(535) Los partidarios de Vaca de Castro estaban aposentados ya en el
valle de Chupas, pero, intranquilo por las andanzas de los almagristas, envió a
unos soldados para observarlos. Subieron a un alto y pudieron ver el campamento
de Diego de Almagro. Dieron la vuelta rápidamente para advertir que era urgente
actuar: “Vaca de Castro mandó al Capitán Pedro de Castro que fuera con cien
arcabuceros a lo alto de la sierra y procurase ganarla antes de que los
enemigos la ocupasen. El Capitán Castro partió pronto para hacerlo, siguiéndole
en retaguardia el Capitán Peransúrez con lanceros de su compañía”.
La rápida reacción de Vaca de Castro fue providencial porque pronto se
acercaron al alto de la sierra unos exploradores de Almagro, “los cuales, al
ver que sus enemigos ya eran señores del alto, como lo mostraban sus banderas,
se volvieron a su campo”. Entretanto, Vaca de Castro hablaba con sus capitanes
y con su Sargento Mayor, Francisco de Carvajal (lo que revela la importancia de
su cargo) sobre la conveniencia de atacar ya o esperar a que tomaran la
iniciativa los almagristas. Quizá sea el momento de anticipar que el anciano,
superveterano (incluso de las guerras europeas), hábil estratega y cruel
Francisco de Carvajal tendrá tres años después el máximo mando militar en la
rebelión de Gonzalo Pizarro.
Entre las opiniones de atacar o esperar, se impuso la primera, sobre
todo por el peso del criterio del Capitán Alonso de Alvarado, que sabía muy
bien cómo oscilaba en las batallas el coraje de los soldados: “Le dijo a Vaca
de Castro que se diese la batalla el día siguiente, porque la gente estaba con
grandes ganas, y el ímpetu primero es constante y de gran esfuerzo, porque la
sangre caliente hierve por todo el cuerpo, y, si se enfría este furor vigoroso,
los ánimos se encogen y se muestran más temerosos que valientes. Dichas estas
cosas, Vaca de Castro se determinó a dar la batalla, y animó a la gente con
muchas exhortaciones”.
En
los dos bandos se intensificó la inquietud. Es fácil imaginar la tortura de una
noche de espera sabiendo que quizá el amanecer les trajera el último día de sus
existencias. Estaban, además, seguros de que les esperaba una batalla feroz,
porque eran expertos y bravos veteranos. Todos se conocían, y, entre ellos,
habría viejos amigos del alma, incluso hermanos o parientes próximos, ahora
dispuestos a matarse. Unos y otros rezaban al mismo Dios y alardeaban de estar
al servicio de Su Majestad, aferrados a que su causa era la justa.
Llegada la mañana, se prepararon para luchar. Cieza nos da detalles de su
estrategia para el ataque. Nos habla primeramente de los almagristas: “Salieron
con gran ardor, levantando sus clamores al cielo y con deseo de satisfacer el
rencor que tenían contra sus enemigos”. Da el nombre de los capitanes (que ya
conocemos) y dice de Marticote que era un valentísimo capitán. Explica el orden
de ataque. Tenían dos escuadrones de caballería y la infantería estaba detrás.
(Imagen) HERNÁN NÚÑEZ DE SEGURA, uno de los testigos del asesinato de
Pizarro, fue siempre pizarrista, pero cambió de bando poco después de que
Gonzalo Pizarro se rebelara contra el Rey. Nos va a servir de ejemplo para
entender algo que resultaba extraño. Algunos implicados en graves
responsabilidades, gozaban luego de una especie de amnistía si abandonaban el campo
de los rebeldes. Es el caso de Hernán Núñez de Segura. Figuraba su nombre en la
lista de los acusados por el asesinato del Virrey Núñez Vela. Pero, cuando
Hernán solicitó, entre otras cosas, un escudo familiar de armas (el de la
imagen), presentó sus méritos y dejó al margen esa mancha. El gran Pedro de la
Gasca (con razón llamado El Pacificador) dio por buena, tal cual, la lista de
méritos presentada. En ella vemos su trayectoria: Tras ser asesinado Pizarro,
se puso de inmediato a las órdenes del gobernador Vaca de Castro. Participó
bajo su mando en la batalla de Chupas, en la que fue derrotado y ejecutado
Diego de Almagro el Mozo. Se salta luego su intervención, a las órdenes de
Gonzalo Pizarro, en la batalla de Iñaquito, donde derrotaron y mataron a Núñez
Vela. Fue entonces cuando el Capitán
Diego Centeno lo convenció (quizá horrorizado por lo ocurrido) para que abandonara
a Gonzalo Pizarro y militara en el bando del Rey, pero los derrotó el terrible
Francisco de Carvajal, Maestre de Campo de Gonzalo Pizarro. Tras andar huyendo
catorce meses, fueron derrotados nuevamente en Huarina, donde Hernán recibió
tres heridas. Después se incorporaron a las tropas de Pedro de la Gasca, y
acabaron en Jaquijaguana con la rebeldía y la vida de Gonzalo Pizarro. Hay
constancia de que HERNÁN NÚÑEZ DE SEGURA seguía vivo el año 1569 en la Ciudad
de la Plata.
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