(552) Es sorprendente que Gonzalo Pizarro renunciara entonces a sus
aspiraciones. Fue una verdadera exhibición de autoridad por parte de Vaca de
Castro. De hecho, Gonzalo Pizarro se mantuvo después pacíficamente en la villa
de la Plata, dando muestras de abandonar cualquier intento de hazaña militar,
y, como indica Cieza, dedicado a vivir cómodamente de sus jugosas rentas. Lo
que le va a sacar del letargo será la llegada del virrey Blasco Núñez Vela
dispuesto a imponer por la fuerza el cumplimiento de las duras Leyes Nuevas.
Surgió una protesta general, y los revoltosos le convencieron a Gonzalo (quizá
sin tener que insistir mucho) para que asumiera el mando supremo de la
rebelión. Le pasará lo mismo que anteriormente al trágico Diego de Almagro el
Mozo: toda la Gobernación de Perú quedará en sus manos, pero de manera
simbólica y efímera, y será ejecutado.
En este punto de la narración,
Cieza le confiesa al lector que el peso de la obra que está construyendo le
abruma, pero siente la responsabilidad de seguir adelante. Sus quejas no son un
lloriqueo, sino la exposición sincera de las dificultades que ha sufrido y las
que le faltan por superar. Hay que tener en cuenta también que, además de su
larguísima crónica sobre los hechos ocurridos, escribió otros textos relativos
a la historia y costumbres de los incas, explicando, incluso, cómo se fundaron
las poblaciones españolas. Qué menos se puede hacer que escuchar su desahogo
para agradecerle lo que nos está aportando: “Bien estará que, pues las guerras
civiles de las Salinas e Chupas ya son pasadas, mientras se congela el tiempo y
viene el de las de Quito, Huarina e las otras que hubo en el reino, prosigamos
nuestra materia contando las demás cosas que sucedieron, pues me he obligado a
dar noticia de ello a mi patria. Tengo el sentido tan empeñado en bien
comprender las cosas que nos faltan, e mi persona tan fatigada de los grandes
caminos e continuas vigilias que he tenido, que, ciertamente, tengo necesidad
de auxilio divino para terminar tan grande empresa como tengo entre manos”.
Y recurre a un símil de su propia experiencia: “Me hallo como muchas veces
me vi en las conquistas, subiendo una sierra tan grande e fragosa, que parece
tener la cima entre nubes, y hallándome en la mitad de la cuesta tan cansado e
sin fuerzas, que pedía a Dios ayuda para pasar adelante. E mirando las cosas
que tengo escritas desde el año 1523 (inicio de la conquista de Perú), y
lo mucho que me queda hasta dar fin a la escritura, no sé cómo lo podré hacer,
pues mi juicio es tan débil e mi cabeza tan flaca. Pero viendo, como dice el
Filósofo, que los hombres han de emprender las grandes cosas e las altas materias,
pues las comunes son obra de todos, pidiendo a Dios me dé esfuerzo, e invocando
la ayuda de su Madre sacratísima, seguiré adelante e daré fin a la obra, o la
muerte la dará a mi vida”.
Cieza murió poco después, en
1554, teniendo solamente 34 años, pero logró aguantar el tiempo suficiente para
cumplir su gran misión, y, aunque no vio
publicada su obra, sin duda se fue convencido de que sería leída en el mundo
entero y durante siglos. Aquí estamos nosotros para dar fe de ello.
(Imagen) PEDRO CIEZA DE LEÓN. Qué admirable personaje. En 1535, con solo
15 años, partió hacia Santo Domingo, y pasó pronto a la zona de Cartagena de
Indias (Colombia). Fue descendiente de judíos conversos, por parte de padre y
de madre, e incluso lo fue su mujer, con la que se comprometió desde Perú antes
de conocerla. Ya vimos que llegó a zona peruana, desde Cartagena de Indias,
incorporado a la expedición organizada por el licenciado Vadillo. En 1539 alcanzaron
la colombiana Cali, por donde andaba, representando a Pizarro, el
extraordinario Lorenzo de Aldana, y allí encontró Cieza al capitán Jorge
Robledo, al que admiró en gran medida, pero sin ahorrarle sensatas críticas.
Estando bajo su mando, fue uno de los que asistieron a la fundación de la
Cartago colombiana. Cuando volvió Belalcázar de España, permanecía aún en buena
relación con Jorge Robledo, quien, por orden suya, fundó Antioquia (Colombia)
en 1541, estando también presente Cieza. Por problemas de jurisdicción
territorial, el gobernador Pedro de Heredia apresó y envió a España a Robledo,
quien, demostrando cuánto apreciaba la valía de Cieza, le encargó que fuera a
Panamá a defenderle ante la Audiencia Real. Tras hacerlo, se puso al servicio
del duro Belalcázar, quien, por su valiosa participación en las campañas, lo
premió con una importante encomienda de indios. En 1546 volvió Jorge Robledo de
España con amplios poderes. Cieza se unió a sus tropas, pero Belalcázar, basándose
en triquiñuelas legales, se enfrentó a Robledo, lo derrotó y lo ejecutó. Cuando
llegó el gran Pedro de la Gasca para poner fin a la rebelión de Gonzalo
Pizarro, viendo la valía del trabajo que estaba haciendo Cieza, lo animó y le
ayudó para que continuara con su tarea de cronista. El año 1551 Cieza volvió a
España, se casó en Sevilla con su prometida, ultimó su maravillosa obra, y lo
dejó todo preparado para su publicación. Ya podía morir. Y lo hizo el año 1554.
Qué admirable personaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario