(538) La batalla fue brutal y heroica por ambas partes, y el resultado,
de momento, era incierto. El anciano Francisco de Carvajal, cruel pero bravo,
dio muestras de su valentía: “Comenzó a gritar, ‘¡vergüenza, vergüenza; no es
tiempo ya de que nos duren estos traidores!’. Se metió entre los enemigos, e
mató el caballo del licenciado Benito Suárez de Carvaval, quien salió
denodadamente y se puso entre la infantería. Había muchos muertos y heridos,
los cuales daban tristes gemidos. Los unos nombraban a Almagro y los otros a
Pizarro. La artillería ya no hacía daño porque, muertos Candía e los
artilleros, no hubo quien pusiese a los cañones fuego”.
Hubo algún despiste: “Los de la guardia de Vaca de Castro salieron a
ayudar a los suyos, fueron hacia donde estaba el capitán Diego Méndez, creyendo
que estaba de su parte porque ya la victoria se veía cierta para Vaca de
Castro, por lo que entraban cantando victoria, pero los almagristas, conociendo
que eran de los enemigos, mataron a Montalbo e a algunos otros, y, a Cristóbal de Burgos, vecino de
Lima, le cortaron un brazo, y a Merlo le hirieron en el rostro. Pero, como los
pizarristas fuesen más en número, aunque no en valor ni en fortaleza, se
comenzó a conocer que tenían mejoría".
También se dieron excesos de valentía, quizá por ver la batalla perdida
y tener la certeza de que serían ejecutados: “Un mancebo llamado Jerónimo de
Almagro, teniendo en poco la vida y en mucho ser vencido, se metió entre los
enemigos e, a grandes voces, decía, ‘¡a mí, a mí, que maté al Marqués, tomad
venganza!’, y, diciendo esto, entró entre ellos, recibiendo tantos golpes, que
cayó muerto. Martín de Bilbao también decía lo mismo, y que él había matado al
Marqués, y recibió la misma muerte que Jerónimo de Almagro. Los demás
almagristas comenzaron a huir a rienda suelta con no poca congoja. Los indios e
negros mataban a los que podían tomar vivos. También los españoles hacían
cosas feas, porque, después de rendidos,
les daban cuchilladas por los rostros y por otras partes del cuerpo,
denostándolos con palabras. Don Diego de Almagro y Diego Méndez huyeron hacia
el Cuzco, el campamento fue robado, y el bando de los almagristas, deshecho e
consumido para siempre”. Cieza indica la fecha de la batalla de Chupas, que
marcó el fin de la primera parte de las guerras civiles: el sábado 16 de
setiembre de 1542. Cita a bastantes de los capitanes que estuvieron con Vaca de
Castro. De casi todos hemos hablado ya, y, en concreto, de Alonso de Mendoza,
muy recientemente. Al mencionar a los capitanes de Diego de Almagro, da el nombre
de Juan Ortiz de Zárate (al que le dediqué otra imagen), confirmando su oscilante
trayectoria. Luchó en las Salinas con los almagristas, siendo derrotado y
perdonado por Pizarro, con quien estuvo después amigablemente reunido cuando lo
asesinaron. Ahora le vemos derrotado como almagrista en la batalla de Chupas.
Más tarde, y de manera definitiva, servirá fielmente a la Corona.
Luego Cieza explica que Vaca de Castro se ocupó de que se atendiera a
los heridos espiritual y físicamente, pero ordenó “que se buscase con mucha
diligencia a los que habían tomado parte en la muerte del Marqués Don Francisco
Pizarro, para que fuesen castigados”. Comenta finalmente que la mayoría de los pizarristas se dedicaron luego al pillaje,
“robando, y cogiendo caballos de los que andaban sueltos, y a las indias, que
es lo que más buscaban los soldados en aquellos tiempos”.
(Imagen) Se habla con frecuencia de los muertos en combate y de los
heridos, pero es de suponer que muchos de estos quedarían seriamente mutilados.
Fue el caso de CRISTÓBAL DE BURGOS, a quien vemos ahora perder un brazo en la
batalla de Chupas. Su biografía es apasionante. Como su apellido indica, nació
en Burgos. En 1514, con solo 14 años, ya estaba haciendo ‘travesuras’ con el
durísimo Pedrarias Dávila por tierras de la costa caribeña. Incorporado con
unos 21 años a las tropas de Pizarro en los inicios de su gigantesca aventura
peruana, se le confió la misión de ir a Nicaragua para reclutar más gente, y la
trajo de vuelta en dos navíos. La proeza debió de ser de envergadura, porque el
agradecido Pizarro le permitió volver a España años después (en 1539) con una
carta de recomendación para que el Rey le concediera un escudo de armas
familiar. Durante los años previos, Cristóbal de Burgos había arriesgado su
vida en numerosas ocasiones, pero su mayor orgullo fue la hazaña de los dos
barcos. Prueba de ello es que pidió que esa escena fuera el tema central del escudo.
Y así se le concedió, como consta en el texto de la imagen: “Un escudo que
tenga dentro una nao con velas blancas, sobre unas aguas azules y blancas,
junto a un desembarcadero, por el socorro que hicisteis con dos navíos a
Francisco Pizarro”. Después de presumir de su gloria en Burgos, volvió a Perú
para seguir haciéndolo, disfrutando de sus bienes y dedicado solo a cargos
administrativos. Su mutilación tuvo ese inconveniente, pero quizá también la
ventaja de evitar las guerras civiles. Murió probablemente el año 1550, que fue
cuando hizo su testamento. Entonces vivía en Lima y era uno de los regidores de
la ciudad.
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