(540) Al menos, no parece que hubiera un ensañamiento general en cuanto
a las penas capitales, aunque también es cierto que casi todos los almagristas
pasaron a ser una especie de apestados en la sociedad peruana. Pero Cieza está
acertado al decir que hubo una precipitación a la hora de hacer justicia, quizá
por miedo a que algunos cabecillas de la rebelión almagrista consiguieran huir,
y hasta da a entender que se bloquearon los puertos para que no partieran hacia
España barcos con mensajes: “Cayó Vaca de Castro en gran negligencia, y fue por
no mandar aviso al Rey, Nuestro Señor, y a los de su Real Consejo, para lo que
hacía muchos días que se habían retenido los navíos en el puerto de Lima. El
Capitán Francisco de Herencia e algunos que allí estaban fueron desterrados, y
se mandó que un maestre los llevase a la Nueva España (México), pero
ellos, cuando estaban lejos de la costa del Perú, se alzaron con el navío e se
fueron a Panamá. En ese tiempo, yo había ido a negociar ciertas cosas en la
Audiencia que allí residía, e supe que se presentaron ante los oidores y les
dejaron libres”.
Les faltaba atrapar al joven y bravo cabecilla, Diego de Almagro el
Mozo: “Sabiendo Vaca de Castro que había ido hacia el Cuzco, mandó al Capitán
Garcilaso de la Vega que fuese con algunos de a caballo a aquella ciudad, la
tomasen en nombre de Su Majestad el Rey, y, si Don Diego estuviese en ella, lo
prendiesen a él y a los que habían sido sus seguidores”.
No pierde Cieza la ocasión de hacer una aguda crítica contra la
indiferencia del vencedor Vaca de Castro ante la tragedia de otros que también
eran españoles: “Estando en la ciudad de Huamanga, se mostraba muy contento de
que el foso o el rollo se viesen llenos de cuerpos, y de que la magnífica
sangre de los españoles fuese derramada por aquella plaza, lo cual no era poca
alegría para los indios, aunque se asombraban de que muchos de aquellos habían
sido capitanes e personas que tuvieron cargos de honra. Le llevaron la noticia
de todo ello al rey Manco Inca Yupanqui, que estaba en Viticos, y, aunque
recibió gran alegría por saber que habían muerto tantos cristianos, le pesó que
Vaca de Castro hubiese sido el vencedor y Don Diego de Almagro el vencido, y le
habría gustado que fuera adonde él para defenderlo de la crueldad de Vaca de
Castro (siempre se entendió mejor con Almagro el Viejo que con Pizarro)”.
Los soldados ociosos siempre eran un problema, incluso para el resto de
los vecinos. Así que Vaca de Castro los ocupó en varias misiones. Algunos
fueron con Pedro de Vergara a Bracamoros, territorio que este capitán ya había
sometido, y al que tenía ganas de volver. Al capitán Juan Pérez de Guevara, que
estaba en Lima, le envió poderes para conquistar y poblar en la zona de
Moyobamba. Dio también orden de que se enterraran a todos sus hombres
fallecidos, y construyó un ermita a la que, muy apropiadamente, le puso el
nombre de Nuestra Señora de la Victoria. Incluso Huamanga, por petición
general, se convirtió en Huamanga de la Victoria.
(Imagen) Cuenta Cieza que, entre los que lucharon en Chupas contra el
ejército de Vaca de Castro, estaba el Capitán JUAN DE LA REINAGA SALAZAR. Nació
en Bilbao el año 1509, y, como todos los vascos que anduvieron luchando por las
Indias, se sentía orgulloso de formar parte de las tropas españolas. Su
fidelidad al bando almagrista lo convirtió en un rebelde, pero no debieron de
implicarlo en el asesinato de Pizarro, puesto que no fue castigado, y llegó a
vivir muchos años. Apareció en Perú el año 1535, y, acompañando a Diego de
Almagro, vivió la tremenda experiencia de la fracasada campaña de Chile. Al
volver, lucharon para levantar el cerco que Manco Inca le había puesto a la
ciudad del Cuzco, y después se vio envuelto en las fatídicas discrepancias entre
Almagro y Pizarro, quedando enredado para siempre en las guerras civiles.
Derrotado en las Salinas y en Chupas, estuvo después al servicio del rebelde
Gonzalo Pizarro, pero enderezó definitivamente el rumbo abandonándolo y
poniéndose al servicio del gran Pedro de la Gasca, el representante del Rey. La
imagen muestra una relación de sus méritos hecha por un hijo suyo en 1613.
Narra lo que hizo al servicio de la Corona, pero, como siempre ocurría en estos
expedientes, oculta la larga etapa en que su padre militó como un sublevado. De paso, rectifica
un error en su apellido, cuya forma correcta era “de Larrínaga”. JUAN DE
LARRÍNAGA fue, además, un poderoso encomendero y un gran negociante, hasta el
punto de que llevó a Perú siete camellos y le pagaron un dineral por ellos. En
la etapa posterior de su vida, se movió entre Perú y Chile, desempeñando en
ambos sitios importantes cargos públicos. Hay constancia de que aún vivía el
año 1577.
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