martes, 23 de agosto de 2022

(1809) Fue un grave error que sustituyeran en Chile al casi perfecto gobernador Peredo con el miserable Meneses, que fue apresado en Tucumán. Y allí llegó como gobernador Ángel de Peredo. A su paso por Santiago lo recibieron con inmensa alegría.

 

     (1409) Después de haber sido apresado el hasta entonces gobernador Francisco de Meneses, se le sometió al llamado ‘juicio de residencia’, procedimiento habitual tras el cese de cualquier funcionario público. En su caso era especialmente importante, por la casi segura consecuencia de que sería apartado para siempre de la gobernación, dadas las graves acusaciones de abusos cometidos por él y el odio general que se había ganado con todo merecimiento. Pero era un personaje peligroso y capaz de cualquier cosa para mantenerse a flote: “Era verdad que la opinión general le era decididamente contraria, pero Meneses contaba con el apoyo de la familia de su mujer, que, además de ser muy numerosa, gozaba de una alta posición y de gran fortuna. El gobernador interino, Diego Dávila Coello, marqués de Navamorquende, y el oidor don Lope Antonio de Munive, como inspector judicial, quisieron conducir este asunto con toda rectitud, alejándose de las exageraciones a que podían precipitarlos las pasiones enfrentadas, y al mismo tiempo empeñados en esclarecer la verdad. Meneses, que permanecía preso en la cárcel, fue llevado a su casa tras haber dejado una fianza de cien mil ducados, que entregaron los parientes de su esposa. También se mandó de inmediato dejar en libertad a muchos que, para huir de las persecuciones de Meneses, se habían asilado en los conventos durante los últimos días”.

     El juez Lope Antonio de Munive, encargado de la investigación, tuvo un detalle que demostró sus deseos de imparcialidad en los trámites de aquel juicio de residencia. Aun sabiendo que Francisco de Meneses tenía un carácter detestable y que era capaz de cualquier cosa, quiso evitar la influencia de personas demasiado vengativas: “Mandó retirarse a veinte leguas de Santiago a los oidores don Gaspar de Cuba y Arce (quien más tarde, como veremos enseguida, fue juez de la residencia tomada al buen gobernador Andrés de Peredo) y don Juan de la Peña Salazar, que eran los principales acusadores del gobernador depuesto, para que no influyeran en las primeras investigaciones. Dispuso también que Meneses fuera trasladado a la ciudad de Córdoba, situada en Tucumán (Argentina actual), donde debía permanecer mientras se investigaba su conducta y se descubría el paradero de las cuantiosas riquezas que, según la voz pública, había acumulado durante su gobierno. Un cronista de la época, exagerando a veces, escribió al respecto: ‘Tenía Francisco de Meneses de hacienda un millón de ducados.  No había en todo el reino de Chile oro, plata, alhajas ni cosa preciosa que no terminase en su poder. Su caballeriza se valoraba en cincuenta mil ducados.  Los frenos y estribos de plata los despreciaba por comunes, y los mandaba labrar en oro, siendo sus vajillas inestimables por lo rico y abundantes’. Esta fortuna colosal, cuyo total exageraban los enemigos de Meneses, era el fruto de especulaciones sin escrúpulos y de parte de los bienes del tesoro real, así como lo eran las riquezas que, según se contaba, habían acumulado algunos de los amigos del Gobernador. La investigación de todos aquellos negocios era más difícil que la comprobación de las violencias y atropellos que había cometido Meneses”.

 

     (Imagen) Se dio entonces una coincidencia que cruzó la vida, en circunstancias de alguna manera parecidas pero con actores muy diferentes, de dos exgobernadores de Chile: el crápula Francisco de Meneses y el ejemplar Ángel de Peredo. Mientras el odiado Meneses era enviado preso a Tucumán, el muy querido Peredo iba a ir al mismo lugar, pero gomo gobernador de la zona. Y, asimismo, los dos estaban siendo investigados mediante el preceptivo ‘juicio de residencia’: “Cuando comenzaba a hacerse esta investigación a Francisco de Meneses, en abril de 1668 llegó a Santiago don Ángel de Peredo. Promovido por la Reina al gobierno de la provincia de Tucumán, venía a la ciudad de Santiago de paso, pero debía detenerse para ser sometido a juicio de residencia por el tiempo que había tenido bajo su mando la gobernación de Chile. Su llegada dio lugar a grandes manifestaciones de aprecio por parte de los vecinos de Santiago, debidas a la templanza con que había gobernado, pero movidas también por el deseo de demostrar su rechazo  al gobierno de Meneses, el cual había sido enemigo de Peredo. ‘¿Para qué buscar otros ejemplos -dijo un cronista-, teniendo ante los ojos el de don Ángel de Peredo, que vino de paso a esta ciudad de Santiago para tramitar su juicio de residencia, y su recibimiento pareció más un triunfo que una entrada? ¿No salieron a recibirle todos los jueces, miembros del cabildo y religiosos de la ciudad? ¿Quién, de toda la nobleza, no salió obsequioso y ostentando aquel día sus galas? La gente de la plebe, las mujeres, los muchachos, los indios y los negros parecía que habían perdido el control, dadas las afectuosas demostraciones de afecto que le mostraban’. El juicio de residencia de don Ángel de Peredo duró cerca de un año. Por resolución de la Corte  de España, el juez de la causa fue don Gaspar de Cuba y Arce, decano de la audiencia de Santiago y amigo apasionado de Peredo. Pero, aunque en manos de tal juez la absolución del procesado estaba asegurada, parece ser que la conducta de Peredo no daba lugar a serias acusaciones. “Me consta -le escribía al Rey el gobernador interino Diego Dávila- que no ha habido contra él ninguna demanda, y que es general el aplauso a su persona y a lo que hizo durante el tiempo que tuvo a su cargo el gobierno de Chile’. Surgieron, sin embargo, innecesarias dificultades por la intervención de los tesoreros de la Corona, que pretendían juzgar sobre las cuentas de los gastos ocasionados por el ejército, pero, en definitiva, Peredo fue absuelto de toda culpa. En otoño del año siguiente (1669) partió para la provincia de Tucumán, a la que gobernó durante seis años, y donde falleció el año 1677, dejando el recuerdo de haber sido en sus cargos tan activo como honrado y bondadoso”.




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