miércoles, 31 de marzo de 2021

(Día 1382) El cacique Cofaqui les prestó muchos indios a los españoles para ir a Cofitachequi, pero no encontraban la ruta y acució el hambre. Gonzalo Silvestre no perdió el sentido del humor.

 

     (972) Los españoles descansaron cinco días en la provincia de Cofa, y siguieron su camino hacia su colindante, llamada Cofaqui, cuyo cacique era hermano del que se despidió de ellos con permanente amabilidad, teniendo, además, un generoso detalle de despedida: "Mandó a un indio principal que se adelantase y avisase a su hermano Cofaqui de la ida de los españoles a su tierra, diciéndole que le suplicaba los recibiese de paz y sirviese como él lo había hecho, porque lo merecían. Con este recado del cacique Cofa, envió otro el general al curaca Cofaqui ofreciéndole paz y amistad. Tras recibir el curaca Cofaqui los comunicados de su hermano y del gobernador, mandó preparar todo lo necesario en provisiones y gente de servicio para agasajar a los españoles. Y, antes de que el gobernador llegase, le envió cuatro caballeros principales acompañados de mucha gente que le diesen la bienvenida, así como indios que les  ayudasen a llevar las cargas. El gobernador llegó al primer pueblo de Cofaqui, donde estaba el cacique, el cual salió a recibirle acompañado de muchos hombres nobles hermosamente arreados de arcos y flechas y grandes plumas, con ricas mantas de martas y otras diversas pellejinas tan bien aderezadas como en lo mejor de Alemania".

     Hernando de Soto le contó a Cofaqui que su plan era llegar pronto a Cofitachequi, y el cacique le prometió, para el camino, la ayuda de cuatro mil indios de carga y de servicio más otros cuatro mil de guerra. Aún  no sabemos cómo resultará ese generoso gesto, pero el cronista ya anuncia que, en principio, Cofaqui había visto en la llegada de los españoles una oportunidad para dar una dura lección a los indios de Cofitachequi, que, en numerosas ocasiones, les habían hecho mucho daño, y, con tal fin, le dio instrucciones a su capitán más importante, Patofa. Cuando ya partieron, ocurrió algo desconcertante. Avanzaban con normalidad y bien orientados hacia Cofitachequi, siendo normal que los indios de Cofaqui conocieran bien el camino que llevaba al territorio de sus tradicionales enemigos. Pero llegaron a un punto en el que todos quedaron desorientados, con el agravante de que les quedaban ya pocas provisiones. Hernando de Soto le preguntó al capitán Patofa cuál fue la causa de haberse perdido, el cual le contestó que ni él ni sus indios habían llegado tan lejos en sus encuentros con los indios enemigos, porque siempre temieron i hastra sus dominios: "Lo cual provocó que los casi diez mil hombres y cerca de trescientos cincuenta caballos, cuando llegó el séptimo día de su camino, ya no llevaban cosa de comer y, aunque el día antes se había ordenado que se tasase la comida, porque no se sabía si la hallarían tan presto o no, era ya tarde, pues no quedaba nada para guardar. De manera que nuestros españoles se hallaron sin guía, sin camino, sin bastimento, perdidos en unos desiertos, atajados por delante de un caudaloso río, por las espaldas, con el largo despoblado que habían andado y, por los lados, con la confusión de no saber cuándo ni por dónde pudiesen salir de aquellos breñales, siendo la falta de la comida lo que más les acongojaba. Al gobernador le pareció que era lo más acertado no seguir caminando hasta haber hallado camino, y mandó que saliesen cuatro cuadrillas una legua la tierra adentro para ver si descubrían algún camino o tierra poblada, encargando la misión a los capitanes Juan de Añasco, Andrés de Vasconcelos, Juan de Guzmán y Arias Tinoco".

 

     (Imagen) Dice Inca Garcilaso: "Voy a contar un  caso para que se vea lo que padecían aquellos soldados. Un día de los de mayor hambre, cuatro soldados de los más principales, quisieron saber qué alimentos tenían entre ellos, y hallaron que apenas había un puñado de maíz. Para repartirlo, lo cocieron con el fin de que creciese algo, y en buena igualdad, sin agravio alguno, les tocaba a diez y ocho granos. Tres de ellos, que eran Antonio Carrillo, Pedro Morón y Francisco Pechudo, comieron sus partes. El cuarto, que era (el guasón) GONZALO SILVESTRE, echó sus diez y ocho granos de maíz en un pañuelo y los metió en el seno. Poco después se topó con un soldado castellano, que se decía Francisco de Troche, natural de Burgos, el cual le dijo: «¿Lleváis algo que comer?» Gonzalo Silvestre le respondió por donaire: «Sí, que unos mazapanes muy buenos, recién hechos, me trajeron ahora de Sevilla». Francisco de Troche, en lugar de enfadarse rio el disparate. Llegó otro soldado, natural de Badajoz, que se decía Pedro de Torres, el cual enderezando su pregunta a los que hablaban de los mazapanes les dijo: «¿Vosotros tenéis algo que comer?» (que no era otro el lenguaje de aquellos días). Gonzalo Silvestre respondió: «Una rosca de Utrera tengo muy buena, tierna y recién sacada del horno. Si queréis de ella, partiré con vos largamente». Rieron el segundo imposible como el primero. Entonces les dijo Gonzalo Silvestre: «Pues, para que veáis que no he mentido a ninguno de vosotros, os daré cosa que al uno le sabrá a mazapanes, si los tiene en gana, y al otro a rosca de Utrera, si se le antoja». Diciendo esto sacó el pañuelo con los diez y ocho granos y dio a cada uno de ellos seis granos, y tomó para sí otros seis, y todos tres se los comieron luego antes que se recreciesen más compañeros y cupiesen a menos. Y, habiéndolos comido, se fueron a un arroyo que pasaba cerca y se hartaron de agua, ya que no podían de vianda, y así pasaron aquel día sin más comida porque no la había". Y el cronista añade una reflexión: "Con estos trabajos y otros semejantes, no comiendo mazapanes ni roscas de Utrera, se ganó el Nuevo Mundo, de donde traen a España cada año hasta trece millones de oro y plata y piedras preciosas, por lo cual me precio muy mucho de ser hijo de conquistador del Perú, de cuyas armas y trabajos ha redundado tanta honra y provecho a España". En la imagen vemos el embarque de GONZALO SILVESTRE para La Florida en febrero de 1538. Era natural de Herrera de Alcántara (Cáceres).




martes, 30 de marzo de 2021

(Día 1381) Para variar, los caciques de Altapaha, Achalaque y Cofa (donde dejaron una pieza de artillería que les estorbaba) tuvieron un trato muy amistoso con los españoles. Datos sobre la familia de Isabel de Bobadilla.

 

     (971) Cuando llegó el resto del ejército de Hernando de Soto, fueron muy bien acogidos por el cacique de Altapaha y todo su pueblo, mostrándose muy generosos en la entrega de provisiones. Estuvieron allí tres días: "Durante los cuales se mantuvo la paz que al principio se había asentado, de manera que ninguna molestia recibieron los indios, salvo la comida que les gastaron, y esa la tomaban los españoles muy tasadamente por no irritar a los naturales". Luego pasaron de largo por otro poblado: "Por la provincia de Achalaque caminaron los españoles grandes jornadas por salir presto de ella, porque era estéril de comida, y porque deseaban verse ya en la de Cofitachequi, donde, por las noticias que habían tenido de que en aquella provincia había mucho oro y plata, pensaban cargarse de grandes tesoros y volverse a España". (Cuánta esperanza y cuánta desilusión debía de haber en la vida de aquellos sufridos conquistadores…). Sin embargo, también en Achalaque habían sido bien recibidos, y dejado ellos un buen recuerdo. De paso, Inca Garcilaso, hace una consideración sobre cómo se asentarían en aquellas tierras nuevas razas de animales: "Y lo mismo habían hecho con el cacique de Altapaha y con los demás caciques que habían salido de paz y hecho amistad a los españoles.  En su viaje a La Florida llevaron más de trescientas cabezas de cochinos, machos y hembras, que multiplicaron grandemente y fueron de mucho provecho en grandes necesidades que nuestros castellanos tuvieron en este descubrimiento. Y si los indios no los han consumido, es de creer que, dadas las condiciones que aquel gran reino tiene para criarlos, habrá hoy gran cantidad de ellos, porque, además de los que el gobernador daba a los caciques amigos, se perdieron muchos por los caminos, aunque los guardaban con mucho cuidado".

     La siguiente provincia se llamaba Cofa. Como siempre hacía Hernando de Soto, enviaba por delante mensajeros para ofrecer su amistad, y también con el fin de tener una impresión sobre la actitud de los indios ante su próxima visita. Y siguió la buena racha de los amables encuentros: "El cacique Cofa (recordemos que era frecuente en las Indias que el cacique y su territorio tuvieran el  mismo nombre) y todos sus vasallos mostraron alegrarse mucho con el mensaje, y así, de común consentimiento y con gran fiesta y regocijo, respondieron diciendo que el gobernador y todo su ejército fuesen muy enhorabuena a su poblado, donde los esperaban con mucho deseo de conocerlos,  para servirlos con todas sus fuerzas. Esta provincia de Cofa es fértil y abundante de alimentos. Está poblada de mucha y muy buena gente, doméstica y afable, donde el gobernador y los suyos fueron regalados y descansaron en este primer pueblo cinco días, porque el cacique no consintió que se fuesen antes, y el gobernador, por vía de amistad, consintió en ello. No hemos hecho mención hasta ahora de una pieza de artillería que Hernando de Soto llevaba en su ejército. Habiendo visto el adelantado que no servía sino de carga y pesadumbre, ocupando hombres que cuidasen de ella y acémilas que la llevasen, decidió dejársela al curaca Cofa para que se la guardase y, para que viese lo que le dejaba, mandó apuntar con la pieza desde la misma casa del cacique a una grande y hermosísima encina que estaba fuera del pueblo, y, de dos pelotazos, la desbarató toda, de lo que el curaca y sus indios quedaron admirados".

 

     (Imagen) No estará de más situar a ISABEL DE BOBADILLA, mujer de Hernando de Soto, en el punto que le corresponde dentro de su familia. Era hija del implacable Pedrarias Dávila, a quien, sin embargo, adoraba su mujer, de ilustre linaje y también llamada Isabel de Bobadilla. Constituyeron un matrimonio inconmovible y fecundo, que trajo al mundo nueve hijos (sin contar los que, probablemente, no superaron la niñez). Pedrarias murió el año 1531 (con unos 90 años), pero, en 1520, su mujer volvió a España con su hijo mayor, Diego Arias Dávila, heredero del mayorazgo familiar, el cual se casó a su llegada con doña Mencía de Ayala, y vivieron en Segovia, de donde eran sus raíces; allí ejercía como regidor del cabildo, pero solo vivió diez años más. El segundo, Francisco de Bobadilla, fue fraile dominico en Piedrahita (Segovia). El tercero, Juan Arias, fue a Nicaragua para acompañar a su anciano padre, pero falleció, también en 1530, con solo 21 años (doble y gran golpe para Pedrarias, que murió el año siguiente). El mayorazgo pasó al cuarto hermano, Arias Gonzalo de Ávila, que también heredó el título de Conde de Puñoenrostro. Venían después cinco hijas. La mayor era la trágica María de Peñalosa (cuya historia ya conocemos). Había estado prometida al gran Vasco Núñez de Balboa, pero su padre, el terrible Pedrarias, lo ejecutó. Luego se casó en 1524 con el noble segoviano Rodrigo de Contreras, gobernador de Nicaragua, sufriendo con horror, en 1550, que dos de sus once hijos, Hernando y Pedro Contreras, murieran al ser derrotados como rebeldes en Perú. Le llega el turno a 'nuestra' ISABEL DE BOBADILLA. Se confirman tres cosas: tendría unos 25 años cuando se casó (en 1539), su único marido fue Hernando de Soto y no tuvieron hijos. Le sigue en la lista Elvira Arias, por la que mostró su madre especial preocupación en la redacción de su testamento, otorgado el 20 de octubre de 1539 en Madrid, ya que, no habiéndose casado ni entrado en religión, su futuro era una incógnita, pero, ya fallecida su madre en 1543, se casó con un vecino de Guadalajara llamado Urbán de Arellano. Las dos últimas hijas profesaron como religiosas: Beatriz de Bobadilla, en Santa María de las Dueñas (Sevilla), y su hermana Catalina de Arias fue abadesa en el  monasterio de San Antonio el Real (Segovia). No le vendrían mal al sanguinario Pedrarias Dávila sus piadosas oraciones.




lunes, 29 de marzo de 2021

(Día 1380) Noble actitud de los bravos apalaches como guerreros. Los españoles llegaron a Altapaha, una zona de indios pacíficos. Terminó mal la antigua relación que, como socios, tuvieron Hernando de Soto y Hernán Ponce de León.

 

     (970) Francisco de Aguilar se hartó de las chanzas, y reveló un detalle que daba brillo a la valentía y el honor de los indios. Aunque el número de indios llegaba a cincuenta, tuvieron el detalle caballeresco de atacarles solamente siete, para equilibrar las fuerzas de unos y otros. De manera que no fue su número, sino su valía como guerreros lo que les dio la victoria. Y añade el cronista: "Los compañeros de Francisco de Aguilar quedaron admirados de haberle oído, porque nunca habían imaginado que los indios tuvieran la gentileza de pelear uno a uno con los castellanos pudiéndolos acometer con ventaja. Y es que  todos estos indios  temen a los caballos, pero no a los españoles, pues presumen de que siempre los vencerían si pudieran luchar tan protegidos como ellos".

      Después de lo ocurrido, la tranquilidad  va a ser, sorprendentemente, la tónica, durante un tiempo, en el avance del ejército por tierras nuevas (aunque no lo ha recordado el cronista, Hernando de Soto llevaba a sus hombres en dirección a Cofitachequi, el lugar donde, según dos de los indos que tenían consigo, abundaban los metales preciosos y las perlas) : "Con la desgracia y pérdida de los seis españoles, salió el gobernador de este pueblo de la provincia de Apalache y, habiendo caminado otras dos jornadas, entraron en los términos de otra llamada Altapaha. El gobernador Hernando de Soto, por ver si los naturales de aquella provincia eran tan ásperos como los de Apalache, quiso ser el primero que la viese, y también porque era costumbre suya muy guardada que a cualquier nuevo descubrimiento de provincia había de ir él mismo, porque no se satisfacía de relación ajena, sino que la había de ver por propios ojos. Para lo cual eligió cuarenta de a caballo y sesenta infantes, como hacía siempre que se adelantaba. Con ellos entró en el primer pueblo de la provincia de Altapaha, y halló que los indios se habían retirado a los montes y llevado consigo sus mujeres, hijos y hacienda. Los castellanos recorrieron el pueblo y prendieron seis indios. Dos de ellos eran caballeros y capitanes en la guerra, los cuales se habían quedado en el pueblo para echar fuera de él la gente menuda. Los llevaron a los seis ante el gobernador para que supiese de ellos lo que había en la provincia". Y resultó que aquellos indios eran tan razonables como el extraordinario cacique Mucozo (que tanto sintió la marcha de Hernando de Soto): no querían guerra, sino solamente que los españoles no les hicieran daño. Seguía en funciones de intérprete aquel Juan Ortiz que tantos años estuvo apresado por los indios, y que salvó la vida gracias a una india, como en la historia de Pocahontas, en lo que quizá se inspiró, para adornar su propia biografía, el autor John Smith: "Hernando de Soto les dijo, por medio de Juan Ortiz, que no querían guerra, sino paz y amistad con todos, pues ellos iban hacia ciertas provincias que había más adelante, y que tenían necesidad de provisiones. Los principales dijeron: 'Pues, para eso, no hay necesidad de que nos prendáis, pues os daremos lo que necesitéis para vuestro viaje y os trataremos mejor que os trataron en Apalache, que bien sabemos cómo os fue por allá'. El gobernador, oída la buena razón de los indios, fiándose de ellos y viendo que se negociaba mejor por bien que por mal, mandó soltarlos, y que todos los tratasen como amigos".

 

     (Imagen) Se diría que las sociedades con solo dos participantes tienen tendencia a deteriorarse. Así ocurrió con Hernando de Soto y su inseparable HERNÁN PONCE DE LEÓN (al que ya he mencionado en dos imágenes), tras haber estado asociados durante largos años, y en muy difíciles situaciones. Serían de edad parecida, y, con pocos años, estuvieron al servicio del temible Pedrarias Dávila, quien, como vimos, le tuvo mucho afecto a Soto, el cual se casó al partir para La Florida con una hija suya, la admirable Isabel de Bobadilla. Ponce y Soto buscaban la gloria militar y el enriquecimiento a toda costa. Construyeron barcos en los que llegaron a traficar con esclavos. Le llevaron a  Francisco Pizarro las provisiones que necesitaba para su último asalto al imperio inca, y entonces se unieron a su campaña militar. Los dos socios hicieron proezas en esa tesitura, pero el año 1536 Hernando de Soto partió para España, y luego zarpó hacia La Florida. Es de suponer que la sociedad estuviera ya moribunda, pues vimos que, enterado Ponce de que Soto estaba en La Habana, hizo un amago de esquivarlo. No pudo evitar el encuentro. Se hablaron con aparente cortesía y, por insistencia de Soto (probablemente con diplomática falsedad), renovaron sus compromisos societarios (con igual fingimiento por parte de Ponce). Y así ocurrió que, muerto Soto, Ponce arremetió contra su mujer, Isabel de Bobadilla, reclamándole derechos sobre los bienes de su hipotético socio, pero la reacción de ella estuvo a la altura de su linaje aristocrático y de su experiencia como gobernadora de Cuba durante varios años. Se revolvió  en La Habana contra HERNÁN PONCE DE LEÓN, negándole el permiso para ir a España, donde, sin embargo, más tarde siguieron los pleitos entre los dos. Entonces figuraba Ponce como uno de los Veinticuatro de Sevilla (título que ostentaba cada uno de los concejales de la ciudad), lo que hace suponer que era su lugar de origen. Es difícil entender qué reclamaba como socio, puesto que Soto lo perdió prácticamente todo en La Florida. Solo quedaban en pie los importantes bienes que Pedrarias Dávila donó a su hija, Isabel de Bobadilla, pero eso era la dote que ella aportó al matrimonio. HERNÁN PONCE DE LEÓN, como se ve en la imagen, ya había fallecido en 1558 (fecha del documento), viéndose obligado su abogado, Francisco de la Canal, a reclamar a sus herederos lo que le debía por actuar durante años en su defensa contra Isabel de Bobadilla (quizá perdiendo el caso).




sábado, 27 de marzo de 2021

(Día 1379) Salieron siete españoles del campamento, y los apalaches mataron a todos menos a Francisco de Aguilar. También Alonso de Carmona lo narró en su pequeña crónica.

 

     (969) El cronista añade que los indios no se limitaban a atacar a los españoles que se alejaban del campamento: "Además de la vigilancia  que usaban contra los desmandados, la tenían también contra todo el ejército, inquietándolo con alarmas y arrebatos que de día y de noche hacían, sin querer presentar batalla de gente junta en escuadrón formado, sino con asechanzas, escondiéndose en las matas y montecillos por pequeños que fuesen y, donde menos se pensaba que pudiesen estar, de allí salían como salteadores a hacer el daño que podían".

     Pasó el invierno, y, por fin, pudieron los españoles ponerse en marcha para salir cuanto antes del temible territorio de los apalaches: "El gobernador y adelantado Hernando de Soto, habiendo ordenado al capitán Diego Maldonado que fuese a La Habana para lo que atrás se dijo, y habiendo mandado proveer el bastimento y las demás cosas necesarias pasa salir de Apalache, que era ya tiempo, sacó su ejército de aquel alojamiento a los últimos de marzo de mil y quinientos y cuarenta años y caminó tres jornadas hacia el norte por la misma provincia sin topar enemigos que le diesen pesadumbre, habiendo sido los de aquella tierra muy enfadosos y belicosos". Pero, antes de perderlos de vista, tuvieron otro incidente con los bravos indios: "En un pueblo que era de la provincia de Apalache, pasó el ejército tres días. El segundo día sucedió que salieron a medio día del real cinco alabarderos de los de guarda del general y otros dos soldados, naturales de Badajoz. Uno se llamaba Francisco de Aguilar y el otro Andrés Moreno. Estos siete españoles salieron del pueblo sin acordarse del interés que los indios de aquella provincia tenían en matar a los que andaban despreocupados. Apenas se habían alejado los siete españoles doscientos pasos del real, cuando dieron los indios contra ellos, que, como hemos visto, no se dormían en sus asechanzas contra los que salían de orden. Al oír la gritería de  unos y otros, salieron del pueblo muchos españoles. pero, por prisa que se dieron, hallaron muertos a los cinco alabarderos, cada uno de ellos con diez o doce flechas atravesadas por el cuerpo, y a Andrés Moreno vivo, pero con una flecha de arpón de pedernal, y, en cuanto se la quitaron para curarlo, murió. Francisco de Aguilar, que era hombre fuerte y robusto más que los otros, y como tal se había defendido mejor que los demás, quedó vivo, aunque salió con dos flechazos que le pasaban ambos muslos, y muchos palos en la cabeza y por todo el cuerpo, porque llegó a enfrentarse a los indios, y, de un golpe que le dieron a soslayo en la frente, le derribaron toda la carne de ella hasta las cejas y le dejaron los cascos de fuera (el hueso frontal a la vista)".

     No va a perder Inca Garcilaso la ocasión de contar algo bueno de aquellos indios. Francisco de Aguilar tardó veinte día en reponerse, y fue dando detalles del percance. Los indios atacantes eran más de cincuenta. Todos los soldados de las Indias debían de tener un sentido del humor bastante siniestro, porque solían bromear acerca de situaciones verdaderamente trágicas. Le tomaban el pelo a Aguilar, como si fueran de risa las heridas que recibió y la manta de palos que le habían dado los indios. Se burlaban de él preguntándole cuántos eran los golpes que le habían dado, y si estaba dispuesto a vengarse de ellos desafiándolos a que se enfrentaran a él uno a uno, si eran valientes". Ante tanta broma pesada, Francisco de Aguilar se va a poner serio, y contará algo que ocultaba.

 

 

    (Imagen) Para resaltar la bravura de los indios apalaches, Inca Garcilaso aprovechó un trozo de la narración que hizo uno de los testigos, ALONSO DE CARMONA. Ahora lo copio yo porque es muy expresivo: "Estos indios de Apalache son de gran estatura y muy valientes y animosos, porque, como se vieron y pelearon con los que pasaron con Pánfilo de Narváez y les hicieron salir de la tierra mal que les pesó, se nos venían cada día a las barbas y cada día teníamos refriegas con ellos, y, como no podían ganar nada con nosotros a causa de ser nuestro gobernador (Hernando de Soto) muy valiente, esforzado y experimentado en guerra de indios, acordaron andarse por el monte en cuadrillas, y, como salían los españoles por leña y la cortaban en el monte, al sonido del hacha acudían los indios y mataban a los españoles y soltaban las cadenas de los indios que llevaban (presos) para traerla a cuestas (la leña), y quitaban al español la corona (la cabellera), que era lo que ellos más apreciaban, para traerla al brazo del arco con que peleaban, y, a las voces que daban y gritos que hacían, acudíamos luego y hallábamos hecho el mal suceso, y así nos mataron a más de veinte soldados, y esto ocurrió muchas veces. Y acuérdome que un día salieron del real siete de a caballo a ranchear, que es buscar alguna comida y matar algún perrillo para comer, que en aquella tierra lo hacíamos todos, y nos teníamos por dichosos el día que nos cabía parte de alguno, pues no había faisanes que mejor nos supiesen, y, andando buscando estas cosas, toparon con cinco indios, los cuales los aguardaron con sus arcos y flechas e hicieron una raya en la tierra y les dijeron que no pasasen de allí porque morirían todos. Y los españoles, como no saben de burlas, arremetieron con ellos, y los indios desembrazaron sus arcos y mataron dos caballos e hirieron otros dos y a un español hirieron malamente; y los españoles mataron uno de los indios y los demás escaparon por sus pies, porque verdaderamente son muy ligeros y no les estorban los aderezos de las ropas, sino que les ayuda mucho el andar desnudos». Se diría que aquellos españoles iban siempre acompañados por la presencia invisible de la muerte, muy conscientes de que cada amanecer podía ser el último de su vida, o el de sus mejores amigos. Llegaría el día en que otros españoles, los misioneros, supieron hacerse oír por los apalaches, como muestra la imagen.




viernes, 26 de marzo de 2021

(Día 1378) Murieron flechados dos caballos, y, después, dos españoles. Los indios arrancaban cabelleras. Los apalaches eran especialmente agresivos.

 

     (968) Los españoles, después de recoger el maíz que necesitaban, quisieron aprovechar más la salida apresando a algún indio. Vieron a uno que andaba por la cercanías, y el que salió a por él fue Diego de Soto, sobrino de Hernando de Soto, y criado suyo, ya que era un jinete muy bueno y quería, además, demostrar su valentía: "El indio, al verlo venir, corrió con grandísima ligereza, pues estos nativos son muy ligeros. Como el caballo le iba alcanzando se metió debajo de un árbol, puso una flecha en el arco, y esperó a que llegase a tiro el español. El cual, no pudiendo entrar bajo las ramas, pasó corriendo la lanza por un lado para ver si podía alcanzarle. El indio, evitando el golpe,  tiró la flecha al caballo, y acertó a darle entre la cincha y el codillo con tanta fuerza y destreza, que el animal fue trompicando unos veinte pasos y cayó muerto. Otro caballero, llamado Diego Velázquez, caballerizo del gobernador, no menos valiente y diestro en la jineta, fue a socorrer a Diego de Soto". Y se repitió, exactamente, el mismo percance, disparando el indio  desde debajo del árbol. También mató el caballo de Velázquez. Los dos jinetes corrieron con sus lanzas en las manos para castigar al peligroso enemigo, pero les resultaba imposible alcanzarlo, mientras él, en la distancia, escapaba burlándose de ellos. Y añade el cronista: "El nativo los dejó bien lastimados de tanta pérdida como la de dos caballos, pues, sabiendo los indios la ventaja que tenían los españoles con ellos, preferían matar un caballo que cuatro cristianos".

     Y seguían las pérdidas. Veremos, además, por primera vez, que aquellos indios arrancaban cabelleras:  "Pocos días después del mal lance de Diego de Soto y Diego Velázquez sucedió otro peor, y fue que dos portugueses, el uno llamado Simón Rodríguez, natural de la villa de Marván, y el otro Roque de Yelves, natural de Yelves, salieron en sus caballos fuera del pueblo para buscar fruta verde, y, pudiéndola coger de encima de los caballos de las ramas bajas, prefirieron subir en los árboles por parecerles que era mejor la de las ramas altas. Los indios, viendo a los dos españoles portugueses subidos en los árboles, salieron a por ellos. Roque de Yelves, dándose cuenta, se echó del árbol abajo y fue corriendo a tomar su caballo. Un indio le tiró una flecha con un arpón de pedernal y le dio por las espaldas y le atravesó los pechos, cayendo en el suelo sin poderse levantar. A Simón Rodríguez lo flecharon subido al árbol como si fuera alguna fiera encaramada y, atravesado con tres flechas de una parte a otra, lo derribaron muerto. En cuanto cayó le quitaron en redondo la parte superior de la cabeza, y la llevaron para testimonio de lo que habían hecho. A Roque de Yelves le dejaron caído sin quitársela porque los españoles ya se acercaban a caballo en su ayuda. El portugués solo tuvo tiempo de contar en pocas palabras lo sucedido,  y, tras pedir confesión, enseguida expiró".

     Después el cronista insiste en la ferocidad de aquellos indios: "Concluyendo las cosas acaecidas en el pueblo principal de Apalache, decimos que los naturales de esta provincia, durante el tiempo en que los españoles estuvieron invernando en su tierra, se mostraron muy belicosos, atacando a los castellanos sin perder ocasión, por pequeña que fuese, de herir o matar a los que salían del campamento, aunque fuese muy poco trecho".

 

     (Imagen) Si bien, siguiendo los argumentos del historiador Esteban Mira Caballos, todo apunta a que HERNANDO DE SOTO nació en Barcarrota (Badajoz), no queda la cuestión zanjada. Así lo aseguraba también Inca Garcilaso, pero  el mismo Soto enredó el asunto diciendo que era natural de Jerez de los Caballeros (Badajoz) (tampoco tiene demasiada importancia, puesto que solo 25 km separan ambas localidades), aunque Mira Caballos argumentaba que trataba de ocultar con ello su ascendencia judía. La tesis del origen jerezano la defiende asimismo otro historiador, Juan Luis Fornieles, de quien lo que me interesa ahora es recoger algunos otros datos que aporta sobre la biografía general de Soto. Habla del testamento que dejó otorgado en La Habana el uno de mayo de 1539, poco antes de partir hacia La Florida. En él se ven datos curiosos. Tuvo el detalle de dejar un depósito de dinero para misas por el alma de alguien (fallecido años atrás en Nicaragua) que fue uno de sus mejores amigos, Francisco de Compañón, paisano y camarada suyo de armas cuando llegaron, siendo muy jóvenes, a las Indias en la armada del duro Pedrarias Dávila (año 1514). Se mostró también generoso con otro gran amigo y paisano, Nuño de Tovar, al que le dejaba en herencia la importante cantidad de mil ducados. Sin duda, Hernando de Soto se arrepintió de hacerlo, puesto que, como vimos, le quitó luego el cargo de maestre de campo de su ejército porque Tovar se casó disimuladamente con Doña Leonor de Bobadilla, pariente de Soto, el cual tenía otros planes para ella. En el testamento de Hernando de Soto llama la atención el hecho de que no dejara nada para sus familiares más cercanos, aunque consta que, en vida, les envió importantes cantidades de dinero desde las Indias. Nos sirve también de ejemplo para comprender que los conquistadores podían enriquecerse en extremo, pero solo si las campañas tenían éxitos espectaculares. En ocasiones, los llevaban a la ruina total. Hernando de Soto se preparó 'a lo grande', y ostentosamente, para ir a La Florida, pero perdió la vida y toda su gran fortuna. Para mayor desgracia, su viuda, la admirable Isabel de Bobadilla, sufrió un largo pleito contra el socio de su marido, Hernán Ponce de León, y terminó muriendo envuelta en reclamaciones económicas. Ya vimos una estatua del gran HERNANDO DE SOTO en Barcarrota. La de la imagen está en Jerez de los Caballeros. Dondequiera que naciera, ambas poblaciones tuvieron parte importante en su vida personal y familiar.




jueves, 25 de marzo de 2021

(Día 1377) A Esteban Pegado no le quedó más remedio que matar a un indio apalache solitario que se enfrentó fieramente a él y a otros seis españoles, todos a caballo. Por entonces, surgieron esperanzas de encontrar oro.

 

     (967) Veamos la bravura del indio apalache: "En enero del año de 1540 sucedió que el contador (funcionario público) Juan de Añasco y otros seis caballeros paseaban a caballo las calles de Apalache, y salieron al campo que rodeaba el pueblo, sin alejarse de él. No llevaban más armas que las espadas, ni protección alguna, salvo uno de ellos, llamado Esteban Pegado, vecino de Yelves (Badajoz, aunque muy probablemente nacido en la portuguesa Elvas), que llevaba una celada en la cabeza y una lanza en la mano. Vieron un indio y una india en lo despejado de un monte, y fueron hacia ellos para prenderlos. La india, viendo los caballos, no acertaba a huir. El marido la tomó en brazos y la ocultó tras unas matas, diciéndole que se huyera por el monte. Luego volvió corriendo adonde había dejado su arco y flechas, y salió a enfrentarse a los castellanos con tanta determinación y tan buen denuedo como si se tratara de uno solo. Los españoles, viéndolo tan valiente, decidieron no matarlo, sino solamente tomarlo vivo por parecerles indigno que siete españoles a caballo matasen un solo indio a pie, y porque un ánimo tan gallardo no merecía que lo matasen. Llegaron donde el indio, lo atropellaron y procuraron no dejarle levantarse del suelo. El indio cuanto más le gritaban que se rindiese , tanto más feroz se mostraba y así caído como estaba, unas veces poniendo la flecha en el arco y tirándola como le era posible y otras dando punzadas en las barriga y piernas de los caballos, hirió a los siete, aunque de heridas pequeñas porque no le daban lugar a hacerlas mayores. Escapándose de entre las patas, se puso en pie y, tomando el arco a dos manos, dio con él un golpe tan fiero sobre la frente de Esteban Pegado, que le brotó la sangre por encima de las cejas y le corrió por la cara, dejándolo medio aturdido. El español portugués, encendido en ira dijo: '¿Vamos a esperar a que este solitario indio nos mate a los siete?' Tras lo cual le dio una lanzada por los pechos que le pasó de parte a parte y lo derribó muerto. Después de coger sus caballos, que los hallaron todos ligeramente heridos, se volvieron al campamento admirados de la temeridad del bárbaro y avergonzados de contar que un indio solo se hubiese enfrentado a siete de a caballo".

     Hernando de Soto  siempre andaba buscando información sobre las características de las tierras que había más adelante, con el fin de seguir la ruta más prometedora. Dos indios que tenían presos los españoles les aseguraron que, por ser criados de mercaderes indígenas que vivían del intercambio de bienes, habían sabido que "en la provincia de Cofitachequi había mucho oro y plata, y gran cantidad de perlas". Y añade el cronista:  "Con estas noticias quedaron nuestros españoles muy contentos y regocijados, deseando verse ya en Cofitachequi para ser señores de mucho oro, plata y perlas preciosas". Pero, lo de esa hipotética riqueza de tesoros, el cronista lo deja para más adelante. Y sigue contando: "Volviendo a los hechos que acaecieron entre indios y españoles en Apalache, sucedió que salieron del campamento veinte caballos y cincuenta infantes, y fueron a traer maíz, pues lo había en abundancia por los poblezuelos de toda aquella comarca". Lo que le va a servir para incluir otra anécdota.

 

 

     (Imagen) Hemos visto que el portugués Esteban Pegado (natural de Elvas) mató a un indio apalache que se defendía atacándoles fieramente a él y a sus seis compañeros. En el ejército de Hernando de Soto había bastantes portugueses, y uno de ellos escribió una crónica de aquella aventura de La Florida. Lo hizo bajo el seudónimo de Fidalgo de Elvas, ciudad lusa a la que los españoles solían denominar Yelves. Publicó su obra el año 1557 en Évora (Portugal), de la que, sin duda, también se sirvió en alguna medida Inca Garcilaso para escribir la suya. Tuvo el título de "Relación verdadera de los trabajos que el gobernador Don Hernando de Soto y ciertos hidalgos portugueses pasaron en el descubrimiento de la provincia de La Florida". Ya en el mismo título dejó claro que quiso dar todo el protagonismo que pudo, y el rango de hidalgos, a sus paisanos, y, de hecho, adornó sus hazañas más que las de los españoles. No obstante, la aportación de su texto ha sido siempre considerada de gran valor. En la expedición había bastantes portugueses, y, al parecer, casi todos naturales de Elvas. Quizá la explicación se deba a que esta bella e histórica población (llamada la Segovia portuguesa, debido, entre otras cosas, a su acueducto) está a solo 20 km de Badajoz, por lo que les llegaría pronto la noticia de que Hernando de Soto andaba por allí reclutando gente para su espectacular empresa; incluso parece que algunos ya vivían en esta capital extremeña. Como es lógico, el misterioso FIDALGO DE ELVAS formó parte de ese escaso cuarenta por ciento de integrantes que sobrevivieron a la terrible campaña de La Florida. Solo hay un candidato (sin pruebas definitivas) a ser quien se escondía tras ese seudónimo: ÁLVARO FERNÁNDEZ, el cual figura como sobreviviente de la expedición. Se sabe que, a su vuelta, se estableció en México, residiendo en Puebla, donde actuó como testigo de los méritos que alegaba Juan de Añasco, quien, como vimos, a pesar de su irascible carácter, llevaba en la campaña el importante cargo de contador público, siendo también un competente capitán, cuyo ingenio, además, fue vital para que pudieran regresar a México sin perderse por el camino. ÁLVARO FERNÁNDEZ, que tenía entonces 34 años, manifestó que eran ciertos esos méritos de Añasco, y firmó la declaración, lo que da prueba de que no era uno más de los numerosos analfabetos de la época.






miércoles, 24 de marzo de 2021

(Día 1376) Hernando de Soto envió a Diego Maldonado a Cuba para dar noticias de su campaña y volver con provisiones. Produjo entusiasmo en la isla todo lo que contó. (Bernardo de Gálvez quedó retratado en una gran proeza).

 

     (966) Hernando de Soto siguió dando órdenes: "Pocos días después de la venida de Diego Maldonado, le mandó el gobernador, a principios del años 1540, que fuese a La Habana con los dos bergantines que tenía a su cargo y visitase a doña Isabel de Bobadilla y le diese cuenta de lo que hasta entonces habían andado y visto, y enviase la misma relación a todas las demás ciudades y villas de la isla, y que, para el octubre venidero, volviese al puerto de Achusi con los dos bergantines y la carabela que Gómez Arias había llevado, y trajesen en ellos armas, pólvora y otras cosas que el ejército necesitaba, porque, aunque para entonces pensaba el gobernador haber hecho en el puerto de Achusi un gran rodeo por aquellas tierras descubriendo nuevas provincias, para dar principio a la población, era conveniente poblar primero el puerto, por ser muy necesario para lo de la mar y lo de tierra. Le mandó,  asimismo, que dijese a Gómez Arias que viniese con él, porque, por su gran prudencia para las cosas de gobierno, y por su mucha práctica para las cosas de la guerra, le convenía tenerlo consigo".

     El viaje de Diego Maldonado iba a  causar sensación a su llegada: "Partió de la bahía Aute y fue a La Habana, donde por las buenas noticias que del gobernador y de su ejército llevaba, por el éxito  hasta entonces habido y por el que se esperaba tener en adelante, fue muy bien recibido de doña Isabel de Bobadilla y de toda la ciudad de La Habana, de donde se envió aviso a las demás ciudades de la isla, las cuales, con mucho regocijo, solemnizaron la prosperidad del gobernador. Y, para el tiempo señalado, se hicieron grandes aportaciones de gente, caballos, armas y las demás cosas necesarias para poblar. Todo lo cual daban las ciudades en común, y los hombres ricos en particular, esforzándose cada cual en lo que podía, para mostrar el amor que a su gobernador y capitán general tenían, y por los premios que esperaban. En los cuales apercibimientos los dejaremos y volveremos a contar algunas cosas particulares que acaecieron en la provincia de Apalache, por los cuales se podrán ver las ferocidades de los indios de aquella provincia y juntamente su temeridad, porque, ciertamente, por sus hechos muestran que saben osar y no saben temer como se verá en el caso siguiente y en otros que se contarán, aunque no todos los que sucedieron que, por huir prolijidad, nos excusaremos de los más".

   Tras esta puntualización, el cronista procede a narrar varias anécdotas que confirman la fiereza de los apalaches, y habrá que tocar lo esencial para no extendernos demasiado. En la primera se van a ver involucrados siete españoles, a los que se enfrentó con espíritu suicida un solo indio.

 

   (Imagen) He de resumir, porque sería inacabable recoger todas las hazañas y aciertos de BERNARDO DE GÁLVEZ. Cuando fue nombrado, el año 1779, gobernador de Luisiana, los ingleses se preparaban para invadir Nueva Orleans, y ese mismo año Carlos III le declaró la guerra a Gran Bretaña. Entonces Gálvez decidió sorprender a los ingleses tomando Pensacola y otros puntos fuertes situados en el río Misisipi. En setiembre les arrebató varios emplazamientos, y los ingleses renunciaron a atacar desde Pensacola. Por su gran éxito, Gálvez fue nombrado, con solo 33 años, mariscal de campo. En 1580, se propuso tomar la plaza de Mabila, pero se encontró con enormes adversidades marítimas que provocaron el naufragio de varias de sus naves. Sin embargo, según él mismo dijo, "la necesidad dio origen a nuevas fuerzas", rehízo sus tropas, volvió al ataque y logró la victoria. Faltaba por conquistar el principal asentamiento inglés: Pensacola, sede del poder civil y militar de los británicos. BERNARDO DE GÁLVEZ preparó a conciencia su estrategia de acoso. Salió hacia allá desde La Habana en octubre de 1780, y un huracán puso en tanto peligro la flota, que tuvieron que regresar al puerto. Ya repuestos de los grandes daños, zarparon otra vez el 28 de febrero de 1781, ejerciendo Gálvez el mando único de la flota. Después de una maniobra fracasada en el canal que daba acceso a Pensacola, retrocedieron. Temiendo que volviera a ocurrir, los oficiales se opusieron a intentarlo de nuevo. Entonces BERNARDO DE GÁLVEZ, sin obligar a nadie, tomó la decisión heroica de entrar en la bahía con un barco, y dijo: "Iré yo solo, y, el que tenga valor, que me siga". A pesar de los cañonazos, logró pasar. Bajó a tierra, y, al día siguiente, el resto de la armada, llena de entusiasmo, se juntó con él, lográndose la toma del fuerte tras un breve cerco en el que Gálvez resultó herido, con lo que se consiguió recuperar, además de Pensacola, toda La Florida. Fue una victoria clave para que los americanos expulsaran definitivamente a los británicos el 9 de otubre de 1781 en la batalla de Yorktown. En la imagen se ve que dos oficiales de la marina americana homenajean a BERNARDO DE GÁLVEZ en Pensacola, junto a un monumento que lleva el lema de YO SOLO por su osado ataque en solitario, lo cual les puso en bandeja la independencia. El extraordinario personaje murió en México en 1786, con solo cuarenta años.






martes, 23 de marzo de 2021

Día 1375) En un viaje de exploración, Diego de Maldonado descubrió el estratégico puerto de Achusi, pero apresó indignamente a dos indios amigos. Mucho después anduvo por Florida el excepcional, y olvidado, Bernardo de Gálvez.

 

     (965) El ejército iba a estar allí quieto durante el invierno, pero Hernando de Soto aprovechó también el tiempo para otras cosas: "Pocos días después de lo que se ha dicho, como el gobernador nunca estaba ocioso sino imaginando lo que podía convenir para el descubrimiento, conquista y población de las tierras, mandó a un capitán en quien tenía toda confianza, natural de Salamanca, llamado Diego Maldonado, que, dejando su compañía bajo el mando de otro caballero natural de Talavera de la Reina, llamado Juan de Guzmán, fuese a la bahía de Aute y con los dos bergantines que el contador Juan de Añasco allí había dejado, fuese costeando hacia el poniente unas cien leguas, y le trajese relación  de los puertos, caletas, senos, bahías, esteros y ríos que hallase y los bajíos que por la costa hubiese, por si fuera de utilidad para lo que en adelante ocurriese, y le dio dos meses de plazo para ir y volver. El capitán Diego Maldonado fue a la bahía de Aute y de allí se hizo a la vela, y, habiendo andado costeando los dos meses, volvió al fin de ellos con larga relación de lo que había visto y descubierto. Entre otras cosas, dijo que. a sesenta leguas de la bahía de Aute, dejaba descubierto un hermosísimo puerto llamado Achusi, abrigado de todos vientos y capaz para muchos navíos".

     Pero Diego Maldonado permitió algo que Inca Garcilaso (tan indio como español) censura con razón: "Trajo consigo de este viaje dos indios, naturales del mismo puerto de Achusi, siendo uno de ellos señor de vasallos,  a los cuales prendió con astucia indigna de caballeros, pues los indios le recibieron de paz, y con muchas caricias le convidaron a que saltase en tierra y tomase lo que hubiese menester. Diego Maldonado no osó aceptar el convite por no fiarse de desconocidos. Entendiéndolo los indios, decidieron contratar libremente con los castellanos, por quitarles las sospechas, e iban a los bergantines a visitar a Diego Maldonado y a sus compañeros, llevándoles lo que les pedían. Con esta afabilidad de los indios, los españoles, tras haber comprado lo que para su navegación necesitaban, alzaron velas y osaron partir llevándose presos a los dos indios que trajeron, que acertaron a ser el cacique y un pariente suyo". Nada más dice de lo que pudo ser después el destino de estos desafortunados indios, que llegaron a bordo impulsados por conocer el sorprendente interior de aquellas naves nunca vistas. Solo  nos deja el mal sabor de boca.

     Lo que les interesó a los españoles del  resultado del viaje fueron las esperanzadoras  noticias  de poder hacerse con un buen puerto para sus futuras campañas. Y la moral de la gente se fortaleció:   "Con la relación que el capitán Diego Maldonado trajo de toda la costa y del buen puerto que había descubierto en Achusi holgaron mucho, porque, conforme a las trazas que el general llevaba hechas, les parecía que los principios y medios de su descubrimiento y conquista iban bien encaminados para los fines que en ella pretendían de poblar y hacer asiento en aquel reino. Porque lo principal que el gobernador y los suyos deseaban para poblar era descubrir un puerto tal cual se había descubierto, donde fuesen sus navíos a llevar gente, caballos, ganados, semillas y otras cosas necesarias para nuevas poblaciones".

 

     (Imagen)  El dominio que tuvo España  más allá de la frontera norte del México actual ha quedado prácticamente olvidado, a pesar de que fue muy importante y extenso antes de la independencia de los países hispanoamericanos. En  tiempos próximos al descalabro final, aún quedaban hombres de gran talla al servicio de la corona española. Hay uno especialmente notable, pero desdibujado por completo en nuestra memoria: BERNARDO DE GÁLVEZ. De tanto mérito y de tan intensa biografía, que habrá que dedicarle, al menos, dos imágenes. En esa bahía que, según hemos visto, descubrió en 1539 Diego Maldonado, llamada entonces Achusi y ahora Pensacola, demostró Bernardo de Gálvez un valor excepcional. Pero empecemos a hablar de sus inicios, y de su precocidad en todas las actividades que desempeñó en su vertiginosa vida. Bernardo de Gálvez nació el año 1746  en Macharaviaya (Málaga), hoy con solo 500 habitantes. Era de familia aristocrática, en la que tres hermanos suyos y él sintieron la llamada de las Indias, lo que no es de extrañar, porque su padre, Matías de Gálvez, llegó a ser virrey de México. El asombroso currículum militar de Bernardo comenzó siendo extremadamente joven. Con solo 16 años, y ya con el grado de teniente de infantería, luchó contra los ingleses en la Guerra de los Seis Años, durante el reinado de Carlos III. En 1763 se firmó la paz definitiva, pero, por conveniencias de intercambios, hubo que ceder a Inglaterra La Florida, una herida abierta que más tarde cerraría el propio Bernardo de Gálvez, quien, en 1765, aparece como capitán en lo que hoy es Nuevo México, distinguiéndose en  numerosos combates contra los apaches. Vuelto a España, aunque sufrió una derrota en Argel, fue ascendido a teniente coronel por su heroico aguante tras recibir una grave herida. Regresó a México, y, en 1776, lo nombraron coronel del ejército de Luisiana. Transcurrido un año, asumió el puesto de gobernador interino, y comenzó a planificar la eliminación de la amenaza que suponían los ingleses desde la vecina Florida, e, incluso, la posibilidad de recuperarla, mostrándose favorable a la independencia de los norteamericanos y a su colaboración con ellos, por ser Inglaterra el enemigo común. Como veremos en la próxima imagen, España consiguió recuperar la Florida, y su  participación en aquella guerra fue determinante para la independencia norteamericana, como reconoció el propio general, y futuro presidente, George Washington.




lunes, 22 de marzo de 2021

(Día 1374) Sus compañeros siempre le celebraron a Antonio Galván que, matando al cacique indio, les salvó la vida.

 

     (964) Siguieron en apuros los españoles por otra tanda de indios en ataque:  "No andaba menos cruel y sangrienta la pelea por las otras partes, porque por el lado derecho de la batalla acudió una gran banda de indios con mucho ímpetu y furor sobre los cristianos. Un valiente soldado, natural de Almendralejo, llamado Andrés de Meneses, salió a resistirles, y con él fueron otros diez o doce españoles, sobre los cuales cargaron los indios con tanta ferocidad y braveza que, de cuatro flechazos que dieron a Andrés de Meneses lo derribaron en el agua. Hirieron asimismo a otros cinco de los que fueron con él. Los españoles se esforzaban con su buen ánimo para defender sus vidas, que ya no peleaban por otro interés, y llevaban lo peor de la batalla, porque solo podían atacar los cincuenta peones, pues los de a caballo, por ser la pelea en el agua, no eran de provecho para los suyos ni de daño para los enemigos".

     Pero se salvaron milagrosamente: "Entonces se enteraron todos los indios de que su capitán general estaba herido de muerte, con lo cual empezaron a retirarse poco a poco, aunque tirando flechas a sus contrarios. Los castellanos se rehicieron, los echaron fuera de toda la ciénaga, y los empujaron por el callejón del monte cerrado que había en la otra ribera, y les ganaron el sitio que habían preparado los españoles para su alojamiento cuando pasó el gobernador con su ejército. Los españoles se quedaron en él aquella noche porque era plaza fuerte y cerrada donde los enemigos no podían hacerles daño. Sintiéndose seguros,  curaron a los heridos como pudieron, pues la mayoría lo estaban, pero pasaron la noche en vela, porque los indios, con sus gritos y alaridos, no les dejaron reposar".

     A Antonio Galván, tiempo atrás, los indios le golpearon en la cabeza de tal manera que lo dieron por muerto. Como ya nos dijo el cronista, sus compañeros lo recogieron, y se fue recuperando, pero en un proceso lento, durante el cual decía incoherencias que eran motivo de risa general, y a los soldados les encantaba hacerle preguntas para oír sus disparates. Ahora le vemos completamente en sus cabales, e incluso como objeto de admiración y agradecimiento por parte de toda la tropa: "Con el buen tiro que Antonio Galván lanzó aquel día socorrió Nuestro Señor a estos españoles, pues, ciertamente, de no ser tan acertado y en la persona del capitán general, los indios habrían podido hacer gran estrago en ellos, o degollarlos a todos, pues ellos eran muchos y animosos, y los españoles pocos y  la mayoría a caballo. Por ser la pelea en el agua, no eran señores de sí ni de sus caballos para atacar al enemigo o defenderse de él, por lo cual, peleando solos los de a pie, estuvieron a punto de perderse todos. Y así, platicando después muchas veces delante del gobernador sobre el peligro de aquel día, daban siempre a Antonio Galván la honra de que, gracias a él él, no resultaron vencidos y muertos".

     Cuando amaneció, los españoles siguieron avanzando bajo una lluvia de flechas: "De esta manera caminaron dos leguas de monte donde los indios hirieron a más de veinte castellanos y ellos no pudieron hacer daño alguno en sus enemigos porque hacían harto en guardarse de las flechas. Pasado el monte, salieron a un campo raso donde los indios, por temor a los caballos, no osaron atacarles, y, así, pudieron caminar con menos pesadumbre".

 

     (Imagen) El acoso de los nativos fue constante mientras avanzaba Pedro Calderón con sus hombres hacia el territorio de los apalaches, para unirse al ejército de Hernando de Soto. Al portugués Álvaro Fernández le mataron su segundo caballo (valían una fortuna). Sigue diciendo el cronista: "Llegaron a Apalache a la puesta de sol (recorrieron unos 350 km), haciendo la última jornada a paso corto por los muchos heridos que llevaban, de los cuales murieron después unos doce, y entre ellos Andrés de Meneses, que era un valiente soldado. Llegados ante su capitán general y sus compañeros, fueron recibidos con gran regocijo, pues se les daba por muertos, ya que los indios les habían dicho muchas veces que los habían degollado por los caminos. Y ello era verosímil, porque, habiéndose visto el gobernador en grandes peligros con los más de ochocientos hombres que llevaba cuando pasó por aquellas provincias, era creíble que, no siendo más de ciento veinte los de Pedro Calderón, se viesen perdidos. Es de saber que, cuando el capitán Pedro Calderón llegó al pueblo de Apalache, hacía seis días que el contador Juan de Añasco, que salió de la bahía de Espíritu Santo (Tampa) con los dos bergantines rumbo a la de Aute, había llegado sin haberle acaecido por el mar cosa digna de memoria. Desembarcó en Aute, sin oposición de los enemigos, porque el gobernador envió al puerto una compañía de caballos y otra de infantes para protegerlos,  y tenían puestas las banderas en los árboles más altos para que las viesen desde el mar. Cuando Juan de Añasco y Pedro Calderón se vieron juntos en compañía del gobernador y sus hombres, se alegraron mucho, pues los trabajos se les harían más fáciles, porque la compañía de los amigos es alivio y descanso en los afanes. Con este común contento pasaron el invierno estos españoles en el pueblo y provincia de Apalache". Dicho lo cual, parece evidente que, si Calderón y su tropa tuvieron que hacer el viaje por tierra (que ya habían hecho los ochocientos que iban con Soto), expuestos a tantos peligros, se debió a que aquellos ciento veinte hombres no cabían en los dos bergantines, y todos ellos eran necesarios para enfrentarse con ciertas garantías (a costa de algún muerto) al durísimo y continuo acoso de los multitudinarios indios. La imagen aclara cómo Pedro Calderón, repitiendo el viaje de Soto, llegó por tierra hasta Apalache, haciéndolo Añasco por mar desde la misma bahía de Tampa.




sábado, 20 de marzo de 2021

(Día 1373) Al ver cómo penetraban las flechas de los indios, los españoles desecharon la protección que se ponían y se las ingeniaron para preparar otra mucho más resistente. Gonzalo Silvestre y Antonio Galván los hicieron huir matando al jefe indio.

 

     (963) Explica Inca Garcilaso que, muerto de un flechazo el caballo de Gonzalo Silvestre, tuvieron curiosidad por saber cómo había sido posible un resultado tan fulminante: "Abrieron el caballo y hallaron que la flecha había entrado por los pechos y pasado por medio del corazón y buche y tripas y parado en lo último de los intestinos. Así son de bravos, fuertes y diestros en tirar las flechas los naturales de este gran reino de la Florida. Mas no hay de qué espantarnos, si se advierte que desde niños, movidos por su natural inclinación y de lo que continuamente ven hacer a sus padres, les piden arcos y flechas. Y, porque viene a propósito, contaré un caso que sucedió después en Apalache. En una de las primeras refriegas que los españoles tuvieron con los indios de aquel lugar, recibió el maestre de campo Luis de Moscoso un flechazo en el costado derecho (que le hirió y no le mató por entrar a soslayo) pasando una protección de ante y otra de malla que llevaba debajo, que, por ser tan pulida, había costado en España ciento y cincuenta ducados, las cuales llevaban los hombres ricos por ser muy estimadas. Los españoles, admirados de un golpe de flecha tan extraño, quisieron ver para cuánto protegían las ricas cotas en las que tanto confiaban. Llegados al pueblo, pusieron en la plaza un cesto, y, habiendo escogido la cota que más estimaban, cubrieron con ella el cesto, que era muy fuerte, le dieron un arco y una flecha a un indio de los que tenían presos, y le mandaron que la tirase hacia la cota, que estaba a cincuenta pasos de ellos. El indio tiró la flecha, la cual pasó la cota y el cesto tan de claro y con tanta furia que, si de la otra parte alcanzara a un hombre, también lo pasara. Los españoles quedaron bien desengañados de lo poco que las muy estimadas cotas les podían defender de las flechas, y, en son de burla, las llamaban holandas (telas muy finas) de Flandes. Por lo que, en lugar de ellas, hicieron sayos acolchados de cuatro dedos en grueso, con faldamentos largos que cubriesen los pechos y ancas del caballo, resistiendo así mejor las flechas que cualquier otra protección".

     En su avanzada, Pedro Calderón y sus hombres pasaron la ciénaga grande sin acoso de los indios, llegaron al pueblo de Ocali, comprobaron que sus habitantes habían huido al monte, tomaron allí provisiones, hicieron canoas y pasaron el río local: "Entraron después en el pueblo de Ochile, y atravesaron toda la provincia de Vitachuco, llegando al lugar donde fue la muerte del soberbio Vitachuco y de los suyos, al que los castellanos llamaban el pueblo de La Matanza. Cuando se presentaron en Osachile, lo encontraron también abandonado de sus moradores. Llegaron a la ciénaga de Apalache habiendo caminado casi ciento treinta y cinco leguas con toda la paz y quietud del mundo, de manera que, salvo la noche en que mataron el caballo de Gonzalo Silvestre, no les dieron otra pesadumbre en todo este largo camino". El cronista nos hace ver que  no todos los indios de La Florida eran tan agresivos como los apalaches (aunque sin llegar al grado de la excepcional amabilidad del cacique Mucozo): "Los indios de la provincia de Apalache, más belicosos que los pasados, quisieron suplir la falta y descuido que tuvieron los otros en molestar y dañar a los españoles".

    

     (Imagen)  Puesto que Inca Garcilaso se está mostrando parco en facilitarnos nuevos nombres de los españoles que protagonizaban aquella aventura, recurriré, de vez en cuando, a las anécdotas que relata: "El capitán Pedro Calderón, viendo que habían pasado lo más hondo del agua, mandó que diez de a caballo, llevando a las ancas cinco ballesteros y cinco rodeleros, se adelantasen para tomar un callejón angosto que había en la otra ribera. Ellos fueron a toda prisa para cumplirlo. Entonces salieron muchos indios con gran vocería y y les tiraron muchas flechas, con las que mataron el caballo del portugués Álvaro Fernández, e hirieron a otros cinco, por lo que todos los caballos dieron la vuelta sin que sus dueños pudiesen frenarlos, y derribaron en el agua a los diez infantes que llevaban a sus ancas, casi todos mal heridos. Viéndolos caídos en el agua, los indios arremetieron a toda furia para degollarlos. Al socorro de ellos acudieron los españoles que se hallaban más cerca, y los primeros que llegaron fueron Antonio Carrillo, Pedro Morón, Francisco de Villalobos y Diego de Oliva, y se pusieron delante de los indios para que no matasen a los infantes. Se acercaba otra gran banda de indios que acudían a la victoria que los primeros habían cantado, yendo delante de todos ellos un indio con gran plumaje y soberbia presencia. Venía a tomar un árbol grande que estaba entre los unos y los otros, de donde podían, si los indios lo ganaran, hacer mucho daño a los españoles, y aun impedirles el paso. Viéndolo GONZALO SILVESTRE (fue quien se lo contó al cronista), llamó a grandes voces a Antonio Galván (ya recuperado de unas heridas en la cabeza que casi lo trastornaron), el cual, aunque era uno de los que habían caído de los caballos, no había perdido su ballesta, como buen soldado. Fue en pos de Gonzalo Silvestre, quien le insistió en que no tirase a otro sino al indio que venía delante, que parecía ser el capitán de todos ellos. Cuando el indio se dio cuenta de que los españoles se le acercaban, les tiró en un abrir y cerrar de ojos tres flechas, las cuales Gonzalo Silvestre recibió en el escudo que llevaba, que, por ir mojado, pudo resistir la furia de ellas. Antonio Galván le tiró al jefe indio con tan buena puntería que le dio por medio de los pechos y, como el triste no tenía más defensa que su pellejo, le metió toda la jara por ellos. Sus indios lo tomaron en brazos con gran murmullo, y, tras hablar los unos con los otros, se retiraron todos  llevándolo por el mismo camino que habían traído".




viernes, 19 de marzo de 2021

(Día 1372) Muñoz y Veintimilla lograron escapar de los indios en una canoa. Cumplida su peligrosa misión, Gómez Arias partió en una nave hacia La Habana, y Juan de Añasco fue en otra al encuentro de Hernando de Soto. Gonzalo Silvestre acabó con el indio que mató a su valioso caballo.

 

     (962) Los dos españoles cautivos vieron su gran oportunidad: "Los indios todavía porfiaban en  seguir a la nave, y con ellos iban los dos españoles Diego Muñoz y Veintimilla en una sola canoa, con intención de huirse de los indios e irse a la nao. Acaeció entonces que el viento norte se levantó. Los indios, temiendo que el viento creciese con la furia que en aquella región suele correr, tuvieron por bien volverse a tierra. Los dos españoles, con astucia, se quedaron retrasados dando a entender que los dos solos no podían remar contra el viento y, cuando vieron a los indios algo apartados, volvieron la proa de su canoa hacia el navío y remaron a toda furia como hombres que se ponían en peligro de perder la vida, y, a grandes voces, pedían que los esperasen. Los de la nao, viendo que era gente que los necesitaban, amainaron las velas y esperaron la canoa, y llegada que fue, recibieron a los dos españoles como una compensación por los que habían perdido. De esta manera volvieron a juntarse con cristianos Diego Muñoz y Veintimilla al cabo de diez años que habían estado en poder de los indios de la provincia de Hirrihigua y bahía de Espíritu Santo.

     Inca Garcilaso, volviendo al tema central, nos indica que Calderón, Añasco y Gómez Arias tomaron direcciones distintas: "Luego que Juan de Añasco y Gómez Arias se hicieron a la vela, el uno para la bahía de Aute y el otro para la isla de La Habana, preparó el capitán Pedro Calderón a la gente que le quedó, que eran setenta lanceros de a caballo y cincuenta infantes, porque Juan de Añasco y Gómez Arias llevaron treinta españoles en los bergantines y la carabela por no ir solos con los marineros. Calderón salió del pueblo de Hirrihigua, dejando los huertos frescos que los castellanos para su regalo habían plantado de muchas lechugas y rábanos y la demás hortaliza, cuyas semillas llevaban por si poblasen. El segundo día de su camino llegaron al pueblo del buen Mucozo, el cual salió a recibirlos y aquella noche les hizo muy buen hospedaje. El día siguiente, a la despedida, con mucha ternura y sentimiento, les dijo que ya no vería jamás al gobernador ni a ninguno de los suyos". Se diría que luego el cronista carga las tintas poniendo en boca de Mucozo palabras demasiado dramáticas sobre el dolor que sentía, entre otras, que siempre había deseado servirle y que lloraría toda la vida su ausencia. Les rogó a los españoles que le transmitieran sus sentimientos a Hernando de Soto. Y remata Inca Garcilaso: "Con estas palabras, y muchas lágrimas con que mostraba el amor que a los españoles tenía, se despidió de ellos y se volvió a su casa". Va a a ser difícil que aparezca en La Florida otro cacique tan entusiasta de los españoles.

     El capitán Pedro Calderón y sus ciento veinte compañeros llegaron hasta la ciénaga grande sin problemas, salvo algún escarceo de los indios. Pero uno de ellos fue perseguido por un español (casi hay que adivinar que se trataba de Gonzalo Silvestre): "Cuando sintió que lo iba alcanzando, el indio se revolvió para recibirle con una flecha puesta en el arco y se la tiró tan cerca que, al mismo tiempo, le dio el español una lanzada de la que cayó muerto. Mas no vengó mal su muerte, porque la flecha dio al caballo por los pechos, y el tiro fue tan bravo,  que, con las patas abiertas, cayó muerto a sus pies. De manera que el indio y el caballo y su dueño cayeron los tres juntos unos sobre otros; este era el famoso caballo de Gonzalo Silvestre". Definitivamente, parece que Inca Garcilaso hablará de otras acciones de Silvestre, pero sin hacer alusión a que fue él quien le contó lo más importante de lo ocurrido en la campaña de La Florida.

 

     (Imagen) Ya sabemos que JUAN DE AÑASCO desempeñaba cargos muy diversos y que, cuando llegue el momento, será clave para que los hombres que trataban de regresar de La Florida, después de morir Hernando de Soto, pudieran hacerlo con éxito. Todo ello a pesar de su áspero carácter (recordemos que el joven y valioso Gómez Solís, harto de sus reproches, lo llamó 'hijo de mala puta'). Además de ser un eficaz capitán de la tropa y buen navegante, confirmaremos enseguida que también fue un importante funcionario público. Su hija nos lo va a descubrir en un informe de sus méritos (el de la imagen, presentado en 1597), y también algo que se desconocía: cuándo y dónde murió. Ella se llamaba ISABEL DE AÑASCO (probablemente casada con Gutierre Cárdenas de Benavides), y, su hijo, que había hecho muchos méritos en Chile y también pedía un premio por sus servicios, JUAN DE CÁRDENAS AÑASCO. Isabel empieza el informe diciendo que su padre sirvió al Emperador en Italia, en Viena y en la conquista de La Florida, donde su principal misión era ejercer de contador público mayor, con un salario anual de mil ducados, los cuales no se le pagaron. Añade la razón, y que dio un cambio en su vida: no reclamó lo que le debían porque entonces le ofrecieron servir como administrador en las minas de plata de Guadalcanal (Sevilla). Y aclara: "En cuanto terminó este servicio, murió en su casa". Siguiendo la pista a JUAN DE AÑASCO en su ocupación minera, se revelan varias cosas. La mina fue descubierta en 1555, y, desde el principio se decidió que la regentara alguien con experiencia administrativa, aunque los banqueros alemanes de la familia Fugger actuaron como financieros. El primer director fue el gran experto Agustín de Zárate, famoso también por su crónica de Perú. Posteriormente, ocupó el puesto JUAN DE AÑASCO (avalado por haber sido funcionario de la Casa de la Contratación  de las Indias de Sevilla, donde había nacido), y llevó consigo fundidores y operarios. Pidió luego (y se lo concedieron) un descanso, quizá por ser ya un hombre mayor, pero se reincorporó en 1559. Es la fecha más reciente que se conoce de su biografía, por lo que es de suponer que no tardaría en morir, ya que fue su último trabajo, como manifestó su hija. La mina siguió siendo muy rentable hasta el año 1576, cuando hubo que paralizar durante largo tiempo la explotación por inundaciones y  derrumbamientos.




jueves, 18 de marzo de 2021

(Día 1371) Diego Muñoz y Hernando Veintimilla fueron apresados, en dos conflictos absurdos, por los indios, de los que no pudieron escapar hasta diez años después.

 

     (961) Nunca se sabrá cuántos españoles terminaron en las Indias como presos o esclavos de los nativos. Cada una de esas experiencias tuvo que ser de una dureza extrema. Inca Garcilaso nos habla de un par de casos que van a ocurrir algo más tarde de  lo que está narrando ahora. El primero ocurrirá cuando Pedro Calderón llegue a la zona de Hirrihigua en su avance hacia el encuentro con Soto: "Los indios de aquella provincia tenían grandes corrales de piedra seca para gozar del mucho pescado que con la creciente de la mar en ellos entraba. Y los castellanos que estaban con el capitán Pedro Calderón gozaban también de ella. Acaeció que un día se les antojó a dos españoles, el uno llamado Pedro López y el otro Antonio Galván, naturales de Valverde, ir a pescar sin permiso del capitán. Fueron en una canoa pequeña y llevaron consigo un muchacho, natural de Badajoz, de catorce o quince años, que se llamaba Diego Muñoz, paje del mismo capitán. Andando los dos españoles pescando, llegaron veinte indios en dos canoas, y, entrando en el corral, con buenas palabras, les pidieron que todos gozaran del pescado. Pedro López, que era hombre soberbio y rústico, les dijo: 'Andad para perros, que no hay para qué tener amistad con perros'. Diciendo esto, echó mano a su espada e hirió a un indio que se le había llegado cerca. Los demás, viendo la sinrazón de los españoles, los cercaron y, a flechazos y a palos, mataron a Pedro López, y a Galván lo dejaron por muerto, con la cabeza abierta. A Diego Muñoz lo llevaron preso, sin hacerle otro mal por su poca edad. Los castellanos que estaban en el alojamiento acudieron en canoas a la grita por dar socorro a los suyos, y llegaron tarde, porque hallaron muerto a Pedro López y que habían apresado a Diego Muñoz. Sintiendo que Antonio Galván todavía respiraba, lo pudieron salvar, pero tardó en curar de las heridas más de treinta días, y, por muchos meses, quedó como tonto, atronado de la cabeza por los palos que en ella le dieron".

     Añade la segunda anécdota: "En otro lance semejante prendieron los indios de esta provincia de Hirrihigua a otro español llamado Hernando Veintimilla, gran hombre de mar. El cual salió una tarde mariscando  y llegó  por la ribera hasta un monte donde había indios escondidos. Los cuales, viéndole solo, le hablaron amigablemente diciendo que repartiese con ellos el marisco que llevaba. Veintimilla respondió con soberbia, pretendiendo amedrentarlos. Los indios, enojados de que un español solo les hablase así,  lo llevaron preso, pero no le hicieron mal alguno. Estos fueron los dos españoles que tuvieron consigo los indios de esta provincia diez años,  hasta el año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, en el que, con tormenta, aportó a esta bahía de Espíritu Santo el navío del padre fray Luis Cáncer de Barbastro, dominico, que fue a predicar a los indios de la Florida y ellos le mataron y a dos compañeros suyos. Y los que en el navío quedaron se acogieron a la mar, y, yendo huyendo, les dio tormenta y tuvieron necesidad de entrar en aquella bahía a socorrerse de la furia de la mar. Los indios de Hirrihigua salieron, pasada la tormenta, con muchas canoas a combatir la nao, la cual, como no llevaba gente de guerra, se retiró a la mar". Ya dediqué una imagen a Luis Cáncer de Barbastro, a quien se le considera el primer mártir de La Florida. Pero, lo que va a contar a continuación el cronista, se referirá a los dos españoles presos.

 

     (Imagen) Entre oscuridades, he podido encontrar algo que añada más detalles sobre la vida de HERNANDO DE SOTO, quien, al parecer, como ya vimos,  ocultaba su lugar de nacimiento para evitar pistas de su ascendencia  judía. Sigue la duda de que viniera al mundo en Jerez de los Caballeros o en Barcarrota (ambas poblaciones situadas en la provincia de Badajoz, a solo 25 km de distancia la una de la otra). Llegó muy joven a las Indias, y vivió extraordinarias experiencias militares en Panamá, Nicaragua y Perú. Me voy a centrar en algunos datos sobre sus relaciones familiares. Tuvo varios hijos naturales, con mujeres indígenas de linaje principesco. En aquellos  tiempos se solía efectuar la redacción de últimas voluntades cuando se veía cercana la muerte, en general por alguna grave enfermedad. Hernando de Soto dictó el suyo cuando iba a partir hacia La Florida, muy consciente de que la aventura entrañaba un gran riesgo. Y señala en él, entre cosas, lo siguiente: "Dejo cuatrocientos ducados a un muchacho que dicen que es mi hijo, llamado Andrés de Soto, y mil ducados a una hija que dejé en Nicaragua, que se llama doña María de Soto, casada con Hernán del Solar y Taboada". Tuvo otra hija, doña Leonor de Soto, con la princesa india doña Leonor Coya, hermana de Atahualpa (se dice que también había sido su mujer, algo habitual en la alta nobleza inca). Al bautizarse la princesa, algo imprescindible para emparejarse con una india (incluso sin llegar a casarse), Hernando le puso el nombre de su madre, Leonor. Como ya conté, hubo una gran sintonía entre Soto y Atahualpa, en parte porque vivieron el momento histórico de verse cara a cara por primera vez el emperador inca y un español (el cual demostró con ello un valor inaudito). La amistad duró para siempre. Cuando estuvo preso Atahualpa, lo visitaba Hernando de Soto y le enseñaba a jugar al ajedrez. Y,  al ser ejecutado por los españoles, Soto se presentó ante Pizarro, echándole en cara que Atahualpa había entregado el tesoro que se le exigía para darle la libertad. Lo cual era cierto. Pero también que un emperador libre podía revolver a su pueblo contra los españoles. Así murió Cuauhtémoc en México (sospechoso de conspirar), y es probable que le hubiese pasado lo mismo a Moctezuma si antes no muriera de una pedrada de sus propios hombres cuando atacaban a los españoles.