(1398) Veamos la victoria que hemos dejado
atrás, conseguida por PEDRO PORTER CASANATE. Diego Barros empieza haciendo un
comentario sobre la alegría de los españoles al saber que al mestizo Alejo lo
habían matado dos de sus mujeres: “Su muerte fue celebrada como una gran
victoria por los españoles. Entre los indios produjo cierta flojedad en la
continuación de las hostilidades. El Gobernador aprovechó aquella situación
para adelantar la reconquista del territorio perdido después del alzamiento. Un
cuerpo de sus tropas pasó el Biobío y fundó un fuerte avanzado en Lota, para
cerrar los caminos de la costa a los indios que intentaran atacar en
Concepción. El verano siguiente hubo una tranquilidad relativa, pero en la
primavera de 1661, el enemigo volvía a tomar una actitud amenazadora. Un indio
llamado Misque. antiguo yanacona (criado de los españoles), había
adquirido gran prestigio entre los suyos, y, después de la muerte de Alejo,
pasó a ser el caudillo más prestigioso. En el valle central juntó unos mil
quinientos guerreros, y, a fines de octubre, emprendió la marcha hacia el
norte. Misque llegó hasta las orillas del río de la Laja, y allí asentó su
campamento. Sin tener la menor noticia de los preparativos militares de los
indios, el Gobernador había dispuesto una nueva expedición al territorio
enemigo, que debía llevarse a efecto en esa primavera. El mal estado de su
salud no le permitía ponerse a la cabeza de sus tropas. Confió este encargo al maestre
de campo Jerónimo de Molina, militar de gran experiencia en aquellas guerras, y
puso bajo sus órdenes seiscientos soldados españoles y un cuerpo de indios amigos
que servían a sueldo. Este cuerpo, encargado de penetrar en territorio mapuche
por el lado de Yumbel, avanzó hasta cerca de la ribera norte del río de la
Laja, donde acampó una noche de mediados de noviembre. Los dos ejércitos se
encontraban sin saberlo uno enfrente del otro y separados sólo por el río. Un indio
yanacona llamado Tanamilla, que servía a los españoles, se había adelantado a
los suyos, y llegó hasta el campamento de los mapuches. Volviendo
cautelosamente atrás, fue a dar la noticia al maestre de campo, el cual inmediatamente
dispuso el ataque. Los españoles pasaron el río Laja a medianoche por el vado
de Curanilahue, muy cerca de la famosa catarata que forma el río. El estrépito
producido por la caída de las aguas facilitó aquella operación, de tal manera
que todo el ejército se encontró en la ribera opuesta sin ser sentido por los
indios. El maestre de campo Molina dividió su ejército en dos cuerpos, y
dispuso que uno de ellos, mandado por el sargento mayor don Martín de Erízar,
asaltara al enemigo por su retaguardia, mientras el otro, capitaneado por el
comisario Luis de Lara, se enfrentaba a su vanguardia. Los indios, sorprendidos
durante el sueño, sólo pudieron oponer una desordenada resistencia. Algunos
pelotones se batían denodadamente, pero muchos otros huían hacia la cordillera
o se precipitaban al río en medio de la mayor confusión. ‘En el campo de
batalla quedaron muertos seiscientos indios -dice un antiguo cronista-, y se apresaron a más de doscientos, además de
los que murieron ahogados y de sus heridas durante el regreso a su país’. Para
consumar su victoria, los españoles emprendieron una obstinada persecución de
los fugitivos, y apresaron al caudillo Misque, que fue ahorcado pocos días
después en las cercanías de Yumbel. Pocas veces habían sufrido los
bárbaros una derrota tan completa. Los fugitivos que lograron salvar la vida
llevaron a todas partes la noticia del desastre. Las armas españolas recobraron
en esa jornada su antiguo prestigio y afianzaron por algunos meses la
tranquilidad en aquellos lugares. Su victoria, que atribuían a un milagro, dio
gran aliento hasta a los que desesperaban del resultado de la guerra, y fue
celebrada como el principio de la restauración del reino. Todos esperaban que
luego sería seguida de mayores ventajas”.
(Imagen) Los gobernadores de Chile, fijos
o interinos, duraban un suspiro. Oigamos a Diego Barros: “El nuevo virrey de
Perú, Diego de Benavides y de la Cueva, al partir de España en 1660, recibió de
Felipe IV la orden de separar del gobierno a don Pedro Porter Casanate y confiar
el mando interino de Chile a la persona que considerara más adecuada. Designó a
un militar que había venido de España en su compañía para tomar el gobierno de
la apartada provincia de Jaén de Bracamoros, en el reino de Quito. Se trataba
de don ÁNGEL DE PEREDO, nacido en 1623. Él mismo nos ha dejado su biografía en
una información de méritos que años más tarde le presentó al Rey. ‘Salí voluntariamente
el año 1643 -decía-, desde mi patria, Queveda (Cantabria), para servir a
Vuestra Majestad en las guerras contra el rebelde de Portugal, anteponiendo el
amor y afecto que siempre he tenido a su real servicio al de mujer, hijos y
padres, y sentando plaza de soldado en su real ejército, ocupando en él todos
los puestos hasta el de capitán de una compañía de caballos de corazas española
durante más de ocho años. En todas las ocasiones, batallas, reencuentros.
sitios de plazas y asedios que se ofrecieron, estuve cumpliendo con las
obligaciones de mi adquirida y heredada sangre, que derramé varias veces, y en
particular en los campos de Cartel-Davide, donde degollamos a un tercio de
infantería del ejército rebelde, y recibí quince heridas de golpes de pica y
espada’. Y después de pasar detenidamente revista a todas las batallas de
aquella guerra tan poco gloriosa para la España en que él se había hallado,
agrega lo que sigue: ‘En remuneración de estos servicios me hizo V.M. merced de
un hábito de Calatrava para un hijo mío, y, habiendo ido a la Corte para
ponérselo, fue V.M. servido de honrarme con la gobernación de las provincias de
Jaén de Bracamoros (en Ecuador), que, aunque poco importante, la acepté
por ser merced de mi Rey y Señor. Pasé a servir allá el año de 1660 con
infinitos trabajos e incomodidades en tan larga navegación y peligroso viaje. A
los quince días de tomar posesión de él, tuve orden del Virrey, conde de
Santisteban, para que bajase a esta ciudad (Lima) a negocios del
servicio de V.M., que obedecí puntualmente, corriendo la distancia de
doscientas leguas con la brevedad que requería la orden. Y llegado a ella, me
ordenó que fuese a servir los cargos de presidente, gobernador y capitán
general interino del reino de Chile, hasta que V.M. nombrara
su titular. Lo acepté con ciega obediencia, pues no había quien quisiese
tomar ocupación tan delicada, debido al miserable estado en que se hallaba
Chile’. El Virrey lo nombró gobernador interino el 2 de diciembre de 1661, y ÁNGEL
DE PEREDO murió en Córdoba (Argentina), en 1677”.
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