(951) Partieron, pues, a mediados de octubre de 1539 los lanceros hacia
donde Pedro Calderón permanecía con el resto de la tropa a la espera: "
Fueron todos muy
a la ligera, no más que con las celadas y cotas sobre los vestidos y sus lanzas
en las manos y sendas alforjas en las sillas con algún herraje y clavos (para
herrar a los caballos) y con el bastimento que en ellas podía caber para
caballos y caballeros. Ese
día alancearon dos indios que toparon en el camino, y los mataron para que no
avisasen a los que había derramados por
el campo. Anduvieron en aquella jornada las once leguas que hay de Apalache
hasta la ciénaga, la cual pasaron sin encontrar enemigos, que no fue poca
ventura, porque, a pocos indios que vinieran, bastarían para flecharles los
caballos en camino tan angosto como el que había en el monte y el agua".
Iban haciendo el recorrido de vuelta por
los mismos parajes que habían hecho a la ida. Una de las preocupaciones era la
de que el río que tenían que atravesar estuviera muy crecido. El que se
adelantó para saberlo fue el mejor informador que tuvo el cronista para
redactar su libro: " Gonzalo Silvestre, llegó a darle vista con harto temor de
hallarlo más crecido que cuando el ejército pasó por él, pero fue Dios servido de
que trajese menos agua; lo pasó a nado y salió al llano de la otra parte.
Cuando sus compañeros lo vieron en la otra ribera tuvieron mucho placer, y lo pasaron sin desgracia alguna. Luego fueron
hacia el pueblo de Vitachuco, donde pasó la temeridad y desgracia del cacique
Vitachuco". Les preocupaba mucho la posibilidad de verse obligados a
luchar con los indios del poblado, y su idea fue dejarlo atrás alejándose al
galope. Pero no hizo falta, porque se encontraron un espectáculo tristísimo: "Llegaron
al pueblo, y lo hallaron todo quemado y asolado, y los cuerpos de los indios
que murieron el día de la batalla estaban todos por aquellos campos
amontonados, que no habían querido enterrarlos. Al pueblo lo destruyeron por
creer que estaba fundado en sitio desdichado, y, a los indios muertos, los
dejaron sin sepultura para manjar de aves y bestias fieras. Y así lo hicieron con
este pueblo y con los que en él murieron, porque les pareció que la desgracia la
había causado más la infelicidad del sitio y la mala fortuna de los muertos que
el esfuerzo y valentía de los españoles, pues eran tan pocos en número contra
tantos y tan valientes indios".
En su veloz marcha, los españoles no
pudieron evitar que algunos indios los vieran y corrieran la voz de alarma. Por
si fuera poco, al llegar a otro río, esperaban que tuviera un reducido caudal,
como ocurrió en el Osachile, pero se equivocaron: "El río venía tan feroz,
que sólo mirarle ponía espanto. A esta dificultad se añadió la vocería que los
indios de la una parte y la otra del río levantaron al ver asomar los
cristianos. Se
decidió que doce de ellos, los mejores nadadores, se echasen al río para tomar
la otra ribera antes que los indios llegasen a ella. Se quedó también en que
catorce de ellos, cortasen palos gruesos de los árboles que por la ribera había
caídos y secos, para hacer una balsa en la que pasasen las sillas, ropa, alforjas
y los españoles que no sabían nadar, debiendo los cuatro restantes resistir a los
indios que acudían a toda furia para estorbarles el paso".
(Imagen) También DIEGO DE SILVEIRA (a
veces aparece como Silvela) volvió sano y salvo de La Florida. En una
información, he visto que partió hacia las Indias con el recién nombrado obispo
de Cuba Diego de Sarmiento (año 1536), aunque un testigo parece indicar que él
y Silveira salieron juntos desde Sevilla en 1538. La única explicación que se
me ocurre es que el reverendo retrasara su viaje. Diego de Silveira, como otros
supervivientes, hizo de testigo en un expediente de méritos de algún compañero
de fatigas floridanas. Afirmó haber nacido, hacia el año 1514, en Sampayo
(Galicia), siendo hijo de Ruy de Silveira y de Teresa Rodríguez de Sejas.
Vuelto a México, parece ser que permaneció allí, sin que, después de cinco años
de sufrimientos por La Florida, le tentaran las arriesgadas aventuras de las
guerras civiles peruanas. Pero debió de llevar una vida bastante desahogada,
porque un hijo suyo, también llamado Diego de Silveira (nacido en México hacia
el año 1561), tuvo tan buena formación, que logró ser nombrado escribano
público, a lo que hace referencia el documento de la imagen (del año 1591). Se
lo concedieron por su valía y por los méritos de su padre y de su abuelo. En ese
expediente aclara muchas cosas. Su padre, Diego, se casó con Doña Mencía de
Ocampo, y, su abuelo, Diego de Ocampo de Ulloa, fue un veterano conquistador de
México. El solicitante consiguió la plaza con los buenos informes de los
testigos, uno de los cuales era Cristóbal de Tejadillo (compañero de su padre
en La Florida), quien, entre otras cosas, dijo de él que, además de ser apto para el
oficio, "era cristiano viejo, de casta noble, y de linaje sin mancha de
moro, judío o hereje". El año 1622, se hizo en México un inventario de
bienes del escribano público Diego de Silveira, lo que parece indicar que
el motivo era su fallecimiento (con unos
61 años). Añadiré algo sobre el mencionado obispo de Cuba DIEGO SARMIENTO.
Nacido en Burgos, había sido cartujo en Sevilla (lo que, de por sí, ya era una
garantía de austeridad). Consagrado en 1536, presentó su renuncia en 1544,
quizá por encontrar demasiadas dificultades en su ministerio, especialmente en
lo tocante a los indios. Le hablaba de ellos a Carlos V como un problema mal
resuelto. Quería que los españoles les dieran trabajos más llevaderos, pero opinaba
que sería peor dejarlos en plena
libertad, porque se verían perdidos con conductas autodestructivas. El obispo
murió en Sevilla el año 1547.
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