miércoles, 19 de mayo de 2021

(1424) Llegados a Quigualtam, su cacique amenazó a los españoles. El gran Hernando de Soto preparaba unos bergantines para pedir ayuda en México, pero enfermó, y morirá pronto.

 

     (1014) Ya de vuelta, Hernando de Soto se ocupó preferentemente en construir las naves: "El gobernador dejó todos los otros cuidados a los mandos del campo, y para sí tomó el cuidado de hacer los bergantines trabajando de día y de noche. En su ánimo tenía elegidos los capitanes y soldados que por más fieles amigos tenía, de quien pudiese confiar que volverían en los bergantines cuando los enviase a pedir el socorro que tenía pensado. Y, para cuando hubiese enviado los bergantines, había determinado pasar de la otra parte del Río Grande a una provincia llamada Quigualtam, de la cual tenía noticia que era abundante de comida y poblada de mucha gente. El pueblo principal era de quinientas casas, y su cacique, llamado también Quigualtam, había respondido mal y con grandes amenazas a los recados que el gobernador le había enviado pidiéndole paz y ofreciéndole su amistad". Inca Garcilaso, para hacer ver que las cosas fueron así, recoge textualmente las siguientes palabras de la pequeña crónica de Alonso de Carmona, testigo de los hechos: "Poco antes de que el gobernador muriese, mandó juntar todas las canoas, y pasaron a la otra parte del río, donde hallaron muy grandes poblazones, aunque la gente había huido, y se volvieron. Lo cual, sabiéndolo los principales de aquella tierra, enviaron un mensajero al gobernador avisándole de que no tuviese otra vez el atrevimiento de enviar a sus tierras españoles, porque ninguno volvería vivo, y que no había salido su gente a matar a todos los españoles porque habían hecho buen tratamiento a los indios de la provincia. De manera que, si algo pretendía de su tierra, que se viesen en persona, pues, si repitiese el poco miramiento de enviar soldados a recorrer su tierra, juraban a sus dioses matarle a él y a toda su gente".

     Hernando de Soto trataba de  evitar a toda costa el enfrentamiento. Dice Inca Garcilaso: "A estas amenazas siempre había replicado el gobernador con mucha suavidad a Quigualtam, y, aunque es verdad que el cacique había trocado por ello sus malas palabras en otras buenas, siempre se creyó que era con falsedad y engaño, para coger descuidados a los españoles, pues sabía el gobernador que andaba maquinando traiciones, y que hacía llamamiento de su gente en las provincias comarcanas contra los cristianos para matarlos a traición. El gobernador lo tenía guardado en su pecho para castigarlo a su tiempo, pues todavía tenía ciento cincuenta caballos y quinientos españoles, con los cuales, después de preparados ya los bergantines, pensaba pasar el Río Grande y hacer su asiento en el pueblo principal de Quigualtam y gastar allí el estío presente y el invierno venidero hasta tener el socorro que pensaba pedir. El cual se le pudiera dar con mucha facilidad de toda la costa y ciudad de México, y de las islas de Cuba y Santo Domingo, subiendo por el Río Grande, que era capaz para todos los navíos que por él quisiesen subir. En los cuidados y pretensiones que hemos dicho andaba engolfado de día y de noche este heroico caballero, deseando, como buen padre, que los muchos trabajos que él y los suyos en aquel descubrimiento habían pasado y los grandes gastos que para él habían hecho no se perdiesen sin fruto de ellos, cuando, a los veinte día de junio del año de mil quinientos cuarenta y dos, sintió una calenturilla que el primer día se mostró lenta y al tercero rigurosísima".

 

     (Imagen 1ª) El extraordinario HERNANDO DE SOTO morirá de inmediato. Como Inca Garcilaso va a hacer una extensa reseña de merecidos elogios sobre las cualidades de su persona, es justo que dediquemos varias imágenes a su acertado texto. Empecemos, pues: "El gobernador Hernando de Soto, viendo el excesivo crecimiento de la calentura que sufría, entendió que su mal era de muerte, se preparó para ella como católico cristiano, dictó su testamento, y, con arrepentimiento de haber ofendido a Dios, confesó sus pecados. Nombró por sucesor en el cargo de gobernador y capitán general de la Florida a Luis de Moscoso de Alvarado.  Hecha esta diligencia, llamó a los más nobles del ejército, y después mandó que entrase el resto de la gente, y de todos se despidió con gran dolor suyo y muchas lágrimas de ellos, y les encargó la conversión a la Fe Católica de los indios y el aumento de la corona de España, pidiéndoles muy encarecidamente que tuviesen paz y amor entre sí. Falleció,  a los siete días, pidiendo misericordia a la Santísima Trinidad. Así dio el ánima a Dios este magnánimo y nunca vencido caballero, digno de grandes señoríos, y  de que su historia la escribiera alguien mejor preparado que un indio (Inca Garcilaso), muriendo con cuarenta y dos años. Fue el Adelantado Hernando de Soto, natural de Villanueva de Barcarrota, hijodalgo de todos cuatro costados (al parecer, tenía también ascendencia conversa), de lo cual, habiéndose informado el emperador Carlos, le había enviado el hábito de Santiago, mas no gozó de esta merced, porque, cuando la cédula llegó a la isla de Cuba, el gobernador ya había partido hacia al descubrimiento y conquista de la Florida. Fue algo más que mediano de cuerpo, y de buen aspecto. Era alegre de rostro, diestro de ambas sillas, y más de la jineta que de la brida (dos estilos diferentes de monta). Fue pacientísimo en los trabajos y necesidades, tanto que el mayor alivio que sus soldados en ellos tenían era ver la paciencia de su capitán general. Era afortunado en las jornadas particulares que por su persona emprendía, aunque en la principal no lo fue, pues, al mejor tiempo, le faltó la vida. Fue el primer español que vio y habló a Atahualpa, rey tirano y último de los del Perú". Hernando de Soto, cuando se presentó ante Atahualpa, hizo alarde de una valentía suicida, y, a petición suya, una exhibición  de maestría ecuestre que asustó a su guardia personal (como muestra la imagen), por lo que el impasible emperador inca los mató a todos.




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