Se hicieron luego cuatro galpones muy grandes que servían de atarazanas (diques), donde todos los españoles, sin diferencia alguna, trabajaban en lo que mejor se amañaban, unos a aserrar la madera para tablas, otros a labrarla con azuela, otros a hacer carbón, otros a labrar los remos, otros a torcer la jarcia, y el soldado o capitán que más trabajaba en estas cosas se sentía más satisfecho.

     El más incondicional en cuanto a colaboración con los españoles fue el capitán general enviado por el cacique Anilco, volcándose con entusiasmo en facilitarles lo que necesitaban para acondicionar los navíos: "Se mostró en todo este tiempo, y después, amicísimo de los españoles,  pues, con mucha prontitud, acudía a proveer las cosas necesarias para los bergantines. Trajo muchas mantas nuevas y viejas, que era la falta que los españoles temían que no se había de cumplir por haber pocas en todo aquel reino. Mas la amistad de este buen indio, y su buena diligencia, facilitaba lo que los nuestros tenían por más dificultoso. Las mantas nuevas las guardaron para velas, y de las viejas hicieron hilas que sirviesen de estopa para calafatear los navíos. Trajo asimismo mucha cantidad de sogas gruesas y delgadas para jarcia, escotas y gúmenas. En todas estas cosas, y otras, que este buen indio proveía, lo que más le era de estimar y agradecer era la buena voluntad y largueza con que las daba".

     Sin embargo, la actitud del cacique Guachoyo era mezquina:  "Aunque proveía de cosas que eran menester para los navíos, lo hacía con mucha tardanza, y tanta escasez, que de lejos se le veía cuán contrario era su ánimo al del cacique Anilco. Se le notaba el pesar y enojo que consigo tenía de ver la estima que los españoles mostraban al capitán de Anilco, siendo pobre y vasallo de otro, que era mucha más que la que a él le hacían, siendo rico y señor de vasallos, de lo cual le nació tan gran envidia que lo traía muy fatigado, hasta que un día, no pudiendo sufrir su pasión, la mostró muy al descubierto, como veremos adelante".

 

     (Imagen) Hubo muchos indios que no se conformaban con que los españoles se marcharan de sus tierras, sino que deseaban matarlos a todos. Inca Garcilaso nos explica por qué: "Frente al pueblo de Guachoyo, en la otra parte del Río Grande, había una grandísima provincia llamada Quigualtam, poblada de mucha gente, cuyo señor era mozo y belicoso, obedecido en todo su estado, y temido en los ajenos. Este cacique, viendo que los españoles hacían navíos para irse por el río abajo (para salir al Golfo de México), y considerando que habían visto tantas y tan buenas tierras, y que, llevando noticia de sus riquezas, volverían en mayor número a conquistarlas, le pareció que sería bueno prevenirse dando orden de que los españoles no saliesen de aquella tierra, sino que muriesen todos en ella. Con este mal propósito mandó llamar a los más nobles y principales de aquella zona, les declaró su intención y les pidió su parecer. Los indios concluyeron que era muy acertado hacerlo. Con esta común determinación de los suyos, Quigualtam envió embajadores a los demás caciques de la comarca rogándoles que, dejadas las enemistades que siempre entre ellos había, ayudasen a atajar el mal que les podría venir si gentes extrañas les quitasen sus tierras. Los caciques aprobaron el consejo por parecerles que tenía razón y por no enojarlo, ya que le temían por ser más poderoso que ellos. De esta manera se aliaron diez caciques, que eran de una parte y otra del río, y entre todos ellos fue acordado que cada uno en su tierra, con gran secreto y diligencia, preparase la gente que pudiese y juntase canoas y todo lo necesario para la guerra que en tierra y agua pretendían hacer a los españoles, fingiendo con ellos amistad para tomarlos desprevenidos. Concluida la conjuración entre los caciques, Quigualtam, como principal autor de ella, envió luego sus mensajeros al gobernador Luis de Moscoso ofreciéndole su amistad. Lo mismo hicieron los demás caciques, a los cuales respondió el gobernador agradeciendo su buen ofrecimiento, y diciendo que los españoles se alegraban mucho de tener paz y amistad con ellos. Y, en efecto, les gustó mucho la embajada, no entendiendo la traición que debajo de ella había, y el contento se debió a que hacía mucho tiempo que estaban hartos de pelear". Veremos cómo acabó este incidente. En la imagen aparece el emplazamiento de Quigualtam, en la ribera este del Misisipi. Pone debajo 1542, pero los hechos ocurrieron en enero de 1543.




jueves, 27 de mayo de 2021

(1431) Llegados los españoles a Aminoya, el cacique de Anilco quiso lograr su amistad, ya que había sido esquivo en el viaje anterior. Juan López Cacho, tiempo atrás, estuvo a punto de morir, pero sobrevivirá a la aventura de La Florida.

 

     (1021) De los dos poblados que arrebataron a los nativos, los españoles se asentaron en uno, y hasta tuvieron la suerte de que los indios lo toleraron pacíficamente: "Con el abrigo de las buenas casas y el regalo de la mucha comida empezaron a convalecer los enfermos, que eran casi todos. Y los naturales de aquella provincia fueron tan buenos que, aunque no tenían amistad con los españoles, no les dieron pesadumbre ni pretendieron asediarlos, todo lo cual lo atribuían a particular providencia de Dios. Llamábase aquel pueblo, y su provincia, Aminoya. Estaba a dieciséis leguas río arriba del pueblo Guachoyo, en cuya demanda habían venido los nuestros, los cuales, habiendo cobrado alguna salud, y viendo que era ya llegado el mes de enero de mil quinientos cuarenta y tres, decidieron cortar madera con la que hacer los bergantines en que pensaban salir por el río abajo a la mar del Norte (Golfo de México). Prepararon también todo lo que era menester, como jarcias, estopa, resina de árboles para brea, mantas para velas, remos y clavazón. En lo cual trabajaron todos con gran prontitud y ánimo". A continuación, el cronista recoge una anécdota  que escribió en su propia narración el testigo de los hechos, Alonso de Carmona: "Dice en su relación que, al entrar en este pueblo Aminoya, iba él con el capitán Espíndola, que era capitán de la guardia del gobernador, y hallaron a una vieja que no había podido huir con los demás indios, la cual les preguntó a qué venían a aquel pueblo, y, respondiéndole que a invernar en él, les dijo que hacían mal en estar allí y poner sus caballos, porque, de catorce en catorce años, se salía de madre aquel Río Grande y bañaba toda aquella tierra, y que era aquel año el catorceno, de lo cual se rieron ellos y no hicieron caso. Todas estas son palabras del mismo Alonso de Carmona, tal como él escribió en su 'Peregrinación', nombre que le dio a lo poco que escribió sin intención de imprimirlo". Inca Garcilaso corta ahí el comentario, dejando para más tarde revelarnos que la anciana acertó en su 'profecía'.

     Pero de inmediato se va a centrar  en algo importante, pues resultó que los españoles se encontraron de nuevo con aquellos dos caciques, feroces enemigos, Amilco y Guachoyo, a los que el difunto Hernando de Soto había conseguido amistar: "Se había publicado por toda aquella comarca cómo los castellanos habían vuelto de su viaje y estaban alojados en la provincia de Aminoya. Lo cual, sabido por el cacique de la provincia de Anilco, de quien atrás hicimos mención, temiendo que pudiesen hacer los españoles en su tierra el daño que la otra vez habían hecho y para que sus enemigos, los de Guachoyo, ayudándose de ellos, no se vengasen de él e hiciesen las abominaciones que en la jornada pasada hicieron, quiso enmendar el yerro que entonces hizo con su rebeldía, que tan dañosa le fue". Resumiré al máximo lo que va a ir narrando,  porque es demasiado amplio. Lo que hizo de inmediato el cacique Anilco fue enviar un capitán general suyo como mensajero de postín con regalos para los españoles y vivas manifestaciones de estar por completo a su servicio para lo que necesitasen. El gobernador Luis de Moscoso lo recibió efusivamente, y le pidió que le comunicara al cacique que le estaba muy agradecido por su buena voluntad.

 

     (Imagen) Aunque nos hemos dejado bastante atrás, por falta de información,  a JUAN LÓPEZ CACHO, no vendrá mal utilizar algunos datos que he encontrado al azar, dándose, además, la circunstancia de que va a estar junto al gran Hernando de Soto durante su próxima muerte. Vimos que le faltó poco para morir ahogado al atravesar un río mientras él y sus compañeros eran acosados por los temibles indios apalaches, y que había quedado casi en coma por el tremendo frío que sufrió sumergido en aquellas aguas invernales, de lo que solo pudo recuperarse por los cuidados que le prestaron sus compañeros para sacarlo de una tremenda hipotermia. Superó aquel trance, siendo, incluso, uno de los afortunados que volvieron vivos de la campaña de la Florida. Llegó a México tan desarrapado como todos los supervivientes (la mitad de aquel poderoso ejército). Ya hablamos también de que Isabel de Bobadilla, al quedar viuda de Hernando de Soto, fue demandada por Hernán Ponce de León, su antiguo socio, por unos bienes supuestamente dejados por el fallecido. Juan López Cacho, declarando el año 1546 en Madrid a  favor de Isabel, incluyó también los siguientes datos personales:  Conocía a Hernando de Soto desde 1538. Partieron de Sevilla, con unos seiscientos hombres, para la exploración de Florida. Llegados a La Habana, zarparon, en junio de 1539, en uno de los nueve barcos de la armada de Soto, destinados a llevar 700 hombres a las costas de La Florida. Desde que llegaron a aquellas tierras, él fue ayudante de Hernando de Soto hasta su muerte, de la que fue testigo. Firmó su declaración indicando que tenía 27 años (lo cual coincide con la edad que le adjudicaba Inca Garcilaso) y que era vecino de Sevilla. Consta que 15 años después estaba en México, lo que hace casi seguro que se refiera a él un documento (el de la imagen), en el que Felipe II le encargaba a la máxima autoridad de la mexicana Tepeapulco, el Corregidor JUAN LÓPEZ CACHO, un informe sorprendentemente amplio y variado acerca de las características administrativas de dicha población, que se encontraba muy próxima a la capital de México. El documento es del año 1581, cuando ya tenía Juan unos 62 años, edad muy apropiada para haber acumulado la experiencia que requería un cargo tan importante como el de corregidor, ya que ostentaba la representación directa del virrey.




miércoles, 26 de mayo de 2021

(1430) Terrible situación la de aquellos españoles (y de los indios que los acompañaban) por tantos sufrimientos y muertes en una viaje que no era de conquista, sino de huida hacia el Misisipi, adonde, por fin, llegaron.

 

    (1020) Lamentaron la pérdida de dos caballos más, pero  había que seguir hacia delante, con la  intención de escapar de tanto sufrimiento como el que habían soportado a lo largo de toda la campaña de la Florida. Era el único triunfo que esperaban: "Con las molestias tan continuas que los indios hacían a los españoles, caminaron en demanda de la provincia de Guachoyo y del Río Grande hasta fin del mes de octubre del año de mil quinientos cuarenta y dos, empezando entonces un invierno muy riguroso. Como deseaban llegar al término señalado, no dejaban de caminar todos los días, por muy mal tiempo que hiciese, y llegaban llenos de agua y de lodo a los alojamientos, donde tampoco hallaban qué comer si no lo iban a buscar, y las más de las veces lo ganaban a fuerza de brazos y a cambio de sus vidas".

     Las condiciones climáticas hacían insoportable el sufrimiento: "Además, como la escasa ropa que tenían  siempre la trajesen mojada por las muchas aguas y nieves y con el pasar de muchos ríos, y ellos anduviesen en piernas, sin medias calzas, zapatos ni alpargatas, a lo que se añadía el mal  comer y no dormir y el mucho cansancio de camino tan largo y trabajoso, enfermaron muchos españoles e indios de los que llevaban para su servicio. Y, no contenta la enfermedad con la gente, pasó a los caballos, y empezaron a morir hombres y bestias en gran número, así como los indios, los cuales,  por servir como hijos a los españoles, eran llorados no menos que los mismos compañeros. Y de estos indios casi no escapó ninguno, que español hubo que llevaba cuatro y se le murieron todos, y, con la prisa que llevaban de pasar adelante, apenas tenían lugar de enterrar los difuntos, que muchos quedaron sin sepultura. Con las inclemencias del cielo y persecuciones del aire, agua y tierra, y trabajos de hambre, enfermedad y muertes de hombres y caballos, y con el cuidado y diligencia, aunque flaca, de recatarse y guardarse de sus enemigos, y con la continua molestia de armas, rebatos y guerra que ellos les hacían, caminaron nuestros castellanos todo el mes de septiembre y octubre hasta los últimos de noviembre, que llegaron al Río Grande, que tan deseado y amado había sido de ellos, pues que con tantas adversidades y ansias de corazón habían venido a buscarle, y, al contrario, poco antes tan odiado y aborrecido que con ellas mismas le habían huido alejándose de él. Con grandísimo contento y alegría de sus corazones miraron los nuestros al Río Grande por parecerles que en él se daba fin a todos los trabajos de su camino. Por el paraje en el que acertaron a llegar hallaron en la ribera del río dos pueblos, uno cerca de otro, con cada uno doscientas casas y un foso de agua, sacada del mismo río, que los cercaba ambos y los hacía isla. Con esta determinación, aunque no venían para pelear, se pusieron en escuadrón, que todavía eran más de trescientos veinte infantes y setenta de a caballo, y acometieron uno de los pueblos, cuyos moradores, sin defenderse, lo desampararon. Los nuestros, habiendo dejado gente en él, acometieron el otro pueblo y con la misma facilidad lo ganaron".

 

     (Imagen) La esperanza de salvación (provisional) de los españoles era el río Misisipi, y lo alcanzaron en un pueblo llamado Aminoya (en la imagen aparece al norte de Guachoyo, que es lo que buscaban), pareciéndoles, después de tantos sufrimientos, el paraíso, por su abundancia de provisiones. Pero el cronista nos hace ver parte del costo  del espantoso viaje: "En este último recorrido que después de la muerte del gobernador Hernando de Soto los nuestros hicieron, caminaron en la (fracasada) ida y en la vuelta, más de trescientas cincuenta leguas (unos 1.925 km), donde murieron a manos de los enemigos y de enfermedad cien españoles y ochenta caballos, y, aunque llegaron al Río Grande, no cesó el morir, pues otros cincuenta cristianos murieron en el alojamiento. Fue misericordia de Dios que les hubiese ayudado en aquella gran necesidad, porque, si no hallaran aquellos pueblos tan bien abastecidos, ciertamente habrían perecido todos en pocos días, según venían de maltratados y enfermos. Y así lo confesaban ellos mismos, pues estaban ya tan mal,  que no podían hacer cosa alguna en beneficio de sus vidas y salud. Y, aun con hallar la comodidad y regalo que hemos dicho, murieron después de haber llegado más de cincuenta castellanos y otros tantos indios de los domésticos, porque venían ya tan gastados que no pudieron volver en sí. Entre los cuales murió el capitán Andrés de Vasconcelos de Silva, natural de Elvás, de la nobilísima sangre que de estos dos apellidos hay en el reino de Portugal. Falleció asimismo Nuño Tovar, natural de Jerez de Badajoz, caballero no menos valiente que noble, aunque infeliz por haberle cabido en suerte un superior tan severo que, por el yerro del amor que le forzó a casarse (con Leonor de Bobadilla, como ya vimos) sin licencia del gobernador Hernando de Soto, lo había traído siempre desfavorecido y desdeñado, muy en contra de lo que él merecía (el cual le fue, además, de una absoluta lealtad). Murió también el fiel Juan Ortiz, intérprete, natural de Sevilla, quien en todo aquel descubrimiento no había servido menos con sus fuerzas y esfuerzo que con su lengua, porque fue muy buen soldado y de mucho provecho en todas las ocasiones. En suma, murieron muchos caballeros muy generosos, y muchos soldados nobles de gran valor y ánimo, pues pasaron de ciento cincuenta personas las que fallecieron en este último viaje, que causaron gran lástima y dolor, pues, por la imprudencia y mal gobierno de los capitanes, perecieron tanta y tan buena gente sin provecho alguno.




martes, 25 de mayo de 2021

(1429) Los indios mataron a más de cuarenta españoles mientras hacían el viaje de vuelta hacia el Misisipi. Un indio solitario puso en apuros a otros tres, pero lo mataron. En Estados Unidos se recuerda con gran admiración a HERNANDO DE SOTO.

 

       (1019) Los del  nuevo gobernador, Luis de Moscoso, se dieron cuenta de que estaban equivocando el rumbo para llegar al punto del Misisipi que les interesaba: "Llevaban su viaje en arco hacia el mediodía y, por parecerles que decaían mucho de la provincia de Guachoyo, donde deseaban volver, enderezaron su camino al levante, con cuidado de que siempre fuesen subiendo al norte. Habiendo caminado casi tres meses desde que salieron del pueblo de Guachoyo, en todo aquel largo camino, aunque no tuvieron batallas campales, nunca les faltaron sobresaltos, pues los indios a todas horas del día y de la noche les acosaban sin dejar de hacer daño, principalmente en los que se apartaban de la tropa, pues enseguida los flechaban, y así mataron a más de cuarenta españoles en sólo este viaje. De noche, entraban en el campamento a gatas, y, arrastrándose por el suelo como culebras, flechaban a los caballos y a los mismos centinelas".

     Varios españoles pidieron permiso para apresar a algunos indios, ya que los necesitaban como criados. Con licencia de Luis de Moscoso, salieron a efectuarlo veinticuatro españoles, doce de ellos a caballo. Tuvieron fácil la tarea, porque los indios solían aparecer por donde habían descansado los españoles, para aprovechar cosas que hubiesen dejado. No tuvieron ninguna dificultad para apresar a catorce indios, pero la terquedad de uno de los soldados va a crear un serio problema: "Queriendo irse ya los castellanos con la presa, habiéndola repartido entre ellos, el maestro carpintero Francisco Genovés, no contento con dos indios que le habían dado, dijo que necesitaba otro, y que no se fuesen hasta que lo tuviesen preso". Nadie estaba conforme con su pretensión, pero, viendo que estaba dispuesto a quedarse solo para hacerlo, todos cedieron. En cuanto vieron a un indio, Juan Páez, que ya demostró anteriormente ser demasiado impulsivo, picó a su caballo y se adelantó a los demás: "El indio, al tenerlo ya cerca, le tiró una flecha al caballo, le dio junto al codillo izquierdo y le hizo ir trompicando más de veinte pasos  hasta que cayó muerto. En pos de Juan Páez había salido otro de a caballo, Francisco de Bolaños, que era de Segovia, como él, arremetiendo contra el indio con una lanzada que fue de ningún efecto. El indio tiró una flecha al caballo y le dio por el mismo lugar que al primero, de tal manera que, con los mismos pasos que el otro, fue rodando y cayó muerto a sus pies".

     A la tercera fue la vencida: "Un caballero natural de Badajoz, de una de las muy nobles familias que hay en aquella ciudad, llamado Juan de Vega (que yo en el Perú conocí y después en España), viendo a los dos españoles caídos en tierra, y sus caballos muertos, arremetió a toda furia para matar al indio. Por otra parte, los dos soldados, levantándose del suelo, fueron a él con sus lanzas en las manos. El indio salió corriendo a recibir al caballero, haciendo cuenta de que, si le matase también el caballo, podrían salvarle los pies, por la común ventaja que en el correr hacen los indios a los españoles, y así habría sucedido si Juan de Vega no llevara una protección especial para su caballo. El indio tiró una flecha al caballo y, acertando en el pretal, pasó las tres dobleces del cuero y le hirió por los pechos tan acertadamente que, si no llevara el pretal, le habría llegado hasta el corazón. Entonces Juan de Vega alanceó al indio y lo mató, pero, con su muerte, no quitaron los nuestros el dolor que tenían de haber perdido en tan triste ocasión dos caballos en tiempo que tanto los necesitaban, pues ya tenían pocos".

 

     (Imagen) En Estados Unidos se celebran con un relieve extraordinario los hechos históricos protagonizados por los españoles  en lo que hoy en día es su territorio. Ya hablamos de cómo lo hacen todos los años en la ciudad de San Agustín (exhibiendo por doquier la bandera de España), la primera establecida en Norteamérica por un europeo, el español Pedro Menéndez de Avilés. Igualmente reverencian la memoria de Hernando de Soto, descubridor del río Misisipi (el mismo que le sirvió de sepultura) hasta el punto de que en muchos lugares del país, especialmente en la zona por donde transcurrió su campaña de La Florida, son muy abundantes los lugares, centros y monumentos que llevan su nombre. En la costa donde desembarcó al llegar a aquellas tierras, que él llamó Bahía del Espíritu Santo y ahora es conocida como Bahía de Tampa,  está la ciudad de Bradenton (ver imagen), a la que el gobierno americano le concedió el exclusivo privilegio de establecer un amplio centro, de unas 15 hectáreas de extensión, dedicado íntegramente a recordar la memoria del gran conquistador, bajo la denominación de DE SOTO NATIONAL MEMORIAL. Dada la importancia que tiene como lugar turístico, es administrado con gran profesionalidad por el National Park Service, organismo que gestiona la mayor parte del legado que dejaron en Estados Unidos los españoles. Este monumento nacional se creó el 11 de marzo de 1948, y fue incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos el 15 de octubre de 1966. Los visitantes pueden asistir a recreaciones históricas, probar piezas de armaduras, o caminar por un paisaje costero de la Florida similar al que encontraron los primeros exploradores de aquellas tierras. En el centro, cuya entrada es gratis, existen exposiciones de objetos de la época, y también una librería relacionada con la historia de la Florida, destacando especialmente la heroica campaña de Hernando de Soto y sus hombres. La población de Barcarrota (Badajoz), es, con gran probabilidad, la cuna de HERNANDO DE SOTO, y, por estar hermanada con Bradenton, se mantiene la costumbre de visitarse mutuamente vecinos de ambas localidades. (Da vergüenza ver que los 'gringos' admiran y valoran lo que nosotros tenemos casi olvidado).




lunes, 24 de mayo de 2021

(1428): Muerto Soto, los españoles vieron que era imposible ir a México por tierra, y LUIS DE MOSCOSO dio orden de volver al Misisipi. Un indio joven se unió a los españoles porque los suyos iban a enterrarlo vivo. eldramadelasindias.blogspot.com

 

     (1018) Faltos de guías fiables, los españoles siguieron la ruta (la del oeste) que el viejo indio al que habían matado por su traición les aconsejó, pero todo se fue complicando. El único deseo que tenían era salir de aquellas tierras tan peligrosas, en las que habían fracasado por completo, y llegar al puerto de salvación, México:  "El gobernador Luis de Moscoso y sus capitanes, escarmentados del hambre y trabajos que pasaron en los desiertos que atrás dejaron, no quisieron continuar hasta haber descubierto algún camino que los sacase a tierras pobladas, por lo que enviaron por delante a setenta y dos de a caballo para que inspeccionaran el territorio". El resultado fue deprimente. Contaron a la vuelta que solo habían encontrado algún poblado  miserable, con pocos indios, quienes les advirtieron de que más adelante solo había nómadas que se dedicaban a la caza y a la pesca. Visto el panorama, tomaron una decisión costosa, pero inevitable: "El gobernador Luis de Moscoso y sus capitanes, considerando las dificultades que iban a encontrar si continuaban por tierra  hacia México, acordaron no seguir adelante, sino volver atrás, yendo hacia el mismo Río Grande (el Misisipi) que habían dejado, por estimar que el camino más seguro era echarse por el río abajo y salir a la mar del Norte (el Golfo de México)".

     A la hora de escoger la ruta, se decidieron por la más larga, dado que encontrarían en ella algunos poblados, en los que podrían conseguir suficientes provisiones e información de los indios para no equivocar el camino. Pero ya en marcha, tuvieron constantes problemas con los ataques de los indios: "En aquellas tierras los españoles recibieron más daño que en otra alguna, particularmente al final, por ser el camino áspero, por montes y pasos muy propios para salteadores como lo eran aquellos indios, en donde, entrando y saliendo a su salvo, no cesaban en sus acometimientos, con los que mataron e hirieron a muchos castellanos e indios de servicio, y caballos. Cuenta el cronista una anécdota sobre un soldado gallego apellidado Sanjurge, que era admirado por sus habilidades de curandero de heridas a base de aceite y lana sucia, a lo que añadía algunas palabras mágicas. En este final dramático de la primera parte del viaje que iban haciendo, Sanjurge fue alcanzado por la flecha de un indio que atravesó su muslo y la silla de montar, llegando a penetrar someramente en las carnes del caballo. Los compañeros consiguieron 'desclavarlo' del caballo, pero Sanjurge se negaba a ser asistido por el médico de la tropa: "No quiso llamar al cirujano por una rencilla que con él había tenido. Debido a la crueldad con que anteriormente le curó una herida de la rodilla, y, enfadado por la torpeza de sus manos, le había dicho con gran injuria que, si otra vez se viese herido, no le llamaría, aunque supiese que iba a morir, y el cirujano le replicó que no le llamase cuando lo necesitase, porque, aunque supiese darle la vida, no le curaría. De manera que ni Sanjurge quiso llamar el cirujano ni el cirujano quiso ir a curarle, aunque supo que estaba herido. Por lo cual decidió socorrerse como él sabía, y, en lugar de aceite, tomó unto (grasa) de puerco, y, por lana sucia, las hilachas de una manta vieja de indios, pues hacía muchos días que entre los castellanos no había camisas ni ropa de lienzo. Y fue de tanto provecho la cura que se hizo, que en cuatro días que el ejército, por los muchos heridos que llevaba, descansó en aquel alojamiento, sanó".

 

     (Imagen) Acabamos de ver en palabras de Inca Garcilaso la triste muerte de Hernando de Soto (y las alabanzas que hace a su figura), así como  que después, habiendo tomado el mando Luis de Moscoso, todos estuvieron de acuerdo en volverse a México, pero, por escoger un camino imposible, dieron la vuelta para ir al río Misisipi con la idea de descender por él hasta su desembocadura en el Golfo de México. La imagen muestra ese cambio de rumbo. El cronista ahora nos narra algo que ocurrió poco antes: "Es de saber que, cuando los españoles salieron del pueblo de Guachoyo, se fue con ellos voluntariamente un indio de unos diecisiete años. Temiendo el gobernador Luis de Moscoso que fuese un espía, le preguntó, por medio de los intérpretes, por qué lo había hecho. El indio respondió: 'Señor, yo soy pobre y huérfano. Mis padres me dejaron muy niño y desamparado, y un indio principal de mi pueblo, por tener lástima de mí, me recogió en su casa y me crio entre sus hijos. Pero enfermó muy gravemente, y sus parientes me eligieron para que, en muriéndose mi amo, me enterrasen con él, porque mi señor me había querido mucho y era justo que yo fuese con él a servirle en la otra vida. Y, aunque es verdad que por haberme criado le tengo obligación y le quiero bien, no es ahora tanto el amor que desee ser enterrado vivo con él. Por huir esta muerte, no hallando remedio mejor, decidí venirme con la gente de vuestra señoría, que más quiero ser su esclavo que verme enterrar vivo. Esta es la causa de mi venida, y no otra'. El general y los que con él estaban se admiraron de haber oído al indio, y entendieron que la costumbre de enterrar vivos a los criados y las mujeres con el hombre principal difunto también se usaba en aquella tierra, como en las demás del Nuevo Mundo hasta entonces descubiertas. En todo el imperio de los incas que reinaron en el Perú, se acostumbraba largamente enterrar con los reyes y grandes señores a sus mujeres más queridas y los criados más favorecidos y allegados a ellos, porque, a pesar de su gentilidad, afirmaban que el ánima era inmortal, y creían que después de esta vida, había otra como ella misma, y no espiritual, aunque con pena y castigo para el que hubiese sido malo, y con gloria, premio y galardón para el bueno. Y así dicen Hanampacha, que quiere decir mundo alto, por el cielo, y Ucupacha, que significa mundo bajo, por el infierno, y llaman Zupay al diablo, con quien dicen que van los malos".




sábado, 22 de mayo de 2021

(1427) Los españoles mataron a dos indios que los habían desafiado heroicamente. El cronista critica que se hiciera abusando de la superioridad numérica. Luego ensalza a Hernando de Soto y nos da una lección histórica.

 

     (1017) El caso es que el indio al que mataron les había dado la solución: "Puestos en esta necesidad los españoles, confusos y arrepentidos de haber muerto al indio, el cual, si lo dejaran vivo, pudiera ser que, como lo había prometido, los sacara a poblado, viendo que no tenían otro remedio, tomaron el mismo que el indio les había dicho, dándole crédito después de muerto a lo que no le habían querido creer en vida, que era que caminasen hacia el poniente sin torcer a una mano ni a otra. Así lo hicieron y caminaron tres días con grandísima hambre y necesidad, porque en los otros tres pasados no habían comido sino hierbas y raíces. Con estas dificultades siguieron su camino, siempre al poniente, y, después de tres días, descubrieron tierras pobladas, de lo que recibieron gran alegría, aunque llegando a ellas hallaron que los indios se habían ido al monte y que las tierras eran estériles, pero, aun así, mataron su hambre con mucha carne fresca de vaca, aunque no vieron vacas vivas, ni lograron saber de dónde las traían los indios".

     Una vez más, se ve que el espíritu guerrero de aquellos indios era suicida (coincidiendo con muchas escenas de las películas del Oeste): "Caminando los españoles por aquella provincia estéril y mal poblada, se alojaron en un llano, y vieron salir de un monte un indio solo, y venir hacia ellos con un hermoso plumaje en la cabeza y su arco en la mano y el carcaj de las flechas a las espaldas. Los castellanos, creyendo que traía algún recado del cacique para el gobernador (Luis de Moscoso), le dejaron llegar. El indio, cuando estaba a menos de cincuenta pasos, puso con toda presteza una flecha en el arco y la lanzó con grandísima pujanza. Los cristianos se apartaron a un lado y a otro, y así se libraron del tiro, pero la flecha pasó adelante y dio en un grupo de indias que estaban preparando la comida. A una de ellas  le dio en la espalda, y la atravesó, y, a otra que estaba de frente, le dio por los pechos, y también la pasó, aunque quedó la flecha en ella, cayendo las dos muertas. Habiendo hecho este bravo tiro, volvió el indio al monte, huyendo con gran velocidad. Los españoles dieron la alarma y le gritaron al indio, ya que no podían seguirle. El capitán Baltasar de Gallegos, que estaba a caballo, acudió a la llamada, y, viendo ir huyendo al indio y oyendo que los españoles decían 'muera, muera', sospechó lo que podía haber hecho, corrió en pos de él, lo alcanzó cerca de su guarida y lo mató, de manera que no gozó el triste de su valentía temeraria".

     Hubo un nuevo desafío singular por parte de los indios. Esta vez se trataba de otros dos temerarios. Estaban algo alejados del campamento de los españoles, pero en son de guerra y adornados con sus plumas. Se trataba también de un desafío, y estaban a la espera de que algún español les aceptara el silencioso reto. No faltó un español 'chuleta' que respondiera a la provocación. Se llamaba Juan Páez, y fue hacia ellos, pero, con actitud caballeresca, solo uno de los indios se le enfrentó. Le alcanzó con una flecha en el brazo, dejándolo sin capacidad de reaccionar. Al verlo sus compañeros, fueron en tropel y mataron a los dos indios. Inca Garcilaso, sintiendo vergüenza ajena, comenta: "Estos españoles no actuaron con buena ley de guerra, pues, ya que los indios no habían querido ser dos contra un español,  no procedía que tantos españoles a caballo fueran contra dos indios a pie".

 

     (Imagen) Inca Garcilaso continúa hablando de la similitud de la muerte y el enterramiento que tuvieron Hernando de Soto y el rey godo Alarico: "Dije que fueron semejantes casi en todo, porque estos españoles son descendientes de aquellos godos, las sepulturas fueron ambas ríos y los difuntos los caudillos de su gente, y muy amados de ella, y ambos valentísimos hombres que, saliendo de sus tierras y buscando dónde poblar, hicieron grandes hazañas en reinos ajenos. Y aun la intención de los unos y de los otros fue una misma, que fue sepultar a sus capitanes donde sus cuerpos no se pudiesen hallar, aunque sus enemigos los buscasen. Solo difieren en que las exequias de estos nacieron del temor a que los indios maltratasen el cuerpo de su capitán general, y las de aquellos nacieron de la vanagloria que al mundo, para honra de su rey, quisieron mostrar. Cuando murió el famoso príncipe Alarico, sus godos inventaron una solemnísima y admirable grandeza, y fue que, a muchos cautivos que llevaban, les mandaron sacar de madre el río Busento, en medio de su canal edificaron un solemne sepulcro donde pusieron el cuerpo de su rey, y, habiéndolo colocado, volvieron a llevar el río a su antiguo cauce, tras lo cual mataron a todos los cautivos que habían trabajado en la obra, para que no se descubriese el secreto. Me pareció oportuno tocar aquí esta historia por la mucha semejanza que tiene con la nuestra y por decir que la nobleza de estos nuestros españoles, y la que hoy tiene toda España sin contradicción alguna, viene de aquellos godos, porque después de ellos no ha entrado en ella otra nación sino los árabes de Berbería cuando la ganaron en tiempo del rey don Rodrigo. Pero los pocos que quedaron de esos mismos godos, los echaron lentamente de toda España y la poblaron como hoy está, y aún la descendencia de los reyes de Castilla, sin haberse perdido la sangre de ellos, viene derechamente de estos reyes godos, en la cual antigüedad y majestad tan notoria hacen ventaja a todos los reyes del mundo". No es ninguna exageración que Inca Garcilaso hablara así, puesto que le tocó vivir en la época más poderosa del imperio español, sin que eso le impidiera sentir un gran amor por sus raíces indígenas, que lo hace extensivo en la presente crónica a los pueblos que los españoles van encontrando en su campaña de La Florida.




viernes, 21 de mayo de 2021

(1426) El hipócrita cacique de Auche les prestó un guía a los españoles para que murieran de hambre perdidos por el camino. Descubierta la trampa, mataron al guía. Para evitar profanaciones de los indios, se cambió de sitio el cuerpo de Hernando de Soto.

 

     (1016) Los españoles tardaron en darse cuenta de que estaban en manos de un guía no solo viejo, sino también tramposo, cumpliendo órdenes recibidas de su cacique: "Salieron los nuestros de Auche y en dos jornadas llegaron al despoblado, por el cual caminaron otros tres días por un camino ancho que parecía camino real, pero después se fue estrechando hasta desaparecer, y sin camino anduvieron otros seis días por donde el indio quería llevarlos, diciendo que los llevaba por atajos para llegar pronto a lo poblado. Los españoles, tras ocho días sin salir de desiertos y montes, advirtieron que el indio los había traído unas veces al norte, otras al poniente, otras al mediodía, otras volviéndolos hacia el levante, lo cual no habían notado antes por la confianza que en su guía habían tenido. Además, hacía tres días que caminaban sin comer más que hierbas y raíces. El gobernador Luis de Moscoso le preguntó al indio con sus intérpretes por qué no los había sacado de aquel despoblado en ocho días, dado que a la salida de su pueblo había prometido hacerlo en cuatro días. El indio solo respondió con impertinencias que le parecía le disculpaban del cargo que le hacían, de lo cual, enojado el gobernador, y de ver su ejército en tanta necesidad por malicia del indio, mandó que lo atasen a un árbol y le echasen los alanos que llevaban, y uno de ellos lo zamarreó malamente. El indio, viéndose lastimar, pidió que le quitasen el perro, que él diría la verdad, y, habiéndoselo quitado, dijo: 'Señores, mi cacique natural me mandó a vuestra partida hiciese lo que he hecho con vosotros, porque él no tenía fuerza para degollaros a todos en una batalla, y había determinado mataros con astucia metiéndoos en estos montes y desiertos, donde perecieseis de hambre, y que me elegía a mí para hacerlo por ser uno de sus más fieles criados, por lo cual me premiaría, y, si me negase, me mataría cruelmente. Yo me vi forzado a hacerlo, sin que haya tenido ánimo de mataros. Pero aún no es tarde para remediar el mal presente si me otorgáis la vida, pues me ofrezco a sacaros de este desierto y poneros en tierra poblada antes de tres días, pues, caminando siempre hacia el poniente, saldremos presto de este despoblado, y, si, dentro de este término no os sacare de él, matadme entonces".

     Fue tanta la ciega rabia de los españoles, que fueron implacables con el viejo indio, provocando, además, una nueva complicación: "El general Luis de Moscoso y sus capitanes se indignaron tanto de saber la mala intención del cacique y el engaño que el indio les había hecho, que ni admitieron sus buenas razones para que le disculparan de su delito ni quisieron concederle sus ruegos para otorgarle la vida, ni aceptar sus promesas para fiarse en ellas, sino que mandaron soltar los perros, los cuales, con la mucha hambre que tenían, en breve espacio lo despedazaron y se lo comieron. Esta fue la venganza que nuestros castellanos tomaron del pobre indio que les había descaminado, y, después de haberla hecho, vieron que no quedaban vengados, sino peor librados que antes estaban, porque les faltó quien los guiase, por haber dado licencia para que se volviesen a sus tierras, cuando se acabó la comida, a los indios que habían traído el maíz, y así se hallaron del todo perdidos".

 

     (Imagen) Los españoles temían que su secreto ya lo habían descubierto los indios: "Aunque habían tratado de ocultar la tristeza que tenían por la muerte del gobernador Hernando de Soto, pensaron que los indios sospechaban que había muerto y en qué  lugar lo habían puesto, pues vieron que, pasando por los hoyos, se iban deteniendo, hablaban unos con otros y señalaban con la barba y guiñaban con los ojos hacia el puesto donde el cuerpo estaba. Por lo cual, acordaron sacarlo y ponerlo en otra sepultura en la que les fuese más dificultoso a los indios hallarle. Finalmente, a todos les pareció que estaría bien darle por sepultura el Río Grande y, antes de que lo pusiesen por obra, quisieron ver si la hondura del río era suficiente para hacerlo. El contador público Juan de Añasco y los capitanes Juan de Guzmán, Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa, y el alférez general Diego Arias, fueron a ver el río, y, llevando consigo un vizcaíno llamado Joanes de Abadía, hombre de la mar y gran ingeniero, lo sondaron una tarde con toda la disimulación posible, aparentando que andaban pescando  por el río, y hallaron que en medio del cauce tenía diez y nueve brazas de hondo. Tras comprobarlo, determinaron sepultar en él al gobernador, y, porque en toda aquella comarca no había piedra que echar con el cuerpo para que lo llevase al fondo, cortaron una encina y la socavaron por un lado para poder meter el cuerpo. Y la noche siguiente, con todo el silencio posible, lo desenterraron y pusieron en el trozo de la encina, con tablas clavadas que sujetaban el cuerpo por el otro lado, y así quedó como en un arca, y, con muchas lágrimas y dolor de los sacerdotes y caballeros que se hallaron en este segundo entierro, lo pusieron en medio de la corriente del río encomendando su ánima a Dios, y le vieron irse enseguida al fondo. Estas fueron las exequias tristes y lamentables que nuestros españoles hicieron al cuerpo del adelantado Hernando de Soto, su capitán general y gobernador de los reinos de la Florida, indignas de un varón tan heroico, aunque, bien miradas, semejantes casi en todo a las que mil ciento treinta y un años antes hicieron los godos, antecesores de estos españoles, a su rey Alarico en Italia, en la provincia de Calabria, en el río Busento, junto a la ciudad de Cosencia".  El símil es contundente, y la imagen recoge el momento en el que Alarico iba a ser sumergido en el río Busento.




jueves, 20 de mayo de 2021

(1425) Muerto Hernando de Soto, se vino abajo toda la campaña, ya que se decidió abandonarla volviendo a México. Todos sus hombres, con gran sentimiento, lo enterraron, aunque se verán obligados a cambiarlo de sitio.

 

     (1015) Pero, desaparecido Hernando de Soto, el pilar pétreo que mantenía en pie, en medio de las desgracias, la agotadora campaña de la Florida, el escenario cambió por completo, y sus sucesores decidieron lo que él  nunca habría consentido: "Con la muerte del gobernador y capitán general Hernando de Soto no solamente no pasaron adelante las pretensiones y buenos deseos que de poblar aquella tierra había tenido, sino que sus capitanes y soldados renunciaron a seguirlos, como suele acaecer dondequiera que falte la cabeza principal del gobierno. Como todos los capitanes y soldados del ejército estaban descontentos por no haberse hallado en la Florida lo que que pretendían (aunque tenía las demás calidades que hemos dicho), deseaban marcharse de ella, y fue acordado salir de aquel reino lo más presto que les fuese posible, cosa que después lloraron todos los días de su vida. Hasta el contador público Juan de Añasco, que, como ministro de la hacienda de su rey, estaba obligado a sustentar la opinión tan acertada de su capitán general y a finalizar su empresa, aunque solo fuera por no perder lo trabajado, no solamente no contradijo a los demás capitanes y caballeros, sino que él mismo se ofreció a guiarlos y salir con brevedad a la jurisdicción de México, porque presumía de ser cosmógrafo y poder ponerlos presto a salvo (y lo conseguirá)".

     De inicio, van a caer ingenuamente en una trampa: "Les dio ánimo para esta nueva determinación el recuerdo de ciertas noticias falsas que el invierno y el verano pasados les dieron los indios diciéndoles que, al poniente y no lejos, había otros castellanos que andaban conquistando aquellas provincias. Tomando por verdaderas estas hablillas, pensaban que debía de ser gente que hubiese salido de México a conquistar nuevos reinos, y que estaría bien irlos a buscar para ayudarlos, como si ellos no hubieran hallado ya qué conquistar y qué poblar".

     Con eso propósito, se pusieron en marcha, pero enseguida cometieron un error: "Partieron nuestros españoles de la provincia de Guachoyo hacia el cinco de julio, y enderezaron su viaje al poniente en línea recta, porque les parecía que, siguiendo aquel rumbo, habían de salir a tierra de México, sin darse cuenta de que se encontraban mucho más al norte. Caminaron más de cien leguas, y no podré decir cómo se llamaban estas provincias porque, como ya no tenían intención de poblar, sólo pretendían pasar por ellas rápidamente, y por esto no tomaron los nombres ni pudieron dármelos a mí. Habiendo pasado estas provincias, caminaron más de cien leguas, y llegaron a una provincia llamada Auche, y el señor de ella les salió a recibir con muchas caricias que les hizo, y les hospedó con muestras de amor, mas, como después veremos, todo era fingido. Tras dos días de descanso, los españoles decidieron atravesar un gran despoblado que estaba en su ruta. El cacique de Auche les dio indios cargados de maíz para seis días y un indio viejo que les guiase hasta alcanzar otro poblado, y, en presencia de los españoles, mostrándose muy amistoso con ellos, le mandó al indio que los llevase por el mejor y más corto camino".

 

     (Imagen 2ª) Sigamos con el 'retrato' que Inca Garcilaso le hace al gran HERNANDO DE SOTO: "Fue severo en castigar los delitos de milicia, pero los demás los perdonaba con facilidad. Honraba mucho a los soldados que eran valientes. Y él lo fue de tal manera, que, por doquiera que entraba peleando, dejaba hecho camino por donde pudiesen pasar diez de los suyos, y todos decían que diez lanceros no valían tanto como él. Tuvo este valeroso capitán una cosa muy notable, y fue que, en los ataques que hacían los enemigos, siempre era el primero o el segundo que salía a responderles. En suma, fue uno de los mejores lanceros que al Nuevo Mundo llegaron, con excepción de Gonzalo Pizarro, al cual se dio siempre la honra del primer lugar. Gastó en esta campaña más de cien mil ducados, ganados por él en el Perú, de la parte que le tocó en Cajamarca cuando fue apresado Atahualpa. La muerte del gobernador Hernando de Soto causó en todos los suyos gran dolor. Se les doblaba esta pena por serles forzoso sepultarlo en secreto, para que los indios no supiesen dónde quedaba, pues temían que le hiciesen a su cuerpo algunas ignominias que ya en otros españoles habían hecho, desenterrándolo y poniéndolo en trozos por los árboles. Por lo cual acordaron enterrarlo de noche, con centinelas puestos, para que los indios no lo viesen ni supiesen dónde quedaba. Eligieron para sepultura uno de los muchos hoyos grandes que cerca del pueblo había en un llano, y en él enterraron al famoso Adelantado Hernando de Soto, con muchas lágrimas de los sacerdotes y caballeros que en sus tristes exequias se hallaron. Y el día siguiente, para disimular el lugar donde quedaba el cuerpo y encubrir la tristeza que ellos tenían, les dijeron a los indios que el gobernador estaba mejor de salud, y, para que lo creyeran, subieron en sus caballos e hicieron muestras de mucha fiesta y regocijo, corriendo por el llano y trayendo galopes por los hoyos y encima de la misma sepultura, cosas bien diferentes y contrarias de las que en sus corazones tenían". No se suele hablar de este enterramiento, que fue el primero. Lo que ocurrió después fue que, tras haberlo llevado a cabo, los españoles decidieron rectificar, como veremos enseguida. La imagen actual nos muestra una de las muchas placas con que en EEUU recuerdan los hechos de Hernando de Soto. En este caso, el de la probable primera celebración navideña que hubo en sus tierras, porque el gran capitán descansaba allí en diciembre de 1539, y le acompañaban doce sacerdotes.




miércoles, 19 de mayo de 2021

(1424) Llegados a Quigualtam, su cacique amenazó a los españoles. El gran Hernando de Soto preparaba unos bergantines para pedir ayuda en México, pero enfermó, y morirá pronto.

 

     (1014) Ya de vuelta, Hernando de Soto se ocupó preferentemente en construir las naves: "El gobernador dejó todos los otros cuidados a los mandos del campo, y para sí tomó el cuidado de hacer los bergantines trabajando de día y de noche. En su ánimo tenía elegidos los capitanes y soldados que por más fieles amigos tenía, de quien pudiese confiar que volverían en los bergantines cuando los enviase a pedir el socorro que tenía pensado. Y, para cuando hubiese enviado los bergantines, había determinado pasar de la otra parte del Río Grande a una provincia llamada Quigualtam, de la cual tenía noticia que era abundante de comida y poblada de mucha gente. El pueblo principal era de quinientas casas, y su cacique, llamado también Quigualtam, había respondido mal y con grandes amenazas a los recados que el gobernador le había enviado pidiéndole paz y ofreciéndole su amistad". Inca Garcilaso, para hacer ver que las cosas fueron así, recoge textualmente las siguientes palabras de la pequeña crónica de Alonso de Carmona, testigo de los hechos: "Poco antes de que el gobernador muriese, mandó juntar todas las canoas, y pasaron a la otra parte del río, donde hallaron muy grandes poblazones, aunque la gente había huido, y se volvieron. Lo cual, sabiéndolo los principales de aquella tierra, enviaron un mensajero al gobernador avisándole de que no tuviese otra vez el atrevimiento de enviar a sus tierras españoles, porque ninguno volvería vivo, y que no había salido su gente a matar a todos los españoles porque habían hecho buen tratamiento a los indios de la provincia. De manera que, si algo pretendía de su tierra, que se viesen en persona, pues, si repitiese el poco miramiento de enviar soldados a recorrer su tierra, juraban a sus dioses matarle a él y a toda su gente".

     Hernando de Soto trataba de  evitar a toda costa el enfrentamiento. Dice Inca Garcilaso: "A estas amenazas siempre había replicado el gobernador con mucha suavidad a Quigualtam, y, aunque es verdad que el cacique había trocado por ello sus malas palabras en otras buenas, siempre se creyó que era con falsedad y engaño, para coger descuidados a los españoles, pues sabía el gobernador que andaba maquinando traiciones, y que hacía llamamiento de su gente en las provincias comarcanas contra los cristianos para matarlos a traición. El gobernador lo tenía guardado en su pecho para castigarlo a su tiempo, pues todavía tenía ciento cincuenta caballos y quinientos españoles, con los cuales, después de preparados ya los bergantines, pensaba pasar el Río Grande y hacer su asiento en el pueblo principal de Quigualtam y gastar allí el estío presente y el invierno venidero hasta tener el socorro que pensaba pedir. El cual se le pudiera dar con mucha facilidad de toda la costa y ciudad de México, y de las islas de Cuba y Santo Domingo, subiendo por el Río Grande, que era capaz para todos los navíos que por él quisiesen subir. En los cuidados y pretensiones que hemos dicho andaba engolfado de día y de noche este heroico caballero, deseando, como buen padre, que los muchos trabajos que él y los suyos en aquel descubrimiento habían pasado y los grandes gastos que para él habían hecho no se perdiesen sin fruto de ellos, cuando, a los veinte día de junio del año de mil quinientos cuarenta y dos, sintió una calenturilla que el primer día se mostró lenta y al tercero rigurosísima".

 

     (Imagen 1ª) El extraordinario HERNANDO DE SOTO morirá de inmediato. Como Inca Garcilaso va a hacer una extensa reseña de merecidos elogios sobre las cualidades de su persona, es justo que dediquemos varias imágenes a su acertado texto. Empecemos, pues: "El gobernador Hernando de Soto, viendo el excesivo crecimiento de la calentura que sufría, entendió que su mal era de muerte, se preparó para ella como católico cristiano, dictó su testamento, y, con arrepentimiento de haber ofendido a Dios, confesó sus pecados. Nombró por sucesor en el cargo de gobernador y capitán general de la Florida a Luis de Moscoso de Alvarado.  Hecha esta diligencia, llamó a los más nobles del ejército, y después mandó que entrase el resto de la gente, y de todos se despidió con gran dolor suyo y muchas lágrimas de ellos, y les encargó la conversión a la Fe Católica de los indios y el aumento de la corona de España, pidiéndoles muy encarecidamente que tuviesen paz y amor entre sí. Falleció,  a los siete días, pidiendo misericordia a la Santísima Trinidad. Así dio el ánima a Dios este magnánimo y nunca vencido caballero, digno de grandes señoríos, y  de que su historia la escribiera alguien mejor preparado que un indio (Inca Garcilaso), muriendo con cuarenta y dos años. Fue el Adelantado Hernando de Soto, natural de Villanueva de Barcarrota, hijodalgo de todos cuatro costados (al parecer, tenía también ascendencia conversa), de lo cual, habiéndose informado el emperador Carlos, le había enviado el hábito de Santiago, mas no gozó de esta merced, porque, cuando la cédula llegó a la isla de Cuba, el gobernador ya había partido hacia al descubrimiento y conquista de la Florida. Fue algo más que mediano de cuerpo, y de buen aspecto. Era alegre de rostro, diestro de ambas sillas, y más de la jineta que de la brida (dos estilos diferentes de monta). Fue pacientísimo en los trabajos y necesidades, tanto que el mayor alivio que sus soldados en ellos tenían era ver la paciencia de su capitán general. Era afortunado en las jornadas particulares que por su persona emprendía, aunque en la principal no lo fue, pues, al mejor tiempo, le faltó la vida. Fue el primer español que vio y habló a Atahualpa, rey tirano y último de los del Perú". Hernando de Soto, cuando se presentó ante Atahualpa, hizo alarde de una valentía suicida, y, a petición suya, una exhibición  de maestría ecuestre que asustó a su guardia personal (como muestra la imagen), por lo que el impasible emperador inca los mató a todos.




martes, 18 de mayo de 2021

(1423) El astuto cacique de Guachoyo engañó a los españoles, se presentó con ellos ante los indios de Anilco, sus enemigos, y, fingiendo que Hernando de Soto lo apoyaba, hizo una masacre espantosa.

 

     (1013) Veamos cómo el cacique Guachoyo fue maniobrando para tener un respaldo de Hernando de Soto en sus deseos de vengarse del cacique Anilco y de sus indios. La actitud de los españoles parece haber sido un dejar hacer, aunque, al final, se opondrán a aquella barbarie: "Después de haber estado tres días los españoles en el pueblo de Guachoyo, el señor de él, que tenía el mismo nombre, habiendo sabido lo que en la provincia de Anilco entre indios y españoles había pasado y cómo aquel cacique no había querido recibir de paz al gobernador, quiso no perder la ocasión que en las manos tenía para vengarse de sus enemigos, y, como hombre mañoso y lleno de astucias, envió luego una solemne embajada al gobernador con cuatro indios, caballeros principales, y otros muchos de servicio, que iban cargados de mucha fruta y pescado. Le llevaban como mensaje una disculpa por no haberle esperado y recibido en su pueblo, rogándole, asimismo, que le diese permiso para ir a besarle las manos y ofrecerle su vasallaje. El gobernador se alegró mucho con la embajada y pidió a los mensajeros que dijesen a su cacique que estimaba en mucho su amistad y que viniese sin temor alguno, pues sería bien recibido".

     El cacique Guachoyo, al oír la respuesta que deseaba, fue a visitar de inmediato a Hernando de Soto, llevando consigo cien indios distinguidos, adornados con vistosas plumas y mantas de la mejor calidad, así como los arco y flechas que  nunca abandonaban. Hernando de Soto los invitó a comer, y, terminado el banquete, Guachoyo se dirigió al gobernador con palabras embaucadoras: "Le pidió que volviese a la provincia de Anilco, que él se ofrecía a ir con su gente sirviéndole, y, para facilitar el paso del río de Anilco, llevaría ochenta canoas grandes, con las cuales irían por el Río Grande abajo hasta la boca del río de Anilco, que entraba en el Río Grande, y por él subirían hasta el pueblo de Anilco, de manera que, entretanto que los indios navegaban por los dos ríos, iría Guachoyo con otros indios y con los españoles por tierra, para llegar todos juntos a un tiempo al pueblo de Anilco. El gobernador fue fácil de persuadir porque deseaba saber lo que en aquella provincia hubiese de provecho para el intento que tenía de hacer los bergantines que pensaba enviar por el río abajo. Deseaba asimismo atraer de paz y amistad al cacique Anilco para que, sin obstáculos, pudiese poblar  entre aquellas dos provincias que le habían parecido abundantes de comida. Pero la intención del cacique del Guachoyo era muy diferente, porque deseaba vengarse, con fuerzas ajenas, de su enemigo Anilco, el cual, en las guerras continuas que tenían, siempre lo había traído vencido".

     Por los ríos salieron navegando cuatro mil indios bajo el mando del capitán español Juan de Guzmán. Al mismo  tiempo lo hicieron, por tierra, Guachoyo con dos mil indios de guerra y Hernando de Soto con sus hombres. Todo el viaje discurrió según los previsto, pero al terminarlo, unos y otros pudieron intuir lo que iba a pasar: "Los moradores de Anilco, en cuanto vieron quiénes llegaban, y aunque el cacique estaba ausente, dieron alarma de guerra, y se prepararon para impedirles el paso del río con todo el ánimo y esfuerzo posible, pero, no pudiendo resistir la furia de los enemigos, que eran indios y españoles, volvieron las espaldas y desampararon el pueblo".

 

     (Imagen) Dándose cuenta los indios guachoyos de que sus enemigos, los del cacique Anilco, asustados porque les acompañaban los españoles (que, en realidad,  no iban a batallar), se retiraban, vieron la gran oportunidad de ensañarse brutalmente con ellos. Resumo lo que narra el cronista: "Los guachoyos entraron en el pueblo de sus tan odiados enemigos, saquearon el templo y tumbas de los antiguos señores, donde, además, tenía el cacique la mayor riqueza de su hacienda y muchas cabezas de los indios que habían matado puestas en puntas de lanzas a las puertas del templo, colocaron en su lugar las de muchos indios anilcos, y también profanaron los cuerpos que estaban en arcas de madera. No contenta la saña de los guachoyos con lo que habían hecho, pasó la rabia de ellos a otras cosas peores, y fue que no respetaron la vida de ninguna persona, pues, sin tener en cuenta sexo ni edad, mataron a todas las que hallaron en el pueblo, y con las más dignas de misericordia, como ancianas de extrema vejez y niños de teta, usaron mayor crueldad, porque, a las viejas, despojándolas de la poca ropa que traían, las mataban a flechazos, tirándoles a las partes pudendas preferentemente. Y a los niños pequeños los tomaban por una pierna y los echaban en alto, y en el aire, antes que llegasen al suelo, los flechaban. Las cuales cosas, vistas por algunos castellanos, dieron luego noticia de ellas al gobernador Hernando de Soto, el cual se enojó grandemente de que hubiesen hecho semejante agravio a los de Anilco, pues su intención era la de ganarlos como amigos. Para que la crueldad de los guachoyos no pasase adelante, reprendió al cacique por lo que sus indios habían hecho, y mandó que, so pena de la vida, nadie se atreviese a pegar fuego a las casas ni hacer mal a los indios. Salió a toda prisa del pueblo de Anilco mandando a los castellanos que llevasen por delante a los indios, para que no se quedasen a quemar el pueblo y a matar a la gente que en él se hubiese escondido". De esta manera se remedió algo el mal, y el gobernador se embarcó con toda la gente, españoles e indios, y pasó el río para volverse a Guachoyo. Pero, aun así, vieron en  la lejanía que el pueblo humeaba porque estos indios habían dejado brasas encendidas dentro de las casas, que eran de paja. En la imagen vemos a otro héroe: Míquel Silvestre, haciendo el recorrido de la campaña de Hernando de Soto en La Florida.