(546) Y llegó el triste último momento de Diego de Almagro el Mozo: “Llevaba
siempre los ojos puestos en un crucifijo, e, sacado de la prisión, el pregonero
iba diciendo: ‘Esta es la justicia que manda hacer su Majestad el Emperador, y el Gobernador Vaca
de Castro en su nombre, por usurpador de la justicia Real, y porque se levantó
en el reino tiránicamente’. Yendo hacia la picota, junto a la cual estaba el
verdugo aparejado para matarle (era el mismo que ejecutó a su padre),
dijo que, puesto que moría en el lugar en el que había muerto su padre y le
habían de enterrar en la sepultura en la que estaba su cuerpo, rogaba que lo
echasen a él debajo, e pusiesen luego encima los huesos de su padre. Cuando
estaba donde le habían de matar, le quisieron poner un velo delante de los
ojos, y él decía que no había por qué, y que solo mandasen al verdugo que
hiciese su oficio, y dejarle a él en aquel poco tiempo que le quedaba de vida
gozar de ver con los ojos la imagen de nuestro Dios, que allí estaba.
Finalmente, se porfió con él, e, contra su voluntad, le fueron tapados sus
ojos. Extendido en el repostero, recibió la muerte con gran ánimo, en el mismo
lugar donde, años atrás, se la dieron a su padre, y fue su cuerpo enterrado en
la iglesia de la Merced, en la misma sepultura y de la manera que antes pidió”.
Cieza da más datos sobre su persona: “Era Don Diego de mediano cuerpo y
de unos veinticuatro años, muy virtuoso y entendido, valiente, buen hombre de a
caballo, liberal e amigo de hacer el bien. Su madre fue una india natural de
Tierra Firme (Panamá). Teníase grande esperanza de su persona, si
viviera. No carecía de vicios, pues tuvo los que generalmente tienen la mayoría
de los hombres de las Indias”.
No deja Cieza pasar de largo un detalle de mezquindad política: “El
capitán Peransúrez anduvo preguntando a los que se hallaron presentes si habían
oído a Don Diego decir ser digno de aquella muerte porque, por su mandato,
había sido muerto el Marqués Pizarro. Esto no lo preguntaba por ingorancia,
pues él y todos sabían que Don Diego nunca dijo tales palabras, mas parecíale a
él, a Vaca de Castro e a otros que, para su justificación, todo convenía”. Mala
defensa jurídica (o ninguna) hubo de tener Diego de Almagro el Mozo si, para
demostrar su culpabilidad, andaban buscando testigos después de ejecutarlo. Veremos
enseguida que la dureza de Vaca de Castro no parecía capricho suyo. Da la
impresión de que había llegado de España con unas orientaciones claras del
propio Rey, en el sentido de utilizar todos los medios que fueran necesarios
para terminar con las guerras civiles. Los almagristas habían cometido el error
de actuar contra la legalidad, convirtiéndose en rebeldes. Ya no había vuelta
atrás. Hasta es de creer que, si se hubieran presentado en España para pedir
perdón, no lo habrían obtenido. Pesaba demasiado el asesinato de Pizarro.
Termina Cieza la triste escena diciendo: “De esta manera feneció Don
Diego de Almagro, y en él tuvieron fin las reliquias de su padre, recibiendo
ambos una muerte igual en la ciudad del Cuzco”. Quizá se refiera a que con él
acabó la ‘descendencia’ de su padre, pero tuvo una hermana llamada Isabel Almagro.
(Imagen) Hay
personajes históricos que trasmiten un poso de tristeza, y tienen también
lagunas desconocidas en su biografía. DIEGO
DE ALMAGRO EL MOZO provoca lástima, y, al mismo tiempo, demostró sobreponerse
heroicamente a los golpes del destino. Apenas se conoce nada de su infancia y
su adolescencia, y menos todavía de su madre, la indígena bautizada como Ana
Martínez, ni de su hermanastra, Isabel Almagro, salvo que era menor que él e
hija de otra nativa. Es seguro que recibió una formación esmerada. Su primer
contacto con lo que era el horror de las expediciones de conquista lo tuvo
cuando fue a Chile para encontrarse con su padre. Luego no se habla de él hasta
la batalla de las Salinas, donde Diego de Almagro el Viejo resultó derrotado y
ejecutado. Qué deprimente situación. El Mozo se quedó solo, y obligado a
convivir con los que habían matado a su padre, hasta el punto de que permaneció
un tiempo en la propia casa de Pizarro, quizá por compasión del gran conquistador,
o quizá para evitar que frecuentara a los bravos capitanes almagristas que
vivían en Lima despreciados pero ansiosos de venganza. Llegó un momento en que
Pizarro se desentendió de él, y lo pagaría caro, porque propició que los
almagristas se apiñaran en torno a un Mozo que fue creciendo en seguridad y dio
consistencia a la conspiración que acabó con su vida. Pero aquel asesinato fue
el camino fatal que llevó inevitablemente a Diego de Almagro el Mozo a otra
guerra civil, la de Chupas, que acabó con su vida cuando no tenía más de 24
años, y que ni siquiera ganándola habría resuelto nada. Solo supondría el
retraso de su propia muerte, porque la mano justiciera de Carlos V era muy
larga e incansable, y el asesinato de Pizarro pesaba mucho. Dio el tipo como
personaje de tragedia griega que vino a este mundo con malas cartas.
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