(537) Cieza nos cuenta cómo fue la muerte del primer capitán que cayó en
la batalla de Chupas, aunque su versión resulta más escueta que la que nos dio
el cronista Inca Garcilaso: “El Maese de Campo Perálvarez Holguín, arremetió su
caballo contra los enemigos queriendo hacerles entender que los tenía en poco. Como
fue reconocido por la divisa que llevaba, los arcabuceros le acertaron con dos
pelotas, de manera que cayó en el suelo con la basca (estertor) de la
muerte, y, sin hablar palabra, solo hizo señal a los suyos de que arremetiesen
a los enemigos. También fue herido Gómez de Tordoya, e tan mal, que a los pocos
días murió”. Es evidente que el número de bajas de los españoles resultaba
mucho más elevado que cuando luchaban contra los indios. Las guerras civiles
eran una carnicería. Vemos perder la vida asimismo al bravo capitán Gómez de
Tordoya, cuyo hijo también fue víctima de estos conflictos, puesto que, como ya
sabemos, era paje de Francisco Pizarro y murió junto a él enfrentándose a sus
asesinos.
Fue entonces cuando se le iba a complicar la vida a Pedro de Candía. El
Capitán Salcedo le mandó que cambiara de sitio la artillería, pero era un
error: “Al saberlo el Sargento Mayor
Suárez, a grandes voces le dijo que no se mudase, porque se perderían si allí
no estaba, mas no aprovechó su dicho, e Pedro de Candía la puso donde Salcedo
le mandó. Los enemigos llegaron hasta ellos, y, aunque los almagristas
dispararon muchos tiros de artillería, no acertó más que uno, pero hizo harto
daño, pues algunas cabezas destroncó de los cuerpos, y quebró a otros brazos e
piernas; los demás tiros, o fueron altos, según dicen, o por estar la
artillería en ruin sitio no acertaron”.
Cieza da algunos detalles de los destrozos que sufrían los soldados, con
mutilaciones horrorosas, y dice que
contarlo todo “sería nunca acabar”. Al parecer, en medio de la refriega, Vaca
de Castro seguía aparte protegido por una amplia y poderosa guardia personal:
“A un García de Melo le fue llevado un brazo, e, saliendo de la batalla, fue
adonde estaba Vaca de Castro, y le dijo que por qué no ayudaba a los suyos.
Oyéndolo el Capitán Diego de Agüero, animosamente salió de allí, y se enfrentó
a los enemigos. Otra pelota pasó por la boca de Alonso de Loaysa (Cieza lo
llama Antonio), y, llevándole muchas de las muelas, le hizo perder el
primer ser”. Lo dice en el sentido de que quedó desfigurado. Ya vimos hace
tiempo que Loaysa perdió la parte baja de la mandíbula, pero no murió en la
batalla, ya que participó años después en la lucha contra el rebelde Francisco
Hernández Girón.
Y le llegó la hora a Pedro de Candía: “No disparó más tiros. Andando
peleando el mozo Don Diego, fue avisado de que había habido traición en la
artillería, e dicen que fue adonde Pedro de Candía y que le dijo: ‘¡Traidor!,
¿por qué me has vendido?’, y que, dándole de lanzadas, le mató. Otros dicen
que, ciertamente, Candía fue receloso con Don Diego, y que no fue leal en el
uso de la artillería, pero que ciertos soldados de Vaca de Castro arremetieron contra
él y le mataron”. Según la versión general de los cronistas, lo mató personalmente
Diego de Almagro el Mozo.
(Imagen ) Hace tiempo nos dijo Cieza que llegó a Arequipa una sola nave
de la expedición financiada por el obispo GUTIERRE DE VARGAS CARVAJAL. Le
dediqué a él una imagen, y más tarde, otra a HERNÁN MEJÍA DE MIRAVAL, quien,
años después, convencido de que muchos de los que naufragaron se habían
asentado en fabulosas y ricas tierras chilenas, quería ir a encontrarlos. Todo
apunta a que había surgido un mito sobre aquellos perdidos lugares, porque se
extendieron muchos rumores que parecían confirmarlo, pero ni Mejía hizo el
viaje, ni jamás se pudieron comprobar. Entre los pocos supervivientes que iban
en la nave casi desvencijada que llegó a Arequipa, se encontraba ALONSO DE
CAMARGO. Por un registro de embarque (el de la imagen), sabemos que era de
Trujillo y que, en 1536 había hecho ya un viaje a las Indias (con destino a
Santa Marta). Como era habitual, se hacía constar que algún testigo aseguraba
“que no era de los prohibidos (judío o musulmán)”. Cieza nos contó que
Perálvarez Holguín fue a Arequipa y quiso ganarse para la causa pizarrista a
los supervivientes. El cronista no dijo nada más, y cambió de tema. ¿Qué fue de
ALONSO DE CAMARGO? Se diría que el Destino lo tenía acorralado. Después de su horrenda
odisea marítima, llegó al puerto peruano cuando las guerras civiles estaban en
ebullición. Se unió a las tropas pizarristas de Holguín. Tuvo, como excepción,
una gran alegría triunfando en la guerra de Chupas contra Diego de Almagro el
Mozo. Pero, si la expedición financiada por el obispo Gutierre de Vargas
Carvajal fue un calvario que casi acabó con él, le iba a dar la puntilla el año
1546 otro con el mismo apellido: FRANCISCO DE CARVAJAL, aquel Demonio de los
Andes que no solo mataba sin piedad y hasta haciendo bromas, sino que, además,
lo practicó durante una larga vida.
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