(1021) De los dos poblados que arrebataron
a los nativos, los españoles se asentaron en uno, y hasta tuvieron la suerte de
que los indios lo toleraron pacíficamente: "Con el abrigo de las buenas
casas y el regalo de la mucha comida empezaron a convalecer los enfermos, que
eran casi todos. Y los naturales de aquella provincia fueron tan buenos que,
aunque no tenían amistad con los españoles, no les dieron pesadumbre ni
pretendieron asediarlos, todo lo cual lo atribuían a particular providencia de
Dios. Llamábase
aquel pueblo, y su provincia, Aminoya. Estaba a dieciséis leguas río arriba del
pueblo Guachoyo, en cuya demanda habían venido los nuestros, los cuales,
habiendo cobrado alguna salud, y viendo que era ya llegado el mes de enero de mil
quinientos cuarenta y tres, decidieron cortar madera con la que hacer los
bergantines en que pensaban salir por el río abajo a la mar del Norte (Golfo
de México). Prepararon también todo lo que era menester, como jarcias,
estopa, resina de árboles para brea, mantas para velas, remos y clavazón. En lo
cual trabajaron todos con gran prontitud y ánimo". A continuación, el
cronista recoge una anécdota que
escribió en su propia narración el testigo de los hechos, Alonso de Carmona:
"Dice en su relación que, al entrar en este pueblo Aminoya, iba él con el
capitán Espíndola, que era capitán de la guardia del gobernador, y hallaron a una
vieja que no había podido huir con los demás indios, la cual les preguntó a qué
venían a aquel pueblo, y, respondiéndole que a invernar en él, les dijo que hacían
mal en estar allí y poner sus caballos, porque, de catorce en catorce años, se
salía de madre aquel Río Grande y bañaba toda aquella tierra, y que era aquel
año el catorceno, de lo cual se rieron ellos y no hicieron caso. Todas estas son
palabras del mismo Alonso de Carmona, tal como él escribió en su 'Peregrinación',
nombre que le dio a lo poco que escribió sin intención de imprimirlo".
Inca Garcilaso corta ahí el comentario, dejando para más tarde revelarnos que
la anciana acertó en su 'profecía'.
Pero de inmediato se va a centrar en algo importante, pues resultó que los
españoles se encontraron de nuevo con aquellos dos caciques, feroces enemigos,
Amilco y Guachoyo, a los que el difunto Hernando de Soto había conseguido
amistar: "Se había publicado por toda aquella comarca cómo los castellanos
habían vuelto de su viaje y estaban alojados en la provincia de Aminoya. Lo
cual, sabido por el cacique de la provincia de Anilco, de quien atrás hicimos
mención, temiendo que pudiesen hacer los españoles en su tierra el daño que la
otra vez habían hecho y para que sus enemigos, los de Guachoyo, ayudándose de
ellos, no se vengasen de él e hiciesen las abominaciones que en la jornada
pasada hicieron, quiso enmendar el yerro que entonces hizo con su rebeldía, que
tan dañosa le fue". Resumiré al máximo lo que va a ir narrando, porque es demasiado amplio. Lo que hizo de
inmediato el cacique Anilco fue enviar un capitán general suyo como mensajero
de postín con regalos para los españoles y vivas manifestaciones de estar por
completo a su servicio para lo que necesitasen. El gobernador Luis de Moscoso
lo recibió efusivamente, y le pidió que le comunicara al cacique que le estaba
muy agradecido por su buena voluntad.
(Imagen) Aunque nos hemos dejado bastante atrás,
por falta de información, a JUAN LÓPEZ
CACHO, no vendrá mal utilizar algunos datos que he encontrado al azar, dándose,
además, la circunstancia de que va a estar junto al gran Hernando de Soto durante
su próxima muerte. Vimos que le faltó poco para morir ahogado al atravesar un
río mientras él y sus compañeros eran acosados por los temibles indios apalaches,
y que había quedado casi en coma por el tremendo frío que sufrió sumergido en
aquellas aguas invernales, de lo que solo pudo recuperarse por los cuidados que
le prestaron sus compañeros para sacarlo de una tremenda hipotermia. Superó
aquel trance, siendo, incluso, uno de los afortunados que volvieron vivos de la
campaña de la Florida. Llegó a México tan desarrapado como todos los
supervivientes (la mitad de aquel poderoso ejército). Ya hablamos también de
que Isabel de Bobadilla, al quedar viuda de Hernando de Soto, fue demandada por
Hernán Ponce de León, su antiguo socio, por unos bienes supuestamente dejados
por el fallecido. Juan López Cacho, declarando el año 1546 en Madrid a favor de Isabel, incluyó también los
siguientes datos personales: Conocía a Hernando de Soto desde 1538.
Partieron de Sevilla, con unos seiscientos hombres, para la exploración de
Florida. Llegados a La Habana, zarparon, en junio de 1539, en uno de los
nueve barcos de la armada de Soto, destinados a llevar 700 hombres a las costas
de La Florida. Desde que llegaron a aquellas tierras, él fue ayudante de Hernando
de Soto hasta su muerte, de la que fue testigo. Firmó su declaración indicando
que tenía 27 años (lo cual coincide con la edad que le adjudicaba Inca
Garcilaso) y que era vecino de Sevilla. Consta que 15 años después estaba en
México, lo que hace casi seguro que se refiera a él un documento (el de la
imagen), en el que Felipe II le encargaba a la máxima autoridad de la mexicana
Tepeapulco, el Corregidor JUAN LÓPEZ CACHO, un informe sorprendentemente amplio
y variado acerca de las características administrativas de dicha población, que
se encontraba muy próxima a la capital de México. El documento es del año 1581,
cuando ya tenía Juan unos 62 años, edad muy apropiada para haber acumulado la
experiencia que requería un cargo tan importante como el de corregidor, ya que
ostentaba la representación directa del virrey.
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