lunes, 29 de marzo de 2021

(Día 1380) Noble actitud de los bravos apalaches como guerreros. Los españoles llegaron a Altapaha, una zona de indios pacíficos. Terminó mal la antigua relación que, como socios, tuvieron Hernando de Soto y Hernán Ponce de León.

 

     (970) Francisco de Aguilar se hartó de las chanzas, y reveló un detalle que daba brillo a la valentía y el honor de los indios. Aunque el número de indios llegaba a cincuenta, tuvieron el detalle caballeresco de atacarles solamente siete, para equilibrar las fuerzas de unos y otros. De manera que no fue su número, sino su valía como guerreros lo que les dio la victoria. Y añade el cronista: "Los compañeros de Francisco de Aguilar quedaron admirados de haberle oído, porque nunca habían imaginado que los indios tuvieran la gentileza de pelear uno a uno con los castellanos pudiéndolos acometer con ventaja. Y es que  todos estos indios  temen a los caballos, pero no a los españoles, pues presumen de que siempre los vencerían si pudieran luchar tan protegidos como ellos".

      Después de lo ocurrido, la tranquilidad  va a ser, sorprendentemente, la tónica, durante un tiempo, en el avance del ejército por tierras nuevas (aunque no lo ha recordado el cronista, Hernando de Soto llevaba a sus hombres en dirección a Cofitachequi, el lugar donde, según dos de los indos que tenían consigo, abundaban los metales preciosos y las perlas) : "Con la desgracia y pérdida de los seis españoles, salió el gobernador de este pueblo de la provincia de Apalache y, habiendo caminado otras dos jornadas, entraron en los términos de otra llamada Altapaha. El gobernador Hernando de Soto, por ver si los naturales de aquella provincia eran tan ásperos como los de Apalache, quiso ser el primero que la viese, y también porque era costumbre suya muy guardada que a cualquier nuevo descubrimiento de provincia había de ir él mismo, porque no se satisfacía de relación ajena, sino que la había de ver por propios ojos. Para lo cual eligió cuarenta de a caballo y sesenta infantes, como hacía siempre que se adelantaba. Con ellos entró en el primer pueblo de la provincia de Altapaha, y halló que los indios se habían retirado a los montes y llevado consigo sus mujeres, hijos y hacienda. Los castellanos recorrieron el pueblo y prendieron seis indios. Dos de ellos eran caballeros y capitanes en la guerra, los cuales se habían quedado en el pueblo para echar fuera de él la gente menuda. Los llevaron a los seis ante el gobernador para que supiese de ellos lo que había en la provincia". Y resultó que aquellos indios eran tan razonables como el extraordinario cacique Mucozo (que tanto sintió la marcha de Hernando de Soto): no querían guerra, sino solamente que los españoles no les hicieran daño. Seguía en funciones de intérprete aquel Juan Ortiz que tantos años estuvo apresado por los indios, y que salvó la vida gracias a una india, como en la historia de Pocahontas, en lo que quizá se inspiró, para adornar su propia biografía, el autor John Smith: "Hernando de Soto les dijo, por medio de Juan Ortiz, que no querían guerra, sino paz y amistad con todos, pues ellos iban hacia ciertas provincias que había más adelante, y que tenían necesidad de provisiones. Los principales dijeron: 'Pues, para eso, no hay necesidad de que nos prendáis, pues os daremos lo que necesitéis para vuestro viaje y os trataremos mejor que os trataron en Apalache, que bien sabemos cómo os fue por allá'. El gobernador, oída la buena razón de los indios, fiándose de ellos y viendo que se negociaba mejor por bien que por mal, mandó soltarlos, y que todos los tratasen como amigos".

 

     (Imagen) Se diría que las sociedades con solo dos participantes tienen tendencia a deteriorarse. Así ocurrió con Hernando de Soto y su inseparable HERNÁN PONCE DE LEÓN (al que ya he mencionado en dos imágenes), tras haber estado asociados durante largos años, y en muy difíciles situaciones. Serían de edad parecida, y, con pocos años, estuvieron al servicio del temible Pedrarias Dávila, quien, como vimos, le tuvo mucho afecto a Soto, el cual se casó al partir para La Florida con una hija suya, la admirable Isabel de Bobadilla. Ponce y Soto buscaban la gloria militar y el enriquecimiento a toda costa. Construyeron barcos en los que llegaron a traficar con esclavos. Le llevaron a  Francisco Pizarro las provisiones que necesitaba para su último asalto al imperio inca, y entonces se unieron a su campaña militar. Los dos socios hicieron proezas en esa tesitura, pero el año 1536 Hernando de Soto partió para España, y luego zarpó hacia La Florida. Es de suponer que la sociedad estuviera ya moribunda, pues vimos que, enterado Ponce de que Soto estaba en La Habana, hizo un amago de esquivarlo. No pudo evitar el encuentro. Se hablaron con aparente cortesía y, por insistencia de Soto (probablemente con diplomática falsedad), renovaron sus compromisos societarios (con igual fingimiento por parte de Ponce). Y así ocurrió que, muerto Soto, Ponce arremetió contra su mujer, Isabel de Bobadilla, reclamándole derechos sobre los bienes de su hipotético socio, pero la reacción de ella estuvo a la altura de su linaje aristocrático y de su experiencia como gobernadora de Cuba durante varios años. Se revolvió  en La Habana contra HERNÁN PONCE DE LEÓN, negándole el permiso para ir a España, donde, sin embargo, más tarde siguieron los pleitos entre los dos. Entonces figuraba Ponce como uno de los Veinticuatro de Sevilla (título que ostentaba cada uno de los concejales de la ciudad), lo que hace suponer que era su lugar de origen. Es difícil entender qué reclamaba como socio, puesto que Soto lo perdió prácticamente todo en La Florida. Solo quedaban en pie los importantes bienes que Pedrarias Dávila donó a su hija, Isabel de Bobadilla, pero eso era la dote que ella aportó al matrimonio. HERNÁN PONCE DE LEÓN, como se ve en la imagen, ya había fallecido en 1558 (fecha del documento), viéndose obligado su abogado, Francisco de la Canal, a reclamar a sus herederos lo que le debía por actuar durante años en su defensa contra Isabel de Bobadilla (quizá perdiendo el caso).




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