miércoles, 31 de marzo de 2021

(Día 1382) El cacique Cofaqui les prestó muchos indios a los españoles para ir a Cofitachequi, pero no encontraban la ruta y acució el hambre. Gonzalo Silvestre no perdió el sentido del humor.

 

     (972) Los españoles descansaron cinco días en la provincia de Cofa, y siguieron su camino hacia su colindante, llamada Cofaqui, cuyo cacique era hermano del que se despidió de ellos con permanente amabilidad, teniendo, además, un generoso detalle de despedida: "Mandó a un indio principal que se adelantase y avisase a su hermano Cofaqui de la ida de los españoles a su tierra, diciéndole que le suplicaba los recibiese de paz y sirviese como él lo había hecho, porque lo merecían. Con este recado del cacique Cofa, envió otro el general al curaca Cofaqui ofreciéndole paz y amistad. Tras recibir el curaca Cofaqui los comunicados de su hermano y del gobernador, mandó preparar todo lo necesario en provisiones y gente de servicio para agasajar a los españoles. Y, antes de que el gobernador llegase, le envió cuatro caballeros principales acompañados de mucha gente que le diesen la bienvenida, así como indios que les  ayudasen a llevar las cargas. El gobernador llegó al primer pueblo de Cofaqui, donde estaba el cacique, el cual salió a recibirle acompañado de muchos hombres nobles hermosamente arreados de arcos y flechas y grandes plumas, con ricas mantas de martas y otras diversas pellejinas tan bien aderezadas como en lo mejor de Alemania".

     Hernando de Soto le contó a Cofaqui que su plan era llegar pronto a Cofitachequi, y el cacique le prometió, para el camino, la ayuda de cuatro mil indios de carga y de servicio más otros cuatro mil de guerra. Aún  no sabemos cómo resultará ese generoso gesto, pero el cronista ya anuncia que, en principio, Cofaqui había visto en la llegada de los españoles una oportunidad para dar una dura lección a los indios de Cofitachequi, que, en numerosas ocasiones, les habían hecho mucho daño, y, con tal fin, le dio instrucciones a su capitán más importante, Patofa. Cuando ya partieron, ocurrió algo desconcertante. Avanzaban con normalidad y bien orientados hacia Cofitachequi, siendo normal que los indios de Cofaqui conocieran bien el camino que llevaba al territorio de sus tradicionales enemigos. Pero llegaron a un punto en el que todos quedaron desorientados, con el agravante de que les quedaban ya pocas provisiones. Hernando de Soto le preguntó al capitán Patofa cuál fue la causa de haberse perdido, el cual le contestó que ni él ni sus indios habían llegado tan lejos en sus encuentros con los indios enemigos, porque siempre temieron i hastra sus dominios: "Lo cual provocó que los casi diez mil hombres y cerca de trescientos cincuenta caballos, cuando llegó el séptimo día de su camino, ya no llevaban cosa de comer y, aunque el día antes se había ordenado que se tasase la comida, porque no se sabía si la hallarían tan presto o no, era ya tarde, pues no quedaba nada para guardar. De manera que nuestros españoles se hallaron sin guía, sin camino, sin bastimento, perdidos en unos desiertos, atajados por delante de un caudaloso río, por las espaldas, con el largo despoblado que habían andado y, por los lados, con la confusión de no saber cuándo ni por dónde pudiesen salir de aquellos breñales, siendo la falta de la comida lo que más les acongojaba. Al gobernador le pareció que era lo más acertado no seguir caminando hasta haber hallado camino, y mandó que saliesen cuatro cuadrillas una legua la tierra adentro para ver si descubrían algún camino o tierra poblada, encargando la misión a los capitanes Juan de Añasco, Andrés de Vasconcelos, Juan de Guzmán y Arias Tinoco".

 

     (Imagen) Dice Inca Garcilaso: "Voy a contar un  caso para que se vea lo que padecían aquellos soldados. Un día de los de mayor hambre, cuatro soldados de los más principales, quisieron saber qué alimentos tenían entre ellos, y hallaron que apenas había un puñado de maíz. Para repartirlo, lo cocieron con el fin de que creciese algo, y en buena igualdad, sin agravio alguno, les tocaba a diez y ocho granos. Tres de ellos, que eran Antonio Carrillo, Pedro Morón y Francisco Pechudo, comieron sus partes. El cuarto, que era (el guasón) GONZALO SILVESTRE, echó sus diez y ocho granos de maíz en un pañuelo y los metió en el seno. Poco después se topó con un soldado castellano, que se decía Francisco de Troche, natural de Burgos, el cual le dijo: «¿Lleváis algo que comer?» Gonzalo Silvestre le respondió por donaire: «Sí, que unos mazapanes muy buenos, recién hechos, me trajeron ahora de Sevilla». Francisco de Troche, en lugar de enfadarse rio el disparate. Llegó otro soldado, natural de Badajoz, que se decía Pedro de Torres, el cual enderezando su pregunta a los que hablaban de los mazapanes les dijo: «¿Vosotros tenéis algo que comer?» (que no era otro el lenguaje de aquellos días). Gonzalo Silvestre respondió: «Una rosca de Utrera tengo muy buena, tierna y recién sacada del horno. Si queréis de ella, partiré con vos largamente». Rieron el segundo imposible como el primero. Entonces les dijo Gonzalo Silvestre: «Pues, para que veáis que no he mentido a ninguno de vosotros, os daré cosa que al uno le sabrá a mazapanes, si los tiene en gana, y al otro a rosca de Utrera, si se le antoja». Diciendo esto sacó el pañuelo con los diez y ocho granos y dio a cada uno de ellos seis granos, y tomó para sí otros seis, y todos tres se los comieron luego antes que se recreciesen más compañeros y cupiesen a menos. Y, habiéndolos comido, se fueron a un arroyo que pasaba cerca y se hartaron de agua, ya que no podían de vianda, y así pasaron aquel día sin más comida porque no la había". Y el cronista añade una reflexión: "Con estos trabajos y otros semejantes, no comiendo mazapanes ni roscas de Utrera, se ganó el Nuevo Mundo, de donde traen a España cada año hasta trece millones de oro y plata y piedras preciosas, por lo cual me precio muy mucho de ser hijo de conquistador del Perú, de cuyas armas y trabajos ha redundado tanta honra y provecho a España". En la imagen vemos el embarque de GONZALO SILVESTRE para La Florida en febrero de 1538. Era natural de Herrera de Alcántara (Cáceres).




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