sábado, 8 de mayo de 2021

(1415) Pacaha le cedió dos mujeres a Hernando de Soto. Los españoles encontraron la sal que tanto necesitaban, pero ni rastro de oro. Continuando su camino, llegaron a Quigate, donde el cacique y sus indios los recibieron bien por puro compromiso.

 

     (1005) Tras exponer el pique que hubo entre los dos caciques, Casqui y Pacaha, Inca Garcilaso saca una conclusión muy acertada de lo que es la naturaleza humana (algo que mueve también a los animales): "Escribo estas cosas tan por menudo, aunque parece que no son de importancia, para que se vea que la ambición de la honra, más que otra pasión alguna, tiene mucha fuerza en todos los hombres, por bárbaros y ajenos que sean a toda buena enseñanza y doctrina. Y así se admiraron el gobernador y los caballeros que con él estaban de ver lo que entre los dos curacas había pasado, porque no entendían que en los indios se hallasen cosas tan afinadas en la honra ni que ellos fuesen tan puntillosos en ella".

     Ya nos contó Inca Garcilaso que muchos españoles murieron, antes de llegar a Mabila, por hiponatremia (déficit de sodio), debido a la escasez de sal. Como el problema no había desaparecido del todo, siguieron buscándola: "El gobernador Hernando de Soto, viendo la mucha necesidad de sal que su gente padecía, pues morían por la falta de ella, hizo en aquella provincia de Pacaha grandes diligencias con los caciques y sus indios para saber dónde la pudiese haber. Con la pesquisa halló ocho indios en poder de los españoles, los cuales habían sido apresados el día que entraron en aquel pueblo, y no eran naturales de él sino extranjeros y mercaderes que recorrían muchas provincias, y, entre otras cosas, solían traer sal para vender. Puestos ante el gobernador, dijeron que a cuarenta leguas de allí, había mucha y muy buena sal, y, asimismo, mucho metal amarillo del que estaban buscando. Con estas noticias se regocijaron grandemente los castellanos, y, para verificarlas, se ofrecieron a ir con los indios dos soldados naturales de Galicia, uno llamado Hernando de Silvera y el otro Pedro Moreno. Para comprar la sal y el oro, llevaron perlas y otras cosas, siendo acompañados por algunos indios y dos de los mercaderes. Al cabo de once días, volvieron con seis cargas de sal de piedra cristalina, y trajeron también una carga de azófar muy fino y muy resplandeciente (como siempre, los indios creían que el latón era oro), y de la calidad de las tierras que habían visto dijeron que no era buena, porque era estéril y mal poblada. De la burla y engaño del oro se consolaron los españoles con la sal, por la mucha necesidad que de ella tenían".

     Así que los españoles tuvieron que cambiar de planes: "El gobernador, con estas  malas noticias, decidió volverse al pueblo de Casqui para seguir viaje hacia el poniente, pues, desde Mabila, habían caminado siempre hacia el norte para huir de la mar (y así evitar un motín). Dejaron los castellanos a Pacaha en su pueblo y se volvieron con Casqui al suyo. Pasados cinco día, salieron de él y caminaron por tierra cuatro jornadas por el río abajo, llegando a una provincia llamada Quigate, cuyo señor y moradores salieron de paz a recibir al gobernador y le hospedaron. El cacique le dijo después que fuera  hasta el pueblo principal, llamado también Quigate. Dos días después de que llegaran, huyeron, sin causa alguna, todos los indios y el cacique y, pasados otros dos días, se volvieron, pidiendo disculpas. Pero, al parecer, debió de regresar el cacique por temer que los españoles le quemasen el pueblo y los campos, tras haber huido con mala intención, ya que, en su ausencia, habían andado sus indios amotinados haciendo todo el daño que habían podido, pues hirieron a tres castellanos, y todo lo disimuló el gobernador para no romper con ellos".

    

    

     (Imagen) Uno de los hechos que recoge Inca Garcilaso nos hace referencia a algo que era habitual  en las Indias, y de lo que se habla poco, ya que toca el espinoso tema de la vida sexual de los conquistadores: "Después de que el gobernador y los dos caciques hubieron comido, trajeron delante de ellos a las dos mujeres de Pacaha, que dijimos habían apresado los de Casqui cuando entraron en el pueblo, y se las entregaron al cacique, habiendo el día antes dado libertad a toda la demás gente que con ellas habían cautivado. Pacaha las recibió con mucho agradecimiento por la generosidad que con él se usaba, y, después de haberlas aceptado por suyas, dijo al gobernador que suplicaba a su señoría se sirviese de ellas, que él se las ofrecía y presentaba de muy buena voluntad. El gobernador le dijo que no las había menester, porque traía mucha gente de servicio. El cacique replicó diciendo que, si no las quería para su servicio, se las diese al capitán o soldado a quien de ellas quisiese hacer merced, porque no habían de volver a su casa ni quedar en su tierra. Se creyó entonces que Pacaha las aborrecía y echaba de sí por sospecha de que, habiendo estado presas en poder de sus enemigos, sería imposible que dejasen de estar contaminadas. El gobernador, para que el cacique no se molestase, le dijo que, por ser dádiva de su mano, las aceptaba. Ellas eran hermosas en extremo, y, aunque lo eran tanto y el cacique era mozo, bastó la sospecha para odiarlas y apartarlas de sí. Por este hecho se podrá ver cuánto se abominaba entre estos indios aquel delito, y con el destierro y castigo de estas mujeres parece que se comprueba lo que atrás dijimos acerca de sus leyes contra el adulterio". Habrá que tomarse con ciertas reservas la versión de Inca Garcilaso, que evita hablar de la lujuria de los españoles, y es curioso que fuera una especie de tabú entre los cronistas de la época hablar con claridad de las andanzas sexuales de aquellas tropas españolas, pero no cabe duda de que se imponía el instinto sexual, y, tanto los romances (así fue en el caso de JUAN ORTIZ) como las violaciones, tuvieron que ser muy frecuentes. Fue un hecho habitual que los indios poderosos, como Moctezuma o Atahualpa, regalasen a los grandes capitanes mujeres jóvenes para que las disfrutaran como amantes, sin que para nada se tratara de un repudio por adulterio voluntario o forzoso.






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