viernes, 26 de agosto de 2022

(1812) Tras obtener éxitos militares el Gobernador Juan de Henríquez, se dedicó a pacificar las grandes rivalidades que había entre los españoles. En su afán de lograrlo, llegó al extremo de ser amable con los amigos del pernicioso Meneses.

 

     (1412) El gobernador Juan Henríquez llegó a Concepción el 30 de octubre de 1670. En esos momentos, los mapuches hacían, como de ordinario, frecuentes robos de caballos en las tierras que ocupaban los españoles y que defendían los fuertes: “Henríquez consiguió batirlos y apresar a varios indios y cuatro desertores españoles que los capitaneaban, a todos los cuales castigó con la pena de muerte, mandando descuartizar sus cadáveres para colocar sus miembros en los caminos. Pasó revista a las tropas que servían en la zona fronteriza con los indios rebeldes, y comprobó que había cerca de dos mil quinientos hombres, que bastaban para la defensa de las posiciones ocupadas, pero eran insuficientes para los proyectos de conquista definitiva del territorio enemigo, ya que muchos de ellos eran de poca calidad. Henríquez, sin embargo, decidió formar con la parte más escogida de esas tropas un escuadrón. Por fin, el 22 de diciembre de 1670 partía de Concepción, y pasando el río Biobío, penetró en la región de la costa hasta más allá de los últimos fuertes que los españoles tenían en esos lugares. Los indios de esa comarca, incapaces de oponer resistencia a unos soldados como aquellos, bien ordenados, y deseando, además, salvar sus cosechas de una destrucción inevitable, mostraron su acostumbrada apariencia de querer la paz. A pesar de la poca confianza que le inspiraban las manifestaciones pacíficas de los indios, el arrogante gobernador estaba persuadido de que estas primeras operaciones tenían una gran importancia para la pacificación definitiva del reino de Chile”.

     Ese período de cierta calma mapuche, le permitió al Gobernador atender otros asuntos también molestos: “Sin dejar de lado las necesidades de la guerra araucana, Henríquez  tuvo tiempo para ocuparse de los tenas administrativos, que estaban envueltos en dificultades de todo género, no solo por las complicaciones de los asuntos públicos sino también por las perturbaciones sociales, ya que las rivalidades nunca habían sido más apasionadas que después de la borrascosa administración de don Francisco de Meneses. Si su conducta gubernativa lo había hecho generalmente odioso en Chile, es cierto también que dejó partidarios suyos, muchos de los cuales tenían una posición distinguida. Se trataba de algunos militares que le debían su ascenso, y de los parientes de su mujer, que formaban una familia extensa e influyente debido a  su rango aristocrático y a la posesión de grandes propiedades territoriales. El juicio de residencia de Meneses y la severidad que en él había utilizado el instructor don Lope Antonio de Munive para descubrir los caudales que se consideraban sustraídos por él y sus partidarios, enardecieron las pasiones hasta el punto de que los odios llegaron a ser extremadamente violentos. Henríquez tuvo en Madrid la primera noticia de estos hechos, y, sabiendo también la importancia social de los defensores de Meneses. llegó a creer que, sin su apoyo, le sería imposible gobernar. De manera que,  desde los primeros días de su gobierno, dejó ver en Chile sus simpatías hacia este grupo. Los del bando contrario, tenían por jefes a algunos de los oidores de la Real Audiencia que fueron perseguidos por Meneses, y que ahora se creían vencedores por cuanto se atribuían el honor de haber preparado la caída de este gobernador. Intervenían sobre todo en la elección de alcaldes y en los capítulos o elecciones de provinciales de las órdenes religiosas, que en esa época habían llegado a ser muy conflictivos”.

 

    (Imagen) El gran problema siempre habían sido los mapuches, pero, al atenuarse su agresividad, se enconaba otro asunto: la rivalidad entre las autoridades civiles y religiosas, que dividía en bandos a la sociedad según los intereses de cada cual. Sigamos a Digo Barros: “El más arrogante de los oidores de la Real Audiencia era don Juan de la Peña Salazar, y también el más odiado por los que fueron partidarios del difunto gobernador Meneses. En febrero de 1671, estando en juego la candidatura para ser provincial de los agustinos, defendía a un candidato diferente al que apoyaba, desde Concepción, el nuevo gobernador. Fue la primera señal de ruptura, y Henríquez le escribió ásperamente a Juan de la Peña, dejando ver su intención de reprimir la arrogancia de los oidores. El Gobernador, con el fin de librarse  de este adversario, le ordenó que saliese de Santiago para efectuar una visita judicial, pero  Juan de la Peña se negó porque esa orden se la tenía que dar el Rey. Este y otros incidentes agravaban el conflicto entre los dos bandos enfrentados. En julio de 1671, habiéndose presentado de visita el oidor Peña en la casa del Gobernador Henríquez, fue despedido por este de manera violenta. El grave altercado dio lugar a que los dos bandos le pidieran al Rey que pusiera remedio a tantos males”. En la carta que le mandó el gobernador Henríquez, se ve clara su inclinación a defender a la familia y a los amigos del difunto Meneses. Le decía lo siguiente: “Estos dos oidores, don Gaspar de Cuba y don Juan de la Peña, quedaron quejosos de mi antecesor, don Francisco de Meneses, y han avivado el odio contra los parientes y amigos de su mujer, pues, por pertenecer a la familia más notable de Chile, es la que más enemigos tiene. Para que se imponga la razón, es necesario que estos dos oidores salgan de Chile destinados a otras audiencias”. No obstante, el gobernador Henríquez procuraba ganarse a todos los bandos. Barros dice: “Evitó llegar a la extrema violencia que había utilizado Francisco de Meneses. Se conformó con tener a distancia a sus adversarios, atrayendo a su lado a las personas que podían dar prestigio a su autoridad. Supo ganarse el apoyo de los jesuitas, cuyo prestigio iba en aumento, y consiguió que ellos le informaran al Rey en su favor. El cabildo de Santiago también le apoyó manifestándole al Rey que el mal carácter del oidor Juan de la Peña podía estropear los buenos principios de la gobernación de Juan Henríquez”. Estaban muy  fundadas las quejas contra el pésimo comportamiento del oidor Peña, que incluso maltrataba a su mujer. Prueba de ello es que el Rey le obligó en 1680 a irse a ejercer su oficio en la Real Audiencia de Las Charchas (actualmente territorio boliviano). Cinco años después, escribió la carta de la imagen.




No hay comentarios:

Publicar un comentario