lunes, 31 de mayo de 2021

(1434) Luis de Moscoso no permitió que se castigara (por haber matado a un indio del traidor cacique Quigualtam), a Gonzalo Silvestre, quien, por otra parte, era muy apreciado por el cacique Anilco.

 

     (1024) A pesar de la negativa rotunda de Luis de Moscoso, hubo algunos capitanes  que eran partidarios de que se le hubiera dado un castigo (totalmente injusto) a Gonzalo Silvestre por herir al indio que había infringido la prohibición de entrar en el campamento de noche, lo que solo se puede entender si le tuvieran alguna antipatía:  "Entre los nuestros tampoco faltó capitán que aprobase la queja de los indios diciendo que era mal hecho que no se castigase la muerte de un indio principal, pues iba a dar ocasión a que los caciques amigos se rebelasen contra ellos. Sobre la cual plática hubiera habido entre los españoles muy buenas pendencias, si los más discretos y menos apasionados no las excusaran, pues ella había nacido de cierta pasión secreta que entre algunos de ellos había".

     Lo que parecía claro era que tenían que marcharse de allí cuando antes: "Estaban ya a principios de marzo, y los castellanos, con deseo de salir de aquella tierra, pues los días se les hacían años, no cesaban un solo punto en la obra de las carabelas, y los más de los que trabajaban en las herrerías y carpinterías eran caballeros nobilísimos que nunca imaginaron hacer tales oficios, pero se amañaban mejor que los demás, porque el mayor ingenio que naturalmente tienen y la falta de oficiales les hacía ser maestros de lo que nunca habían aprendido. El capitán general del cacique Anilco era el más útil de esta obra por la magnífica provisión que hacía de todo lo necesario, reconociendo los españoles que, si no fuera por la ayuda de este buen indio, sería imposible que salieran de aquella tierra".

     Por su parte, el gran cacique Quigualtam y sus aliados seguían decididos a atacar a los españoles: "Con la guerra continua que les pensaban hacer, les parecía que los irían gastando con facilidad porque ya tenían pocos caballos, les faltaban, según creían, las dos terceras partes de los que en la Florida habían entrado, y sabían que su capitán general, Hernando de Soto, que valía por todos ellos, había fallecido. El día debía de estar ya cerca, porque unos indios de los que de ordinario traían los presentes y recados falsos, les dijeron a unas indias criadas de los capitanes Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa: 'Tened paciencia, hermanas, porque muy presto os sacaremos del cautiverio en que estos ladrones vagabundos os tienen'. Las indias dieron luego cuenta a sus amos de lo que los indios les habían dicho". (Prueba evidente de que los apreciaban).

     Y entonces pasó algo que iba a aplazar los planes mortíferos de los indios, cumpliéndose lo que, como les dijo una solitaria anciana, ocurriría entonces, como casi siempre cada catorce años: "Dios Nuestro Señor estorbó las intenciones de los indios con una poderosísima creciente del Río Grande que empezó a venir con grandísima pujanza de agua, la cual a los principios fue llenando unas grandes playas que había entre el río y sus barrancas, después fue poco a poco subiendo por ellas hasta llenarlas todas. Luego empezó a derramarse por aquellos campos con grandísima bravosidad y abundancia y, como la tierra fuese llana, sin cerros, no hallaba estorbo alguno que le impidiese su inundación".

 

     (Imagen) La impresionante crecida del río Misisipi paralizó los planes que tenía una coalición de tribus indias para matar a los españoles, los cuales necesitaron llegar navegando adonde Anilco, un cacique muy amigo, y pedirle cosas necesarias para los bergantines que estaban construyendo. Le tocó en suerte ir al mando de veinte soldados, en cuatro piraguas, a GONZALO SILVESTRE, el informador del cronista Inca Garcilaso: "Le confiaron la misión porque era muy buen capitán y porque pocos días antes le había hecho un gran favor al cacique Anilco. Cuando,  un año antes, el gobernador Hernando de Soto fue al pueblo de Anilco, donde los indios guachoyos hicieron aquellas crueldades, Gonzalo Silvestre había apresado a un muchacho de unos trece años que resultó ser hijo del mismo cacique Anilco, el cual fue el único que no murió, escapando de una enfermedad pasada, de cinco indios de servicio que había llevado consigo. Cuando los españoles volvieron al Río Grande, el cacique Anilco le pidió a Gonzalo Silvestre que le devolviera a su hijo, y se lo entregó de muy buena voluntad, aunque el muchacho, como muchacho, en un principio había rehusado volver con su padre porque estaba ya hecho a los españoles". Fue algo que nunca olvidó el cacique, y se lo va a demostrar a Silvestre de inmediato: "Al saber el cacique Anilco que había castellanos en su pueblo, quién había llegado al mando y lo que venían a pedir, llamó a Gonzalo Silvestre, y, cuando llegó, salió a recibirlo con mucho amor, lo llevó hasta su aposento y no quiso que saliese de él durante todo el tiempo que los castellanos estuvieron en su pueblo. Gustaba mucho de hablar con él y saber las cosas que a los españoles les habían sucedido en aquel reino, y cuáles provincias y cuántas habían atravesado, y qué batallas habían tenido y otras muchas particularidades que habían pasado en aquel descubrimiento. Con estas cosas se entretuvieron los días que allí estuvo Gonzalo Silvestre, y les servía de intérprete el hijo que le había restituido al cacique". Ni que decir tiene que Anilco les proporcionó a los españoles, con creces, todo lo que necesitaban para seguir equipando sus bergantines. En la imagen vemos la primera página del expediente de méritos que presentó GONZALO SILVESTRE el año 1558. Hacen referencia a sus servicios en Perú y en otros lugares (uno de ellos era La Florida)




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