(1014) Ya de vuelta, Hernando de Soto se
ocupó preferentemente en construir las naves: "El gobernador dejó todos
los otros cuidados a los mandos del campo, y para sí tomó el cuidado de hacer
los bergantines trabajando de día y de noche. En su ánimo tenía elegidos los
capitanes y soldados que por más fieles amigos tenía, de quien pudiese confiar
que volverían en los bergantines cuando los enviase a pedir el socorro que
tenía pensado. Y,
para cuando hubiese enviado los bergantines, había determinado pasar de la otra
parte del Río Grande a una provincia llamada Quigualtam, de la cual tenía
noticia que era abundante de comida y poblada de mucha gente. El pueblo
principal era de quinientas casas, y su cacique, llamado también Quigualtam,
había respondido mal y con grandes amenazas a los recados que el gobernador le
había enviado pidiéndole paz y ofreciéndole su amistad". Inca Garcilaso,
para hacer ver que las cosas fueron así, recoge textualmente las siguientes
palabras de la pequeña crónica de Alonso de Carmona, testigo de los hechos:
"Poco antes de que el gobernador muriese, mandó juntar todas las canoas, y
pasaron a la otra parte del río, donde hallaron muy grandes poblazones, aunque
la gente había huido, y se volvieron. Lo cual, sabiéndolo los principales de
aquella tierra, enviaron un mensajero al gobernador avisándole de que no
tuviese otra vez el atrevimiento de enviar a sus tierras españoles, porque
ninguno volvería vivo, y que no había salido su gente a matar a todos los
españoles porque habían hecho buen tratamiento a los indios de la provincia. De
manera que, si algo pretendía de su tierra, que se viesen en persona, pues, si
repitiese el poco miramiento de enviar soldados a recorrer su tierra, juraban a
sus dioses matarle a él y a toda su gente".
Hernando de Soto trataba de evitar a toda costa el enfrentamiento. Dice
Inca Garcilaso: "A estas amenazas siempre había replicado el gobernador con
mucha suavidad a Quigualtam, y, aunque es verdad que el cacique había trocado
por ello sus malas palabras en otras buenas, siempre se creyó que era con
falsedad y engaño, para coger descuidados a los españoles, pues sabía el
gobernador que andaba maquinando traiciones, y que hacía llamamiento de su
gente en las provincias comarcanas contra los cristianos para matarlos a traición.
El gobernador lo tenía guardado en su pecho para castigarlo a su tiempo, pues
todavía tenía ciento cincuenta caballos y quinientos españoles, con los cuales,
después de preparados ya los bergantines, pensaba pasar el Río Grande y hacer
su asiento en el pueblo principal de Quigualtam y gastar allí el estío presente
y el invierno venidero hasta tener el socorro que pensaba pedir. El cual se le
pudiera dar con mucha facilidad de toda la costa y ciudad de México, y de las
islas de Cuba y Santo Domingo, subiendo por el Río Grande, que era capaz para
todos los navíos que por él quisiesen subir. En los cuidados y pretensiones que hemos
dicho andaba engolfado de día y de noche este heroico caballero, deseando, como
buen padre, que los muchos trabajos que él y los suyos en aquel descubrimiento
habían pasado y los grandes gastos que para él habían hecho no se perdiesen sin
fruto de ellos, cuando, a los veinte día de junio del año de mil quinientos
cuarenta y dos, sintió una calenturilla que el primer día se mostró lenta y al
tercero rigurosísima".
(Imagen 1ª) El extraordinario HERNANDO DE
SOTO morirá de inmediato. Como Inca Garcilaso va a hacer una extensa reseña de
merecidos elogios sobre las cualidades de su persona, es justo que dediquemos
varias imágenes a su acertado texto. Empecemos, pues: "El gobernador
Hernando de Soto, viendo el excesivo crecimiento de la calentura que sufría,
entendió que su mal era de muerte, se preparó para ella como católico
cristiano, dictó su testamento, y, con arrepentimiento de haber ofendido a
Dios, confesó sus pecados. Nombró por sucesor en
el cargo de gobernador y capitán general de la Florida a Luis de Moscoso de
Alvarado. Hecha esta diligencia, llamó a
los más nobles del ejército, y después mandó que entrase el resto de la gente,
y de todos se despidió con gran dolor suyo y muchas lágrimas de ellos, y les
encargó la conversión a la Fe Católica de los indios y el aumento de la corona
de España, pidiéndoles muy encarecidamente que tuviesen paz y amor entre sí.
Falleció, a los siete días, pidiendo
misericordia a la Santísima Trinidad. Así dio el ánima a Dios este magnánimo y
nunca vencido caballero, digno de grandes señoríos, y de que su historia la escribiera alguien mejor
preparado que un indio (Inca Garcilaso), muriendo con cuarenta y dos
años. Fue el Adelantado Hernando de Soto, natural de Villanueva de Barcarrota,
hijodalgo de todos cuatro costados (al parecer, tenía también ascendencia
conversa), de lo cual, habiéndose informado el emperador Carlos, le había
enviado el hábito de Santiago, mas no gozó de esta merced, porque, cuando la
cédula llegó a la isla de Cuba, el gobernador ya había partido hacia al
descubrimiento y conquista de la Florida.
Fue algo
más que mediano de cuerpo, y de buen aspecto. Era alegre de rostro, diestro de
ambas sillas, y más de la jineta que de la brida (dos estilos diferentes de
monta). Fue pacientísimo en los trabajos y necesidades, tanto que el mayor
alivio que sus soldados en ellos tenían era ver la paciencia de su capitán
general. Era afortunado en las jornadas particulares que por su persona
emprendía, aunque en la principal no lo fue, pues, al mejor tiempo, le faltó la
vida. Fue el primer español que vio y habló a Atahualpa, rey tirano y último
de los del Perú". Hernando de Soto, cuando se presentó ante Atahualpa,
hizo alarde de una valentía suicida, y, a petición suya, una exhibición de maestría ecuestre que asustó a su guardia
personal (como muestra la imagen), por lo que el impasible emperador inca los
mató a todos.
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