viernes, 28 de mayo de 2021

(1432) Los españoles empezaron rápidamente a construir bergantines. Tanto el cacique Anilco como Guachoyo aportaron materiales, pero este se sentía molesto por ser más apreciado Anilco. Otro cacique, Quigualtam, quería matar a los españoles.

 

     (1022) También el cacique Guachoyo dio muestras de amistad, aunque hubo algo que  no le gustó: "Vino  dos días después a besar las manos al gobernador Luis de Moscoso y confirmar la amistad pasada. Trajo un gran presente de las frutas, pescados y caza que en su tierra había. Al cual asimismo recibió el gobernador con mucha afabilidad. Mas a Guachoyo no le dio gusto ver al mensajero de Anilco con los españoles, y menos que le hiciesen la honra que todos le hacían, porque, como atrás se ha visto, eran enemigos, pero disimuló su pesar para mostrarlo a su tiempo. Estos dos caciques, Guachoyo y Anilco, sirvieron bien a los castellanos todo el tiempo que estuvieron en aquella provincia llamada Aminoya. Los cuales, como para salir de aquellas tierras tenían puesta su esperanza en los bergantines que habían de hacer, dieron el cargo principal de la obra al maestro Francisco Genovés, gran oficial de fábrica de navíos, quien, habiendo hecho sus cálculos, pensó que,  conforme a la gente que en ellos se había de embarcar, eran menester siete bergantines Se hicieron luego cuatro galpones muy grandes que servían de atarazanas (diques), donde todos los españoles, sin diferencia alguna, trabajaban en lo que mejor se amañaban, unos a aserrar la madera para tablas, otros a labrarla con azuela, otros a hacer carbón, otros a labrar los remos, otros a torcer la jarcia, y el soldado o capitán que más trabajaba en estas cosas se sentía más satisfecho.

     El más incondicional en cuanto a colaboración con los españoles fue el capitán general enviado por el cacique Anilco, volcándose con entusiasmo en facilitarles lo que necesitaban para acondicionar los navíos: "Se mostró en todo este tiempo, y después, amicísimo de los españoles,  pues, con mucha prontitud, acudía a proveer las cosas necesarias para los bergantines. Trajo muchas mantas nuevas y viejas, que era la falta que los españoles temían que no se había de cumplir por haber pocas en todo aquel reino. Mas la amistad de este buen indio, y su buena diligencia, facilitaba lo que los nuestros tenían por más dificultoso. Las mantas nuevas las guardaron para velas, y de las viejas hicieron hilas que sirviesen de estopa para calafatear los navíos. Trajo asimismo mucha cantidad de sogas gruesas y delgadas para jarcia, escotas y gúmenas. En todas estas cosas, y otras, que este buen indio proveía, lo que más le era de estimar y agradecer era la buena voluntad y largueza con que las daba".

     Sin embargo, la actitud del cacique Guachoyo era mezquina:  "Aunque proveía de cosas que eran menester para los navíos, lo hacía con mucha tardanza, y tanta escasez, que de lejos se le veía cuán contrario era su ánimo al del cacique Anilco. Se le notaba el pesar y enojo que consigo tenía de ver la estima que los españoles mostraban al capitán de Anilco, siendo pobre y vasallo de otro, que era mucha más que la que a él le hacían, siendo rico y señor de vasallos, de lo cual le nació tan gran envidia que lo traía muy fatigado, hasta que un día, no pudiendo sufrir su pasión, la mostró muy al descubierto, como veremos adelante".

 

     (Imagen) Hubo muchos indios que no se conformaban con que los españoles se marcharan de sus tierras, sino que deseaban matarlos a todos. Inca Garcilaso nos explica por qué: "Frente al pueblo de Guachoyo, en la otra parte del Río Grande, había una grandísima provincia llamada Quigualtam, poblada de mucha gente, cuyo señor era mozo y belicoso, obedecido en todo su estado, y temido en los ajenos. Este cacique, viendo que los españoles hacían navíos para irse por el río abajo (para salir al Golfo de México), y considerando que habían visto tantas y tan buenas tierras, y que, llevando noticia de sus riquezas, volverían en mayor número a conquistarlas, le pareció que sería bueno prevenirse dando orden de que los españoles no saliesen de aquella tierra, sino que muriesen todos en ella. Con este mal propósito mandó llamar a los más nobles y principales de aquella zona, les declaró su intención y les pidió su parecer. Los indios concluyeron que era muy acertado hacerlo. Con esta común determinación de los suyos, Quigualtam envió embajadores a los demás caciques de la comarca rogándoles que, dejadas las enemistades que siempre entre ellos había, ayudasen a atajar el mal que les podría venir si gentes extrañas les quitasen sus tierras. Los caciques aprobaron el consejo por parecerles que tenía razón y por no enojarlo, ya que le temían por ser más poderoso que ellos. De esta manera se aliaron diez caciques, que eran de una parte y otra del río, y entre todos ellos fue acordado que cada uno en su tierra, con gran secreto y diligencia, preparase la gente que pudiese y juntase canoas y todo lo necesario para la guerra que en tierra y agua pretendían hacer a los españoles, fingiendo con ellos amistad para tomarlos desprevenidos. Concluida la conjuración entre los caciques, Quigualtam, como principal autor de ella, envió luego sus mensajeros al gobernador Luis de Moscoso ofreciéndole su amistad. Lo mismo hicieron los demás caciques, a los cuales respondió el gobernador agradeciendo su buen ofrecimiento, y diciendo que los españoles se alegraban mucho de tener paz y amistad con ellos. Y, en efecto, les gustó mucho la embajada, no entendiendo la traición que debajo de ella había, y el contento se debió a que hacía mucho tiempo que estaban hartos de pelear". Veremos cómo acabó este incidente. En la imagen aparece el emplazamiento de Quigualtam, en la ribera este del Misisipi. Pone debajo 1542, pero los hechos ocurrieron en enero de 1543.




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