miércoles, 10 de agosto de 2022

(1798) Al fallecido mestizo Alejo de Vivar, le sucedió en el mando de los mapuches el indio Misque, tras lo cual sufrieron una enorme derrota. Al gran Pedro Porter, ya muy enfermo, le sustituyó como gobernador interino Ángel de Peredo.

 

     (1398) Veamos la victoria que hemos dejado atrás, conseguida por PEDRO PORTER CASANATE. Diego Barros empieza haciendo un comentario sobre la alegría de los españoles al saber que al mestizo Alejo lo habían matado dos de sus mujeres: “Su muerte fue celebrada como una gran victoria por los españoles. Entre los indios produjo cierta flojedad en la continuación de las hostilidades. El Gobernador aprovechó aquella situación para adelantar la reconquista del territorio perdido después del alzamiento. Un cuerpo de sus tropas pasó el Biobío y fundó un fuerte avanzado en Lota, para cerrar los caminos de la costa a los indios que intentaran atacar en Concepción. El verano siguiente hubo una tranquilidad relativa, pero en la primavera de 1661, el enemigo volvía a tomar una actitud amenazadora. Un indio llamado Misque. antiguo yanacona (criado de los españoles), había adquirido gran prestigio entre los suyos, y, después de la muerte de Alejo, pasó a ser el caudillo más prestigioso. En el valle central juntó unos mil quinientos guerreros, y, a fines de octubre, emprendió la marcha hacia el norte. Misque llegó hasta las orillas del río de la Laja, y allí asentó su campamento. Sin tener la menor noticia de los preparativos militares de los indios, el Gobernador había dispuesto una nueva expedición al territorio enemigo, que debía llevarse a efecto en esa primavera. El mal estado de su salud no le permitía ponerse a la cabeza de sus tropas. Confió este encargo al maestre de campo Jerónimo de Molina, militar de gran experiencia en aquellas guerras, y puso bajo sus órdenes seiscientos soldados españoles y un cuerpo de indios amigos que servían a sueldo. Este cuerpo, encargado de penetrar en territorio mapuche por el lado de Yumbel, avanzó hasta cerca de la ribera norte del río de la Laja, donde acampó una noche de mediados de noviembre. Los dos ejércitos se encontraban sin saberlo uno enfrente del otro y separados sólo por el río. Un indio yanacona llamado Tanamilla, que servía a los españoles, se había adelantado a los suyos, y llegó hasta el campamento de los mapuches. Volviendo cautelosamente atrás, fue a dar la noticia al maestre de campo, el cual inmediatamente dispuso el ataque. Los españoles pasaron el río Laja a medianoche por el vado de Curanilahue, muy cerca de la famosa catarata que forma el río. El estrépito producido por la caída de las aguas facilitó aquella operación, de tal manera que todo el ejército se encontró en la ribera opuesta sin ser sentido por los indios. El maestre de campo Molina dividió su ejército en dos cuerpos, y dispuso que uno de ellos, mandado por el sargento mayor don Martín de Erízar, asaltara al enemigo por su retaguardia, mientras el otro, capitaneado por el comisario Luis de Lara, se enfrentaba a su vanguardia. Los indios, sorprendidos durante el sueño, sólo pudieron oponer una desordenada resistencia. Algunos pelotones se batían denodadamente, pero muchos otros huían hacia la cordillera o se precipitaban al río en medio de la mayor confusión. ‘En el campo de batalla quedaron muertos seiscientos indios -dice un antiguo cronista-,  y se apresaron a más de doscientos, además de los que murieron ahogados y de sus heridas durante el regreso a su país’. Para consumar su victoria, los españoles emprendieron una obstinada persecución de los fugitivos, y apresaron al caudillo Misque, que fue ahorcado pocos días después en las cercanías de Yumbel. Pocas veces habían sufrido los bárbaros una derrota tan completa. Los fugitivos que lograron salvar la vida llevaron a todas partes la noticia del desastre. Las armas españolas recobraron en esa jornada su antiguo prestigio y afianzaron por algunos meses la tranquilidad en aquellos lugares. Su victoria, que atribuían a un milagro, dio gran aliento hasta a los que desesperaban del resultado de la guerra, y fue celebrada como el principio de la restauración del reino. Todos esperaban que luego sería seguida de mayores ventajas”.

 

     (Imagen) Los gobernadores de Chile, fijos o interinos, duraban un suspiro. Oigamos a Diego Barros: “El nuevo virrey de Perú, Diego de Benavides y de la Cueva, al partir de España en 1660, recibió de Felipe IV la orden de separar del gobierno a don Pedro Porter Casanate y confiar el mando interino de Chile a la persona que considerara más adecuada. Designó a un militar que había venido de España en su compañía para tomar el gobierno de la apartada provincia de Jaén de Bracamoros, en el reino de Quito. Se trataba de don ÁNGEL DE PEREDO, nacido en 1623. Él mismo nos ha dejado su biografía en una información de méritos que años más tarde le presentó al Rey. ‘Salí voluntariamente el año 1643 -decía-, desde mi patria, Queveda (Cantabria), para servir a Vuestra Majestad en las guerras contra el rebelde de Portugal, anteponiendo el amor y afecto que siempre he tenido a su real servicio al de mujer, hijos y padres, y sentando plaza de soldado en su real ejército, ocupando en él todos los puestos hasta el de capitán de una compañía de caballos de corazas española durante más de ocho años. En todas las ocasiones, batallas, reencuentros. sitios de plazas y asedios que se ofrecieron, estuve cumpliendo con las obligaciones de mi adquirida y heredada sangre, que derramé varias veces, y en particular en los campos de Cartel-Davide, donde degollamos a un tercio de infantería del ejército rebelde, y recibí quince heridas de golpes de pica y espada’. Y después de pasar detenidamente revista a todas las batallas de aquella guerra tan poco gloriosa para la España en que él se había hallado, agrega lo que sigue: ‘En remuneración de estos servicios me hizo V.M. merced de un hábito de Calatrava para un hijo mío, y, habiendo ido a la Corte para ponérselo, fue V.M. servido de honrarme con la gobernación de las provincias de Jaén de Bracamoros (en Ecuador), que, aunque poco importante, la acepté por ser merced de mi Rey y Señor. Pasé a servir allá el año de 1660 con infinitos trabajos e incomodidades en tan larga navegación y peligroso viaje. A los quince días de tomar posesión de él, tuve orden del Virrey, conde de Santisteban, para que bajase a esta ciudad (Lima) a negocios del servicio de V.M., que obedecí puntualmente, corriendo la distancia de doscientas leguas con la brevedad que requería la orden. Y llegado a ella, me ordenó que fuese a servir los cargos de presidente, gobernador y capitán general interino del reino de Chile, hasta que  V.M. nombrara  su titular. Lo acepté con ciega obediencia, pues no había quien quisiese tomar ocupación tan delicada, debido al miserable estado en que se hallaba Chile’. El Virrey lo nombró gobernador interino el 2 de diciembre de 1661, y ÁNGEL DE PEREDO murió en Córdoba (Argentina), en 1677”.




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