(1012) La idea de Hernando de Soto era
magnífica y bien pensada, y con ella deseaba rectificar su error de haber
cambiado el rumbo para que sus hombres no se le amotinasen y huyesen si
hubiesen llegado al puerto de Achusi (en el Golfo de México): "Por lo cual, arrepentido
del enojo pasado, que había sido la causa de que no poblase en la provincia y
puerto de Achusi como lo tenía determinado, quería remediarlo ahora como mejor
pudiese. Y porque estaba lejos de la mar y había de perder tiempo si para
poblar en la costa la fuese a buscar, había pensado poblar un pueblo (llegado al
Río Grande) en el sitio mejor que en su
ribera hallase, y hacer luego dos bergantines y echarlos por el río abajo con
gente de confianza, de los que él tenía por más amigos, que saliesen al mar y
diesen aviso en México, en Tierra Firme (Centroamérica), en las islas de
Cuba y la Española (Santo Domingo) y en España, de las provincias tan grandes
que en la Florida habían descubierto, para que de todas partes acudiesen
españoles con ganados y semillas de las que en ellas no había, para poblarla y
gozar de ella. Mas estos propósitos tan grandes y tan buenos atajó la muerte. Aunque
en este punto, y en otros de esta nuestra historia, hemos dicho el camino que
el ejército tomaba cuando salía de una provincia para ir a otras, no se han
indicado los grados de cada provincia, porque, como ya en otra parte he dicho,
aunque lo quise saber, no me fue posible, porque quien me daba la relación (Gonzalo
Silvestre), por no ser cosmógrafo ni marinero, no lo sabía, y el ejército
no llevaba instrumentos para tomar la altura, ni había quien procurase hacerlo,
porque, con el disgusto que todos traían de no hallar oro ni plata, nada les
interesaba".
Los españoles continuaron su ruta de forma
acelerada, haciendo una travesía de unas ciento veinte leguas por siete
territorios de indios distintos, algunos amables y otros belicosos, y evitando
cualquier enfrentamiento con estos: "Al fin de este apresurado camino
llegaron a los términos de una gran provincia que se llamaba Anilco. Caminaron
por ella hasta el pueblo principal, que tenía el mismo nombre, el cual estaba
asentado a la ribera de un río mayor que nuestro Guadalquivir. El cacique, que
también se llamaba Anilco, estaba puesto en armas y tenía delante del pueblo un
escuadrón de mil quinientos hombres de guerra. Los españoles, viendo el
apercibimiento de los indios, hicieron alto para esperar que llegasen los
últimos y ponerse todos en orden para pelear con ellos. Los castellanos
caminaron hacia el escuadrón de los indios, pero ellos se retiraron al pueblo y
de allí al río, y pasaron casi todos a la otra parte. Los nuestros arremetieron
contra ellos y prendieron algunos, y en el pueblo hallaron muchas mujeres,
niños y muchachos que no habían podido huir. El gobernador envió luego recados
a toda prisa al cacique Anilco ofreciéndole paz y amistad, y también se los
había enviado antes de entrar en el pueblo, pero el cacique estuvo tan extraño,
que no quiso responder a los primeros, ni respondió a los segundos, ni hablaba
palabra a los mensajeros, sino que, como mudo, les hacía señas con la mano para que
se fuesen de su presencia".
(Imagen) Tras ver los españoles que el
cacique de Anilco no se dignó hacer acto de presencia, se alojaron en su
abandonado pueblo durante cuatro días, atravesaron después el río en canoas y
balsas, y llegaron pronto a otra provincia, llamada Guachoyo. El pueblo
principal, con el mismo nombre, estaba asentado a la orilla del Misisipi, y los
españoles no fueron bien recibidos. Dice el cronista: "Estas dos
provincias, Guachoyo y Anilco, tenían entre sí gran enemistad y se hacían cruel
guerra, por lo cual no pudieron tener aviso los indios guachoyos de la llegada
de los españoles, y los hallaron desprevenidos. Pero, como pudieron, cogieron
las armas el cacique y sus vasallos para defender el pueblo. Mas, viendo la
pujanza de los contrarios y que no podían resistirla, huyeron al Río Grande (el
Misisipi), y lo pasaron en canoas, llevando consigo sus mujeres e hijos y
toda la hacienda que pudieron". Luego explica que el enfrentamiento entre
los dos poblados, aunque era violento y permanente, tenía algo de desafío
caballeresco: "Es de saber que no era guerra de poder a poder, con
ejército formado ni con batallas campales, sino muy raras veces, ni por codicia
y ambición de quitarse el territorio los unos señores a los otros. La guerra
que se hacían era de asechanzas y cautelas, asaltándose en las pesquerías,
cacerías, y en sus sementeras y en los caminos, dondequiera que pudiesen hallar
descuidados a los contrarios. Los que prendían en tales lances eran tenidos como
esclavos, unos con prisiones perpetuas, como en algunas provincias hemos visto,
deszocándoles un pie para que no pudieran huir, otros como prisioneros de
rescate, para trocar unos por otros. La enemistad entre ellos no llegaba a más
que a hacerse mal en las personas con muertes o heridas o prisiones, sin
pretender quitarse los estados, ya que después se volvían a sus tierras, sin
querer señorear las ajenas. De donde parece que la guerra que hay entre ellos es
más por orgullo y por mostrar la valentía y esfuerzo de sus ánimos, y por andar
ejercitados en la milicia, que por desear la hacienda y el estado ajenos".
Sin embargo, en la próxima imagen, nos encontraremos con que los indios
guachoyos se hicieron pronto amigos de los españoles para, esperando su apoyo,
tomarse una terrible venganza sobre los de Anilco. En la imagen actual vemos
subrayadas en rojo las poblaciones de Guachoyo y Anilco, separadas por el
Misisipi (línea verde).
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