(1402) Vamos a ver de forma algo más
concreta las peripecias del nuevo gobernador Francisco de Meneses Brito: “El 1º
de diciembre de 1663 entraba Meneses a San Luis de la Punta, la ciudad más
oriental del reino de Chile. Era entonces aquella una aldea miserable, aislada
en medio de la Pampa, y cuyos escasos pobladores, gente pobre y desvalida,
vivían ajenos al movimiento administrativo y social de estas colonias. En su
deseo de entrar de inmediato en el ejercicio del mando, Meneses se hizo reconocer
allí como Gobernador del reino de Chile. Continuando enseguida su viaje, llegó
a Mendoza el 13 de diciembre, y en esta ciudad dio poder en regla al oidor don
Alonso de Solórzano y Velasco para que, en su nombre, lo aceptasen como Presidente
de la Real Audiencia de Santiago. Estos primeros actos del nuevo Gobernador
dejaban ver el atolondramiento de su carácter, pero, en breve, otros hechos más
llamativos todavía revelaron lo que podía esperarse de su gobierno. Meneses
había comunicado desde Buenos Aires al cabildo de Santiago su próxima llegada a
Chile. Esta corporación, al recibir la noticia el 19 de noviembre, había
acordado hacer al Gobernador un ostentoso recibimiento y enviar una embajada a
darle la bienvenida en Mendoza. También Don Ángel de Peredo se había apresurado
a escribirle una respetuosa carta en la que le daba cuenta de los progresos
alcanzados en la pacificación de los mapuches”.
El contraste entre el carácter afable
y
sensato del exgobernador Peredo con las irascibles reacciones del imprevisible
Francisco de Meneses era muy llamativo:
“Cuando recibió la carta, el nuevo gobernador supo también que en Chile se
habían preparado informaciones para mostrar al Rey los buenos servicios del
gobernador interino. Esto bastó para que en la misma ciudad de Mendoza dictase,
con fecha de 27 de diciembre, una provisión por la cual dejaba a Peredo privado
de mando en el ejército, y, con el pretexto de que no convenía que hubiera en
él varios jefes, disponía que el maestre de campo don Ignacio Carrera tomase el
mando militar de Chile, lo cual fue respetuosamente acatado por el cabildo de
Santiago. Este procedimiento estaba, además, calculado por la soberbia de
Meneses para eximirse de prestar personalmente juramento ante el Cabildo de la
capital. De esta manera, al hacer su entrada solemne en la ciudad el 23 de
enero de 1664, estaba ya, por medio de sus apoderados, en posesión efectiva del
gobierno. A pesar de esto, ese mismo día tuvo un ruidoso altercado con el
Obispo (del que hablaremos más adelante), y, queriendo hacer sentir su poder,
mantuvo cerca de su persona, como una guardia dispuesta a cumplir todas sus
órdenes, los trescientos hombres con que había llegado a Chile”. Todo parece
indicar que su carácter tenía una doble vertiente, ambas poco recomendables.
Era un tipo arrogante y muy vanidoso, que disfrutaba exhibiendo sus habilidades
más superficiales, como la destreza de jinete. Tenía facilidad de palabra y le
gustaba alternar con la gente, a veces con exceso de familiaridad, siempre y
cuando le rieran las gracias, y no tenía pelos en la lengua para contar chismes
de la vida personal de cualquiera, incluso de la del Rey. Pero alternaba esas
gracias con una dureza personal que le
convertía en implacable con quien pudiera hacerle sombra. Veamos en la imagen algunas
curiosas incidencias que ocurrieron durante el viaje que hizo hacia Chile Francisco
de Meneses desde su salida de España con trescientos soldados.
(Imagen) Se diría que el nuevo gobernador
de Chile, FRANCISCO DE MENESES, padecía un desequilibrio mental. Su partida
hacia Chile iba a ser desde el puerto de Cádiz, haciendo el viaje vía Buenos
Aires, para continuar después por tierra hasta Chile. Llevaba 300 soldados, y viajaba
en la misma flota José Martínez de Salazar, nuevo gobernador del territorio de
Buenos Aires, al que le acompañaban los oidores que iban a fundar la Audiencia
en aquella ciudad. Pero a Meneses le salió lo ‘Barrabás’, cosa frecuente en él:
“Conocida su arrogancia, no era de esperar que durante la navegación reinara
muy buena armonía entre él y aquellos funcionarios, pero nadie podía pensar que
las rencillas que provocó tomaran un carácter tan alarmante. Apenas llegado a
Cádiz, había comenzado a acelerar la partida de las naves, atropellándolo todo,
y acusando al gobernador de Buenos Aires y al armador de los barcos de tratar
de demorar su partida y de hacer de esta expedición un entramado de negocios
fraudulentos. Tras partir de Cádiz el 12 de abril, se repitieron durante la
navegación los altercados, ya fuera por el rumbo que se tomaba, por creer
Meneses que no se le hacían los honores correspondientes a su rango o por las
sospechas que abrigaba de que el armador pretendía hacer contrabando en la
costa de Brasil.
Llegado a Buenos Aires el 27 de julio de 1663, Meneses se obstinó en no bajar a
tierra, resuelto, al parecer, a hacerse de nuevo a la mar con los buques que
conducían a su gente, y con intención de seguir su viaje a Chile por el Estrecho
de Magallanes. Fue inútil que el obispo de Buenos Aires, don fray Cristóbal
Mancha y Velasco, y el gobernador de Tucumán, don Pedro de Montoya, trataran de
que renunciara a su intento. El gobernador de Chile se quejaba de todo el mundo
y hacía reclamaciones de toda clase. Aquel altercado, que tomaba proporciones muy
alarmantes, mantenía a las autoridades de Buenos Aires en la mayor inquietud.
Cuando Meneses pretendió salir del puerto, la artillería hizo fuego sobre su
nave y la obligó a detenerse. Este buque, además, varó en un banco, y no siendo
posible sacarlo de allí, el turbulento general decidió desembarcar. En tierra
se repitieron las dificultades, hasta el punto de que el gobernador de Buenos
Aires, con acuerdo de la Real Audiencia, se vio en la necesidad de arrestar a
Meneses y mantenerlo bajo vigilancia hasta que, a fines de octubre, estuvieron
hechos todos los aprestos para que partiese por tierra hacia Chile. En medio de
estos altercados y durante su viaje, desertaron algunos de los soldados que
traía de España”. Estando todavía en Buenos Aires, Francisco de Meneses le
envió al Rey en noviembre de 1663 una extensa y tendenciosa carta, cuyo final
vemos, con su firma, en la imagen, y escrita por él con buena letra.
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