(542) Partieron del poblado siguiendo un camino que le habían aconsejado
los indios porque era más directo. Tuvieron que preparar puentes para atravesar
ríos: “Llegaron a uno que iba tan furioso, que tardaron cuatro días en hacer el
puente”. Dieron también muestras de que, a pesar de su profunda fe cristiana,
se dejaban impresionar por las señales de mal agüero: “Estando velando por la
noche, vieron un gran cometa atravesar por el cielo. Gonzalo Pizarro por la
mañana dijo que le pareció entre sueños que un dragón le sacaba el corazón, y,
entre sus crueles dientes, lo despedazaba. Mandó llamar a un Jerónimo de
Villegas, a quien tenían por medio astrólogo, para que dijese lo que pensaba de
aquello, y, según dicen, respondió que Gonzalo Pizarro hallaría muerta la cosa
del mundo que él más quisiese. Pasadas otras cosas, que más se pueden tomar
como chufetas (bromas) que como historia, llegaron a los términos de
Quito. Dicen los que salieron de aquella campaña que entraron en ella (sin
contar los que se fueron con Orellana por el Amazonas) doscientos cuarenta
españoles, e que la mayoría murieron de hambre, a pesar de sacar de Quito seis
mil puercos, trescientos caballos e acémilas, novecientos perros y muchos
carneros y ovejas, y que todo se comió e perdió”.
Qué desastre. La aventura de del Amazonas había durado dos años
terroríficos. Cieza, cosa rara en él, no habla de los indios ‘amigos’ que iban
con los españoles; debieron de ser muchos y todo indica que murieron la mayoría.
Uno de ellos era especialmente querido por Gonzalo Pizarro, y se daba la
circunstancia de que, durante la travesía, se habían salvado mutuamente la vida.
Tardaron casi un año en alcanzar Quito desde que decidieron abandonar la
campaña. Además de comerse todo lo imaginable, sin dejar rastro de bicho
viviente, algún cronista comentó que “incluso estuvieron por comerse a los
españoles que se morían”.
Gonzalo Pizarro va a comprobar que ‘se cumplió’ el mal agüero, y tendrá
una reacción poco realista con respecto a Vaca de Castro: “Sabida por Gonzalo
Pizarro la muerte tan desastrada del Marqués, no es de contar cuánto lo sintió.
Aunque desde la ciudad de Quito el Teniente Sarmiento le envió, para él e para
algunos de sus compañeros, caballos, no los quiso. Él y todos entraron en Quito
a pie, de tal manera que era gran lástima verlos. Cuando Gonzalo Pizarro supo
que Vaca de Castro había sido recibido en todo el reino como Gobernador, le
pesó grandemente, acusando a los de Quito de ignorantes. Decía que él tenía que
gobernar, e que el Rey, Nuestro Señor, había sido muy ingrato al no mandar que,
por muerte del Marqués, la gobernación la tuviera él. Y se comenzó a preparar
para ir en busca de Vaca de Castro, porque entonces no se sabía que iba a
empezar la guerra, ni que Vaca de Castro saldría vencedor”. De hecho, los
supervivientes llegaron a Quito en junio del año 1542, y la batalla de Chupas
tuvo lugar tres meses después. La protesta de Gonzalo fue una pataleta, ya que
la decisión del Rey había sido sensata, dadas las circunstancias. Recordemos
que Vaca de Castro llegó incluso a enviar gente para localizar a Gonzalo
Pizarro en la tierra amazónica, pero no lo encontraron.
(Imagen) DON PEDRO DE PORTUGAL Y NAVARRA: otro de los grandes olvidados.
Nació, al parecer, en Granada hacia el año 1510. Estaba emparentado con las
familias reales de Portugal y Navarra. No fue a las Indias a presumir, sino a
ganarse la gloria y aumentar su riqueza. Resumo sus andanzas. Llegó, como
capitán, a la zona de Santa Marta (Colombia), estando casado con Isabel Lasso de la Vega, que fue
dama de la empreatriz Isabel, mujer de Carlos V. Empezó a sufrir, ya desde el
principio, en una durísima campaña de aquella gobernación. En 1537, con unos
pocos compañeros llegó al puerto de Lima en una carabela, siendo bien recibidos
por Pizarro. Fue entonces cuando comenzó el conflicto entre Pizarro y Almagro.
El idealismo de su noble linaje hizo que fuera siempre fiel a la legalidad.
Luchó contra Almagro en las Salinas, y
contra su hijo en la batalla de Chupas. Pero después, para continuar
sirviendo a la Corona, peleó contra Gonzalo Pizarro, y estuvo presente en
Jaquijaguana, donde se dio la batalla que acabó con el rebelde. También se
enfrentó a los sublevados en la última guerra civil, la de Francisco Hernández
Girón. Entonces le premiaron con una rica encomienda de indios a partes iguales
con DIEGO DE PANTOJA (ver imagen), a quien, casualmente, he dedicado la imagen
anterior. Pero, en ese enfrentamiento, cometió lo que quizá fuera el mayor
error de su vida, y, precisamente, por su estricto sentido del honor. Juan
Ortiz de Zárate (a quien ya conocemos) apresó a un hijo suyo, que estaba en el
bando rebelde, llamado Hernando de Portugal. Los oidores quisieron perdonarle
la vida, pero Pedro de Portugal no lo aceptó, contestándoles que ningún traidor
podía ser hijo suyo, y el resultado fue que le cortaron la cabeza. Poco
después, sin duda torturado, cedió todos los derechos de su rico mayorazgo a la
viuda, Isabel de Bocanegra. PEDRO DE PORTUGAL Y NAVARRA, ya en su vejez, siguió
batallando por Chile, y murió en la ciudad de La Plata (Bolivia).
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