miércoles, 31 de agosto de 2022

(1816) Llegados a Río de Janeiro, el Gobernador Pedro de Mendoza, enfermo, le dio el mando a Juan de Osorio, a quien las malas lenguas acusaron de abusos. De manera injusta, fue ejecutado por orden de Mendoza.

 

     (1416) Pero el tramposo y seductor primo del Gobernador Pedro de Mendoza tuvo su castigo: “Después de todo esto, dejamos en tierra a Jorge de Mendoza y a su mujer, porque nuestro capitán (Paimen) no quería tenerlos más a bordo. Reparamos nuestro navío y navegamos hasta llegar a una isla que se llama Santiago (en Cabo Verde) y depende del rey de Portugal. Los portugueses mandan allí y los negros les sirven (como esclavos). Esta ciudad está a 300 leguas de la dicha isla de Palma, permanecimos allí 5 días, y así, toda la flota de 14 navíos se volvieron a reunir. Después navegamos por dos meses hasta que arribamos a una isla en la que solo había aves que matábamos a garrotazos. La isla está del todo despoblada y dista de la susodicha isla de Santiago 1.500 leguas”.

     A Ulrico, hombre  de curiosidad científica, le encantaba tomar notas de lo que observaba: “En este mar hay peces voladores, otros muy grandes, de la especie de las ballenas, y otros también grandes, llamados ‘pez sombrero de paja’, porque  les tapa la cabeza un disco con el que pueden atacar a los demás peces. Son peces de mucha fuerza y muy malos. Otros hay de cuyo lomo nace una especie de cuchilla de hueso de ballena, y se llaman en castellano  pez espada, y otros llamados pez sierra. Después navegamos hasta Río de Janeiro, que depende del rey de Portugal, y los indios se llaman tupís (de raza guaraní). Allí nos quedamos unos 14 días. Aquí don Pedro de Mendoza, nuestro capitán general, dispuso que  Juan de Osorio, que era cono su hermano adoptivo, nos mandase en calidad de su lugarteniente, porque él seguía siempre sin acción, tullido y enfermo. Así las cosas, Juan Osorio, no tardó en ser mal visto por algunos  y calumniado ante Pedro de Mendoza. La acusación se refería a que trataba de sublevarle la gente. Con este pretexto, Pedro de Mendoza ordenó a otros 4 capitanes llamados Juan de Ayolas, Juan de Salazar, Jorge Luján y Lázaro Salvago (este nombre es dudoso) que matasen al dicho Juan de Osorio a puñaladas, o como mejor pudiesen, y que lo tirasen al medio de la plaza por traidor. Más aún: hizo publicar por bando que nadie osase compadecerse de Osorio so pena de correr la misma suerte, fuere quien fuere. Se le hizo injusticia, como lo sabe Dios el Todopoderoso, y que Él lo favorezca, porque fue aquel un hombre piadoso y recto, buen soldado, que sabía mantener el orden y disciplina entre la gente de pelea”.

     Tras la injusta y cruel ejecución de Juan de Osorio, los españoles continuaron navegando. “Después seguimos hacia el Río de la Plata, y dimos con una corriente de agua dulce, que se llama  río Paraná Iguazú (el de las famosas cataratas), y tiene de ancho en la boca, donde deja de ser mar, una extensión de 42 leguas. Enseguida arribamos a una bahía llamada San Gabriel, y allí echamos las anclas de nuestros 14 navíos. Como teníamos que dejar los navíos mayores a un tiro de arcabuz de la tierra, nuestro general, don Pedro de Mendoza mandó que los marineros desembarcasen a la gente en los pequeños esquifes. Así pues, con el favor de Dios, llegamos a Río de la Plata el año 1535. Allí nos encontramos con unos indios llamados charrúas,  que eran unos dos mil, y que que solo tenían para comer pescado y carne. Al llegar nosotros, ya habían abandonado el pueblo con mujeres e hijos, de manera que no pudimos dar con ellos. Estos indios andan en cueros vivos, pero sus mujeres se tapan las vergüenzas  con un paño de algodón que les cubre desde el ombligo hasta la rodilla”. Una curiosidad: al peleón jugador de fútbol uruguayo Luis Suárez le llaman (Charrúa) por la bravura de esos indios.

 

     (Imagen) Nos ha contado Ulrico Schmídel la triste muerte de JUAN DE OSORIO (nacido el año 1511 en Morón de la Frontera-Cádiz, ver imagen), que pasó de figurar como el amigo preferido del gobernador Pedro de Mendoza a ser ejecutado por orden suya fundándose en sospechas de traición. Hay dos pruebas inapelables de que el Gobernador fue engañado por capitanes envidiosos. Una de ellas es el comentario inapelable de Ulrico: “Se le hizo injusticia, como lo sabe Dios Todopoderoso, y ojalá Él lo favorezca, porque fue un hombre piadoso y recto, buen soldado, que sabía mantener el orden y disciplina entre la gente de pelea”. Ulrico va demostrando que era un hombre recto, compasivo y muy religioso, lo que no obsta para que, vuelto a su ciudad natal, la alemana Ratisbona, abrazara voluntariamente las creencias luteranas. La otra prueba lo aclaró todo: su padre, ya muerto el gobernador Pedro de Mendoza, entabló un pleito contra la ejecución de Juan de Osorio, y, aunque fue muy largo, lo ganó, quedando evidente aquella injusticia. Hay un asunto que Ulrico deja algo confuso. Pedro de Mendoza, sumamente airado, ordenó a Juan de Ayolas, Juan de Salazar, Jorge Luján y Lázaro Salvago que se ejecutase de inmediato a Juan de Osorio, lo que haría suponer que estos cuatro fueron los calumniadores de la víctima. Pero, en realidad, los intrigantes eran Ayolas (que ya había tenido un enfrentamiento con Osorio en Canarias), Galaz de Medrano y Juan de Cáceres. Los ejecutores de su muerte fueron Ayolas y Galaz de Medrano. El 3 de diciembre de 1535 tomaron de improviso a Juan de Osorio y lo mataron a puñaladas. El cadáver fue abandonado en la playa con un letrero que decía: "A éste mandó matar don Pedro de Mendoza por traidor y amotinado". Me alegra que quede excluido de ambas actuaciones Juan de Salazar, ya que era de mi cercana Espinosa de los Monteros (Burgos). Todos los citados partieron de España con Pedro de Mendoza, y nombro de paso a otros tres, Domingo Martínez de Irala, Rodrigo de Cepeda (hermano de Santa Teresa de Jesús) y Domingo de Mendoza, quien, como su hermano, el Gobernador, va a morir pronto. Del gran protagonismo en esta historia de Río de la Plata por parte de  Domingo Martínez de Irala y de Juan de Salazar (fundador de Asunción) ya hablé hace mucho tiempo largo y tendido, pero Ulrico aportará, sin duda alguna, sabrosos detalles. Lo contado no impide que Juan de Ayolas fuera un heroico conquistador. Él fundó el Fuerte de La Candelaria. En su afán de descubrir nuevas tierras, y tras dejar al mando en La Candelaria a Domingo Martínez de Irala, logró llegar casi hasta Perú. Retornó a La Candelaria, pero el fuerte estaba ya abandonado, y los indios paraguayos lo mataron en aquel lugar el año 1538.




martes, 30 de agosto de 2022

(1815) Terminada ayer (30/08/2022) la Historia de Chile, empezamos a ver lo que ocurrió en el territorio de Río de la Plata, utilizando la crónica del alemán ULRICO SCHMÍDEL, que nos contará lo que vio. (El blog tiene 3.700 páginas)

 

     (1415) Tras una larga travesía por la historia de los españoles en Chile, ha llegado el momento de darle  voz a un cronista muy especial, que, aun siendo alemán, vivió una intensa aventura por la Gobernación de Río de la Plata: ULRICO SCHMÍDEL. Fundamentalmente, voy a resumir su texto (traducido del alemán) respetando sus expresiones. Es fácil seguir sus palabras porque habla en primera persona: “En primer lugar, después de haber partido de Amberes, llegué a los 14 días  a una ciudad que se llama Cádiz. Cerca de allí, estaban surtos 14 grandes navíos que iban a emprender viaje al Río de la Plata, en Las Indias. También se hallaban allí 2.500 españoles y 150 alemanes, neerlandeses y sajones, junto con el capitán general de todos nosotros, que se llamaba Don Pedro de Mendoza”. Luego aclara que tres de los navíos eran de comerciantes, uno de los cuales se llamaba Jacobo Welser, probablemente miembro de una de las familias de banqueros que tanto dinero prestaron a Carlos V, y a quienes el emperador les cedió para su conquista la zona de Venezuela. Dice a continuación algo confuso, que solo tiene sentido si ese lugar en el que estaban los 14 navíos era Sevilla: “Salimos de Sevilla en los 14 navíos, con los susodichos caballeros y el capitán general, el año 1535 , y, el día de San Bartolomé, llegamos a una ciudad llamada Sanlúcar de Barrameda. Allí tuvimos que permanecer hasta el 1.º de septiembre por causa de los temporales. Después salimos de allí y arribamos a tres islas llamadas Tenerife, Gomera y La Palma. En estas islas se dispersaron los navíos. Arribamos también con 3 de los navíos a la Palma y allí permanecimos unas 4 semanas reparando averías. Pero, mientras nuestro general, don Pedro de Mendoza, se hallaba a unas 8 leguas de nosotros, resultó que habíamos tenido a bordo de nuestro navío a don Jorge de Mendoza (primo de don Pedro), y se había enamorado de la hija de un vecino de La Palma.  El dicho don Jorge bajó a tierra de noche con 12 compañeros, y, sin ser oídos  en la isla, raptaron a la  hija de aquel vecino, con su doncella, ropa, alhajas y algún dinero, volviendo en seguida al navío muy ocultamente para no ser sentidos ni por nuestro capitán, Heinrich Paimen, ni por persona alguna de los del navío, aunque sí se dieron cuenta los que hacían la guardia de noche. Cuando nos hicimos a la vela de mañana, y sin haber andado más de 3 millas , se armó un fuerte temporal que nos obligó a volver al mismo puerto. Pero, después de haber echado nuestras anclas al agua, se le antojó a nuestro capitán, el dicho Heinrich Paimen, desembarcar en un pequeño esquife. Cuando se acercaba y estaba ya por poner pie en tierra, lo esperaban allí más de 30 hombres armados con arcabuces, lanzas y alabardas, dispuestos a tomar preso a nuestro capitán Heinrich. En el mismo instante uno de su gente le advirtió que no saltase a tierra sino que se volviese a bordo. Entonces el capitán se dispuso regresar al navío, pero no le dieron tiempo, porque los de tierra se le habían acercado demasiado en otras barquillas, que estaban allí ya preparadas. Aun así, fueron a otro navío que se hallaba más cerca de la tierra. Como la gente no pudo tomarlo en seguida hicieron tocar a rebato en la ciudad de La Palma, cargaron 2 piezas de artillería gruesa, y con ellas hicieron 4 descargas contra nuestro navío, pues nos hallábamos no muy distantes de la tierra”.

     (Imagen) Voy a tratar de resumir la crónica del alemán  Ulrico Schmídel, titulada “Viaje al Río de la Plata”. Nos mencionará cosas que ya conocemos, porque su aventura se desarrolla en los amplísimos entornos (Argentina y Paraguay) de ese importante río, de lo que tratanos hace tiempo, pero lo veremos con los peculiares ojos de Ulrico y con sus anécdotas. Nació en Ratisbona (Alemania) hacia el año 1510, y pertenecía a una de las familias más notables de esa importante ciudad. De su narración se desprende que era un hombre culto y con facilidad para escribir. Su poderoso padre, todo un personaje en Ratisbona, falleció poco después del nacimiento de Ulrico. No hay constancia de las andanzas del pequeño huérfano hasta el  año 1535, cuando se embarcó (nunca mejor dicho) en una peligrosa aventura (siendo entonces católico, pero, mucho más tarde, luterano). Zarpó de Sanlúcar de Barrameda (Sevilla) en la expedición que fue al Río de la Plata bajo el mando de don Pedro de Mendoza, nombrado Adelantado (descubridor de tierras) y Gobernador de aquella zona, donde luego vivieron los horrores de la primera fundación de Buenos Aires. De don Pedro ya vimos que volvió hacia España dos años después, tan gravemente enfermo de sífilis, que murió durante el viaje. Acaba de contar Ulrico que Jorge de Mendoza, primo del Gobernador, al llegar a Canarias, raptó enamorado a una muchacha de La Palma, con su sirvienta. La nave partió (en ella iba Ulrico), pero tuvo que regresar junto a otras por el mal tiempo, y el donjuán don Jorge se encontró con que, al llegar al puerto, los parientes y amigos de la raptada los recibieron a cañonazos. Ulrico nos sigue contando el desenlace: “Con el primer tiro nos agujerearon el cangilón que estaba en la popa lleno de agua fresca. Después nos hicieron pedazos la mesana, que es el último mástil, el más inmediato a la popa. El tercero nos acertó abriéndonos un boquete grande en el costado del navío, y nos mató a un hombre. Estaba también otro capitán presente con su navío a la par del nuestro, con destino a Nueva España (México), Este se hallaba en tierra con 150 hombres, y cuando supo de nuestro combate, trató de hacer las paces entre nosotros y los de la ciudad, bajo la condición de entregarles don Jorge de Mendoza a la hija del vecino y a su sirvienta. No tardaron en presentarse el Regidor y el  Alcalde de La Palma en nuestro navío, pretendiendo llevarse presos a don Jorge de Mendoza  y a sus cómplices. Entonces les contestó él que ya era ella su legítima mujer (quizá por hechos consumados), y a ella no se le ocurrió decir otra cosa, casándose en seguida con gran disgusto del afligido padre. Pero nuestro navío quedó muy estropeado como resultado de los cañonazos”. (Empezamos bien).




lunes, 29 de agosto de 2022

(1814) Con la segunda y última parte del artículo de José Bengoa, terminamos ya el tema de la Historia de Chile, y pasaremos luego a hablar de la conquista del territorio llamado Río de la Plata.

 

     (1414) Vamos con la segunda y última parte del artículo (resumido) de José Bengoa: “2º- En Chile se construyó una línea de fortines que separaba el centro del país de la parte del sur, y otra que separaba el territorio indígena del enclave alemán de Valdivia. Fue un largo período de violencia y una de las páginas más vergonzosas de la Historia de Chile. La “Pacificación de la Araucanía”, como se denominó esta operación, se realizó con decisiones tomadas en el Congreso Nacional. No fue, como podría creerse, una historia de aventureros desalmados. Por el lado chileno, dirigía las operaciones el Ministro del Interior, Manuel Recabarren, y por el lado argentino, el que fue pronto Presidente de la República, Julio A. Rocca. Una operación de cerco, concertada y coordinada, que terminó con la oposición ‘araucana’. A partir de 1884, comenzó el proceso del establecimiento de los mapuches en reservas. A las agrupaciones de indios se les entregaron ‘Títulos de Merced’ por la concesión de esas propiedades, con una extensión de 6 hectáreas por persona. En total, se les concedió quinientas mil hectáreas a poco menos de cien mil indígenas, dejando a muchos sin tierra. Tres mil comunidades de indios fueron allí establecidas entre 1884 y 1927, año en el que concluyó el proceso. La rica sociedad ganadera fue reducida a un pequeño espacio que quedó empobrecido por la fuerza. A partir de esta situación, comenzó un complejo conflicto indígena en el sur de Chile que hoy sigue durando”.

 

     DICHO ESTO, damos por terminada la narración de las dificultades y enfrentamientos de los españoles y los nativos en territorio chileno. Hemos visto, largo y tendido, la durísima  historia en Chile (hasta el año 1680) de los españoles y los nativos, con la ayuda del cronista Alonso de Góngora Marmolejo (testigo de los hechos) y del historiador (fallecido en 1907) Diego Barros Arana, a quienes tenemos que agradecer su extraordinaria labor. Las circunstancias especiales de esa aventura han convertido el relato en una serie de calamidades demasiado repetitivas, debido a la bravura y la constancia guerrera de los mapuches. Ha llegado, pues, el momento de despedirnos de Chile y trasladarnos a otro territorio de Las Indias. Y, en principio, volveré a un lugar por el que ya hemos pasado someramente: el territorio del Río de la Plata. Creo que, para ello, será un acierto servirnos de un cronista-soldado que vivió aquellas durísimas situaciones: el alemán  ULRICO SHMÍDEL.





domingo, 28 de agosto de 2022

(1813) Voy a terminar aquí lo referente a la historia de Chile porque el grave problema de la agresividad mapuche ya va camino de suavizarse. Utilizaré, resumiéndolo, un artículo de José Bengoa que nos va a aclarar lo que pasó después con este aguerrido pueblo.

 

     (1413) Voy a terminar aquí lo referente a la historia de Chile porque el grave problema de la agresividad mapuche ya va camino de suavizarse. Utilizaré, resumiéndolo, un artículo de José Bengoa (quizá demasiado elogiador de aquellos indios), que nos va a aclarar lo que pasó después con este aguerrido pueblo. Su texto dice lo siguiente: “1º.- El centro de la cultura mapuche, antes de la llegada de los españoles, se encontraba alrededor de los grandes ríos del sur de Chile. Era una sociedad en la que los caciques dictaban justicia con sentencias inapelables. Enormes familias poligámicas permitían que se relacionaran todos con todos y que la sociedad mapuche fuera una red entrelazada de parientes. Todo cambió con la conquista. Los españoles demostraron un ímpetu vertiginoso. En el sur de Chile vivía una población cercana al millón de personas. En menos de cuarenta años se produjo una catástrofe poblacional. Los mapuches quedaron reducidos a menos de doscientas mil personas (no se olvide que fue, en gran parte, por las epidemias). Las pérdidas por el lado hispánico no fueron pocas y, entre ellos, sucumbió el conquistador de Chile, Pedro de Valdivia. La historia de guerras y batallas es interminable. Pasó un siglo y un nuevo gobernador (Francisco López de Zúñiga) cabalga hasta los llanos de Quilín en 1641, y por primera vez firma las paces en ese histórico lugar. El Rey de España reconoce las fronteras y respeta la vida independiente de la sociedad indígena (pero ya sabemos que los mapuches seguían muy agresivos hacia 1675). Luego vino un período muy largo de independencia de los mapuches. Hasta 1881, vivieron sin estar bajo ningún gobierno ajeno y se rigieron por sus propias normas. Su territorio se extendió, desde el río Bío Bío, hacia el sur hasta las islas de Chiloé, y, pasando los Andes, se asentaron en las pampas argentinas, en un territorio que se extendía hasta el Océano Atlántico. La paz trajo enormes transformaciones, y, de ser agricultores, se transformaron en ganaderos. La doma de los caballos hizo de los mapuches una sociedad ecuestre muy dedicada a la cría del ganado vacuno, y con todo ello lograron una explotación comercial muy importante. Con estos animales, convertidos en carne seca, abastecían los mercados del Pacífico, California, la Polinesia francesa y Australia. De este período mercantil es la muy abundante y hermosa ‘platería araucana’, expresión de la riqueza que alcanzó esta sociedad indígena. La élite chilena fomentó durante el siglo diecinueve la llegada de emigrantes europeos, estimando que  eran una fuente de civilización y progreso para Chile. Hacia 1850 llegaron los primeros colonos alemanes a Valdivia, más al sur del territorio mapuche. Pero, en 1866, se hizo un intento de avanzar las fronteras, desde el rio Bío Bío, cincuenta kilómetros hacia el sur, en zona mapuche, con el resultado de años muy sangrientos de guerras entre el ejército chileno y los indígenas. De 1866 a 1881, hay un período de guerras fronterizas muy agudo, tanto desde el lado chileno como desde el argentino”.




viernes, 26 de agosto de 2022

(1812) Tras obtener éxitos militares el Gobernador Juan de Henríquez, se dedicó a pacificar las grandes rivalidades que había entre los españoles. En su afán de lograrlo, llegó al extremo de ser amable con los amigos del pernicioso Meneses.

 

     (1412) El gobernador Juan Henríquez llegó a Concepción el 30 de octubre de 1670. En esos momentos, los mapuches hacían, como de ordinario, frecuentes robos de caballos en las tierras que ocupaban los españoles y que defendían los fuertes: “Henríquez consiguió batirlos y apresar a varios indios y cuatro desertores españoles que los capitaneaban, a todos los cuales castigó con la pena de muerte, mandando descuartizar sus cadáveres para colocar sus miembros en los caminos. Pasó revista a las tropas que servían en la zona fronteriza con los indios rebeldes, y comprobó que había cerca de dos mil quinientos hombres, que bastaban para la defensa de las posiciones ocupadas, pero eran insuficientes para los proyectos de conquista definitiva del territorio enemigo, ya que muchos de ellos eran de poca calidad. Henríquez, sin embargo, decidió formar con la parte más escogida de esas tropas un escuadrón. Por fin, el 22 de diciembre de 1670 partía de Concepción, y pasando el río Biobío, penetró en la región de la costa hasta más allá de los últimos fuertes que los españoles tenían en esos lugares. Los indios de esa comarca, incapaces de oponer resistencia a unos soldados como aquellos, bien ordenados, y deseando, además, salvar sus cosechas de una destrucción inevitable, mostraron su acostumbrada apariencia de querer la paz. A pesar de la poca confianza que le inspiraban las manifestaciones pacíficas de los indios, el arrogante gobernador estaba persuadido de que estas primeras operaciones tenían una gran importancia para la pacificación definitiva del reino de Chile”.

     Ese período de cierta calma mapuche, le permitió al Gobernador atender otros asuntos también molestos: “Sin dejar de lado las necesidades de la guerra araucana, Henríquez  tuvo tiempo para ocuparse de los tenas administrativos, que estaban envueltos en dificultades de todo género, no solo por las complicaciones de los asuntos públicos sino también por las perturbaciones sociales, ya que las rivalidades nunca habían sido más apasionadas que después de la borrascosa administración de don Francisco de Meneses. Si su conducta gubernativa lo había hecho generalmente odioso en Chile, es cierto también que dejó partidarios suyos, muchos de los cuales tenían una posición distinguida. Se trataba de algunos militares que le debían su ascenso, y de los parientes de su mujer, que formaban una familia extensa e influyente debido a  su rango aristocrático y a la posesión de grandes propiedades territoriales. El juicio de residencia de Meneses y la severidad que en él había utilizado el instructor don Lope Antonio de Munive para descubrir los caudales que se consideraban sustraídos por él y sus partidarios, enardecieron las pasiones hasta el punto de que los odios llegaron a ser extremadamente violentos. Henríquez tuvo en Madrid la primera noticia de estos hechos, y, sabiendo también la importancia social de los defensores de Meneses. llegó a creer que, sin su apoyo, le sería imposible gobernar. De manera que,  desde los primeros días de su gobierno, dejó ver en Chile sus simpatías hacia este grupo. Los del bando contrario, tenían por jefes a algunos de los oidores de la Real Audiencia que fueron perseguidos por Meneses, y que ahora se creían vencedores por cuanto se atribuían el honor de haber preparado la caída de este gobernador. Intervenían sobre todo en la elección de alcaldes y en los capítulos o elecciones de provinciales de las órdenes religiosas, que en esa época habían llegado a ser muy conflictivos”.

 

    (Imagen) El gran problema siempre habían sido los mapuches, pero, al atenuarse su agresividad, se enconaba otro asunto: la rivalidad entre las autoridades civiles y religiosas, que dividía en bandos a la sociedad según los intereses de cada cual. Sigamos a Digo Barros: “El más arrogante de los oidores de la Real Audiencia era don Juan de la Peña Salazar, y también el más odiado por los que fueron partidarios del difunto gobernador Meneses. En febrero de 1671, estando en juego la candidatura para ser provincial de los agustinos, defendía a un candidato diferente al que apoyaba, desde Concepción, el nuevo gobernador. Fue la primera señal de ruptura, y Henríquez le escribió ásperamente a Juan de la Peña, dejando ver su intención de reprimir la arrogancia de los oidores. El Gobernador, con el fin de librarse  de este adversario, le ordenó que saliese de Santiago para efectuar una visita judicial, pero  Juan de la Peña se negó porque esa orden se la tenía que dar el Rey. Este y otros incidentes agravaban el conflicto entre los dos bandos enfrentados. En julio de 1671, habiéndose presentado de visita el oidor Peña en la casa del Gobernador Henríquez, fue despedido por este de manera violenta. El grave altercado dio lugar a que los dos bandos le pidieran al Rey que pusiera remedio a tantos males”. En la carta que le mandó el gobernador Henríquez, se ve clara su inclinación a defender a la familia y a los amigos del difunto Meneses. Le decía lo siguiente: “Estos dos oidores, don Gaspar de Cuba y don Juan de la Peña, quedaron quejosos de mi antecesor, don Francisco de Meneses, y han avivado el odio contra los parientes y amigos de su mujer, pues, por pertenecer a la familia más notable de Chile, es la que más enemigos tiene. Para que se imponga la razón, es necesario que estos dos oidores salgan de Chile destinados a otras audiencias”. No obstante, el gobernador Henríquez procuraba ganarse a todos los bandos. Barros dice: “Evitó llegar a la extrema violencia que había utilizado Francisco de Meneses. Se conformó con tener a distancia a sus adversarios, atrayendo a su lado a las personas que podían dar prestigio a su autoridad. Supo ganarse el apoyo de los jesuitas, cuyo prestigio iba en aumento, y consiguió que ellos le informaran al Rey en su favor. El cabildo de Santiago también le apoyó manifestándole al Rey que el mal carácter del oidor Juan de la Peña podía estropear los buenos principios de la gobernación de Juan Henríquez”. Estaban muy  fundadas las quejas contra el pésimo comportamiento del oidor Peña, que incluso maltrataba a su mujer. Prueba de ello es que el Rey le obligó en 1680 a irse a ejercer su oficio en la Real Audiencia de Las Charchas (actualmente territorio boliviano). Cinco años después, escribió la carta de la imagen.




jueves, 25 de agosto de 2022

(1811) El desastroso gobernador Francisco de Meneses fue sustituido interinamente por el juicioso Diego Dávila, a quien sucedió el heroico Juan Henríquez de Villalobos, el cual, sin embargo, pecó de corrupto.

 

     (1411) El juicio de residencia de don Francisco de Meneses, por la gravedad de los hechos, la cuantía de dinero que estaba en juego y por la posición social de las personas que le acusaban, preocupó a todos los pobladores de Chile durante casi tres años, y fue causa de desavenencias sociales que duraron aún más tiempo: “El gobernador interino, Marqués de Navamorquende (Diego Dávila Coello), se empeñó en mantenerse alejado de esas luchas, y consiguió conservar incólume su prestigio y la rectitud e independencia de su carácter. ‘Caballero de buen celo, desinteresado, de gran talento y con deseos de servir a su Rey’, dice un escritor que lo conoció de cerca, el Marqués se centró seriamente en normalizar la administración pública durante el corto tiempo que dirigió el gobierno de Chile. La Reina, doña Mariana de Austria, al  asumir la regencia, había redactado dos cédulas dirigidas a los virreyes, obispos y gobernadores de las Indias. Les recomendaba que velasen por la recta administración de justicia, y ‘que se cultiven las buenas costumbres, castigando los pecados públicos con los medios más justos y eficaces para su eliminación’. Aunque esta intervención de las autoridades era absolutamente ineficaz, no se podía dejar de lado tal encargo. ‘Al cumplimiento de esas órdenes -decía el gobernador marqués de Navamorquende- atenderé con la puntualidad que debo, encargando a los ministros espirituales y temporales que cumplan exactamente su deber’. Pero él tenía otro campo en el que podía actuar con más eficacia. Anuló la venta que se había hecho de cinco plazas de regidores del cabildo de Santiago, manejo fraudulento que había efectuado Francisco de Meneses para entregar ese cargo a sus más fieles partidarios. Cortó también otros abusos  fomentados por la gobernación anterior. ‘He prohibido totalmente -le comunicaba a la Corte- el abuso de las licencias que se daban a los soldados para venir  a Santiago con el pretexto de pertrecharse, de lo cual protestaban los vecinos debido a los graves daños que se producían, y a los inconvenientes que causaban al ausentarse de sus tropas, llegando muchos al extremo de desertar. Los latrocinios tienen aquí tan profundas raíces, especialmente en los cinco últimos años, que me he dedicado sobre todo al castigo de este comportamiento con las penas que se han ejecutado’. El marqués de Navamorquende, además, conociendo la falta que había en Chile de gente de servicio para el cultivo de los campos, prohibió el envío de negros, mulatos  e indios esclavos que se hacía para venderlos en el Perú”.

     Ordenó, además, la Reina que se devolvieran a España a todos los extranjeros que habían partido para Chile sin la preceptiva licencia: ‘Habiendo hecho el escrutinio conveniente -contestó el marqués de Navamorquende-, no he hallado que en este reino de Chile haya extranjero alguno, porque a los portugueses no los tengo por tales, sino por vasallos de Vuestra Majestad’. La Reina también anunciaba que Luis XIV de Francia, inventando pretextos para apoderarse de las provincias españolas de los Países Bajos, había roto la paz con España, por lo cual mandaba que se hiciera un embargo general de los bienes que poseyesen en Chile los súbditos de aquel soberano”.

 

    (Imagen) Llevamos mucho tiempo sumergidos en el casi eterno conflicto entre españoles y mapuches, mientras avanzamos poco a poco por la atormentada historia de ese país. Creo que será conveniente acelerar la narración destacando lo más importante, y ponerle fin cuando lleguemos al punto en el que ese infierno quede apagado, o al menos mitigado, definitivamente. Hemos visto que el fanfarrón y corrupto gobernador de Chile Francisco de Meneses acabó despreciado, destituido y procesado, muriendo antes de que se dictara sentencia. Ninguno de sus colegas tuvo tan ignominioso final. A él lo sustituyó JUAN HENRÍQUEZ DE VILLALOBOS, del que Diego Barros hace el siguiente comentario: “La Reina regente, Doña Mariana de Austria, sin esperar siquiera el resultado de la investigación que se le hacía a Francisco de Meneses, le quitó el cargo de gobernador de Chile, y nombró a don Juan Henríquez en agosto de 1668. Era este un militar acreditado por 19 años de valiosos servicios. Hijo de padres españoles, había nacido en Lima hacia el año 1630, pero siendo niño todavía, pasó a España. Hizo sus estudios de leyes en la universidad de Salamanca, lo que no le impidió iniciar su carrera militar cuando apenas tenía veinte años de edad. ‘Empezó a servir en septiembre de 1649 -indica su relación de méritos-. Sirvió cuatro años en la armada del océano, tres meses como capitán en la guerra de Burdeos, cinco meses en Milán, y luego, como capitán de caballería, en el ejército de Extremadura,  siendo dos veces maestre de campo hasta junio de 1663. Hallándose en la toma de Ébora (Portugal), fue hecho prisionero, y lo estuvo durante más de cuatro años, hasta marzo de 1668’. La paz celebrada entonces con Portugal, reconociéndose su independencia, le permitió volver a Madrid. Sus antiguos jefes, entre los cuales figuraban los militares más distinguidos que España tenía en esa época, certificaban por escrito que Henríquez se había hallado en centenares de combates o batallas, que había recibido peligrosas heridas, y que en todas las ocasiones había probado el valor y la discreción de un buen capitán. Contaban, además, otras personas que, en vez de perder el tiempo de su cautiverio y las horas de ocio de la vida militar en las diversiones a que eran tan inclinados sus camaradas, Henríquez las ocupaba en leer, adquiriendo mucha cultura. Fue nombrado Caballero de Santiago, y, al llegar a Chile como gobernador, se esperaba de él que pondría término a los desórdenes de la mala administración de don Francisco de Meneses. Pero, por desgracia, también su gobierno (1670-1682) tuvo fama de muy corrupto. Murió en Madrid, siendo soltero, el año 1689, y fue sepultado en la Iglesia Imperial y Noviciado de los Jesuitas”.




miércoles, 24 de agosto de 2022

(1810) El proceso al que fue sometido el pésimo gobernador Francisco de Meneses fue muy largo, y murió antes de que finalizara. El nuevo virrey de Perú, Pedro Fernández de Castro, descendiente de San Francisco de Borja, era muy religioso.

 

     (1410) Así como el juicio de residencia de Ángel  de Peredo terminó limpiamente y sin que se le exigieran responsabilidades, el del exgobernador Francisco de Meneses resultó patético y muy largo: “Su detención en la ciudad de Córdoba (Tucumán) durante un año entero debió originarle grandes molestias, aunque habrían sido mucho mayores de habérsele obligado a residir allí cuando tomó el mando de ese territorio don Ángel de Peredo, a quien había perseguido en Chile con injustificada porfía. Pero el visitador Munive, por insistencia, sin duda, de los parientes de Meneses, dispuso que fuera trasladado nuevamente a Chile. De allí pasó después a Lima, donde el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, lo recibió con dureza, y luego lo dejó confinado en la ciudad de Trujillo mientras se continuaba la investigación de su conducta. Más de dos años duró la instrucción de este proceso. El juez Munive pudo comprobar la verdad de muchas de las faltas de las que se acusaba a Meneses y a sus allegados, y se centró en devolver al tesoro real y a los particulares los bienes que había usurpado. Para conseguirlo, embargaba las propiedades que habían sido mal adquiridas, imponiendo, además, multas considerables a los funcionarios que se habían descuidado en el cumplimiento de sus obligaciones. Esos trabajos duraron hasta finales de 1670, pero fueron necesarios muchos años para terminar este proceso. La Reina gobernadora, atendiendo las quejas que contra la administración de Meneses dirigían las autoridades y los pobladores de Chile y del Perú, tomó la medida de adelantar una decisión. En agosto de 1668, apenas pasados cuatro años de los ocho que debía gobernar Francisco de Meneses, doña Mariana de Austria lo destituyó”.

     Después de terminar Lope Antonio de Munive su instrucción del proceso contra Meneses, faltaba la decisión del Concejo de Indias, cuyos preparativos  no empezaron hasta el año 1672 (en cuyo mes de diciembre murió el virrey de Perú): “Comprendía este proceso una enorme variedad de cargos y todos exigían un examen particular. Además, comenzaron a llegar a la Corte alegaciones de Meneses, de sus parientes y partidarios,  que debían perturbar el criterio de los consejeros del Rey, y que eran eficazmente apoyadas en Madrid por el padre mercedario Morales, quien actuaba allí como apoderado del reino de Chile. La familia y amistades de Meneses influían también en las discusiones del Consejo de Indias, y, si no podían obtener la absolución total de un exgobernador cuyos excesos no admitían disculpa, conseguían, al menos, que las penas pecuniarias fuesen mucho menos gravosas. Diez años más tarde, aún se ventilaban los incidentes de este asunto en el tribunal, pero, en el transcurso de ese tiempo, Francisco de Meneses falleció en Trujillo el año 1672. Su esposa, después de obtener del obispo de Santiago una sentencia que declaraba válido su matrimonio celebrado secretamente en 1664, había ido a reunirse con él en Trujillo, demostrando al desgraciado caballero un cariño inquebrantable, que debió servirle de consuelo en medio de las desgracias de sus últimos días. Doña Catalina Bravo de Sarabia, mucho más joven que Meneses, le sobrevivió largos años todavía. En Lima, donde se instaló con sus hijos (4 hijos y 2 hijas), llevó una existencia tranquila, disfrutando de una regular fortuna patrimonial, y murió (hacia el año 1718) con una edad muy avanzada”.

 

     (Imagen) Dejó huella el jesuita San Francisco de Borja. También fue descendiente suyo PEDRO FERNÁNDEZ DE CASTRO Y ANDRADE (Conde de Lemos), el nuevo virrey de Perú, nombrado en diciembre de 1666 por Mariana de Austria, Regente de España debido a la minoría de edad de su hijo Carlos II. Esas intensas emanaciones religiosas de San Francisco de Borja, y su espíritu jesuítico, llegaron a marcar mucho a gran parte de su descendencia. El nuevo virrey fue también un hombre muy devoto, y con una caridad cristiana que le llevó a cometer un error. El líder de los jesuitas en Chile, Luis de Valdivia, lo tuvo muy fácil para convertirlo en un defensor de la ilusoria estrategia de la ‘guerra defensiva’ contra los mapuches, y el virrey la impuso rigurosamente.  Pedro Fernández de Castro fue nombrado Virrey, Gobernador y Capitán General de Perú en 1566, y al año siguiente partió hacia América con su familia. La entrada oficial a la ciudad de Lima fue el 21 de noviembre de 1667. (Se le suele confundir con alguien mayor  que él, con idénticos nombre y apellidos, y también Conde de Lemos). Tuvo una llegada a Lima que resultó de las más brillantes protagonizadas por los virreyes. Su gobierno se caracterizó por la gran cantidad de celebraciones religiosas. Construyó muchas iglesias y estableció la norma de que todos se arrodillasen en las calles cuando la campana de la catedral indicara que se alzaba el Santísimo en la misa mayor. Sus oraciones y rosarios eran habituales, comulgaba diariamente, visitaba a los enfermos en los hospitales, les servía la comida de rodillas y dejaba cuantiosas limosnas. Como ocurría con todos los virreyes, no era tarea suya participar en batallas (a diferencia de los gobernadores, que arriesgaban constantemente su vida), pero organizó algunas campañas militares, una de ellas, con el fin de cerrarle el paso a los piratas. Surgió por entonces un grave conflicto entre quienes trabajaban en las minas, con alborotos multitudinarios, y el virrey se vio obligado a ejecutar a los principales promotores de aquella peligrosa rebeldía. También se dedicó a la construcción en Lima de instituciones públicas, especialmente benéficas, como un hospital para indios enfermos y un lugar de recogida para mujeres vulnerables, y quizá prostituidas, al que se le puso el nombre de Casa de las Amparadas. A primeros de diciembre de 1672, cuando se disponía a celebrar la canonización de Santa Rosa de Lima y la de San Francisco de Borja, sufrió una enfermedad que le ocasionó la muerte, teniendo solamente treinta y ocho años. Pero había ordenado que su fallecimiento no suspendiese las celebraciones religiosas, y, respetando su deseo, se llevaron a cabo con la brillantez de siempre. En la imagen, un cuadro más propio de un rey que de un virrey.




martes, 23 de agosto de 2022

(1809) Fue un grave error que sustituyeran en Chile al casi perfecto gobernador Peredo con el miserable Meneses, que fue apresado en Tucumán. Y allí llegó como gobernador Ángel de Peredo. A su paso por Santiago lo recibieron con inmensa alegría.

 

     (1409) Después de haber sido apresado el hasta entonces gobernador Francisco de Meneses, se le sometió al llamado ‘juicio de residencia’, procedimiento habitual tras el cese de cualquier funcionario público. En su caso era especialmente importante, por la casi segura consecuencia de que sería apartado para siempre de la gobernación, dadas las graves acusaciones de abusos cometidos por él y el odio general que se había ganado con todo merecimiento. Pero era un personaje peligroso y capaz de cualquier cosa para mantenerse a flote: “Era verdad que la opinión general le era decididamente contraria, pero Meneses contaba con el apoyo de la familia de su mujer, que, además de ser muy numerosa, gozaba de una alta posición y de gran fortuna. El gobernador interino, Diego Dávila Coello, marqués de Navamorquende, y el oidor don Lope Antonio de Munive, como inspector judicial, quisieron conducir este asunto con toda rectitud, alejándose de las exageraciones a que podían precipitarlos las pasiones enfrentadas, y al mismo tiempo empeñados en esclarecer la verdad. Meneses, que permanecía preso en la cárcel, fue llevado a su casa tras haber dejado una fianza de cien mil ducados, que entregaron los parientes de su esposa. También se mandó de inmediato dejar en libertad a muchos que, para huir de las persecuciones de Meneses, se habían asilado en los conventos durante los últimos días”.

     El juez Lope Antonio de Munive, encargado de la investigación, tuvo un detalle que demostró sus deseos de imparcialidad en los trámites de aquel juicio de residencia. Aun sabiendo que Francisco de Meneses tenía un carácter detestable y que era capaz de cualquier cosa, quiso evitar la influencia de personas demasiado vengativas: “Mandó retirarse a veinte leguas de Santiago a los oidores don Gaspar de Cuba y Arce (quien más tarde, como veremos enseguida, fue juez de la residencia tomada al buen gobernador Andrés de Peredo) y don Juan de la Peña Salazar, que eran los principales acusadores del gobernador depuesto, para que no influyeran en las primeras investigaciones. Dispuso también que Meneses fuera trasladado a la ciudad de Córdoba, situada en Tucumán (Argentina actual), donde debía permanecer mientras se investigaba su conducta y se descubría el paradero de las cuantiosas riquezas que, según la voz pública, había acumulado durante su gobierno. Un cronista de la época, exagerando a veces, escribió al respecto: ‘Tenía Francisco de Meneses de hacienda un millón de ducados.  No había en todo el reino de Chile oro, plata, alhajas ni cosa preciosa que no terminase en su poder. Su caballeriza se valoraba en cincuenta mil ducados.  Los frenos y estribos de plata los despreciaba por comunes, y los mandaba labrar en oro, siendo sus vajillas inestimables por lo rico y abundantes’. Esta fortuna colosal, cuyo total exageraban los enemigos de Meneses, era el fruto de especulaciones sin escrúpulos y de parte de los bienes del tesoro real, así como lo eran las riquezas que, según se contaba, habían acumulado algunos de los amigos del Gobernador. La investigación de todos aquellos negocios era más difícil que la comprobación de las violencias y atropellos que había cometido Meneses”.

 

     (Imagen) Se dio entonces una coincidencia que cruzó la vida, en circunstancias de alguna manera parecidas pero con actores muy diferentes, de dos exgobernadores de Chile: el crápula Francisco de Meneses y el ejemplar Ángel de Peredo. Mientras el odiado Meneses era enviado preso a Tucumán, el muy querido Peredo iba a ir al mismo lugar, pero gomo gobernador de la zona. Y, asimismo, los dos estaban siendo investigados mediante el preceptivo ‘juicio de residencia’: “Cuando comenzaba a hacerse esta investigación a Francisco de Meneses, en abril de 1668 llegó a Santiago don Ángel de Peredo. Promovido por la Reina al gobierno de la provincia de Tucumán, venía a la ciudad de Santiago de paso, pero debía detenerse para ser sometido a juicio de residencia por el tiempo que había tenido bajo su mando la gobernación de Chile. Su llegada dio lugar a grandes manifestaciones de aprecio por parte de los vecinos de Santiago, debidas a la templanza con que había gobernado, pero movidas también por el deseo de demostrar su rechazo  al gobierno de Meneses, el cual había sido enemigo de Peredo. ‘¿Para qué buscar otros ejemplos -dijo un cronista-, teniendo ante los ojos el de don Ángel de Peredo, que vino de paso a esta ciudad de Santiago para tramitar su juicio de residencia, y su recibimiento pareció más un triunfo que una entrada? ¿No salieron a recibirle todos los jueces, miembros del cabildo y religiosos de la ciudad? ¿Quién, de toda la nobleza, no salió obsequioso y ostentando aquel día sus galas? La gente de la plebe, las mujeres, los muchachos, los indios y los negros parecía que habían perdido el control, dadas las afectuosas demostraciones de afecto que le mostraban’. El juicio de residencia de don Ángel de Peredo duró cerca de un año. Por resolución de la Corte  de España, el juez de la causa fue don Gaspar de Cuba y Arce, decano de la audiencia de Santiago y amigo apasionado de Peredo. Pero, aunque en manos de tal juez la absolución del procesado estaba asegurada, parece ser que la conducta de Peredo no daba lugar a serias acusaciones. “Me consta -le escribía al Rey el gobernador interino Diego Dávila- que no ha habido contra él ninguna demanda, y que es general el aplauso a su persona y a lo que hizo durante el tiempo que tuvo a su cargo el gobierno de Chile’. Surgieron, sin embargo, innecesarias dificultades por la intervención de los tesoreros de la Corona, que pretendían juzgar sobre las cuentas de los gastos ocasionados por el ejército, pero, en definitiva, Peredo fue absuelto de toda culpa. En otoño del año siguiente (1669) partió para la provincia de Tucumán, a la que gobernó durante seis años, y donde falleció el año 1677, dejando el recuerdo de haber sido en sus cargos tan activo como honrado y bondadoso”.




lunes, 22 de agosto de 2022

(1808) Al saber Francisco de Meneses que había sido sustituido como gobernador por Diego Dávila Coello, huyó, pero fue apresado, y, cuando lo llevaron a Santiago, fue abucheado porque casi todos lo odiaban.

 

     (1408) Al llegar a Lima el nuevo virrey de Perú, Pedro Fernández de Castro, el asunto que más le acuciaba era la aclaración y encauzamiento de los asuntos relativos a las denuncias que había en Chile contra el autoritario y corrupto gobernador Francisco de Meneses, que había provocado incidentes sumamente graves: “Sin vacilar un instante, el Virrey adoptó la única determinación que podía poner término a tamaños males. Nombró visitador (con carácter judicial) del reino de Chile a don Lope Antonio de Munive, oidor de la audiencia de Lima y magistrado tan adusto como laborioso, dándole poderes para investigar y juzgar a Meneses y a todos los que aparecieren complicados en los excesos que se le achacaban. El Virrey suspendió a Meneses en sus funciones, y dio el nombramiento de gobernador y capitán general interino de Chile a un pariente cercano de su mujer, pero caballero de honorables antecedentes y de espíritu sereno, llamado don Diego Dávila Coello. Pertenecía a una familia que había prestado buenos servicios a la Corona, y debía a la honrosa muerte de su padre en la guerra de Cataluña el título de marqués de Navamorquende. La Reina gobernadora le confió en 1666 el puesto de general de la plaza del Callao (puerto de Lima), adonde llegó en compañía del Virrey de Perú. Al aceptar el gobierno interino de Chile en aquellas circunstancias y cuando era de temerse que don Francisco de Meneses intentase una rebelión armada contra los mandatos del Virrey, el marqués de Navamorquende, esperaba vencer las dificultades con gran moderación, pero con entereza incontrastable al servicio del Rey. Se embarcó en el Callao a mediados de enero de 1668, acompañado por el maestre de campo don Ignacio Carrera y otros militares. Desembarcado en Valparaíso el 19 de marzo,  firmó el mismo día ante escribano un documento que envió a Santiago dando poderes a don Antonio de Irarrázabal y Andía, caballero de la orden de Alcántara, y, en su defecto, al maestre de campo general Miguel Gómez de Silva, vecinos de la ciudad de Santiago, para que pudieran hacerse cargo de la gobernación de Chile suspendiendo en su ejercicio al titular, Francisco de Meneses. El mensajero del virrey llegó a Santiago el día 20 de marzo. Meneses había partido para hacer campaña de guerra en el sur sin sospechar que corría peligro su puesto de gobernador. El maestre de campo Gómez de Silva, con los poderes del virrey de Perú, y apoyado por el oidor Juan de la Peña Salazar, que asumió la representación de la Audiencia, decidió obrar con rapidez y energía. Mandó tocar la campana que convocaba al Cabildo de la ciudad, y, al saber los vecinos que se iba a tratar de la sustitución del Gobernador, corrían por las calles con espontánea alegría. En el Cabildo había algunos parientes y partidarios del Gobernador, pero nadie se atrevió a oponerse a un nombramiento que, aunque firmado por el virrey de Perú, estaba basado en una orden expresa del Rey. Por lo que, sin ninguna oposición, el maestre de campo Gómez de Silva quedó reconocido como representante y apoderado del nuevo Gobernador, don Diego Dávila Coello. La noticia se extendió esparcida por toda la ciudad, y fue celebrada como el final de un régimen de violencias que habían producido hondas perturbaciones. El primer acto del mandatario accidental fue destituir al corregidor Calderón, y confiar este cargo a don Pedro de Prado, que lo había ejercido en años anteriores”.

 

     (Imagen) Le enviaron aviso al corrupto FRANCISCO DE MENESES de que le habían destituido como Gobernador de Chile, y, con alguna esperanza de solución, volvió rápidamente a Santiago, pero, al llegar, se enteró de que su destitución estaba ordenada por la propia regente de España, Mariana de Austria, de manera que, visto el panorama, se retiró para reflexionar: “A las puertas de su casa -dice un cronista-, llegó mucha gente  para ultrajarle con burlas ignominiosas. Aquella misma noche, desesperado, salió a caballo aceleradamente  en busca de sus soldados, esperando encontrar su apoyo”. La noticia de la fuga de Meneses produjo una gran alarma en la ciudad, porque se creía que iba a Concepción para organizar una resistencia. El nuevo corregidor de Santiago puso en armas a los soldados y les mandó salir en persecución de Meneses. Otros vecinos, que habían sufrido sus malos tratamientos, partieron en su busca capitaneados por don Juan Fernández Gallardo, a quien el exgobernador había destituido. Mientras Meneses huía con algunos acompañantes, le fueron abandonando poco a poco, temerosos de comprometerse en un asunto que parecía descabellado, ya que implicaba un desacato a la autoridad real. Viéndose Meneses desamparado, decidió regresar a la ciudad. Según volvía, fue hallado por sus perseguidores, lo llevaron preso a Santiago, y, al llegar, se vio cubierto de insultos por la población. Meneses fue encerrado en la cárcel, y el alguacil mayor, que era uno de sus peores enemigos, lo amarró con cadenas para evitar su fuga. Y añade Diego Barros: “El orgulloso caballero, que jamás había tolerado la menor oposición, que en Santiago paseaba en lujoso carruaje, luciendo riquísimas vestimentas recamadas de oro, y que mostró gran desprecio a las gentes que el Rey había puesto bajo su autoridad, tuvo que soportar grandes ofensas. Dos días después entraba a Santiago su sustituto, Diego Dávila Coello. El Cabildo había despachado a Valparaíso a dos de sus miembros para darle la bienvenida, y le había preparado un pomposo recibimiento. El entusiasmo con que el pueblo saludó al nuevo gobernador debió de hacerle comprender cuan intenso y general era el odio que le tenían a don Francisco de Meneses. El maestre de campo don Ignacio Carrera, encargado del mando del ejército, partió rápidamente para Concepción, donde se temía que los partidarios de Meneses organizasen una resistencia, pero fue recibido sin que la tranquilidad pública se alterase por un solo instante. El gobierno de DIEGO DÁVILA COELLO, marqués de Navamorquende, parecía iniciarse bajo los auspicios más favorables”. En la imagen se ve que le comunican a la Corte su prometedora toma de posesión.




domingo, 21 de agosto de 2022

(1807) La entonces Regente de España, Mariana de Austria, le ordenó al nuevo Virrey de Perú, Pedro Fernández de Castro, que destituyera al nefasto Francisco de Meneses, cuyo único mérito fue haber tenido algunos aciertos militares.

 

     (1407) No estará de más comentar algún aspecto positivo del retorcido gobernador FRANCISCO DE MENESES, y eso solo lo encontramos en varias victorias que tuvo contra los mapuches. Fundamentalmente llevó a cabo tres campañas militares, que las capitaneó antes de lo que acabamos de contar acerca del triste episodio  en el que ejecutó con saña al veedor Manuel de Mendoza por haber intentado matarle, sin duda debido a los atropellos que había tenido que aguantarle. La primera campaña la inició el mes de diciembre de 1664 en el difícil territorio mapuche de la zona de Arauco, y, en general, le salieron bien las cosas. Llevaba un ejército considerable, y los indios no se atrevieron a plantarle cara. Jugó también con la ventaja de que los mapuches no habían ocupado los fuertes de los que obligaron a huir a los españoles. Así que no le fue difícil rehacer y poner en condiciones los de Arauco, Nacimiento, Santa Fe y Santa Juana. Dado su carácter fanfarrón, presumía de que sus victorias estaban asentando la paz definitiva de Chile, y no descuidó el detalle de tener un escribano que había de redactar la crónica de sus méritos. Al recibir una carta del Rey en la que valoraba mucho lo conseguido por el gobernador anterior, Ángel de Peredo, el gran mezquino Francisco de Meneses le respondió al Rey con otra suya llena de desprecios a Peredo valiéndose de opiniones de testigos comprados. Durante su segunda campaña, iniciada a principios de 1666, Meneses tuvo unos resultados de mediano interés, y siguió acosando intensamente a quienes no eran de su confianza, por lo que algunos se vieron obligados a refugiarse en dependencias eclesiásticas. Por entonces hizo una maniobra que le salió mal. Estando vacante el virreinato de Perú, intrigó para que la ciudad de Valdivia (que estaba en la jurisdicción del virrey), pasase a depender de él, como gobernador de Chile, pero fracasó en el intento, ya que le pararon los pies las autoridades peruanas. La tercera campaña fue asimismo un avance poco problemático porque los indios seguían temiendo al numeroso ejército español, y el Gobernador repitió su estrategia de fundar fuertes, a uno de los cuales le puso el nombre de San Carlos de Virquén, en honor a Carlos II, rey titular por el fallecimiento de Felipe IV el 17 de septiembre de 1665. Meneses se había enterado en Concepción del fallecimiento del Rey, y de que heredaba el trono su hijo Carlos, quedando bajo la regencia de su madre, Mariana de Austria, debido a la corta edad del sucesor. La noticia le inquietó al Gobernador, ya que había estado disfrutando del apoyo de Felpe IV, y temía que todo fuera peor si su mujer ejercía como regente.

     Tras estas campañas que, aunque no habían sido espectaculares, daban como resultado un balance positivo, Francisco de Meneses, sacando conclusiones triunfalistas por lo que consideraba cimientos de una paz definitiva en Chile, hacía una propaganda exagerada de sus éxitos. Sin embargo no pasaría mucho tiempo hasta que en ese fuerte de San Carlos de Virquén se produjera una tragedia. El 20 de mayo de 1667 hicieron los mapuches un asalto por sorpresa, y mataron cruelmente al capitán Paredes y a los sesenta españoles que estaban bajo su mando. Poco después, FRANCISCO DE MENESES dejó de ser Gobernador de Chile.

 

     (Imagen) El gobernador FRANCISCO DE MENESES se había hecho odioso en Chile. Llegaron a finales de 1665 contundentes protestas a la Corte de Madrid enviadas por el obispo de Santiago, los oidores de la Audiencia, los funcionarios y algunos vecinos, a las que adjuntaron los informes del fallecido  virrey del Perú: “Sin embargo, la reina doña Mariana de Austria, que desde la muerte del Rey (septiembre de 1665) ostentaba la regencia por la menor edad de Carlos II, no decidió tomar medidas para remediar los males que se denunciaban. Quizá se debiera a que la Corte de España estaba dividida en bandos. Don Juan de Austria, el hijo natural de Felipe IV, que era el protector de Meneses, se oponía a los planteamientos del jesuita alemán Everardo Nithard, confesor y consejero de la Reina, el cual ganó la partida. En octubre de 1666, don Juan de Austria, viendo perseguidos a sus partidarios y temeroso de ser apresado, abandonó la Corte y se puso al frente de un levantamiento armado. La Reina, aunque inquieta por estos disturbios, se vio entonces con más libertad de acción. En esos momentos, doña Mariana de Austria tenía que nombrar un virrey para el Perú. Su elección recayó en don PEDRO FERNÁNDEZ DE CASTRO Y ANDRADE, Conde de Lemos, descendiente de san Francisco de Borja (vamos viendo a varios parientes suyos con protagonismo en Perú y en Chile), tan amigo de los jesuitas, que, según un padre de la orden, ‘solo faltaba la sotana para ser un perfecto jesuita’. Conocedora de las violencias que el Gobernador de Chile había hecho contra los eclesiásticos, así como de los perjuicios causados a los vasallos de aquellas tierras, y dado que los oidores de la Audiencia de Santiago habían huido para no hacer lo que les exigía, la Reina, por cédula de 12 diciembre de 1666, le otorgó al conde de Lemos las más amplias facultades para zanjar aquellos asuntos. Le encargaba que, al llegar a Perú, nombrara a un letrado encargado de redactar un extenso informe sobre el comportamiento de Francisco de Meneses como gobernador  de Chile. La Reina añadió en el documento: ‘Dado que al dicho letrado se le ha de dar autorización para que, durante el tiempo de su inspección, le quite el gobierno a don Francisco de Meneses, os ordeno que, en su lugar, enviéis a que gobierne interinamente aquel reino de Chile la persona de más experiencia militar y de mayor prudencia que hallaseis para este propósito’. El Conde de Lemos, provisto de instrucciones preparadas por el Consejo de Indias para este asunto, partió de Cádiz el 3 de marzo de 1667, y tomó en Lima posesión como Virrey de Perú el día 21 de noviembre del mismo año”. En la imagen (que se ve fatal) el Virrey anotó el día de su partida la relación de sus acompañantes. En la hoja completa aparecen más de sesenta.




viernes, 19 de agosto de 2022

(1806) Los abusos del gobernador Francisco de Meneses eran tremendos. Provocó tal ira, que el funcionario Manuel de Mendoza le disparó un tiro, pero no le acertó, y Meneses, sobrepasando sus competencias, lo ejecutó.

 

     (1406) Estaba claro que el gobernador Francisco de Meneses confiaba en que las numerosas quejas que tenían contra él los españoles de Chile quedaran estancadas dentro del país, sin que el Rey llegase a enterarse de nada. Pero, aun así, quiso dejarlo todo mejor amarrado, y puso gran  interés en impedir que saliesen de Chile comunicaciones que lo delataran. Sin embargo, el obispo de Santiago, Diego de Humanzoro, logró enviar a España una carta en la que, entre otras cosas, le decía al Rey: “Por cédulas reales está ordenado que nadie, ya se trate de  personas públicas o privadas, eclesiásticas o seglares se atreva a abrir ni a retener las cartas que se escriben a V.M., ni las que escriben unos a otros los españoles, por las gravísimas y justísimas razones a las que se refieren las dichas reales cédulas. Pero vuestro gobernador, don Francisco de Meneses, ha puesto vigilantes en todos los caminos para coger dichas cartas, y, de hecho, ha abierto y leído muchísimas, no sólo de seglares, sino también de eclesiásticos, sobre lo cual le he amonestado a la cara, y significado la gravedad de este delito y pecado público, no sin riesgo de ganarme su odio. Pero sigue haciéndolo, y en días pasados mandó a dos personas de autoridad al puerto de Valparaíso que cogiesen todas las cartas que van y vienen de Lima en navíos, registrando para ello a todas las personas, por lo que es muy grande su desconsuelo”.

     Y dice Diego Barros: “El Gobernador consiguió descubrir en algunas ocasiones quiénes eran los que se mostraban descontentos de su administración, e intimidar a otros que deseaban elevar sus quejas ante el rey de España,  pero no logró impedir que llegasen a la Corte noticias de los atropellos de su administración”. El Gobernador  no descuidó otra estrategia, que consistía en amañar informaciones para enviarle al Rey versiones adulteradas de los hechos, a base de testigos premiados por él:  “Del mismo modo, exigía que la Audiencia y los cabildos le mintieran  al Rey diciendo que se habían conseguido muchos avances en las guerras contra los mapuches, que reinaba en Chile y que se contaba con buena armonía entre las diversas autoridades. Aunque algunos oidores o miembros de los cabildos oponían gran resistencia a hacer esas afirmaciones, se veían obligados a firmar los informes por el temor que les inspiraban los destemplados arrebatos del Gobernador. Algunos de ellos utilizaron el recurso de informar reservadamente al Rey, para darle cuenta de las tropelías cometidas por Meneses, manifestando en sus cartas que era la violencia de este mandatario la que les había obligado a firmar documentos falsos. Aunque el Gobernador. con su carácter impetuoso y arrogante, y con el apoyo de la fuerza que tenía bajo sus órdenes, había logrado doblegar todas las voluntades y rodearse de partidarios suyos que sacaban provecho de aquella situación, no desaprovechaba oportunidad alguna de dar a su poder la mayor amplitud. En su carácter de presidente de la Real Audiencia, podía presidir las deliberaciones de este tribunal, pero le estaba prohibido entrometerse en la administración de justicia. Meneses, sin embargo, se mezclaba en todo, imponiendo su voluntad sin respeto alguno por las fórmulas legales, y utilizando la justicia para sus intereses o para favorecer a sus partidarios".

 

     (Imagen) Veamos con más detalle el atentado que sufrió el insoportable gobernador Francisco de Meneses. El anciano veedor Don Manuel de Mendoza se había atrevido a oponerse a las rapiñas que hacía el gobernador en los fondos públicos , y, harto de los malos tratos que también a él le había dado, le disparó con una pistola, errando el tiro: “El Gobernador, echando mano a su espada y seguido de un ayudante, arremetió contra Mendoza, quien, a su vez, se defendió. Un pobre vizcaíno, criado de Mendoza, que fue desarmado a ayudarle, resultó muerto, y su amo pudo ocultarse en un aposento del hospital franciscano. También Meneses había recibido algunas leves heridas. El cadáver del infeliz vizcaíno fue sacado del hospital, azotado en la calle pública y colgado en una horca. Mendoza, descubierto en su escondite, fue llevado a la prisión”. Aunque el hospital estaba regentado por religiosos y tenían derecho de ofrecer asilo, no consiguieron que se les devolviera a Mendoza, e, incluso, el Gobernador, en plena paranoia, acusaba al obispo y a otras personas de complicidad en el atentado. Queriendo confirmarlo, torturó salvajemente a Manuel de Mendoza, el cual aguantó su terrible trance sin inventarse culpables. Todo el mundo le pedía a Francisco de Meneses que, al menos, le perdonara la vida, pero se mantuvo inflexible: “Zanjando el asunto como si fuera un juez, el 21 de octubre de 1667, dos días después del atentado, las tropas cerraron las calles que daban a la plaza. Las campanas de las iglesias tocaban anunciando la excomunión en que incurrían el Gobernador y sus ayudantes si daban muerte al veedor Mendoza, ya que se había atropellado su sagrado derecho de amparo en el eclesiástico hospital. Pero Meneses, sin inquietarse por tales amenazas, entró en la prisión seguido por el corregidor Calderón, el sargento mayor don Melchor de Cárdenas y otros funcionarios que le eran absolutamente adictos. La ejecución del infeliz Mendoza se consumó sin tardanza”. Así se cuenta en una crónica de la época: “Le dieron garrote (vil) arrimado a un palo que no estaba bien colocado para abreviar el sacrificio, y, como no acababa de morir, le dispararon en la cabeza. Se observó que aun así seguía vivo, por lo que, según se dice, el mismo gobernador Meneses, impaciente por el retraso, le hizo con el cuchillo muchas heridas. Luego lo sacaron medio vestido en una manta a la plaza, en hombros de cuatro indios de guerra que se hallaban allí prisioneros”. En la imagen se ve que MANUEL DE MENDOZA iba a partir, en septiembre de 1664, de España hacia Chile, como Veedor General del Ejército, con dos criados, uno de los cuales sería, probablemente, el desafortunado vizcaíno. Solo llevaban en Chile dos años, y les tocó un durísimo país y un gobernador psicópata.




jueves, 18 de agosto de 2022

(1805) Los abusos del Gobernador Francisco de Meneses eran constantes, pero acabará por llevarle a ser destituido y apresado el de la corrupción. Para ello, fue decisiva una carta que le envió al Rey el ejemplar obispo Diego de Humanzoro.

 

     (1405) Desde Cuyo, el obispo Diego de Humanzoro le escribió al Rey una carta para darle cuenta de los atropellos que Meneses cometía en Chile:  “Pero ese documento cayó en manos de los agentes de Meneses, y, cuando la pudo leer, se hizo más profundo e irreconciliable el odio que sentía por él. Sin embargo, se había salvado de correr igual suerte la carta que el obispo había escrito en Santiago en noviembre anterior, y ella iba a determinar, como veremos más adelante, la caída en desgracia de don Francisco de Meneses”. La gestión del  gobernador Francisco de Meneses en Chile va a resultar progresivamente deteriorada, ya que, junto a sus muchos defectos ya conocidos, salió a flote otro especialmente odioso para los vecinos: la corrupción. Según parece evidente en numerosos documentos de la época, el Gobernador se aprovechó económicamente de casi todos los  servicios públicos: “Los capitanes de buques estaban obligados a pagarle una gruesa suma para obtener el permiso de salir del puerto. La provisión de trigo para el ejército dio lugar a manejos muy escandalosos, y hasta las carnicerías fueron convertidas en especulación del Gobernador y de sus cómplices. ‘De los soldados hemos sabido -escribían los oidores en 1665- que, aunque el ‘situado’ (fondo económico para los soldados) de este año fue muy crecido, los ha dejado el Gobernador desnudos, porque el corto dinero que han recibido apenas les ha alcanzado para hacer un capotillo, mientras que al Gobernador se le ve descargar ropa públicamente, a carretadas, en la tienda que tiene en la plaza de Santiago, provocando que el ejército se halle desesperado’. Sin duda alguna, bajo otros gobernadores se vieron en Chile actos semejantes, pero jamás la especulación se había ejercido con tanto descaro ni había tomado tan vastas proporciones”.

     El Gobernador le confió la gestión de todo el negocio sucio a una persona en concreto: “Su principal cómplice era el sargento mayor Melchor de Cárdenas, un hombre de mala fama, que, sin embargo, fue amigo y confidente de Meneses y desempeñó bajo su administración el puesto de alguacil mayor de la Caja Real, esto es, recaudador de impuestos y sancionador de los quienes estaban en deuda con el fisco. ‘Es don Melchor de Cárdenas -escribían los padres franciscanos de Santiago- el que agencia los negocios al dicho Gobernador, y tan mal hombre y de tan perverso natural, que, haciendo ya dos años que llegó  el dicho Gobernador, ha hurtado el dicho Cárdenas, sólo para sí, casi ochenta mil pesos, y el gobernador don Francisco de Meneses más de cuatrocientos mil pesos, todo ello efectuado por este don Melchor de Cárdenas. que es de malísima intención’. Por mucha pasión que se suponga en estas durísimas acusaciones, la persistencia con que fueron hechas, el número considerable de los acusadores, hombres de todos rangos y condiciones, y la uniformidad en los cargos que se formulaban, obligan a aceptarlas como hechos verdaderos, y, además, muchas de ellas fueron comprobadas posteriormente. Meneses creía, sin duda, que la complejidad del gobierno en España, y más que todo la distancia que lo separaba de la Corte, aseguraban su estabilidad en el de Chile, haciendo muy difícil que las quejas de sus gobernados llegasen hasta el Rey, y más difícil todavía el que se les diese crédito”.

 

     (Imagen) Estamos viendo que el obispo de Santiago de Chile DIEGO DE HUMANZORO tuvo un enfrentamiento total con el prepotente gobernador Francisco de Meneses. El clérigo demostró mucha valentía y firmeza contra la actitud abusiva del político. Pero fue, además, un obispo ejemplar en muchos aspectos. Tras profesar como franciscano, le enviaron para trabajos misioneros a la zona de Charcas (actual Bolivia). De vuelta a España, y residiendo en Vitoria, el papa Alejandro VII, a propuesta del rey Felipe IV, lo nombró Obispo de Santiago de Chile, siendo luego consagrado en Lima. De  camino hacia su sede episcopal, a mediados de diciembre de 1661 llegó a Coquimbo, puerto chileno, donde reedificó el colegio de los franciscanos y la catedral, que habían quedado destruidos por el espantoso terremoto del año 1647. Por fin, el día 5 de julio de 1662 llegó a Santiago de Chile y tomó posesión de su obispado. Con gran conocimiento de las purificadoras  normas del Concilio de Trento, que iba a terminar el año 1663, las tuvo en cuenta para organizar su labor pastoral en un largo recorrido que llegó hasta las tierras situadas más allá de los Andes. De ese viaje regresó el año 1666, y le escribió de inmediato al Rey pidiéndole, con la mejor intención, que ordenara la supresión del servicio personal de los indios a los españoles (por su dureza y porque entorpecía la evangelización), aunque, como sabemos, se impuso la dura realidad, ya que habría traído como consecuencia la ruina de los encomenderos, y, quizá, hasta un motín popular en contra. Como hemos visto, tuvo por esa época graves conflictos con el gobernador Francisco de Meneses, que le escatimaba hasta la escasa paga que recibían los sacerdotes por su labor de evangelización. Pero fray Diego de Humanzoro superaba todas las dificultades, aunque se veía en la necesidad de pedir ayuda debido a sus achaques y a lo avanzado de su edad. En 1669, le solicitó al Rey que gestionara el nombramiento de un obispo coadjutor para que se encargara de  cumplir las obligaciones apostólicas en los lugares apartados de su sede. En diciembre de 1673, envió a la Curia Romana un informe en el que indicaba que muchos sacerdotes ignoraban el idioma de los indios, aunque esto podía subsanarse porque los nativos de su jurisdicción ya entendían el español. En cuanto a los duros enfrentamientos que tuvieron el Gobernador y el Obispo, ambos presentaron sus quejas ante el Rey, pero, como veremos más adelante, y por ser tan evidente su mala catadura, se le dio la razón al clérigo, y fueron tan graves las culpas constatadas del gobernador Francisco de Meneses, que resultó destituido y llevado preso a Lima.  El ejemplar obispo DIEGO DE HUMANZORO falleció en Santiago de Chile el día 29 de mayo de 1676.




miércoles, 17 de agosto de 2022

(1804) El Gobernador Meneses era un conflicto ambulante. Descuidó sus obligaciones, presumió de los éxitos de los demás, se casó sin permiso previo del Rey y sacó de quicio a un obispo de gran prestigio: Diego de Humanzoro.

 

     (1404) Francisco de Meneses tenía una lengua viperina y desprestigiaba todo lo que Peredo había conseguido, pero no acababa de prepararse para llevar ataques contra los mapuches. Se dedicaba a asuntos administrativos de la gobernación y retenía a su lado a la tropa que había traído de España. Pero los indios no perdían el tiempo. Un mapuche llamada Caniulevi, que se había fugado de Lota, donde estaba al servicio de los españoles, llegó a la zona de Arauco, reunió a unos dos mil guerreros, y empezó a acosar a los españoles. Don Ignacio Carrera ejercía el puesto de Comandante General de la zona, y atacó con sus hombres a los indios por dos frentes el 11 de abril de 1663.  A pesar de las ventajas en número de los indios, consiguió que se retiraran, aunque perdiendo siete soldados, pero les causó a los enemigos daños mucho mayores: “Esta victoria liberó a la plaza de Lota de todo peligro por el momento, pero la situación del ejército español comenzaba a ser preocupante. No sólo se notaba el malestar por el cambio del gobernador, sino que, además,  la tropa sufría la falta de sus sueldos y escasez de vestuario y provisiones. Meneses, sin embargo, estaba decidido a no salir de Santiago. Lo que sí hizo fue celebrar con gran estrépito el triunfo alcanzado en el sur por Carrera, anunciándolo como el principio de los grandes hechos militares que iban a consumarse bajo su gobierno”.

     Pero Francisco de Meneses estaba entonces centrado en otros asuntos, y, uno de ellos, además de ser muy especial, lo llevó a cabo saltándose las normas: “Apenas llegado a Chile, Meneses había conocido a una joven tan hermosa como distinguida por su rango y por su carácter, la cual le produjo una gran impresión. Era hija del maestre de campo don Francisco Bravo de Sarabia, antiguo corregidor de Santiago, y de doña Marcela de Inestrosa,  ambos de la más alta aristocracia colonial. A pesar de su edad, de cerca de cincuenta años, y de las tajantes prohibiciones de las leyes vigentes, Meneses decidió contraer matrimonio con ella, no como lo habían hecho antes otros dos gobernadores, don Alonso de Sotomayor y Alonso de Ribera, es decir, públicamente y pidiéndole al Rey la aprobación previa de su enlace, sino sin dar cuenta a nadie y creyendo absurdamente que un hecho de tanta consecuencia podía quedar oculto. El matrimonio de Meneses fue celebrado con un total secreto, pero, sin que nadie se atreviera a asegurarlo, había  rumores persistentes de que era un hecho cierto, porque la gente observaba que el Gobernador otorgaba a la familia de su esposa distinciones y favores que no le correspondía hacer. Un matrimonio contraído en esas condiciones y con violación de leyes expresas, desautorizaba a Meneses ante sus gobernados, y facilitaba que se le hicieran graves acusaciones ante el Rey. A pesar de todo, estas acusaciones habrían sido menos generales si el Gobernador hubiera compensado su falta con actos de buena y justa administración  pública, teniendo buenas relaciones con sus gobernados y con las autoridades en las que habría debido buscar su apoyo. Pero Meneses, que, como veremos más adelante, dio lugar a que desde los primeros días de su gobierno se pusiera en duda su probidad, parecía complacerse en desafueros, atropellos y pleitos con todos los funcionarios públicos que no se hacían instrumentos de su voluntad”.

 

     (Imagen) Nos cuenta lo siguiente Diego Barros: “Gobernaba la diócesis de Santiago el obispo DIEGO DE HUMANZORO, quien gozaba de prestigio ante el rey de España. Era un franciscano, nacido el año  1601 en Azcoitia (Guipúzcoa), que fue a Perú, donde ejerció los más altos puestos de su orden. Como guardián del convento del Cuzco y más tarde como obispo de Santiago, desplegó una gran entereza en la defensa de lo que consideraba justo. En Chile había tenido enfrentamientos con la Real Audiencia, pero se mantuvo en buena armonía con el gobernador Peredo, cuyo carácter religioso y conciliador lo alejaba de toda oposición al poder eclesiástico. El gobernador Don Francisco de Meneses, espíritu turbulento, encontró en el obispo un adversario formidable. Era costumbre que, antes de hacer su entrada solemne a la ciudad, el Gobernador fuese visitado por el obispo. El cual,  de esa visita, salió disgustado con Meneses porque no le había guardado ciertas atenciones de la rutinaria etiqueta”. Y así empezó un ridículo pique. El día siguiente (23 de enero de 1664), le correspondía al gobernador ir a la catedral de Santiago para asistir a la misa que celebraba su llegada, pero el obispo, faltando a la cortesía preceptiva, no salió a recibirle a la puerta de la iglesia. Sabido el desplante, el Gobernador mantuvo ‘el pique’, y se largó a otra iglesia, la de Santo Domingo, donde se celebró la ceremonia protocolaria: “Esta descortesía mutua fue muy comentada en toda la ciudad. Gracias a algunos mediadores, el Gobernador fue mejor recibido en la catedral el dos de febrero, y pareció restablecida la armonía. Pero la paz entre aquellos dos hombres no podía ser duradera. Meneses no disimulaba su mala voluntad contra el Obispo, a quien acusaba de haber provocado el alboroto que tuvo lugar el día en que el Gobernador intentó sacar a Peredo del convento de San Francisco”. Aquello se convirtió en un ridículo enfrentamiento mutuo. Discutían por cosas como la preferencia de asiento en las fiestas públicas, o por el cumplimiento de ciertas prácticas ceremoniales. La ruptura se hizo más violenta el 1º de setiembre porque Meneses presentó en la Real Audiencia, en presencia de numerosa gente, un extenso memorial de acusaciones contra el Obispo, todas consistentes en desacatos a la autoridad civil. El Obispo manifestó después que, tras exponer sus acusaciones, el Gobernador presionó a los oidores para que decidieran condenarlo a salir desterrado de Chile. Y, de hecho, uno de los oidores le informó al Rey de que el Gobernador les forzó a firmar el documento. El Obispo luego, quizá para escapar del conflicto, se fue a misionar a la zona de Cuyo. El cuadro de la imagen es una copia del que existe en la iglesia de San Francisco, de Santiago de Chile. Tenía mérito plantarle cara al prepotente gobernador.