(1005) Tras exponer el pique que hubo
entre los dos caciques, Casqui y Pacaha, Inca Garcilaso saca una conclusión muy
acertada de lo que es la naturaleza humana (algo que mueve también a los
animales): "Escribo estas cosas tan por menudo, aunque parece que no son
de importancia, para que se vea que la ambición de la honra, más que otra
pasión alguna, tiene mucha fuerza en todos los hombres, por bárbaros y ajenos
que sean a toda buena enseñanza y doctrina. Y así se admiraron el gobernador y
los caballeros que con él estaban de ver lo que entre los dos curacas había
pasado, porque no entendían que en los indios se hallasen cosas tan afinadas en
la honra ni que ellos fuesen tan puntillosos en ella".
Ya nos contó Inca Garcilaso que muchos
españoles murieron, antes de llegar a Mabila, por hiponatremia (déficit de
sodio), debido a la escasez de sal. Como el problema no había desaparecido del
todo, siguieron buscándola: "El gobernador Hernando de Soto, viendo la mucha
necesidad de sal que su gente padecía, pues morían por la falta de ella, hizo
en aquella provincia de Pacaha grandes diligencias con los caciques y sus
indios para saber dónde la pudiese haber. Con la pesquisa halló ocho indios en
poder de los españoles, los cuales habían sido apresados el día que entraron en
aquel pueblo, y no eran naturales de él sino extranjeros y mercaderes que recorrían
muchas provincias, y, entre otras cosas, solían traer sal para vender. Puestos
ante el gobernador, dijeron que a cuarenta leguas de allí, había mucha y muy
buena sal, y, asimismo, mucho metal amarillo del que estaban buscando. Con estas noticias se
regocijaron grandemente los castellanos, y, para verificarlas, se ofrecieron a
ir con los indios dos soldados naturales de Galicia, uno llamado Hernando de
Silvera y el otro Pedro Moreno. Para comprar la sal y el oro, llevaron perlas y
otras cosas, siendo acompañados por algunos indios y dos de los mercaderes. Al cabo
de once días, volvieron con seis cargas de sal de piedra cristalina, y trajeron
también una carga de azófar muy fino y muy resplandeciente (como siempre,
los indios creían que el latón era oro), y de la calidad de las tierras que
habían visto dijeron que no era buena, porque era estéril y mal poblada. De la
burla y engaño del oro se consolaron los españoles con la sal, por la mucha necesidad
que de ella tenían".
Así que los españoles tuvieron que cambiar
de planes: "El gobernador, con estas malas noticias, decidió volverse al pueblo de
Casqui para seguir viaje hacia el poniente, pues, desde Mabila, habían caminado
siempre hacia el norte para huir de la mar (y así evitar un motín). Dejaron
los castellanos a Pacaha en su pueblo y se volvieron con Casqui al suyo. Pasados
cinco día, salieron de él y caminaron por tierra cuatro jornadas por el río
abajo, llegando a una provincia llamada Quigate, cuyo señor y moradores
salieron de paz a recibir al gobernador y le hospedaron. El cacique le dijo
después que fuera hasta el pueblo principal,
llamado también Quigate. Dos días después de que llegaran, huyeron, sin causa
alguna, todos los indios y el cacique y, pasados otros dos días, se volvieron,
pidiendo disculpas. Pero, al parecer, debió de regresar el cacique por temer
que los españoles le quemasen el pueblo y los campos, tras haber huido con mala
intención, ya que, en su ausencia, habían andado sus indios amotinados haciendo
todo el daño que habían podido, pues hirieron a tres castellanos, y todo lo
disimuló el gobernador para no romper con ellos".
(Imagen) Uno de los hechos que recoge Inca
Garcilaso nos hace referencia a algo que era habitual en las Indias, y de lo que se habla poco, ya
que toca el espinoso tema de la vida sexual de los conquistadores:
"Después de que el gobernador y los dos caciques hubieron comido, trajeron
delante de ellos a las dos mujeres de Pacaha, que dijimos habían apresado los
de Casqui cuando entraron en el pueblo, y se las entregaron al cacique,
habiendo el día antes dado libertad a toda la demás gente que con ellas habían
cautivado. Pacaha las recibió con mucho agradecimiento por la generosidad que
con él se usaba, y, después de haberlas aceptado por suyas, dijo al gobernador que
suplicaba a su señoría se sirviese de ellas, que él se las ofrecía y presentaba
de muy buena voluntad. El gobernador le dijo que no las había menester, porque
traía mucha gente de servicio. El cacique replicó diciendo que, si no las
quería para su servicio, se las diese al capitán o soldado a quien de ellas
quisiese hacer merced, porque no habían de volver a su casa ni quedar en su
tierra. Se creyó entonces que Pacaha las aborrecía y echaba de sí por sospecha
de que, habiendo estado presas en poder de sus enemigos, sería imposible que
dejasen de estar contaminadas. El gobernador, para que el cacique no se molestase,
le dijo que, por ser dádiva de su mano, las aceptaba. Ellas eran hermosas en
extremo, y, aunque lo eran tanto y el cacique era mozo, bastó la sospecha para
odiarlas y apartarlas de sí. Por este hecho se podrá ver cuánto se abominaba
entre estos indios aquel delito, y con el destierro y castigo de estas mujeres
parece que se comprueba lo que atrás dijimos acerca de sus leyes contra el adulterio".
Habrá que tomarse con ciertas reservas la versión de Inca Garcilaso, que evita
hablar de la lujuria de los españoles, y es curioso que fuera una especie de
tabú entre los cronistas de la época hablar con claridad de las andanzas
sexuales de aquellas tropas españolas, pero no cabe duda de que se imponía el
instinto sexual, y, tanto los romances (así fue en el caso de JUAN ORTIZ) como
las violaciones, tuvieron que ser muy frecuentes. Fue un hecho habitual que los
indios poderosos, como Moctezuma o Atahualpa, regalasen a los grandes capitanes
mujeres jóvenes para que las disfrutaran como amantes, sin que para nada se
tratara de un repudio por adulterio voluntario o forzoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario