(536) Estaba bien emplazada la artillería. Cieza nos aclara quién era su
capitán. Se trataba del gran Pedro de Candía, y el dato impresiona porque su
vida va a acabar en esta batalla de forma miserable. No tenía gran capacidad de
liderazgo, como vimos en su terrible y fracasada campaña por los Andes, pero su
hoja de servicios era asombrosa. Formó parte del grupo de los Trece de la Fama,
y llegó de Europa ya muy zurrado en duras batallas. Tras el desastre de los
Andes quedó bastante marginado por los Pizarro, y es probable que fuera un
arrebato de despecho lo que le impulsó a pasarse al bando almagrista. Veremos
que un dudoso titubeo de infidelidad a Diego de Almagro el Mozo, o simplemente
su deseo de que los pizarristas no salieran demasiado malparados, le va a costar
muy caro.
Cieza apunta los últimos detalles de la organización de los almagristas:
“Pusieron el estandarte junto al escuadrón de Don Diego de Almagro, y el
Capitán Pedro de Candía estaba con los artilleros, preparado para disparar los
tiros cuando le mandasen. Suárez, el Sargento Mayor, andaba de un sitio para
otro ocupado en lo que convenía, al cual alababan de ser entendido en la
malicia de la guerra, por haberse ejercitado mucho en algunas partes. En total,
todos serían unos quinientos cincuenta españoles, adornados de grandeza,
porque, en verdad, había entre ellos caballeros hidalgos”.
Estando a punto de empezar la batalla, también los pizarristas
organizaron su emplazamiento: “Vaca de Castro mandó a Lope Martín, hombre
valiente, que fuese a caballo a descubrir cuál era la posición de los enemigos.
Volvió después de haberlo visto, e avisó al Maese de Campo, Francisco de
Carvajal, dónde habían colocado la artillería, el cual, al saberlo, mandó que
la gente marchase más hacia la mano diestra, yendo delante de todos diciendo
donaires”. Con estas pocas palabras, Cieza subraya la valentía del ‘Demonio de
los Andes’, y su siniestro humor negro frente a la muerte.
Lo que cuenta después Cieza es algo confuso, pero el sentido más
probable parece ser el de que Vaca de Castro aparentó querer participar en la
batalla, pero sus capitanes le insistieron en que no lo hiciera. La prueba de
que trataba de escurrir el bulto fue que, no solo permaneció al margen sino que
mandó que lo protegiera una guardia personal de 27 capitanes. De nada valieron
las palabras de Alonso de Alvarado, quien le advirtió de que “no hiciera tal
cosa, porque, en una batalla de 20.000 hombres (unas quince veces más que
los que allí participaban), veinte de a caballo eran suficientes para ganar
la victoria, o perderla faltando”. Por lo que, aun teniendo muchas ganas de
pelear, esos capitanes tuvieron que quedarse en la retaguardia.
Empezó el cruce de disparos de arcabuces: “Francisco de Carvajal decía:
‘Adelante, caballeros, e miradme a mí, cuán grueso soy, y voy delante sin tener
ningún miedo a los arcabuces’. Unos y otros, con gran brío iban al
enfrentamiento, diciendo los de Don Diego ‘¡Viva el Rey e Almagro’, e los otros
decían ‘¡Viva el Rey e Vaca de Castro’, y todos llamaban en su favor al Apóstol
Santiago”.
(Imagen) Veremos en su día que a LOPE
DE MENDOZA (a quien ya dediqué una imagen) le había nombrado Maestre de
Campo Diego Centeno en su lucha contra el rebelde Gonzalo Pizarro. En uno de
los enfrentamientos, salieron derrotados, y sufrieron una tremebunda
persecución por parte del siniestro y eficaz militar FRANCISCO DE CARVAJAL,
quien, por donde pasaba, iba dejando las tierras sembradas de enemigos
ejecutados sin piedad. Centeno se escondió por los montes, y Lope de Mendoza,
como hemos comentado recientemente, reforzó sus tropas con Nicolás de Heredia y
su gente. El cronista oficial Gonzalo López de Gómara (fallecido en 1566) nos
explica lo que ocurrió después. Lo resumo. “Gonzalo Pizarro mandó a Francisco
de Carvajal a castigar a Diego de Centeno y a los que habían mostrado ser
enemigos suyos. Carvajal fue robando por todas las tierras. Ahorcó, sin culpa,
a cuatro españoles en Huamanga, y en el Cuzco a cinco, entre los cuales estaban
Diego de Narváez, Hernando de Aldana y Gregorio Setiel, hombres riquísimos y
honrados. Lope de Mendoza se unió a Nicolás de Heredia, que venía con 140 hombres de la zona de la Plata. Atacaron e
hirieron a Carvajal, quien, una vez repuesto, corrió tras ellos, los alcanzó y
los desbarató fácilmente. Ahorcó a muchos, y degolló a Lope de Mendoza y a
Nicolás de Heredia. Saqueó luego la villa de La Plata, ahorcando a unos diez
españoles de Lope de Mendoza. En Arequipa ahorcó a otros cuatro, y en el Cuzco
a otros tantos. Hacía tantas crueldades y bellaquerías, que nadie osaba
contradecirle”. Carvajal era especialmente feroz, pero, en general, hubo pocos
gestos de caballerosidad con los vencidos. Digamos, sin embargo, que Diego
Centeno fue encargado de retener a Gonzalo Pizarro, tras ser condenado a
muerte, y mostró con él una amabilidad sincera y exquisita hasta el momento de
su ejecución.
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