sábado, 30 de noviembre de 2019

(Día 968) Diego de Rojas fue alcanzado por una flecha envenenada que le produjo la muerte. Manifestó su expresa voluntad de que asumiera el mando Francisco de Mendoza.


     (558) Nos dice Cieza que los indios, aunque muy castigados, volvieron a atacar a las tropas de Diego de Rojas y Felipe Gutiérrez: “Aunque murieron más de doscientos e fueron heridos otros tantos, avisaron a sus comarcanos de cuán pocos eran los españoles, y les pidieron que se juntasen, porque sería cosa fácil matarles a ellos e a sus caballos, e que untasen las puntas de las flechas con la hierba tan venenosa que tienen. Y, como todos deseaban ver fuera de sus provincias a los españoles, se juntaron los más que pudieron e fueron adonde los españoles estaban aposentados”.
     Se trabó la batalla, y Cieza nos da otra lección de providencialismo, y hasta de geógrafo: “Como Dios Nuestro Señor quiere que estas tierras tan ignotas y apartadas se descubran y sea conocida por todos sus naturales la Cruz, estandarte glorioso suyo, guarda casi milagrosamente a los cristianos, e les ha dado esfuerzo para que hayan llegado hasta lo final de la tierra, pues falta poco para ver el sol donde, hecho su curso, da vuelta a la tierra. E así, aunque estos indios venían armados con sus flechas, y en ellas puesta la hierba que decimos, Dios guardó a sus cristianos, pues, de no tener gran ayuda, no era menester más que una rociada para que todos muriesen”.
     Aunque cesó la batalla, los indios recuperaron su empeño. Y, esta vez, la divina protección no les alcanzó a todos los españoles: “No haciendo sentimiento alguno por los que habían muerto, los nativos pelearon otros dos días bravamente. Yendo alanceando Diego de Rojas, haciendo lo que debía un tan famoso capitán como él era, fue herido de un flechazo en la pierna. Cuando se retiraron, Diego de Rojas no sintió la herida por ser tan pequeña. Y, como la hierba era de tanta ponzoña, comenzó a obrar, e Diego de Rojas sintiose malo. Yendo entre ellos una mujer que servía a Felipe Gutiérrez, fue allá para curarle. Dándole a comer ciertas cosas, le agravó el mal, e unos criados suyos le hicieron saber a Diego de Rojas que le había dado hierbas por mandato de Felipe Gutiérrez, y, creyendo ser verdad, bebió gran cantidad de aceite”.
     Todo se complicó: “El capitán Felipe Gutiérrez, siendo avisado de la sospecha que de él había, mostró su inocencia diciéndoles a Diego de Rojas y a todos que no creyesen que él tuvo pensamiento tan malo, y que a ninguno le pesaba tanto la muerte de su compañero como a él. Al llegar la ponzoña cerca del corazón, Diego de Rojas, viéndose tan vecino de la muerte, rogó a Felipe Gutiérrez que, pues veía claramente su muerte, ocupase su puesto Francisco de Mendoza, a quien él amaba en tanto grado que le tenía por hijo. Felipe Gutiérrez  le respondió que, a pesar de que aquello no se podía hacer porque el poder que tenían de Vaca de Castro decía que, después de su muerte, quedase el cargo en los dos, por complacerle, lo haría con gusto”.
     Aunque Cieza va a exculpar a Gutiérrez, se podría pensar que Diego de Rojas quiso dejarle el mando a Mendoza por tener alguna sospecha: “Pasado esto, con grandes bascas que hizo el capitán Diego de Rojas, murió. Era natural de la ciudad de Burgos. Fue hombre esforzado, liberal, amigo de siempre hacer bien, en la guerra jamás quería ser reservado, y en todos tiempos velaba como cualquier soldado. Créese que, si hubiera vivido, se habrían descubierto enteramente aquellas tierras. Su muerte fue la ponzoña de la hierba, para la cual se halló remedio después en otra hierba”.


     (Imagen) Entre los hombres que, con Peransúrez, se pusieron al servicio de Vaca de Castro, estaba HERNANDO DE ALDANA. Era hermano del gran Lorenzo de Aldana, aunque a veces se le considera primo porque él nació en Valencia de Alcántara (Cáceres) y Lorenzo en la ciudad de Cáceres. Pertenecían a una familia de relieve, lo que le sirvió para llegar a Perú  en 1529 recomendado a Pizarro por la Reina. Se suele decir que Hernado vino al mundo en 1481. Pero, aunque ciertamente era mayor que Lorenzo, parece absurdo el dato, ya que iban seguidos y Lorenzo nació en 1508. Recordemos, además, que ya le dediqué una imagen a Hernando contando que el año 1532 hizo una proeza excepcional, propia de un hombre joven, al presentarse solo y voluntariamente ante Atahualpa para convencerlo (había aprendido quechua) de que se diera prisa en visitar a Pizarro. El gran Inca se encaprichó de su espada, y Hernando no permitió que se la quitara. De no haber frenado Atahualpa a sus propios hombres, le habrían masacrado a Hernando, quien salió de allí a galope tendido. Tres años después, Hernando volvió a España. Consciente de que su intervención fue decisiva porque  luego Atahualpa se presentó ante Pizarro, y fue apresado tras la  airada reacción que tuvo frente a Fray Vicente de Valverde, consiguió, como se ve en la imagen, que la Reina diera la orden de que se tomase declaración al clérigo sobre “el hecho de que Hernando de Aldana fuera él solo la principal causa de que se prendiese a Atahualpa”. En las guerras civiles, siempre se mantuvo fiel a la Corona. Tuvo la mala fortuna de que, estando de paso en el Cuzco, llegó el salvaje capitán de Gonzalo Pizarro Francisco de Carvajal, quien odiaba especialmente a los Aldana, y lo apresó de inmediato. Como era su costumbre, sin procedimiento legal alguno, lo ahorcó. El sin duda valiente HERNANDO DE ALDANA le suplicó que razonara, pero de nada le sirvió.



viernes, 29 de noviembre de 2019

(Día 967) Volviendo atrás, Cieza cuenta cómo maltrataron en Lima a Juan Vélez de Guevara cuando, en representación de Vaca de Castro, fue a tomar el mando de la ciudad.


     (557) Nos traslada de súbito Cieza a Lima para contarnos qué pasó cuando Juan Vélez de Guevara llegó a aquella ciudad. Lo había enviado Vaca de Castro porque sabía que Gonzalo Pizarro hablaba allí con mucha soberbia, diciendo que el verdadero gobernador tenía que ser él, como heredero de su hermano Francisco Pizarro. La peliaguda misión de Guevara consistía en asumir todos los poderes políticos de Lima en representación de Vaca de Castro, pues a este, como ya vimos, se los habían reconocido antes entusiasmados, y le habían recibido en la ciudad con grandes agasajos y evidente peloteo. Pero se diría que la llegada de Gonzalo Pizarro había producido un cambio de postura en los limeños de relieve, y, al parecer, buscando con gran descaro el beneficio propio: “Cuando llegó Juan Vélez de Guevara a la ciudad de los Reyes, Gonzalo Pizarro ya había partido. Presentó en el Cabildo el poder que traía del gobernador Vaca de Castro, en el que lo nombraba Teniente y Capitán suyos de aquella ciudad. Al saberlo, el tesorero Alonso Riquelme, el contador Juan de Cáceres, el factor Illán Suárez y los regidores, teniendo en mucho su autoridad en la ciudad, se quejaban públicamente de Vaca de Castro, y protestaban de que, habiendo entre ellos personas de tanta calidad y que miraban con tanto fervor el servicio del Rey, les enviasen por superior a un extranjero, y acordaron entre sí no recibirle. Y sobre esto hubo palabras en el Cabildo, y vino la cosa a tales términos, que el bachiller Vélez de Guevara fue expelido del cargo e lanzado del Cabildo. Y, por no querer hacerlo, pusieron las manos en él y le quebraron la vara de mando que llevaba. Afrentado de esta manera, salió de allí. Como sabían que Vaca de Castro era vengativo e muy iracundo, temían que les viniese algún daño por lo que habían hecho. El contador Juan de Cáceres, no osando aguardar a Vaca de Castro, se fue en una nave a Panamá, y los demás regidores y oficiales estaban con gran temor de  que les sucediese algún mal”.     
    Llama la atención el comportamiento prepotente de los experimentados funcionarios. Del astuto Riquelme y de Suárez ya hemos hablado. Les quedaban pocos años de vida. El que acertó escapando fue Juan de Cáceres, y se vengó de Vaca de Castro, ya que le hizo mucho daño con la documentacion que aportó sobre su gran corrupción económica. Ese desprestigio apagó injustamente el brillo del gran éxito que logró derrotando a Diego de Almagro el Mozo y en sus acertadas decisiones políticas. Cieza no menciona a Francisco de Barrionuevo, de quien ya hemos hablado, pero seguro que seguía al mando de la ciudad en representación de Vaca de Castro, y se supone que adoptaría una postura prudente, porque la situación no era como para reaccionar a las bravas.
     Luego el cronista deja ahí la anécdota para seguir hablándonos de la reacción de los indios contra Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez y sus tropas, que va a dar origen a un triste suceso.

     (Imagen) En la imagen anterior cuenta Pablo de Montemayor que él y el capitán PABLO DE MENESES Y HERRERA se adelantaron a atacar al estático ejército de Gonzalo Pizarro en Jaquijaguana, provocando que muchos pizarristas, que ya llevaban tiempo desmoralizados, se pasaran al bando de Pedro de la Gasca, de manera que Gonzalo Pizarro fue derrotado (y luego ejecutado) prácticamente sin que hubiera batalla. Habrá que dedicarle una reseña al también heroico Meseses. Nació en Talavera de la Reina en 1503. Era de familia noble, puesto que el gran Virrey de Perú Francisco de Toledo, hijo de los condes de Oropesa, dijo que “se había criado en casa de mis padres, como pariente suyo que era”. En Perú dio inicialmente algunos bandazos durante las guerras civiles. Estuvo al servicio del virrey Blasco Núñez Vela, pero pronto se pasó al bando del rebelde  Gonzalo Pizarro. Cuando, muerto el virrey, envió Carlos V a Pedro de la Gasca (el nunca suficientemente alabado) , Pablo de Meneses le hizo la guerra, pero solo hasta que su jefe, Pedro de Hinojosa, fue convencido por La Gasca de la locura de aquella rebeldía. Él y muchos de sus hombres, incluido Meneses, acataron su autoridad. Vencido pronto Pizarro, luego Meneses luchó contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón. En 1557, y en la catastrófica ortografía de aquellos tiempos, un informe del Consejo de Indias decía que, “bista la relación, Vuesta Majestad Probeerá, pero, abiendo bien servido, parece cosa razonable hazerle merced a Pablo de Meneses del ábito de Santiago que pide”. No lo disfrutó porque murió poco después en Lima. Ni tampoco pudo matrimoniar con María Robles cuando cumpliera los 12 años, compromiso que había adquirido para evitar un duelo con el padre de la niña por disputas económicas. María se casó después con un sobrino y heredero del gran militar PABLO DE MENESES Y HERRERA.



jueves, 28 de noviembre de 2019

(Día 966) Todos juntos ya, los españoles, bajo el mando de Diego de Rojas, fueron hacia el río de la Plata, pero sufriendo un calvario por la sed y los ataques de los indios.


     (556) Juntos ya todos los grupos de la expedición, decidieron seguir adelante para encontrar el Río de la Plata, pues había noticias de que en aquellos lugares “había poblaciones muy ricas, donde en breve tendrían todos mucha prosperidad en tierra tan deseada de ver por los que salen de España para descubrirla (parece que Cieza alude al mito de la Ciudad de los Césares)”. Los indios les habían hablado de que, no muy lejos, estaba la poblada zona de Mocacaja, advirtiéndoles de que en el camino no había agua. “Los capitanes mandaron hacer con cueros de ovejas (llamas) zurrones para el agua, y también con calabazas. Aún no había dado el alba muestras de que el día iba a venir, cuando los españoles se pusieron a caminar. Y fue tan increíble el calor que hacía, que el agua que llevaban fue bebida en breve”.
     Como solía ocurrir en las expediciones más duras, los que peor parados salían eran los indios porteadores: “Muchos de la gente de servicio que iba con los españoles quedaban muertos por el calor y la falta de agua, e los caballos iban bien fatigados”. Desesperados, se adelantaron algunos como pudieron con los agotados caballos para volver con agua: “Y, ciertamente, aprovechó el agua que trajeron para que muchos no muriesen. Al amanecer, gracias a Dios Nuestro Señor, que en semejantes momentos muestra maravillas, comenzaron las nubes a dar señal con los truenos de que la lluvia quería venir, e aquella gente, alegres con oírlo, abriendo las bocas, echaban las espaldas en el suelo, y no tardó en venir mucha agua, haciendo los españoles e indios grandes hoyos, y en breve tiempo se llenaron con las estopadas de agua que caían (parecido a decir que la nieve ‘trapea’), con lo que pudieron beber a voluntad”.
     Los españoles llegaron a un poblado, pero lo encontraron sin indios, porque, sabiendo sus andanzas, se habían ausentado, pero estaban al acecho algunos espías. Hirieron con sus flechas a dos caballos, y se volvieron para dar parte a su gente de que los españoles eran muy pocos. Su superioridad numérica les quitó el miedo: “Vinieron en escuadrón hasta seiscientos indios, trabose la batalla, e, aunque algunos españoles fueron heridos, más de doscientos de los naturales fueron muertos, y muchos más fueron heridos. Con gran miedo e no poco alarido, volvieron las espaldas espantados por la fortaleza de los españoles, y no podían creer sino que había en ellos alguna deidad”.
     Cieza interrumpe brevemente lo que está contando, y más tarde nos dirá que los indios se armaron de valor, juntaron más gente, y decidieron volver a atacar a los españoles, lo que va a resultar fatal para Diego de Rojas, y, como consecuencia de ello, también para la expedición.
     El cronista no quiere dejar atrás otro incidente. Vimos anteriormente que el bachiller Juan Vélez de Guevara fue enviado a Lima por Vaca de Castro para que asumiera en su nombre todos los poderes de la ciudad. Pero, sorprendentemente, va a encontrar serias dificultades por parte de quienes ya estaban al mando.

 (Imagen) Veamos el resto de la larga trayectoria de PABLO DE MONTEMAYOR, durante el cual fue de una fidelidad absoluta a la Corona. Estaba bajo el mando de Perálvarez Holguín cuando Diego de Almagro el Mozo asesinó a Pizarro. Eran pocos sus compañeros y de contraria opinión, pero él fue uno de los que le pidieron a Perálvarez que tormara partido por el bando del Rey. Y lo hizo. Ocuparon la ciudad del Cuzco y reclutaron mucha gente, siendo perseguidos por el Mozo hasta llegar donde Vaca de Castro. Batalló en Chupas y vencieron al Mozo. Huyeron muchos, pero prendieron (a las órdenes de Diego de Rojas) a bastantes en Huamanga, y ajusticiaron a más de cuarenta, y luego, yendo con Garcilaso de la Vega, apresaron al Mozo y a otros, y también fueron ajusticiados. Después anduvo descubriendo por Tucumán, “que agora está poblado de españoles (dice)”, y por el río de la Plata, donde los sufrimientos fueron muy grandes, y abundantes las luchas con los indios, durante casi cuatro años. Menciona que había chismorreos de que Diego quería matar a Gutiérrez y viceversa, siendo Montemayor quien, recorriendo una larga distancia, con mucho riesgo y pocos hombres, llevó cartas de Gutiérrez para Diego negando los rumores. Tras volver, aclarándose asimismo que Diego no quería matar a Gutiérrez, se solucionó el problema. Terminada la campaña, luchó al servicio del virrey contra Gonzalo Pizarro y sus rebeldes. Apresado por Francisco de Carvajal, salvó la vida porque logró huir. Tras la muerte del virrey, y bajo las órdenes de Pedro de la Gasca, estuvo en la batalla de Jaquijaguana, donde fueron derrotados y ejecutados Gonzalo Pizarro y Carvajal. Da el dato curioso (se ve en la imagen) de que, como la tropa de Gonzalo Pizarro permanecía quieta,  se adelantó bravamente con el capitán Pablo de Meneses hacia el enemigo, y se metieron tanto, que muchos pizarristas se rindieron, siendo Gonzalo vencido sin batallar. Tampoco se perdió PABLO DE MONTEMAYOR (¡que gran soldado!) la lucha contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, quien, en 1554, fue asimismo derrotado y ejecutado.



miércoles, 27 de noviembre de 2019

(Día 965) Diego de Rojas se alegró al recibir de Felipe Gutiérrez una carta de amistad. Los de Rojas sufrieron mucho porque los indios habían escondido los alimentos. Solucionado el problema, se juntaron todos los españoles.


     (555) Pedro López de Ayala habló con Felipe Gutiérrez para que supiera que también a Diego de Rojas le habían llegado con cuentos de que él quería matarlo: “Al saberlo Felipe Gutiérrez, acordó enviar junto a Pedro López de Ayala a Alonso de Zallas y Pablo de Montemayor con cartas para Diego de Rojas, haciéndole saber que le tenía por señor e amigo verdadero, y que deseaba verse con él para tenerse por su inferior, e que no creyese a aquellos que con su traición querían meter enojo entre ellos. En ese tiempo, como Diego de Rojas vio en Tucumán que tenía mucha gente, andaba descubriendo con algunos de a caballo alrededor de aquella provincia. Los que había mandado Felipe Gutiérrez pasaron mucho riesgo, y los indios les daban mucha grita, pero llegaron a Tucumán, y desde allí fueron adonde estaba Diego de Rojas. Fue muy grande la alegría que recibió cuando vio las cartas e supo que Felipe Gutiérrez venía a buenas con él, pero pensó que le convenía vivir  cauteloso con los que le acompañaban”.
     Los indios se daban cuenta de que aumentaba la presencia de españoles, y consideraban que pretendían apoderarse de todo. Eran lo primeros que habían visto. Admiraban su valentía, su poder mortífero y el prodigio de los caballos, pero tenían claro que iban a ser un grave peligro para su independencia. Con la idea de obligarles a marchar, pusieron en práctica la hábil maniobra de llevarse todos los abundantes alimentos que tenían en sus poblados, y les crearon un serio problema: “Los cristianos, viendo la falta de bastimento, lo buscaban por todas partes, y, viendo Diego de Rojas que no lo había, tomó algunos hombres y decidió salir a buscar qué pudiesen comer, mandando primero a  Pablo de Montemayor que fuese a decirle a Felipe Gutiérrez que se detuviera hasta que encontraran dónde habían escondido los indios los alimentos”.
     Aquella situación se pudo haber agravado porque estaban ya bastante descontentos algunos hombres de Felipe Gutiérrez. Paradójicamente, una arriesgada decisión suya, les dio un respiro: "Los que venían con Felipe Gutiérrez hablaban abiertamente contra los capitanes, pesándoles que Diego de Rojas hubiese entrado por aquella parte, sabiendo que la intención de todos era ir hacia Chile, e murmuraban de tal manera que Felipe Gutiérrez temió que hubiese algún motín”. Al llegar Montemayor con el aviso de Rojas, Gutiérrez, arriesgadamente, no siguió su consejo: “Vista la carta, le pesó la falta de bastimentos que había, pero, mirando cuerdamente que era preferible sufrir el hambre a que los soldados con su descontento se amotinasen o le matasen, determinó no publicar por entero lo que decía el escrito, sino, con toda prisa, llevar a la gente adonde estaba Diego de Rojas, y luego partieron de allí".
     Cuando Rojas tuvo la suerte de encontrar provisiones en otro lugar llamado Concho, lamentó haberle mandado aviso a Felipe Gutiérrez de que detuviera su marcha, pero, para sorpresa suya, vio que él y Nicolás de Heredia les alcanzaron. Podía haber sido un desastre para todos, pero la imprudencia de Gutiérrez resultó una bendición: “Todos se saludaron con mucha alegría, dando gracias a Nuestro Señor por haberlos traído para que se juntasen sin faltar ninguno”.

     (Imagen) Qué vidas. Y la mayoría casi anónimas. Tomemos un ejemplo, tan extraordinario que habrá que dedicarle dos imágenes. Se trata de PABLO DE MONTEMAYOR (al que Cieza menciona de pasada), y el relato que hizo de sus méritos en 1556 “para que el Rey le haga mercedes” (fue un milagro que siguiera vivo) nos sirve para confirmar y encajar debidamente varios episodios (posteriores a la muerte de Atahualpa) de su increíble aventura en Perú. En la imagen vemos el comienzo de su narración. Según los testigos, habría nacido hacia el año 1513. Su bautismo de fuego resultó terrorífico. Llegó a la zona de Veragua hacia 1535 con el gobernador Felipe Gutiérrez. Por aquel lugar, todo fueron calamidades en sus luchas con indios caníbales. De los 500 integrantes de la expedición, solo volvieron unos sesenta, alcanzando en una nave el puerto de Nombre de Dios (Panamá). Lo que no dice Montemayor es que Gutiérrez dejó en aquel infierno a los españoles supervivientes que no cabían en la pequeña embarcación. Allí se enteraron de que Pizarro pedía ayuda desesperadamente para acabar con la rebelión de Manco Inca y sus indios, por lo que fueron a Perú, y Montemayor, por orden de Pizarro, consiguió con  grandes apuros alimentos en Atavillo para la cercada Lima. Pero no menciona que participara en la guerra de las Salinas, lo que quizá se deba a haberlo hecho en el bando censurado por el Rey, el de Diego de Almagro. Derrotado y muerto Almagro en las Salinas, estuvo Montemayor luchando bajo el mando de Hernando Pizarro para someter a los indios de la zona de Charcas. Da la sensación de que en casi todas sus peripecias tuvo a su lado a Felipe Gutiérrez, a quien perdió para siempre en 1544, cuando lo mató Gonzalo Pizarro. En la próxima imagen, seguiremos con su ajetreada vida. Suele precisar las distancias que recorría, y el número total de  kilómetros resulta mareante.



martes, 26 de noviembre de 2019

(Día 964) Diego de Rojas siguió su avance, y mandó a Pedro López de Ayala que fuera a ver si era cierto que Felipe Gutiérrez quería matarlo. Pero antes le llegaron a Gutiérrez cuentos de que Rojas le quería matar a él. Reaccionó sin creerlo y con la misma sensatez que Rojas.


     (554) Diego de Rojas se fue con cuarenta hombres a la zona que le habían aconsejado los nativos, escribiéndole primeramente a Felipe Guitérrez para que se diese prisa en alcanzarlos. El resto los dejó en el campamento bajo el mando de Diego Pérez Becerra, pero le encargó a Pedro López de Ayala que se acercara con tres jinetes adonde Felipe Gutiérrez para averiguar si tenían fundamento los rumores de que pensaba matarlo.
     Partió Rojas con su tropa y llegaron a la zona de Tucumán, la recomendada por los indios. Allí encontraron bastante resistencia por parte de un cacique. Rojas, con un intérprete, le hizo conocer el protocolario y habitual ‘Requerimiento’ antes de ocupar terrenos por la fuerza. Como reaccionaron con amenazas, Diego de Rojas se adelantó, y trató de asustarlos: “Apretando con las piernas al caballo, empezó a escaramucear por todas partes. Los indios se asombraban en gran manera de ver la velocidad del caballo e la furia con que andaba. Al estar solo Rojas, los españoles, empuñando las armas, arremetieron contra ellos, e comenzaron a alancear en aquellos desnudos cuerpos, y ellos huían con gran miedo. Diego de Rojas mandó a los españoles que cesasen de matar, porque al cacique le había pesado la desvergüenza de sus indios”.
     El temor a los españoles se extendió por todo el territorio indígena. Rojas, viendo que sus hombres eran pocos, decidió volver a Tucumán para unirse con el resto de su tropa y esperar a la de Felipe Gutiérrez. Explica Cieza que los incas no habían tenido interés en dominar las tierras de Tucumán, por parecerles pobres en metales preciosos, de manera que conservaban una relación pacífica y comercial con sus indios, a los que solo obligaban a vigilar las fronteras incas para que nadie entrara sin permiso en su territorio. Era un cambio de escenario para los españoles. Habían conquistado el imperio inca, y esta aventura hacia el sur iba a suponer un enfrentamiento con pueblos distintos.
     Diego de Rojas decidió permanecer en Tucumán (con mucho riesgo) para que los indios no pensasen que los españoles tenían miedo. Además era una zona bien provista de alimentos. Encargó al capitán Francisco de Mendoza (van apareciendo más protagonistas) que fuera a Chicana para traer a la tropa que había dejado en aquel lugar. Cuando llegó allí se encontró con Pedro López de Ayala, pero siguió adelante y alcanzó a Francisco Gutiérrez, a quien le puso al corriente de todo lo que habían hecho los que iban con Diego de Rojas. Sucedió entonces que se repitió con Gutiérrez exactamente lo mismo, pero a la inversa, que le pasó a Diego de Rojas. Esta vez los cizañeros se ocuparon de asegurarle a  Gutiérrez que Rojas estaba dispuesto a matarle. La reacción fue también idéntica: Gutiérrez  no le dio valor a la artera información. Incluso aplastó el rumor con una advertencia a sus hombres: “Les pidió que le tuviesen a él como su capitán hasta que llegasen donde estaba Diego de Rojas, su compañero, el cual era un hombre que entendía muy bien la guerra de indios, por haber envejecido en ella y seguídola en Nicaragua y en otras partes, e que, juntándose con él (Rojas), ellos y él (Gutiérrez) se habían de poner debajo de su mano e tenerlo por superior, e que no quisiese Dios que él diese crédito a los dichos que con liviandad le habían contado de Diego de Rojas, las cuales pláticas entendía que eran bullicios de soldados”. Esas palabras tenían especial valor viniendo de un hombre que, al margen de sus defectos y virtudes, había sido Gobernador de Veragua.

     (Imagen) Ya sabíamos que el misterioso Francisco César descubrió tumbas con mucho oro en una zona próxima a Cartagena de Indias, y que murió en aquel lugar durante una segunda expedición. Pero lo que pocos saben es que era el mismo que hacia 1528 iba con el marino Caboto en una expedición destinada a las islas Molucas, pero que se desvió para explorar las riberas del Río de la Plata. Al volver, se habló mucho de que vieron allá riquezas asombrosas, creando el mito de la llamada Ciudad de los Césares (quizá porque lo contaba Francisco César). Es Cieza quien confirma la identidad, porque nos ha dicho recientemente que lo conoció en Cartagena de Indias y le juró que había visto esas maravillas junto al gran río platense. La fuerza de ese mito es la que arrastró a DIEGO DE ROJAS y a sus hombres hacia el territorio de Tucumán. Se convirtieron en los primeros españoles que avanzaron desde Perú en dirección sur hasta entrar profundamente en aquellos parajes. Eran recorridos de enormes distancias, y llenos de penalidades. El mito quedó en nada en cuanto a las fabulosas riquezas, pero los descubrimientos geográficos resultaron impresionantes, y una enorme cantidad de tierra se incorporó al imperio español. Dio origen también, poco después, a una comunicación terrestre de enorme importancia; fue un gran éxito que estaba previsto entre los objetivos de la campaña. Fijémonos en el mapa de la imagen. Vemos la ciudad de Santiago del Estero, muy al sur. El avance de la tropa de Diego de Rojas sentó las bases para que esa ciudad fuera fundada poco después. Eso hizo posible enlazar por tierra Lima y Buenos Aires, facilitando enormemente el tráfico, no solo entre las dos grandes capitales, sino también desde Lima hasta España, sin tener que ir hacia el norte y atravesar Panamá, y descartando al mismo tiempo el peligroso y largo trayecto por el Estrecho de Magallanes. Chapeau por la visión demostrada y el esfuerzo realizado.



lunes, 25 de noviembre de 2019

(Día 963) Cieza sigue de nuevo con la expedición enviada por Vaca de Castro a la zona de la Plata. Iba al mando Diego de Rojas, y desvió la ruta hacia Tucumán por parecerle un territorio prometedor.


     (553) Después de hacernos Cieza la confidencia de que le parece abrumadora la tarea que le queda por delante para contarnos el resto de las guerras civiles, y asegurarnos que está dispuesto a morir en el empeño, enlaza de nuevo con el inicio de la campaña de la zona en la que nace el Río de la Plata, fronteriza con Bolivia. Resumiré a lo esencial lo que va a narrar. Nos servirá para comprender que, aunque la batalla de Chupas ya había terminado, quizá quedara entre aquellos soldados un clima de violencia. Los integrantes de esta expedición eran todos pizarristas, y habían sido enviados por Vaca de Castro, el representante del Rey, pero veremos enfrentamientos salvajes entre sus capitanes.
     El caso es que Vaca de Castro había establecido unas normas muy claras sobre el liderazgo, e incluso el mecanismo de sucesión en caso de muerte del capitán de mayor mando, pero de poco sirvió. Así lo había dispuesto: “Nombró como General al capitán Felipe Gutiérrez, al capitán Diego de Rojas como Teniente del Gobernador en la primera ciudad que fundasen, y a Nicolás de Heredia como Maese de Campo. Proveyó también que, si Dios permitiera que Felipe Gutiérrez fuese muerto, el cargo quedase en los otros dos, y, si de ellos muriese el uno, quedase en el otro”. Con esa distribución, el mando supremo correspondía a Gabriel de Rojas, puesto que era el representante del gobernador Vaca de Castro.
     Reunieron una tropa de ciento treinta soldados, e hicieron algunos nombramientos de oficiales: “Como Alférez General salió Hurtado, Pedro López de Ayala como Capitán e Rodrigo de Cantos como Oficial del Rey, y entre estos iba el animoso mancebo Diego Álvarez, quien después fue Alférez General en la derrota de Huarina (durante la próxima guerra civil contra Gonzalo Pizarro)”.
     Partió primero desde el Cuzco Diego de Rojas con sesenta soldados, para llegar al valle de Chicuana y esperar allí a los demás. La idea inicial era ir descubriendo por la zona del río Arauco (tierra de los temibles araucanos), pero Rojas encontró unos indios que le hablaron de la prosperidad del territorio de Tucumán (Cieza dice que eran fantasías) y pensó dirigirse hacia allá. Parte de los que se habían quedado en el Cuzco, se pusieron en marcha antes que sus capitanes y alcanzaron a Diego de Rojas, llegando algunos con comentarios que solo servirían para encizañar: “Es cosa muy usada que los españoles que andan en esta tierra sean amigos de bullicios, y, sin haber causa para que inventasen tan gran maldad, algunos de los que llegaron adonde el capitán Diego de Rojas, le decían que Felipe Gutiérrez venía acompañado de algunos de sus amigos con intención de quitarle la vida para tener un mando absoluto. Diego de Rojas se alteró al oír lo que decimos, pero, como era hombre prudente, no creyó por entero que sería verdad, pero tampoco dejó de tener sospecha y cuidado para mirar por sí”. Este incidente puede aclararnos un detalle confuso. Se diría que Vaca de Castro le había dado a Felipe Gutiérrez el máximo mando militar, pero, quien estaba nombrado como jefe de la expedición, era Diego de Rojas.
     Enseguida nos hará Cieza un comentario elogioso sobre el burgalés Diego de Rozas, admirando sobre todo su experiencia, ya que había participado en las gloriosas correrías de Hernán Cortés por México. Ya le dediqué una imagen que hacía referencia también a la campaña que tiene ahora entre manos. Mucho va a lograr, pero morirá en el empeño. Digamos también de paso que Vaca de Castro, después de la batalla de Chupas, le confió la misión de apresar y ejecutar a varios cabecillas almagristas. Y lo hizo con la eficacia y la sangre fría propias de su veteranía.

     (Imagen) Como de pasada, Cieza menciona a RODRIGO CANTOS DE ANDRADE. Pero se trataba de un tipo sorprendente y de agitada biografía. Nació en Zafra (Badajoz). Entre otras cosas sorprendentes, hizo en 1573 un informe sobre la zona de Pachacámac, que está editado pero que me va a ser difícil obtener. (Curiosamente, Cieza solía llamar a los almagristas ‘los de Chile’, y, a los pizarristas, ‘los de Pachacámac’, por tratarse de la zona de Lima). Rodrigo presentó en 1561 una relación de sus méritos, que resumo. Después de estar 15 años peleando por Perú, fue a la zona de Río de la Plata. Explica que, al volver, fue él quien convenció a Nicolás de Heredia para que se uniera a Lope de Mendoza y lucharan contra Gonzalo Pizarro bajo el mando del virrey Núñez Vela. En la batalla de Pocona fueron derrotados por Francisco de Carvajal, “quien cortó la cabeza de Heredia y  Mendoza, y estuvo a punto de hacer lo mismo con él”. Cuando le soltaron, “se vio forzado a andar huyendo por despoblados hasta saber que el licenciado La Gasca había venido”. Entonces se puso bajo sus órdenes, participó en la batalla de Jaquijaguana, y, tras la muerte de Gonzalo Pizarro, estuvo todavía en misiones de captura de partidarios suyos. Después vivió azarosamente. En 1548 era Alguacil Mayor del Cuzco, pero abandonó el cargo por estar mal pagado. Hizo varios viajes a España, volviendo a Perú en 1558 (con un hijo suyo) y, en 1565, acompañado de “un criado y dos mujeres para su servicio”. En uno de los viajes, se había casado en Zafra, a pesar de que ya lo estaba en Perú. No consta que le causara problemas legales por bigamia. Tuvo más suerte que Francisco Noguerol de Ulloa (hablé de él anteriormente), quien, por la misma razón, estuvo sometido a un larguísimo pleito. Otra de las hazañas de RODRIGO CANTOS DE ANDRADE (y no pequeña en aquellas tierras) fue vivir casi 90 años.



sábado, 23 de noviembre de 2019

(Día 962) No sólo fue Gonzalo Pizarro a la zona de Charcas, sino que se mantuvo allí retirado de toda actividad militar hasta que llegó el virrey. Cieza le pide al lector que valore el enorme esfuerzo que está haciendo.


     (552) Es sorprendente que Gonzalo Pizarro renunciara entonces a sus aspiraciones. Fue una verdadera exhibición de autoridad por parte de Vaca de Castro. De hecho, Gonzalo Pizarro se mantuvo después pacíficamente en la villa de la Plata, dando muestras de abandonar cualquier intento de hazaña militar, y, como indica Cieza, dedicado a vivir cómodamente de sus jugosas rentas. Lo que le va a sacar del letargo será la llegada del virrey Blasco Núñez Vela dispuesto a imponer por la fuerza el cumplimiento de las duras Leyes Nuevas. Surgió una protesta general, y los revoltosos le convencieron a Gonzalo (quizá sin tener que insistir mucho) para que asumiera el mando supremo de la rebelión. Le pasará lo mismo que anteriormente al trágico Diego de Almagro el Mozo: toda la Gobernación de Perú quedará en sus manos, pero de manera simbólica y efímera, y será ejecutado.
     En este punto de la  narración, Cieza le confiesa al lector que el peso de la obra que está construyendo le abruma, pero siente la responsabilidad de seguir adelante. Sus quejas no son un lloriqueo, sino la exposición sincera de las dificultades que ha sufrido y las que le faltan por superar. Hay que tener en cuenta también que, además de su larguísima crónica sobre los hechos ocurridos, escribió otros textos relativos a la historia y costumbres de los incas, explicando, incluso, cómo se fundaron las poblaciones españolas. Qué menos se puede hacer que escuchar su desahogo para agradecerle lo que nos está aportando: “Bien estará que, pues las guerras civiles de las Salinas e Chupas ya son pasadas, mientras se congela el tiempo y viene el de las de Quito, Huarina e las otras que hubo en el reino, prosigamos nuestra materia contando las demás cosas que sucedieron, pues me he obligado a dar noticia de ello a mi patria. Tengo el sentido tan empeñado en bien comprender las cosas que nos faltan, e mi persona tan fatigada de los grandes caminos e continuas vigilias que he tenido, que, ciertamente, tengo necesidad de auxilio divino para terminar tan grande empresa como tengo entre manos”.
     Y recurre a un símil de su propia experiencia: “Me hallo como muchas veces me vi en las conquistas, subiendo una sierra tan grande e fragosa, que parece tener la cima entre nubes, y hallándome en la mitad de la cuesta tan cansado e sin fuerzas, que pedía a Dios ayuda para pasar adelante. E mirando las cosas que tengo escritas desde el año 1523 (inicio de la conquista de Perú), y lo mucho que me queda hasta dar fin a la escritura, no sé cómo lo podré hacer, pues mi juicio es tan débil e mi cabeza tan flaca. Pero viendo, como dice el Filósofo, que los hombres han de emprender las grandes cosas e las altas materias, pues las comunes son obra de todos, pidiendo a Dios me dé esfuerzo, e invocando la ayuda de su Madre sacratísima, seguiré adelante e daré fin a la obra, o la muerte la dará a mi vida”.
     Cieza murió  poco después, en 1554, teniendo solamente 34 años, pero logró aguantar el tiempo suficiente para cumplir  su gran misión, y, aunque no vio publicada su obra, sin duda se fue convencido de que sería leída en el mundo entero y durante siglos. Aquí estamos nosotros para dar fe de ello.

     (Imagen) PEDRO CIEZA DE LEÓN. Qué admirable personaje. En 1535, con solo 15 años, partió hacia Santo Domingo, y pasó pronto a la zona de Cartagena de Indias (Colombia). Fue descendiente de judíos conversos, por parte de padre y de madre, e incluso lo fue su mujer, con la que se comprometió desde Perú antes de conocerla. Ya vimos que llegó a zona peruana, desde Cartagena de Indias, incorporado a la expedición organizada por el licenciado Vadillo. En 1539 alcanzaron la colombiana Cali, por donde andaba, representando a Pizarro, el extraordinario Lorenzo de Aldana, y allí encontró Cieza al capitán Jorge Robledo, al que admiró en gran medida, pero sin ahorrarle sensatas críticas. Estando bajo su mando, fue uno de los que asistieron a la fundación de la Cartago colombiana. Cuando volvió Belalcázar de España, permanecía aún en buena relación con Jorge Robledo, quien, por orden suya, fundó Antioquia (Colombia) en 1541, estando también presente Cieza. Por problemas de jurisdicción territorial, el gobernador Pedro de Heredia apresó y envió a España a Robledo, quien, demostrando cuánto apreciaba la valía de Cieza, le encargó que fuera a Panamá a defenderle ante la Audiencia Real. Tras hacerlo, se puso al servicio del duro Belalcázar, quien, por su valiosa participación en las campañas, lo premió con una importante encomienda de indios. En 1546 volvió Jorge Robledo de España con amplios poderes. Cieza se unió a sus tropas, pero Belalcázar, basándose en triquiñuelas legales, se enfrentó a Robledo, lo derrotó y lo ejecutó. Cuando llegó el gran Pedro de la Gasca para poner fin a la rebelión de Gonzalo Pizarro, viendo la valía del trabajo que estaba haciendo Cieza, lo animó y le ayudó para que continuara con su tarea de cronista. El año 1551 Cieza volvió a España, se casó en Sevilla con su prometida, ultimó su maravillosa obra, y lo dejó todo preparado para su publicación. Ya podía morir. Y lo hizo el año 1554. Qué admirable personaje.



viernes, 22 de noviembre de 2019

(Día 961) El plan de matar a Vaca de Castro que tenía Gonzalo Pizarro fracasó. Vaca de Castro, con diplomacia, saludó a Gonzalo, pero le insistió en que se dejara de locuras y fuera a vivir de sus haciendas en Charcas. Y así lo hizo.


     (551) En la conjuración estuvo presente un tal Villalba, quien, escandalizado, fue hasta el Cuzco y le puso al corriente a Vaca de Castro de lo que se tramaba. Al saberlo, el gobernador reforzó su guardia, y se reunió con sus notables para decidir qué hacer: “Todos acordaron que, llegado Gonzalo Pizarro, si anduviese en alguna cosa que no fuese lícita ni conveniente al servicio de su Majestad, le cortasen la cabeza”. También le llegó a Gonzalo el chivatazo de lo que tenían peparado para él los de Vaca de Castro. Y tomó sus precauciones: “Habló con Juan de Acosta e con otros, diciéndoles que tuviesen ánimo para matar a Vaca de Castro al tiempo que tuviesen una oportunidad y él les hiciese una señal”.
     Cuando se vieron las caras se creó una situación muy tensa, que pudo haber acabado fatal: “Llegado a la ciudad Gonzalo Pizarro, salieron algunos a recibirle, y, como ya era público que Villalba había descubierto la trama, juró no haber pensado tal cosa, e que Villalba había dicho aquello con mentira, pero Villalba lo sostenía, volviendo a nombrar a los que estaban en el negocio. Comprendiendo que habían sido descubiertos, algunos huyeron. Vaca de Castro los mandó buscar, y, de haberlos hallado, los habría puesto en la horca”.
     Vaca de Castro, por si acaso, reforzó su seguridad y nadie podía entrar en su casa sin permiso de Don Martín de Guzmán, que permanecía en la entrada. Sin embargo, en un alarde de diplomacia, recibió muy bien a Gonzalo Pizarro: “Le preguntó sobre la campaña de la Canela, y del gran trabajo que en ella pasó, y, después de haberle dicho que tranquilizase su ánimo y viviese en quietud, se despidió de él”. Pero quedaba vivo el resentimiento entre los hombres de ambos bandos: “Los suyos le insistían a Gonzalo Pizarro en que Vaca de Castro le quería matar, y a Vaca de Castro le decían también que Pizarro procuraría matarlo y hacerse con el reino”.
     Según Cieza, si se arregló el asunto fue porque entonces los vientos no eran todavía tan tormentosos: “Como las cosas no estaban aún tan enconosas como después lo han estado, Vaca de Castro mandó llamar al capitán Gonzalo Pizarro, y, por una orden de la que daba fe el secretario Pero  López, le dijo que se fuese a las Charcas, donde estaba avecindado,y estuviese allí sin reunir gente que fuese causa de que se recreciese algún escándalo, so pena de traidor e de pérdida de todos sus bienes”.
     Gonzalo tuvo un amago de resistencia, pero Vaca de Castro consiguió imponerse: “Dicen que Gonzalo Pizarro tenía todavía la intrnción dañada, y que, saliendo un día el Gobernador con su guardia, vino Gonzalo Pizarro a hablarle. Al verle los arcabuceros, quisieron ir a cercarlo, pero Vaca de Castro les dijo: ‘Deteneos, pues donde Gonzalo Pizarro está, no hace falta otra guardia’. Oídas aquellas palabras, cesó el propósito que tenía, e partió solamente con sus criados para la villa de la Plata, donde tenía tantos indios que le daban más renta que la que tienen en España el arzobispo de Toledo y el conde de Benavente”.

      (Imagen) No hay duda de que JUAN DE ACOSTA era uno de los hombres de confianza de Gonzalo Pizarro, al que siempre le fue fiel. Tenía que ser muy joven, ya que nació hacia 1520 en Barcarrota (Badajoz), lugar de origen del excepcional Hernando de Soto, y del defensor de la legalidad Gómez de Tordoya, muerto en la batalla de Chupas. Lo que caracterizó a Juan de Acosta fue su lealtad inquebrantable a Gonzalo Pizarro, y también una valentía y un coraje impresionantes en las batallas más arriesgadas, siendo muy duro consigo mismo y con los enemigos. También es de suponer que fueran así todos los pocos hombres que, como él, sufrieron y sobrevivieron junto a Gonzalo Pizarro en el infierno de la expedición amazónica, aunque en las crónicas Juan de Acosta aparece, además, como hombre excesivamente cruel. Le hemos visto ahora implicado en los inicios de la tímida y abortada conspiración de Gonzalo Pizarro para matar a Vaca de Castro. Al retirarse entonces Gonzalo para vivir pacíficamente en La Plata, también se fue con él Juan de Acosta. Y asimismo volvió a coger las armas y a ponerse bajo sus órdenes (desarrollando una actividad frenética) cuando, poco tiempo después, Gonzalo Pizarro encabezó la rebeldía de los encomenderos contra el virrey Blasco Núñez Vela. Juntos lucharon en la batalla de Iñaquito, saliendo victoriosos y acabando con la vida del virrey. Cuando llegó Pedro de la Gasca como representante del Rey, Juan de Acosta fracasó en un plan suyo para matarlo. Pero hubo un último fracaso trágico: la batalla de Jaquijaguana. Resultó una victoria fácil para Pedro de la Gasca porque gran parte de los soldados de Gonzalo Pizarro lo abandonaron. Apresados él y sus fieles, fueron ejecutados. Entre ellos estaba JUAN DE ACOSTA, a quien ahorcaron, y cuya cabeza fue colocada en la plaza mayor del Cuzco. Era el año mil quinientos cuarenta y ocho.



jueves, 21 de noviembre de 2019

(Día 960) Le dijeron a Alonso de Alvarado que no se marchara a España, pues le necesitaban. No aceptó su petición. Los hombres de Gonzalo Pizarro azuzaban su ambición, y hasta le hablaban de matar a Vaca de Castro.


     (550) Aquello parecería un chiste, si no fuera una tragedia. Esas ordenanzas, con la idea humanitaria de proteger a los nativos, recortaban mucho los derechos de los encomenderos de indios, que, para gran parte de los españoles, eran su principal fuente de ingresos. Por eso le aconsejaban a Alonso de Alvarado que se quedara, ya que su hacienda iba a peligrar. En teoría, las nuevas ordenanzas eran un ejemplo de rectitud moral. En la práctica, el terco intento del virrey de aplicarlas por la fuerza y en todo su rigor, provocará la tragicomedia: aunque débilmente, humeaban todavía los rescoldos de la guerra recién ganada, pero se producirá de inmediato otro incendio pavoroso, esta vez por la rebeldía de los encomenderos, que contarán con el liderazgo de Gonzalo Pizarro.
     Seguro que Alonso de Alvarado era consciente de ese peligro, pero no quiso renunciar a su viaje a España: “Les respondió cuerdamente que,  si volviese y surgiese algún alboroto, le echarían la principal culpa, e que lo que convenía a todos era que suplicaran a Su Majestad que modificase las leyes, y que no permitiesen que sus haciendas les fuesen quitadas, pues con tanto trabajo las habían ganado. Y después escribió cartas a las ciudades de Lima, Trujillo, Chachapoyas y otras, diciendo que así lo hiciesen, e no de otra manera. Lo cual toco para que se entienda la fidelidad de este capitán, y aun yo vi que así se probó delante del presidente La Gasca. Luego embarcó en el Mar Océano".
     Acto seguido, Cieza se imagina cómo sería aquel viaje de Gonzalo Pizarro hacia el Cuzco, tras haber sido llamado por Vaca de Castro. Lo toma como ejemplo del daño que puede causar la ambición de los propios soldados espoleando la de sus líderes: “Sus hombres no le incitaban al bien, sino a que hiciese mucho mal. La pena grande que yo siento es que muchos príncipes, si no oyesen palabras vanas de mancebos e aduladores, no hubieran causado tantas calamidades e desastres. Lo mismo ha ocurrido en estas Indias, por ser los hombres que en ellas viven tan astutos, maliciosos, y levantados en bullicios. Aunque los gobernadores e capitanes quieran vivir en paz, no les dan lugar. Unos, por vengarse de otros, otros, por alcanzar mandos e dignidades, y otros, por conseguir favores e riquezas, incitan a los que mandan para que estén mal con sus iguales, llevándolos a hacer cosas que lleven adelante sus opiniones, y los que los meten en ellas, se salen fuera cuando ven el momento oportuno. Y así, a este infortunado capitán Gonzalo Pizarro, además de tener él gran deseo de mandar, atizábanle de tal manera sus cómplices, que, después de haber servido tanto a su Majestad y con tanta lealtad, se metió en cosas tan malas e feas como lo indica una lápida larga que está fijada en la ciudad del Cuzco, con letras que para siempre le publican como traidor”.
     Y luego insiste en su opinión con más detalle: “Los que iban con Gozalo Pizarro le decían que no solamente le correspondía la gobernación de Quito que le había dejado su hermano, sino que había de exigir todo el reino, de la misma manera que su hermano, el Marqués, lo gobernaba antes de que muriese. Y le decían que, si así no lo hiciese, todos le tendrían por hombre flojo e falto de ánimo. E vino el negocio a tales términos, que acordó él con ellos y ellos con él, según dicen, matar a Vaca de Castro y alzarse con el reino”.

     (Imagen) Una prueba de las dificultades que surgieron posteriormente la tenemos en el documento de la imagen. Llegará pronto Blasco Núñez Vela, el primer virrey de Perú, acompañado por los cuatro oidores de la primera Audiencia Real de Lima. Vaca de Castro  pasará a un segundo plano, e incluso será sometido en España a un largo proceso por corrupción, del que saldrá bien librado, pero con su dignidad  tocada del ala. El virrey tenía como misión imponer unas nuevas leyes para evitar abusos contra los indios, pero tan perjudiciales económicamente para los españoles, y tan intransigentemente aplicadas por Núñez Vela, que provocarán una resistencia feroz, capitaneada por Gonzalo Pizarro. El autoritario y rígido virrey acabará asesinado, tras ser derrotado en la batalla de Iñaquito. Cuando vio que Gonzalo Pizarro se había rodeado de un ejército poderoso y que la tensión llegaba a niveles insoportables, la única cesión que hizo fue comprometerse a suspender dichas ordenanzas, pero solamente hasta que se calmasen las cosas. No le sirvió de nada. Siendo todavía alcalde de Lima el excepcional, sensato y valiente Nicolás de Ribera (uno de los Trece de la Fama), el virrey asumió en dicha ciudad, el 16 de agosto de 1544, el siguiente compromiso notarial (resumo el texto de la imagen): “Dado que, con la excusa de las Nuevas Ordenanzas, Gonzalo Pizarro ha preparado un ejército con gente del Cuzco y de las Charcas, y se acercan hacia Lima, parece que conviene, para la pacificación del reino y evitar muertes, que las dichas ordenanzas sean suspendidas (con algunas excepciones), pero de manera que, cuando sea sosegada esta alteración, se habrán de ejecutar enteramente estas ordenanzas como Su Majestad lo manda, y solamente las suspende para que se puedan mejor ejecutar”. Lo firmó el propio Blasco Núñez Vela.



miércoles, 20 de noviembre de 2019

(Día 959) Nuevas alabanzas y críticas de Cieza a Vaca de Castro, quien estaba entusiasmado porque se había encontrado mucho oro en el río Carabaya. Alonso de Alvarado se decidió a ir a España.


     (549) Como vemos, vencida la batalla de Chupas, la actividad de Vaca de Castro era muy intensa, pero en otro tipo de ocupaciones. Da la sensación de que Cieza nos saca a ratos la presencia de Gonzalo Pizarro para ocultarla enseguida, como si quisiera dar a entender que su figura resultaba de mal agüero. Lo deja, pues, de lado, y sigue mostrándonos a Vaca de Castro en acción. El clima de paz tras la derrota de los almagristas provocó entre los españoles una racha de optimismo. Dio también la casualidad de que entonces se descubrió mucho oro “en las más ricas minas que se han visto en estos reinos y en un río llamado Carabaya, del que muchos sacaban en una batea hasta mil pesos de oro”.
     Y nuevamente Cieza denuncia el sufrimiento de los nativos: “Como la riqueza fuese tan grande, los españoles echaban a trabajar grandes cuadrillas de indios, y, siendo el clima de aquellas tierras muy diferente de la del Perú,  murieron  gran número de ellos. Con ellos mismo sacó harta cantidad Vaca de Castro, el cual, teniendo para sí solo el aprovechamiento de la coca, juntó también por esta vía muchos dineros para los gastos tan excesivos que tenía por su vanidad, e por querer tener más respeto que el que correspondía a un gobernador”.
     Critica a Vaca de Castro, pero acto seguido alaba una medida suya que protegía a los indios. Legisló sobre las minas, y, en concreto, el cronista se refiere a una medida que evitaba el traslado forzoso y en cadenas de los nativos que se necesitaban para servir a los españoles mineros. Vaca de Castro puso de nuevo en funcionamiento el sistema inca de tener en sus vías de comunicación los llamados ‘tambos’, aposentos entre distancias fijas bien surtidos de lo necesario y atendidos por indios: “Fue una orden muy acertada e provechosa en aquel tiempo, para que tuviesen lo necesario los españoles que andaban por aquel reino, y para que, si alguno sobrepasaba lo permitido, se le castigara con rigor. De esta manera los caminos estaban bien provistos, y los españoles pasaban por ellos sin trabajo”.
     Y fue entonces cuando el gran Alonso de Alvarado partió para España, aunque quisieron convencerle de que se quedara. Con este viaje, Alonso tendrá otra proyección militar, porque volverá un tiempo después acompañando a Pedro de la Gasca, otro grande, y tendrá que luchar contra el rebelde Gonzalo Pizarro, a pesar de haber sido tan leal a su hermano, el Gobernador Pizarro. Ya lo comenté anteriormente, y también cómo acabó su vida. Pero será Cieza quien, bastante más tarde, nos lo explicará con emoción.
     Ahora nos habla de su salida: “Como ya la guerra había acabado, y todo el reino quedaba en poder del Rey, el Capitán Alonso de Alvarado acordó ir a España para dar cuenta a su Majestad de lo sucedido, y llegó a Panamá cuando traía una copia de las ordenanzas que enviaba Su Majestad un tal Diego Aller, quien dijo que después llegaría como virrey Blasco Núñez Vela. Como estaban en Panamá el Capitán Peransúrez y el Contador Juan de Cáceres y otros vecinos del Perú, trataron de persuadirle para que volviese a Perú a defender su hacienda e suplicar que se suavizaran las ordenanzas”.

     (Imagen) Acabamos de enterarnos de que el licenciado DIEGO VÁZQUEZ DE CEPEDA le quitó la vida, por orden de Gonzalo Pizarro, a Alonso Pérez Martel. Se diría que su biogafía apesta por su oportunismo. Era de Tordesillas (Zamora), ambicioso y espabilado. Pronto ejerció como oidor judicial de Canarias, y después, fue presidente de la  recién creada Audiencia Real de Perú, adonde llegó acompañado de Blasco Núñez Vela, el primer virrey de aquel territorio. Lo insensatez que ocurrió a continuación resulta difícil de comprender. Cuando se rebeló Gonzalo Pizarro, el licenciado Cepeda y otros oidores lo respaldaron contra el virrey, a quien incluso enviaron preso hacia España. Pero, aunque Núñez Vela logró escapar, preparar un ejército y luchar contra Gonzalo, resultó derrotado y asesinado. Cepeda y los oidores imaginaron ingenuamente que Gonzalo Pizarro los respetaría como máxima autoridad del territorio, bajo la dirección de Cepeda, pero no les quedó más remedio que someterse a su dominio. Reconocieron oficialmente a Gonzalo como Gobernador de Perú, y anularon las Nuevas Leyes, todo ello condicionado a lo que el Rey decidiera definitivamente. Esa fidelidad a Conzalo se rompió en Jaquijaguana, cuando Pedro de la Gasca luchó contra él. Cepeda, al ver la batalla perdida, se pasó al bando contrario, y, tras la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro, salvó la vida. Sin embargo, en 1549 Cepeda fue enviado preso a España, y sometido a juicio por sus andanzas pasadas. En el documento de la imagen, del año 1533, se ve que tenía más enemigos: un tal Alonso Barrionuevo lo había denunciado “por ciertos delitos que el licenciado Cepeda, preso en la cárcel real de la Corte, había cometido en Perú”. DIEGO VÁZQUEZ DE CEPEDA murió en la cárcel de Valladolid hacia 1555, y, al parecer, envenenado por sus propios parientes.



martes, 19 de noviembre de 2019

(Día 958) Vaca de Castro organizó la expedición al Río de la Plata. Cieza alaba su iniciativa y otras virtudes suyas. Habla también de la profunda decepción de Gonzalo Pizarro cuando volvió del Amazonas.


     (548) Cuajó el entusiasmo por aventurarse en aquellas prometedoras tierras del sur de Perú, y varios capitanes que ya conocemos se apuntaron a la campaña (de la que también vimos datos): “Felipe Gutiérrez y Diego de Rojas, deseando hacer alguna conquista que fuese memorada, pidieron al Gobernador Vaca de Castro aquella empresa. Como él deseaba ver derramada su gente, que las provincias se descubriesen enteramente y que el nombre de Cristo fuese conocido en todas partes, se alegró, y ayudó a todos los que quisieron ir a aquella conquista con armas, caballos e dineros, nombrando a Felipe Gutiérrez por Capitán General, a Diego de Rojas por Justicia Mayor e a Nicolás de Heredia por Maese de Campo. Dispuso que, si Felipe Gutiérrez faltase por enfermedad o porque los indios lo matasen, quedase el cargo en Diego de Rojas, y, si el mismo Diego de Rojas fuese muerto, quedase el cargo en Nicolás de Heredia. Cuando los soldados supieron que Diego de Rojas iba a la campaña, se prepararon muchos para seguirle”. Conté anticipadamente que esta campaña fue trágica y un fracaso, pero Cieza, de momento, no dice nada más. Seguro que después lo explicará con detalle. Y hay un aspecto que no encaja. A pesar de que Felipe Gutiérrez, según parece, era el máximo jefe de la expedición, luego veremos que, de hecho, ejercía ese cargo Diego de Rojas.
     Luego el cronista alaba la sensatez de algunas disposiciones de Vaca de Castro. Lo cual nos va dejando claro que los problemas que tuvo más tarde este gobernador, sometido a denuncias y pleitos, no fueron por incompetencia en su misión oficial. Su éxito fue indudable, y muy meritorio en la difícil tarea de acabar con la rebelión de los almagristas. Pero también es evidente que, aunque al final quedó libre de culpa, fue un funcionario corrupto, por no ser capaz de resistirse a su ansia desmedida de riquezas.
     A Cieza le gustó también el buen trato que Vaca de Castro daba a los indios: “Al salir del Perú muchos capitanes para ir a las conquistas, les mandó que cogiesen con moderación algunos nativos para su servicio, porque no era cosa decente vaciar las provincias, ya que estaban casi despobladas por las calamidades y las guerras pasadas. Si algún soldado quería saltarse este mandamiento, le mandaba castigar, y, ciertamente, fue de gran provecho que Vaca de Castro mandara lo que decimos, porque en el tiempo pasado hubo un gran desorden”.
     Hace de pasada Cieza un breve comentario sobre la situación de Gonzalo Pizarro en aquellos momentos. Ya comentó su disgusto al saber que había sido asesinado su hermano, y que se encolerizó porque le asignaron a Vaca de Castro la Gobernación de Perú, en lugar de respetársela a él: "Sin embargo, se alegró en gran  manera al enterarse de que habían ejecutado a Diego de Almagro el Mozo y a varios de sus capitanes. Al saber Vaca de Castro que Gonzalo Pizarro había llegado a la Ciudad de los Reyes mostrando públicamente su ira, y que se preparaba con sus amigos para conjurarse contra él, envió a Juan Pérez de Guevara con la misión de actuar como Teniente suyo y no permitir alborotos. Gonzalo Pizarro recibió una carta de Vaca de Castro en la que le mandaba que se presentara ante él, y partió a su encuentro. En cuanto lo supo, Vaca de Castro se alegró de que acatara su orden, pero tomó precauciones preparando a su gente y reforzando su guardia personal".

     (Imagen) Unos mueren y otros salvan su vida, pero les espera una nueva guerra civil en la que se la volverán a jugar. En la lista de los almagristas ejecutados tras la guerra de Chupas aparece un tal Martel, del que no encuentro ni rastro, aunque hubo bastantes en las Indias de origen sevillano con ese apellido. Es casi seguro que otro conquistador llamado ALONSO PÉREZ MARTEL, que llegó a Perú hacia 1535, participara en esa batalla, pero contra los almagristas, porque después estuvo al servicio del virrey Blasco Núñez Vela, aunque (qué lío) enfrentado al rebelde Gonzalo Pizarro. En la imagen se ve una hoja de servicios presentada por su hijo, BERNARDINO MARTEL, el año 1555. En ella incluye los de su padre y los suyos, y resulta curiosa porque, muerto el padre en las guerras civiles, tomó el relevo el hijo (que tenía que ser muy joven). Resumo su contenido: Gonzalo Pizarro le tomó mucho odio a Alonso Pérez Martel por batallar contra él bajo el mando de Núñez Vela. Por miedo a Gonzalo, Alonso huyó del Cuzco. Entonces ocurrió que Alonso de Toro, el capitán de Gonzalo que tenía en su poder el Cuzco, se enteró de que el capitán Diego Centeno había reunido una tropa de soldados leales al Rey. Esta vez el asustado fue Alonso de Toro. Abandonó el Cuzco, y lo pudo recuperar Alonso Pérez Martel. Volvió Alonso de Toro para atacar la ciudad, apresó a Pérez Martel, lo maltrató, y mató a tres de sus hombres. Cuando Gonzalo Pizarro derrotó en Huarina a Diego Centeno, envió al Cuzco al Licenciado Cepeda con orden de matar a Alonso Pérez Martel, y lo hizo. La gran satisfacción de su hijo, Bernardino Martel, fue participar luego en la batalla de Jaquijaguana, bajo las órdenes del gran Pedro de la Gasca, en la que fueron derrotados, y ejecutados junto a otros rebeldes, Gonzalo Pizarro y el siniestro Francisco de Carvajal.



domingo, 17 de noviembre de 2019

(Día 957) Tras las primeras ejecuciones sumarias, Vaca de Castro fue prudente en el castigo de los demás almagristas derrotados. Para ocupar a sus hombres, decidió que algunos fueran a conquistar en la sobrevalorada zona del río de la Plata.


     (547) Ejecutados Diego de Almagro el Mozo y otros cabecillas de su bando, quedaba en el Cuzco un grupo de almagristas presos, sin duda incapaces de dormir por la incertidumbre de su suerte. Pero por piedad, o por pragmatismo político, se paró la máquina de matar: “Vaca de Castro oyó las declaraciones de algunos que habían estado en la batalla con Diego de Almagro el Mozo, y fueron sentenciados moderadamente, condenándolos en algunas penas livianas”.
     Cieza vuelve a hablar de los que habían llegado de Chile con el capitán Monroy por orden de Pedro de Valdivia para reclutar gente. Necesitaban con urgencia reforzarse para someter a los duros araucanos y ampliar la zona de conquista: “Como Vaca de Castro vio que convenía al servicio de su Majestad, les proveyó del mayor  socorro que pudo, y así partió Monroy en un navío con casi cien españoles,  caballos y armas”.
     Por otra parte, Vaca de Castro hacía lo habitual en las Indias cuando los soldados estaban irritados por falta de recursos suficientes: “Tuvo gran cuidado de  enviarlos a conquistas e descubrimientos, proveyéndolos de caballos y otros socorros, y en esto bien le podemos loar de prudente”.
     Esto le va dar pie a Cieza para hablarnos de cómo surgió la idea de una gran expedición (de la que ya hemos comentado algo). Pero, casi en función de aguafiestas, hace alusión a las fantasías que habían surgido sobre las riquezas que existían en torno a un gran río que nace en las tierras previstas para la campaña: “Teníase gran noticia de las provincias que se extienden por donde corre el poderoso Río de la Plata, que, cuando sale al Océano (Atlántico), parece seno de mar y no de río. Cuando se descubrió su entrada, ciertos españoles que fueron por él arriba e llegaron a las provincias (de Perú), contaron grandes cosas. Como los acaecimientos siempre se engrandecen, se decía que había tanta cantidad de plata y oro, que los indios no lo apreciaban. Yo conocí a Francisco de César (ya hablamos de él), que fue capitán en la provincia de Cartagena, y a un Francisco Ogazón, que también es de los antiguos conquistadores de aquella provincia, e muchas veces los oía afirmar con juramento que vieron allá mucha riqueza e grandes manadas de ganado. Después fue como Gobernador a aquella tierra Don Pedro de Mendoza, y pasaron los acontecimientos que diré cuando hable de la última guerra y la venida del Presidente Pedro de la Gasca”. En muy lejanas páginas hablé de Don Pedro de Mendoza, primer Adelantado de Río de la Plata y protagonista de la primera fundación de la ciudad de Buenos Aires, asentada definitivamente muchos años después por Juan de Garay. Retornando a España, murió Mendoza de enfermedad, siendo sumergido su cuerpo en las aguas del Atlántico. Tras hacer este preámbulo para ponernos en situación, Cieza narra cómo se despertó el entusiasmo en algunos hombres de Vaca de Castro, y se puso en marcha la azarosa aventura, que estará llena de incidentes (algunos de los cuales ya conocemos).

     (Imagen) Sin haber ejecutado todavía a DIEGO DE ALMAGRO EL MOZO, y teniéndolo preso, VACA DE CASTRO le envió una carta al Rey para darle a conocer la situación tras la victoria de la batalla de Chupas. En ella queda clara su intención de matarlo, lo cual indica que estaba seguro de que Carlos V no se lo iba a reprochar. No lo había hecho todavía porque esperaban saber de él dónde tenía el dinero que había robado a la Corona. La carta (la imagen muestra el inicio del documento) era del 24 de noviembre de 1542, y lo mató el día 27. Le comunica al Rey cómo fue la victoria, y le dice: “De nuestro bando murieron unos cuarenta, casi todos arcabuceros, ninguno de lanza o espada y pocos de alto grado, salvo el capitán Perálvarez Holguín, que murió a su (imprudente) manera, y por su causa tuvimos algún daño, porque le encomendé romper con la caballería la vanguardia enemiga, y se retrasó en esto, de manera que nuestra infantería recibió daño de los contrarios, e por esto entró un tiro de artillería por un lado y se llevó cinco hombres, entre ellos un pariente mío y el capitán Jiménez y el capitán Gómez de Tordoya. La muerte de Perálvarez la proveyó Dios como convenía, porque era de vivir siempre en motín con gente común, y tan alterado, que me había de poner en trabajo e dar ocasión para que lo degollase”. Añade que después de la batalla ejecutó a seis oficiales almagristas y a otros que estuvieron implicados en el asesinato de Pizarro, teniendo intención de matar a todos los responsables. Pero dice también que, aunque había otros merecedores de morir, e, incluso, la rebeldía de los almagristas fue tan ambiciosa que proyectaban matar en Chile a Pedro de Valdivia y apoderarse de todas aquellas tierras, tenía decidido no quitarle la vida a nadie más, bastando con que fuesen desterrados los menos culpables a Nicaragua o a Guatemala.



sábado, 16 de noviembre de 2019

(956) EJECUCIÓN DE DIEGO DE ALMAGRO EL MOZO.


     (546) Y llegó el triste último momento de Diego de Almagro el Mozo: “Llevaba siempre los ojos puestos en un crucifijo, e, sacado de la prisión, el pregonero iba diciendo: ‘Esta es la justicia que manda hacer su  Majestad el Emperador, y el Gobernador Vaca de Castro en su nombre, por usurpador de la justicia Real, y porque se levantó en el reino tiránicamente’. Yendo hacia la picota, junto a la cual estaba el verdugo aparejado para matarle (era el mismo que ejecutó a su padre), dijo que, puesto que moría en el lugar en el que había muerto su padre y le habían de enterrar en la sepultura en la que estaba su cuerpo, rogaba que lo echasen a él debajo, e pusiesen luego encima los huesos de su padre. Cuando estaba donde le habían de matar, le quisieron poner un velo delante de los ojos, y él decía que no había por qué, y que solo mandasen al verdugo que hiciese su oficio, y dejarle a él en aquel poco tiempo que le quedaba de vida gozar de ver con los ojos la imagen de nuestro Dios, que allí estaba. Finalmente, se porfió con él, e, contra su voluntad, le fueron tapados sus ojos. Extendido en el repostero, recibió la muerte con gran ánimo, en el mismo lugar donde, años atrás, se la dieron a su padre, y fue su cuerpo enterrado en la iglesia de la Merced, en la misma sepultura y de la manera que antes pidió”.
     Cieza da más datos sobre su persona: “Era Don Diego de mediano cuerpo y de unos veinticuatro años, muy virtuoso y entendido, valiente, buen hombre de a caballo, liberal e amigo de hacer el bien. Su madre fue una india natural de Tierra Firme (Panamá). Teníase grande esperanza de su persona, si viviera. No carecía de vicios, pues tuvo los que generalmente tienen la mayoría de los hombres de las Indias”.
     No deja Cieza pasar de largo un detalle de mezquindad política: “El capitán Peransúrez anduvo preguntando a los que se hallaron presentes si habían oído a Don Diego decir ser digno de aquella muerte porque, por su mandato, había sido muerto el Marqués Pizarro. Esto no lo preguntaba por ingorancia, pues él y todos sabían que Don Diego nunca dijo tales palabras, mas parecíale a él, a Vaca de Castro e a otros que, para su justificación, todo convenía”. Mala defensa jurídica (o ninguna) hubo de tener Diego de Almagro el Mozo si, para demostrar su culpabilidad, andaban buscando testigos después de ejecutarlo. Veremos enseguida que la dureza de Vaca de Castro no parecía capricho suyo. Da la impresión de que había llegado de España con unas orientaciones claras del propio Rey, en el sentido de utilizar todos los medios que fueran necesarios para terminar con las guerras civiles. Los almagristas habían cometido el error de actuar contra la legalidad, convirtiéndose en rebeldes. Ya no había vuelta atrás. Hasta es de creer que, si se hubieran presentado en España para pedir perdón, no lo habrían obtenido. Pesaba demasiado el asesinato de Pizarro.
     Termina Cieza la triste escena diciendo: “De esta manera feneció Don Diego de Almagro, y en él tuvieron fin las reliquias de su padre, recibiendo ambos una muerte igual en la ciudad del Cuzco”. Quizá se refiera a que con él acabó la ‘descendencia’ de su padre, pero tuvo una hermana  llamada Isabel Almagro.

       (Imagen) Hay personajes históricos que trasmiten un poso de tristeza, y tienen también lagunas desconocidas en su biografía.  DIEGO DE ALMAGRO EL MOZO provoca lástima, y, al mismo tiempo, demostró sobreponerse heroicamente a los golpes del destino. Apenas se conoce nada de su infancia y su adolescencia, y menos todavía de su madre, la indígena bautizada como Ana Martínez, ni de su hermanastra, Isabel Almagro, salvo que era menor que él e hija de otra nativa. Es seguro que recibió una formación esmerada. Su primer contacto con lo que era el horror de las expediciones de conquista lo tuvo cuando fue a Chile para encontrarse con su padre. Luego no se habla de él hasta la batalla de las Salinas, donde Diego de Almagro el Viejo resultó derrotado y ejecutado. Qué deprimente situación. El Mozo se quedó solo, y obligado a convivir con los que habían matado a su padre, hasta el punto de que permaneció un tiempo en la propia casa de Pizarro, quizá por compasión del gran conquistador, o quizá para evitar que frecuentara a los bravos capitanes almagristas que vivían en Lima despreciados pero ansiosos de venganza. Llegó un momento en que Pizarro se desentendió de él, y lo pagaría caro, porque propició que los almagristas se apiñaran en torno a un Mozo que fue creciendo en seguridad y dio consistencia a la conspiración que acabó con su vida. Pero aquel asesinato fue el camino fatal que llevó inevitablemente a Diego de Almagro el Mozo a otra guerra civil, la de Chupas, que acabó con su vida cuando no tenía más de 24 años, y que ni siquiera ganándola habría resuelto nada. Solo supondría el retraso de su propia muerte, porque la mano justiciera de Carlos V era muy larga e incansable, y el asesinato de Pizarro pesaba mucho. Dio el tipo como personaje de tragedia griega que vino a este mundo con malas cartas.