(970) Francisco de Aguilar se hartó de las
chanzas, y reveló un detalle que daba brillo a la valentía y el honor de los
indios. Aunque el número de indios llegaba a cincuenta, tuvieron el detalle caballeresco
de atacarles solamente siete, para equilibrar las fuerzas de unos y otros. De
manera que no fue su número, sino su valía como guerreros lo que les dio la
victoria. Y añade el cronista: "Los compañeros de Francisco de Aguilar
quedaron admirados de haberle oído, porque nunca habían imaginado que los
indios tuvieran la gentileza de pelear uno a uno con los castellanos
pudiéndolos acometer con ventaja. Y es que todos estos indios temen a los caballos, pero no a los
españoles, pues presumen de que siempre los vencerían si pudieran luchar tan
protegidos como ellos".
Después de lo ocurrido, la tranquilidad
va a ser, sorprendentemente, la tónica, durante un tiempo, en el avance
del ejército por tierras nuevas (aunque no lo ha recordado el cronista,
Hernando de Soto llevaba a sus hombres en dirección a Cofitachequi, el lugar
donde, según dos de los indos que tenían consigo, abundaban los metales
preciosos y las perlas) : "Con la desgracia y pérdida de los seis
españoles, salió el gobernador de este pueblo de la provincia de Apalache y,
habiendo caminado otras dos jornadas, entraron en los términos de otra llamada
Altapaha. El gobernador Hernando de Soto, por ver si los naturales de aquella
provincia eran tan ásperos como los de Apalache, quiso ser el primero que la
viese, y también porque era costumbre suya muy guardada que a cualquier nuevo
descubrimiento de provincia había de ir él mismo, porque no se satisfacía de
relación ajena, sino que la había de ver por propios ojos. Para lo cual eligió
cuarenta de a caballo y sesenta infantes, como hacía siempre que se adelantaba.
Con ellos entró
en el primer pueblo de la provincia de Altapaha, y halló que los indios se
habían retirado a los montes y llevado consigo sus mujeres, hijos y hacienda.
Los castellanos recorrieron el pueblo y prendieron seis indios. Dos de ellos
eran caballeros y capitanes en la guerra, los cuales se habían quedado en el
pueblo para echar fuera de él la gente menuda. Los llevaron a los seis ante el
gobernador para que supiese de ellos lo que había en la provincia". Y
resultó que aquellos indios eran tan razonables como el extraordinario cacique
Mucozo (que tanto sintió la marcha de Hernando de Soto): no querían guerra,
sino solamente que los españoles no les hicieran daño. Seguía en funciones de
intérprete aquel Juan Ortiz que tantos años estuvo apresado por los indios, y
que salvó la vida gracias a una india, como en la historia de Pocahontas, en lo
que quizá se inspiró, para adornar su propia biografía, el autor John Smith:
"Hernando de
Soto les dijo, por medio de Juan Ortiz, que no querían guerra, sino paz y
amistad con todos, pues ellos iban hacia ciertas provincias que había más
adelante, y que tenían necesidad de provisiones. Los principales dijeron: 'Pues, para eso,
no hay necesidad de que nos prendáis, pues os daremos lo que necesitéis para
vuestro viaje y os trataremos mejor que os trataron en Apalache, que bien
sabemos cómo os fue por allá'. El gobernador, oída la buena razón de los
indios, fiándose de ellos y viendo que se negociaba mejor por bien que por mal,
mandó soltarlos, y que todos los tratasen como amigos".
(Imagen) Se diría que las sociedades con
solo dos participantes tienen tendencia a deteriorarse. Así ocurrió con Hernando
de Soto y su inseparable HERNÁN PONCE DE LEÓN (al que ya he mencionado en dos
imágenes), tras haber estado asociados durante largos años, y en muy difíciles
situaciones. Serían de edad parecida, y, con pocos años, estuvieron al servicio
del temible Pedrarias Dávila, quien, como vimos, le tuvo mucho afecto a Soto,
el cual se casó al partir para La Florida con una hija suya, la admirable
Isabel de Bobadilla. Ponce y Soto buscaban la gloria militar y el
enriquecimiento a toda costa. Construyeron barcos en los que llegaron a
traficar con esclavos. Le llevaron a
Francisco Pizarro las provisiones que necesitaba para su último asalto
al imperio inca, y entonces se unieron a su campaña militar. Los dos socios
hicieron proezas en esa tesitura, pero el año 1536 Hernando de Soto partió para
España, y luego zarpó hacia La Florida. Es de suponer que la sociedad estuviera
ya moribunda, pues vimos que, enterado Ponce de que Soto estaba en La Habana,
hizo un amago de esquivarlo. No pudo evitar el encuentro. Se hablaron con
aparente cortesía y, por insistencia de Soto (probablemente con diplomática
falsedad), renovaron sus compromisos societarios (con igual fingimiento por
parte de Ponce). Y así ocurrió que, muerto Soto, Ponce arremetió contra su
mujer, Isabel de Bobadilla, reclamándole derechos sobre los bienes de su
hipotético socio, pero la reacción de ella estuvo a la altura de su linaje
aristocrático y de su experiencia como gobernadora de Cuba durante varios años.
Se revolvió en La Habana contra HERNÁN
PONCE DE LEÓN, negándole el permiso para ir a España, donde, sin embargo, más
tarde siguieron los pleitos entre los dos. Entonces figuraba Ponce como uno de
los Veinticuatro de Sevilla (título que ostentaba cada uno de los concejales de
la ciudad), lo que hace suponer que era su lugar de origen. Es difícil entender
qué reclamaba como socio, puesto que Soto lo perdió prácticamente todo en La
Florida. Solo quedaban en pie los importantes bienes que Pedrarias Dávila donó
a su hija, Isabel de Bobadilla, pero eso era la dote que ella aportó al
matrimonio. HERNÁN PONCE DE LEÓN, como se ve en la imagen, ya había fallecido
en 1558 (fecha del documento), viéndose obligado su abogado, Francisco de la
Canal, a reclamar a sus herederos lo que le debía por actuar durante años en su
defensa contra Isabel de Bobadilla (quizá perdiendo el caso).
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