(1016) Los españoles tardaron en darse
cuenta de que estaban en manos de un guía no solo viejo, sino también tramposo,
cumpliendo órdenes recibidas de su cacique: "Salieron los nuestros de
Auche y en dos jornadas llegaron al despoblado, por el cual caminaron otros
tres días por un camino ancho que parecía camino real, pero después se fue
estrechando hasta desaparecer, y sin camino anduvieron otros seis días por
donde el indio quería llevarlos, diciendo que los llevaba por atajos para llegar
pronto a lo poblado. Los
españoles, tras ocho días sin salir de desiertos y montes, advirtieron que el
indio los había traído unas veces al norte, otras al poniente, otras al mediodía,
otras volviéndolos hacia el levante, lo cual no habían notado antes por la
confianza que en su guía habían tenido. Además, hacía tres días que caminaban
sin comer más que hierbas y raíces. El gobernador Luis de Moscoso le preguntó al
indio con sus intérpretes por qué no los había sacado de aquel despoblado en ocho
días, dado que a la salida de su pueblo había prometido hacerlo en cuatro días.
El indio solo respondió con impertinencias que le parecía le disculpaban del
cargo que le hacían, de lo cual, enojado el gobernador, y de ver su ejército en
tanta necesidad por malicia del indio, mandó que lo atasen a un árbol y le
echasen los alanos que llevaban, y uno de ellos lo zamarreó malamente. El indio, viéndose
lastimar, pidió que le quitasen el perro, que él diría la verdad, y,
habiéndoselo quitado, dijo: 'Señores, mi cacique natural me mandó a vuestra
partida hiciese lo que he hecho con vosotros, porque él no tenía fuerza para
degollaros a todos en una batalla, y había determinado mataros con astucia
metiéndoos en estos montes y desiertos, donde perecieseis de hambre, y que me
elegía a mí para hacerlo por ser uno de sus más fieles criados, por lo cual me
premiaría, y, si me negase, me mataría cruelmente. Yo me vi forzado a hacerlo,
sin que haya tenido ánimo de mataros. Pero aún no es tarde para remediar el mal
presente si me otorgáis la vida, pues me ofrezco a sacaros de este desierto y
poneros en tierra poblada antes de tres días, pues, caminando siempre hacia el
poniente, saldremos presto de este despoblado, y, si, dentro de este término no
os sacare de él, matadme entonces".
Fue tanta la ciega rabia de los españoles,
que fueron implacables con el viejo indio, provocando, además, una nueva
complicación: "El
general Luis de Moscoso y sus capitanes se indignaron tanto de saber la mala
intención del cacique y el engaño que el indio les había hecho, que ni
admitieron sus buenas razones para que le disculparan de su delito ni quisieron
concederle sus ruegos para otorgarle la vida, ni aceptar sus promesas para
fiarse en ellas, sino que mandaron soltar los perros, los cuales, con la mucha
hambre que tenían, en breve espacio lo despedazaron y se lo comieron. Esta fue la venganza
que nuestros castellanos tomaron del pobre indio que les había descaminado, y,
después de haberla hecho, vieron que no quedaban vengados, sino peor librados
que antes estaban, porque les faltó quien los guiase, por haber dado licencia
para que se volviesen a sus tierras, cuando se acabó la comida, a los indios
que habían traído el maíz, y así se hallaron del todo perdidos".
(Imagen) Los españoles temían que su
secreto ya lo habían descubierto los indios: "Aunque habían tratado de
ocultar la tristeza que tenían por la muerte del gobernador Hernando de Soto, pensaron
que los indios sospechaban que había muerto y en qué lugar lo habían puesto, pues vieron que,
pasando por los hoyos, se iban deteniendo, hablaban unos con otros y señalaban
con la barba y guiñaban con los ojos hacia el puesto donde el cuerpo estaba. Por lo cual, acordaron sacarlo y ponerlo en otra sepultura en
la que les fuese más dificultoso a los indios hallarle. Finalmente, a todos les
pareció que estaría bien darle por sepultura el Río Grande y, antes de que lo
pusiesen por obra, quisieron ver si la hondura del río era suficiente para hacerlo. El contador público Juan de Añasco y los capitanes Juan de
Guzmán, Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa, y el alférez general Diego
Arias, fueron a ver el río, y, llevando consigo un vizcaíno llamado Joanes de
Abadía, hombre de la mar y gran ingeniero, lo sondaron una tarde con toda la
disimulación posible, aparentando que andaban pescando por el río, y hallaron que en medio del cauce
tenía diez y nueve brazas de hondo. Tras comprobarlo, determinaron sepultar en
él al gobernador, y, porque en toda aquella comarca no había piedra que echar
con el cuerpo para que lo llevase al fondo, cortaron una encina y la socavaron
por un lado para poder meter el cuerpo. Y la noche siguiente, con todo el
silencio posible, lo desenterraron y pusieron en el trozo de la encina, con
tablas clavadas que sujetaban el cuerpo por el otro lado, y así quedó como en
un arca, y, con muchas lágrimas y dolor de los sacerdotes y caballeros que se
hallaron en este segundo entierro, lo pusieron en medio de la corriente del río
encomendando su ánima a Dios, y le vieron irse enseguida al fondo. Estas fueron las exequias tristes y lamentables que
nuestros españoles hicieron al cuerpo del adelantado Hernando de Soto, su
capitán general y gobernador de los reinos de la Florida, indignas de un varón
tan heroico, aunque, bien miradas, semejantes casi en todo a las que mil ciento
treinta y un años antes hicieron los godos, antecesores de estos españoles, a
su rey Alarico en Italia, en la provincia de Calabria, en el río Busento, junto
a la ciudad de Cosencia". El símil
es contundente, y la imagen recoge el momento en el que Alarico iba a ser
sumergido en el río Busento.
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