jueves, 27 de mayo de 2021

(1431) Llegados los españoles a Aminoya, el cacique de Anilco quiso lograr su amistad, ya que había sido esquivo en el viaje anterior. Juan López Cacho, tiempo atrás, estuvo a punto de morir, pero sobrevivirá a la aventura de La Florida.

 

     (1021) De los dos poblados que arrebataron a los nativos, los españoles se asentaron en uno, y hasta tuvieron la suerte de que los indios lo toleraron pacíficamente: "Con el abrigo de las buenas casas y el regalo de la mucha comida empezaron a convalecer los enfermos, que eran casi todos. Y los naturales de aquella provincia fueron tan buenos que, aunque no tenían amistad con los españoles, no les dieron pesadumbre ni pretendieron asediarlos, todo lo cual lo atribuían a particular providencia de Dios. Llamábase aquel pueblo, y su provincia, Aminoya. Estaba a dieciséis leguas río arriba del pueblo Guachoyo, en cuya demanda habían venido los nuestros, los cuales, habiendo cobrado alguna salud, y viendo que era ya llegado el mes de enero de mil quinientos cuarenta y tres, decidieron cortar madera con la que hacer los bergantines en que pensaban salir por el río abajo a la mar del Norte (Golfo de México). Prepararon también todo lo que era menester, como jarcias, estopa, resina de árboles para brea, mantas para velas, remos y clavazón. En lo cual trabajaron todos con gran prontitud y ánimo". A continuación, el cronista recoge una anécdota  que escribió en su propia narración el testigo de los hechos, Alonso de Carmona: "Dice en su relación que, al entrar en este pueblo Aminoya, iba él con el capitán Espíndola, que era capitán de la guardia del gobernador, y hallaron a una vieja que no había podido huir con los demás indios, la cual les preguntó a qué venían a aquel pueblo, y, respondiéndole que a invernar en él, les dijo que hacían mal en estar allí y poner sus caballos, porque, de catorce en catorce años, se salía de madre aquel Río Grande y bañaba toda aquella tierra, y que era aquel año el catorceno, de lo cual se rieron ellos y no hicieron caso. Todas estas son palabras del mismo Alonso de Carmona, tal como él escribió en su 'Peregrinación', nombre que le dio a lo poco que escribió sin intención de imprimirlo". Inca Garcilaso corta ahí el comentario, dejando para más tarde revelarnos que la anciana acertó en su 'profecía'.

     Pero de inmediato se va a centrar  en algo importante, pues resultó que los españoles se encontraron de nuevo con aquellos dos caciques, feroces enemigos, Amilco y Guachoyo, a los que el difunto Hernando de Soto había conseguido amistar: "Se había publicado por toda aquella comarca cómo los castellanos habían vuelto de su viaje y estaban alojados en la provincia de Aminoya. Lo cual, sabido por el cacique de la provincia de Anilco, de quien atrás hicimos mención, temiendo que pudiesen hacer los españoles en su tierra el daño que la otra vez habían hecho y para que sus enemigos, los de Guachoyo, ayudándose de ellos, no se vengasen de él e hiciesen las abominaciones que en la jornada pasada hicieron, quiso enmendar el yerro que entonces hizo con su rebeldía, que tan dañosa le fue". Resumiré al máximo lo que va a ir narrando,  porque es demasiado amplio. Lo que hizo de inmediato el cacique Anilco fue enviar un capitán general suyo como mensajero de postín con regalos para los españoles y vivas manifestaciones de estar por completo a su servicio para lo que necesitasen. El gobernador Luis de Moscoso lo recibió efusivamente, y le pidió que le comunicara al cacique que le estaba muy agradecido por su buena voluntad.

 

     (Imagen) Aunque nos hemos dejado bastante atrás, por falta de información,  a JUAN LÓPEZ CACHO, no vendrá mal utilizar algunos datos que he encontrado al azar, dándose, además, la circunstancia de que va a estar junto al gran Hernando de Soto durante su próxima muerte. Vimos que le faltó poco para morir ahogado al atravesar un río mientras él y sus compañeros eran acosados por los temibles indios apalaches, y que había quedado casi en coma por el tremendo frío que sufrió sumergido en aquellas aguas invernales, de lo que solo pudo recuperarse por los cuidados que le prestaron sus compañeros para sacarlo de una tremenda hipotermia. Superó aquel trance, siendo, incluso, uno de los afortunados que volvieron vivos de la campaña de la Florida. Llegó a México tan desarrapado como todos los supervivientes (la mitad de aquel poderoso ejército). Ya hablamos también de que Isabel de Bobadilla, al quedar viuda de Hernando de Soto, fue demandada por Hernán Ponce de León, su antiguo socio, por unos bienes supuestamente dejados por el fallecido. Juan López Cacho, declarando el año 1546 en Madrid a  favor de Isabel, incluyó también los siguientes datos personales:  Conocía a Hernando de Soto desde 1538. Partieron de Sevilla, con unos seiscientos hombres, para la exploración de Florida. Llegados a La Habana, zarparon, en junio de 1539, en uno de los nueve barcos de la armada de Soto, destinados a llevar 700 hombres a las costas de La Florida. Desde que llegaron a aquellas tierras, él fue ayudante de Hernando de Soto hasta su muerte, de la que fue testigo. Firmó su declaración indicando que tenía 27 años (lo cual coincide con la edad que le adjudicaba Inca Garcilaso) y que era vecino de Sevilla. Consta que 15 años después estaba en México, lo que hace casi seguro que se refiera a él un documento (el de la imagen), en el que Felipe II le encargaba a la máxima autoridad de la mexicana Tepeapulco, el Corregidor JUAN LÓPEZ CACHO, un informe sorprendentemente amplio y variado acerca de las características administrativas de dicha población, que se encontraba muy próxima a la capital de México. El documento es del año 1581, cuando ya tenía Juan unos 62 años, edad muy apropiada para haber acumulado la experiencia que requería un cargo tan importante como el de corregidor, ya que ostentaba la representación directa del virrey.




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