viernes, 19 de agosto de 2022

(1806) Los abusos del gobernador Francisco de Meneses eran tremendos. Provocó tal ira, que el funcionario Manuel de Mendoza le disparó un tiro, pero no le acertó, y Meneses, sobrepasando sus competencias, lo ejecutó.

 

     (1406) Estaba claro que el gobernador Francisco de Meneses confiaba en que las numerosas quejas que tenían contra él los españoles de Chile quedaran estancadas dentro del país, sin que el Rey llegase a enterarse de nada. Pero, aun así, quiso dejarlo todo mejor amarrado, y puso gran  interés en impedir que saliesen de Chile comunicaciones que lo delataran. Sin embargo, el obispo de Santiago, Diego de Humanzoro, logró enviar a España una carta en la que, entre otras cosas, le decía al Rey: “Por cédulas reales está ordenado que nadie, ya se trate de  personas públicas o privadas, eclesiásticas o seglares se atreva a abrir ni a retener las cartas que se escriben a V.M., ni las que escriben unos a otros los españoles, por las gravísimas y justísimas razones a las que se refieren las dichas reales cédulas. Pero vuestro gobernador, don Francisco de Meneses, ha puesto vigilantes en todos los caminos para coger dichas cartas, y, de hecho, ha abierto y leído muchísimas, no sólo de seglares, sino también de eclesiásticos, sobre lo cual le he amonestado a la cara, y significado la gravedad de este delito y pecado público, no sin riesgo de ganarme su odio. Pero sigue haciéndolo, y en días pasados mandó a dos personas de autoridad al puerto de Valparaíso que cogiesen todas las cartas que van y vienen de Lima en navíos, registrando para ello a todas las personas, por lo que es muy grande su desconsuelo”.

     Y dice Diego Barros: “El Gobernador consiguió descubrir en algunas ocasiones quiénes eran los que se mostraban descontentos de su administración, e intimidar a otros que deseaban elevar sus quejas ante el rey de España,  pero no logró impedir que llegasen a la Corte noticias de los atropellos de su administración”. El Gobernador  no descuidó otra estrategia, que consistía en amañar informaciones para enviarle al Rey versiones adulteradas de los hechos, a base de testigos premiados por él:  “Del mismo modo, exigía que la Audiencia y los cabildos le mintieran  al Rey diciendo que se habían conseguido muchos avances en las guerras contra los mapuches, que reinaba en Chile y que se contaba con buena armonía entre las diversas autoridades. Aunque algunos oidores o miembros de los cabildos oponían gran resistencia a hacer esas afirmaciones, se veían obligados a firmar los informes por el temor que les inspiraban los destemplados arrebatos del Gobernador. Algunos de ellos utilizaron el recurso de informar reservadamente al Rey, para darle cuenta de las tropelías cometidas por Meneses, manifestando en sus cartas que era la violencia de este mandatario la que les había obligado a firmar documentos falsos. Aunque el Gobernador. con su carácter impetuoso y arrogante, y con el apoyo de la fuerza que tenía bajo sus órdenes, había logrado doblegar todas las voluntades y rodearse de partidarios suyos que sacaban provecho de aquella situación, no desaprovechaba oportunidad alguna de dar a su poder la mayor amplitud. En su carácter de presidente de la Real Audiencia, podía presidir las deliberaciones de este tribunal, pero le estaba prohibido entrometerse en la administración de justicia. Meneses, sin embargo, se mezclaba en todo, imponiendo su voluntad sin respeto alguno por las fórmulas legales, y utilizando la justicia para sus intereses o para favorecer a sus partidarios".

 

     (Imagen) Veamos con más detalle el atentado que sufrió el insoportable gobernador Francisco de Meneses. El anciano veedor Don Manuel de Mendoza se había atrevido a oponerse a las rapiñas que hacía el gobernador en los fondos públicos , y, harto de los malos tratos que también a él le había dado, le disparó con una pistola, errando el tiro: “El Gobernador, echando mano a su espada y seguido de un ayudante, arremetió contra Mendoza, quien, a su vez, se defendió. Un pobre vizcaíno, criado de Mendoza, que fue desarmado a ayudarle, resultó muerto, y su amo pudo ocultarse en un aposento del hospital franciscano. También Meneses había recibido algunas leves heridas. El cadáver del infeliz vizcaíno fue sacado del hospital, azotado en la calle pública y colgado en una horca. Mendoza, descubierto en su escondite, fue llevado a la prisión”. Aunque el hospital estaba regentado por religiosos y tenían derecho de ofrecer asilo, no consiguieron que se les devolviera a Mendoza, e, incluso, el Gobernador, en plena paranoia, acusaba al obispo y a otras personas de complicidad en el atentado. Queriendo confirmarlo, torturó salvajemente a Manuel de Mendoza, el cual aguantó su terrible trance sin inventarse culpables. Todo el mundo le pedía a Francisco de Meneses que, al menos, le perdonara la vida, pero se mantuvo inflexible: “Zanjando el asunto como si fuera un juez, el 21 de octubre de 1667, dos días después del atentado, las tropas cerraron las calles que daban a la plaza. Las campanas de las iglesias tocaban anunciando la excomunión en que incurrían el Gobernador y sus ayudantes si daban muerte al veedor Mendoza, ya que se había atropellado su sagrado derecho de amparo en el eclesiástico hospital. Pero Meneses, sin inquietarse por tales amenazas, entró en la prisión seguido por el corregidor Calderón, el sargento mayor don Melchor de Cárdenas y otros funcionarios que le eran absolutamente adictos. La ejecución del infeliz Mendoza se consumó sin tardanza”. Así se cuenta en una crónica de la época: “Le dieron garrote (vil) arrimado a un palo que no estaba bien colocado para abreviar el sacrificio, y, como no acababa de morir, le dispararon en la cabeza. Se observó que aun así seguía vivo, por lo que, según se dice, el mismo gobernador Meneses, impaciente por el retraso, le hizo con el cuchillo muchas heridas. Luego lo sacaron medio vestido en una manta a la plaza, en hombros de cuatro indios de guerra que se hallaban allí prisioneros”. En la imagen se ve que MANUEL DE MENDOZA iba a partir, en septiembre de 1664, de España hacia Chile, como Veedor General del Ejército, con dos criados, uno de los cuales sería, probablemente, el desafortunado vizcaíno. Solo llevaban en Chile dos años, y les tocó un durísimo país y un gobernador psicópata.




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