martes, 5 de noviembre de 2019

(Día 946) Antes de empezar la batalla, Vaca de Castro, tomó la insensata decisión de retener a grandes capitanes para que le protegieran. Francisco e Carvajal, sin embargo, hizo una exhibición de temeridad.


     (536) Estaba bien emplazada la artillería. Cieza nos aclara quién era su capitán. Se trataba del gran Pedro de Candía, y el dato impresiona porque su vida va a acabar en esta batalla de forma miserable. No tenía gran capacidad de liderazgo, como vimos en su terrible y fracasada campaña por los Andes, pero su hoja de servicios era asombrosa. Formó parte del grupo de los Trece de la Fama, y llegó de Europa ya muy zurrado en duras batallas. Tras el desastre de los Andes quedó bastante marginado por los Pizarro, y es probable que fuera un arrebato de despecho lo que le impulsó a pasarse al bando almagrista. Veremos que un dudoso titubeo de infidelidad a Diego de Almagro el Mozo, o simplemente su deseo de que los pizarristas no salieran demasiado malparados, le va a costar muy caro.
     Cieza apunta los últimos detalles de la organización de los almagristas: “Pusieron el estandarte junto al escuadrón de Don Diego de Almagro, y el Capitán Pedro de Candía estaba con los artilleros, preparado para disparar los tiros cuando le mandasen. Suárez, el Sargento Mayor, andaba de un sitio para otro ocupado en lo que convenía, al cual alababan de ser entendido en la malicia de la guerra, por haberse ejercitado mucho en algunas partes. En total, todos serían unos quinientos cincuenta españoles, adornados de grandeza, porque, en verdad, había entre ellos caballeros hidalgos”.
     Estando a punto de empezar la batalla, también los pizarristas organizaron su emplazamiento: “Vaca de Castro mandó a Lope Martín, hombre valiente, que fuese a caballo a descubrir cuál era la posición de los enemigos. Volvió después de haberlo visto, e avisó al Maese de Campo, Francisco de Carvajal, dónde habían colocado la artillería, el cual, al saberlo, mandó que la gente marchase más hacia la mano diestra, yendo delante de todos diciendo donaires”. Con estas pocas palabras, Cieza subraya la valentía del ‘Demonio de los Andes’, y su siniestro humor negro frente a la muerte.
     Lo que cuenta después Cieza es algo confuso, pero el sentido más probable parece ser el de que Vaca de Castro aparentó querer participar en la batalla, pero sus capitanes le insistieron en que no lo hiciera. La prueba de que trataba de escurrir el bulto fue que, no solo permaneció al margen sino que mandó que lo protegiera una guardia personal de 27 capitanes. De nada valieron las palabras de Alonso de Alvarado, quien le advirtió de que “no hiciera tal cosa, porque, en una batalla de 20.000 hombres (unas quince veces más que los que allí participaban), veinte de a caballo eran suficientes para ganar la victoria, o perderla faltando”. Por lo que, aun teniendo muchas ganas de pelear, esos capitanes tuvieron que quedarse en la retaguardia.
     Empezó el cruce de disparos de arcabuces: “Francisco de Carvajal decía: ‘Adelante, caballeros, e miradme a mí, cuán grueso soy, y voy delante sin tener ningún miedo a los arcabuces’. Unos y otros, con gran brío iban al enfrentamiento, diciendo los de Don Diego ‘¡Viva el Rey e Almagro’, e los otros decían ‘¡Viva el Rey e Vaca de Castro’, y todos llamaban en su favor al Apóstol Santiago”.

     (Imagen) Veremos en su día que a LOPE  DE MENDOZA (a quien ya dediqué una imagen) le había nombrado Maestre de Campo Diego Centeno en su lucha contra el rebelde Gonzalo Pizarro. En uno de los enfrentamientos, salieron derrotados, y sufrieron una tremebunda persecución por parte del siniestro y eficaz militar FRANCISCO DE CARVAJAL, quien, por donde pasaba, iba dejando las tierras sembradas de enemigos ejecutados sin piedad. Centeno se escondió por los montes, y Lope de Mendoza, como hemos comentado recientemente, reforzó sus tropas con Nicolás de Heredia y su gente. El cronista oficial Gonzalo López de Gómara (fallecido en 1566) nos explica lo que ocurrió después. Lo resumo. “Gonzalo Pizarro mandó a Francisco de Carvajal a castigar a Diego de Centeno y a los que habían mostrado ser enemigos suyos. Carvajal fue robando por todas las tierras. Ahorcó, sin culpa, a cuatro españoles en Huamanga, y en el Cuzco a cinco, entre los cuales estaban Diego de Narváez, Hernando de Aldana y Gregorio Setiel, hombres riquísimos y honrados. Lope de Mendoza se unió a Nicolás de Heredia, que venía con 140   hombres de la zona de la Plata. Atacaron e hirieron a Carvajal, quien, una vez repuesto, corrió tras ellos, los alcanzó y los desbarató fácilmente. Ahorcó a muchos, y degolló a Lope de Mendoza y a Nicolás de Heredia. Saqueó luego la villa de La Plata, ahorcando a unos diez españoles de Lope de Mendoza. En Arequipa ahorcó a otros cuatro, y en el Cuzco a otros tantos. Hacía tantas crueldades y bellaquerías, que nadie osaba contradecirle”. Carvajal era especialmente feroz, pero, en general, hubo pocos gestos de caballerosidad con los vencidos. Digamos, sin embargo, que Diego Centeno fue encargado de retener a Gonzalo Pizarro, tras ser condenado a muerte, y mostró con él una amabilidad sincera y exquisita hasta el momento de su ejecución.



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