(950) La tarea de ir hasta donde se
encontraba Pedro Calderón con parte de la tropa para reunirse con los que iban
de avanzada, se la confió Hernando de Soto a Juan de Añasco, a quien el cronista
llena de elogios (no solo era funcionario, sino también buen soldado): "Ordenadas
las cosas dichas, mandó el gobernador al contador Juan de Añasco que volviese a
la provincia de Hirrihigua, por parecerle que este caballero era el capitán que
mejores servicios había hecho desde el principio, y que hombre tal, con las
demás buenas cualidades que tenía de soldado, era menester para pasar por los
peligros y dificultades la misión. Con esta consideración, le dio orden para
que, con veintinueve lanceros, volviese al pueblo de Hirrihigua por el mismo
camino que el ejército había traído, para que el capitán Pedro Calderón y los
demás soldados se uniesen al ejército". El cronista subraya que el encargo
era muy peligroso, porque eran pocos los que iban para hacer de vuelta el
recorrido en el que ya habían pasado tantos apuros; pero nadie se echó atrás.
Como la aventura era heroica, Inca
Garcilaso se deshace en alabanzas a los protagonistas, y menciona a algunos de
ellos, dejando de paso constancia de que se lamenta por no ser un cronista a la altura de sus
méritos: "Eran hombres de tanto ánimo, y pasaron tantos peligros y
dificultades, que será justo que ponga los nombres de los que mi memoria ha
retenido. Yo quisiera recordar a todos los que conquistaron el Nuevo Mundo, y
quisiera tener la capacidad narrativa del grandísimo Julio César, para gastar
toda mi vida contando las grandes hazañas de los españoles, pues, siendo
mayores que las de los otras naciones, tanto más desdichados han sido por faltarles
quien las escribiese, y no ha sido poca desventura la de estos caballeros que
las suyas viniesen a manos de un indio (el propio Inca Garcilaso), pues saldrán
menoscabadas, y no escritas como ellas pasaron y merecen. Mas, con haber hecho
todo lo que pudiere, habré cumplido con esta obligación, pues, para servirles,
tuve más caudal de deseos que de fuerzas y habilidad".
Y nos regala los nombres que recuerda de
los que fueron con Añasco: "Los caballeros escogidos fueron: el contador y
capitán Juan de Añasco, natural de Sevilla, Gómez Arias, natural de Segovia,
Juan Cordero y Álvaro Fernández, naturales de Yelves, Antonio Carrillo, natural
de Illescas (éste fue uno de los trece que con Francisco Hernández Girón se
alzaron en el Cuzco el año 1553), Francisco de Villalobos y Juan López Cacho,
vecinos de Sevilla, Gonzalo Silvestre, natural de Herrera de Alcántara, Juan de
Espinosa, natural de Úbeda, Hernando Atanasio, natural de Badajoz, Juan de
Abadía, vizcaíno, Antonio de la Cadena y Francisco Sagredo, naturales de
Medellín, Bartolomé de Argote y Pedro Sánchez de Astorga, naturales de Astorga,
Juan García Pechudo, natural de Alburquerque, y Pedro Morón, mestizo, natural
de la ciudad de Bayamo, de la isla de Cuba. Este soldado tuvo la habilidad de rastrear
mejor que un perro, pues muchas veces en Cuba encontró a indios alzados por el
rastro que dejaban en sitios en los que se habían escondido. Sentía asimismo el
fuego por el olor a más de una legua de distancia. Era grandísimo nadador, como
atrás dejamos dicho. Fue con él su compañero y compatriota Diego de Oliva,
mestizo, natural de la isla de Cuba".
(Imagen) JUAN CORDERO DE APONTE era,
probablemente, portugués, aunque él se mostraba como nacido en Badajoz, que
está a un paso de la frontera (Hernando de Soto llevaba bastantes portugueses
en su tropa, y consta que, entre ellos, había un Juan Cordeiro). Juan fue otro
afortunado superviviente de La Florida, y
el año 1561 le pidió una ayuda al Rey basándose en sus demostrados
méritos a su servicio y en lo mucho que tuvo que gastar en sus campañas, a las
que siempre acudió con armas y caballos propios. Deja claro en su informe que
sus mayores sufrimientos los tuvo acompañando a Soto. Pero, así como bastantes
de los sobrevivientes se quedaron en México a la vuelta de aquel infierno (de
casi cinco años), él se apuntó enseguida a las las tormentosas guerras civiles
de Perú, y tuvo la sensatez de batallar siempre al servicio del Rey, con capitanes
que ya conocemos, algunos de los cuales habían sido de dudosa lealtad. Tras
luchar, bajo el mando de Gómez de Solís, contra Gonzalo Pizarro (que resultó
derrotado y muerto en la batalla de Jaquijaguana), Pedro de la Gasca le premió a Juan Cordero
con una encomienda de indios, y se apuntó a la campaña en la que, capitaneados
por Diego Palomino, lograron fundar en tierras ecuatorianas la ciudad de Jaén
de Bracamoros (Palomino era jiennense), donde Juan se asentó como vecino (y
seguía siéndolo en 1561, cuando presentó sus méritos). Estando allí, le llegó
la noticia del levantamiento de Francisco Hernández Girón, se puso bajo el
mando de Pedro de Añasco (no tiene nada que ver con el homónimo al que mató la
cacique Gaitana de forma horrenda), y lo derrotaron en la batalla de Pucará (año
1554). Poco después tenía como jefe al capitán Antonio de Hoznayo (al parecer,
un antiguo criado del virrey Antonio de Mendoza), y pacificaron a los indios de
la zona del valle de Cundinamá, también en las proximidades de Jaén de Bracamoros.
JUAN CORDERO DE APONTE termina su escrito dirigido al Rey diciendo que "en
todo sirvió como persona de calidad y notorio hidalgo, y socorrió a los
soldados en todo lo que pudo, por lo que se encuentra muy endeudado y sin
poseer medios para sustentarse él, su mujer y sus hijos". Se quejaban
mucho los conquistadores, pero el hecho cierto es que, con demasiada
frecuencia, las recompensas no llegaban, ni de lejos, a lo que merecían sus
enormes méritos.
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