(1003) Dado que el cacique Pacaha le respondió
con soberbia que no aceptaba la paz, Hernando de Soto se implicó en el
conflicto: "El gobernador mandó que se preparasen indios y españoles para
ir a combatir en la isla de Pacaha. El cacique Casqui le dijo que su señoría
esperase unos días a que viniese una armada de sesenta canoas, que eran
necesarias para pasar a la isla, la cual armada había de subir por el Río
Grande, pues también pasaba por sus tierras. Entretanto no cesaba el gobernador
de enviar mensajes de paz y amistad a Pacaha; mas, viendo que no aprovechaban,
y habiendo llegado las canoas, mandó ir por agua y tierra adonde los enemigos
estaban".
No era precisamente un paraíso la vida de
aquellas belicosas tribus: "Salieron los castellanos y los indios de
Casqui al quinto día de haber llegado al pueblo de Pacaha. Los de Casqui, para
hacer daño en las sementeras de sus enemigos, caminaron destruyendo cuanto por
delante topaban. Hallaron muchos indios de los suyos que estaban cautivos, a
los cuales, para que huyesen, les deszocaban (se lo dejaban inútil) uno
de los pies, y los tenían como a esclavos. Los pusieron en libertad y los
enviaron a su tierra. El gobernador y el cacique Casqui llegaron con sus
ejércitos al Río Grande y hallaron que Pacaha estaba fortalecido en la isla con
palenques de madera gruesa que la atravesaban de una parte a otra. Por esta dificultad
y por la mucha y muy buena gente de guerra que Pacaha tenía dentro, se
aseguraba de que no se la ganasen. Entonces el gobernador mandó que en veinte
canoas se embarcasen doscientos castellanos y en las demás fuesen tres mil
indios, para que todos juntos atacasen la isla. Con este orden fueron en las
sesenta canoas el número de indios y españoles que se ha dicho".
En cuanto llegaron, comenzó la batalla:
"Los españoles y sus aliados indios, a la primera arremetida, a pesar de
los enemigos, tomaron tierra y con mucho ánimo y esfuerzo ganaron el primer
palenque, obligándolos a retirarse hasta el segundo. Los indios que estaban
puestos para defensa del segundo palenque, viendo a su cacique delante y
conociendo el peligro que sus mujeres e hijos corrían de ser esclavos, y que,
si no peleaban como hombres y vencían, perdían toda la honra y gloria que sus
pasados les habían dejado, arremetieron con gran furia, avergonzando a los
que habían huido de los de Casqui, y
pelearon con gran esfuerzo e hirieron a muchos españoles, consiguiendo detenerlos,
sin que ni ellos ni los indios pasaran adelante. Entonces los indios de Casqui, como
gente amedrentada y otras muchas veces vencida, no solamente dejaron de pelear,
sino que perdieron totalmente el ánimo, y, a espaldas vueltas, huyeron a las
canoas sin respeto alguno de su cacique ni temor de las voces y amenazas que
los españoles y el gobernador les hacían para que no dejasen desamparados a los
doscientos cristianos que con ellos habían ido. Y así, huyendo como si los
vinieran alanceando, tomaron sus canoas y quisieron tomar las que los
castellanos habían llevado, pero hallaron en cada una de ellas dos cristianos
que habían quedado para guarda de ellas, y se lo impidieron a golpe de espada, aunque
los indios querían llevárselas todas para que los enemigos no tuvieran con qué
seguirles".
(Imagen) Nos tiene el cronista un poco a
dieta de nombres de los españoles más notables de la expedición, aunque, de vez
en cuando, saca al escenario a alguien heroico o cobarde, o con mucha o muy
mala suerte: "Al saltar en tierra (para luchar contra el cacique Pacaha),
ocurrió la desgracia de que el capitán Francisco Sebastián, natural de
Barcarrota, que fue soldado en Italia, gentil hombre de cuerpo y rostro, y de
condición muy alegre, se ahogó por darse prisa en hacerlo con una lanza hincándola
en el fondo, pero, no pudiendo alcanzar la tierra por haberse ido la canoa para
atrás, cayó en el agua, se hundió enseguida y no apareció más. Poco antes,
yendo en la canoa, había estado muy regocijado con sus compañeros, y les dijo
mil gracias, y, entre otras, había dicho ésta: 'La mala ventura me trajo a
estos desesperaderos, que Dios en buena tierra me había echado, que era en
Italia, donde me trataban de señoría, como si yo fuera señor de vasallos, y
vosotros aquí ni siquiera os dignáis hablarme de tú, y allá, como gente
generosa y caritativa, me socorrían en mis necesidades como si yo fuera hijo de
ellos. Esto es lo que yo tenía en la paz y en la guerra: si acertaba a matar a algún
enemigo turco, moro o francés, no faltaba qué despojarle, armas, vestidos o
caballos, que siempre me valían algo; pero aquí he de pelear con un indio desnudo
que anda saltando a doce pasos de mí, flechándome como a un animal sin que le
pueda alcanzar; y, si mi buena dicha me ayuda y lo alcanzo y mato, no hallo qué
quitarle sino un arco y un plumaje, como si eso me fuera de provecho. Y lo que
más siento es que el llamado (por ser un famoso astrólogo) Lucero de Italia me
dijo que me guardase de andar en el agua, que había de morir ahogado, y parece
que la desdicha me trajo a una tierra donde nunca salimos del agua'. Estas
cosas y otras semejantes había dicho Francisco Sebastián poco antes de que se
ahogara, lo cual causó mucha lástima a sus compañeros". Como vimos, lo más
probable es que Hernando de Soto naciera en Barcarrota (Badajoz), y por allí
suelen llegar vecinos de Bradenton (La Florida) que lo admiran sin medida. Los
capitanes y soldados naturales de Barcarrota que le acompañaron en la
expedición fueron Diego García, Arias Tinoco, Alonso Romo, Diego Arias, Luis de
Soto, Francisco Sebastián y Soto Áñez. Con agradecimiento y sentido del humor,
los vecinos de Barcarrota han puesto la
señal que se ve en la imagen.
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