(952) Atravesar el río era muy arriesgado,
y hubo alguien en serios apuros: "Desembarazándose de la ropa, se echaron
al agua, y salieron once a tierra por un gran portillo que en la barranca
había. Pero Juan López Cacho no acertó a tomar la salida porque su caballo se
pasó algo del portillo, y lo dejó ir río abajo a ver si había otro portillo por
donde salir, pero no podía subir la barranca, ya que era tan cortada como una
pared y el caballo no hallaba dónde afirmar las patas, por lo cual tuvo que
volver a la otra ribera y, como el caballo iba muy fatigado, Juan López pidió
socorro a los compañeros que cortaban la madera para la balsa. Cuatro de ellos,
grandes nadadores, se echaron al agua, y a él y a su caballo los sacaron a
tierra a pesar de estar fatigados por lo que habían trabajado".
Inca Garcilaso cambia de escenario, y nos
sitúa de nuevo en el campamento del ejército, donde estaban ya hartos del acoso
de los indios apalaches: "El Adelantado Hernando de Soto, mientras el
contador y capitán Juan de Añasco y los treinta caballeros que con él iban hacían
el viaje que hemos dicho, viendo que los apalaches estaban con ansia de matar o
herir a los castellanos, sin perder ocasión de día o de noche, pensó que si
pudiese apresar al cacique, cesarían luego las asechanzas y traiciones de sus
indios, y, en pocos días, supo que estaba metido, a unas ocho leguas de
distancia, en unas grandes montañas,
donde el cacique se sentía seguro por la mucha maleza y dificultad del camino,
por la fortaleza del sitio y por la mucha y buena gente que para su defensa
tenía". Dando siempre muestras de su valor, el mismo Hernando de Soto se
puso en marcha hacia allá con un grupo suficiente de hombres. El cacique tenía
bien organizada su defensa: "Los indios habían preparado su posición a conciencia. Estaban
instalados en medio de un monte grandísimo y muy cerrado. Para entrar al lugar,
tenían abierto un callejón angosto y largo de más de media legua, con fuertes empalizadas
de maderos gruesos colocadas por tramos, y gente de guarnición en ellas. No
tenían hecha salida por otra parte, creyendo que, aunque llegasen los españoles,
sería imposible que tomasen el sitio.
Dentro estaba el cacique Capasi, bien acompañado de los suyos, y ellos con
ánimo de morir antes que ver a su señor en poder de sus enemigos. Llegados los
castellanos, pelearon bravamente porque, como el callejón era angosto, solo
podían los dos delanteros. Con este trabajo a puro golpe de espada, recibiendo
muchos flechazos, ganaron hasta la último empalizada, y llegaron donde estaba
el curaca. En
esta porfía y combate mostraron los unos y los otros la fortaleza de sus
ánimos, aunque los indios, por falta de protección corporal, llevaban lo peor.
El gobernador, sintiendo tan cerca al cacique, peleaba como muy valiente
soldado que era y, como buen capitán, animaba a los suyos nombrándolos a voces
por sus nombres. Con lo cual los españoles hirieron a los enemigos con tanta
ferocidad, que casi los mataron a todos. Los indios, viendo que ya no podían defender al
curaca, soltaron las armas y se rindieron y, puestos de rodillas ante el
gobernador, le suplicaron que perdonase a su señor Capasi y a ellos mandase
matar. El general recibió a los indios piadosamente y les dijo que a su señor y
a todos ellos les perdonaba la desobediencia pasada, con tal de que fuesen en
adelante buenos amigos".
(Imagen) Añadiré, en principio, algo más
de lo que le decía al Rey (en la imagen anterior) el obispo de Cuba Diego
Sarmiento sobre la situación de los indígenas. Disminuía su número por la explotación de los españoles
y las enfermedades (indefensos ante ciertas epidemias llegadas de Europa). Pero
el obispo apunta a otro problema para el mantenimiento de su raza: "Los
indios se van acabando y no se multiplican, porque los españoles y mestizos,
por falta de mujeres, se casan con indias". En otro párrafo, ampliaba su
argumentación contra la plena libertad de los nativos: "Como sean
libres, perderán vidas y ánimos, y los vecinos sus haciendas. Si, aun así,
Vuestra Majestad manda que sean libres, será menester para adoctrinarlos un
religioso en cada pueblo donde tienen su asiento, ¿y qué eclesiástico se
hallará que quiera estar entre ellos (por ser peligroso)?”. He confirmado
que, como supuse, el obispo retrasó su salida de España. Lo hizo el año 1538,
con Hernando de Soto. Hay dos datos curiosos. Le acompañaban al obispo trece
criados. Uno de ellos era Diego de Silveira, aunque en la imagen anterior no
revelaba que iba como criado suyo. Pero, además, aparece como otro de sus
sirvientes CRISTÓBAL DE TEJADILLO BASANTA, que fue uno de los testigos que
declararon a favor del nombramiento como escribano y notario público del hijo
de Diego de Silveira. Ocurre también que Diego y Cristóbal se casaron con dos
hermanas. Y había otra coincidencia (a la que hay que añadir que volvieron
vivos de La Florida): diez años antes de que nombraran escribano y notario al
hijo de Diego, le habían dado el mismo título, como se ve en la imagen, a un
hijo de Cristóbal (llamado igual que él, y con solo 24 años). La administración
imperial era muy rigurosa y exigía permisos para muchos desplazamientos. En
1566 Cristóbal se trasladó a España con un hijo suyo llamado Diego (dejando a
su mujer y al resto de su familia en México) para arreglar ciertos asuntos.
Cinco años después, les dieron el siguiente permiso: "Licencia para regresar
a Nueva España (México), a favor
de Cristóbal de Tejadillo Basanta, en compañía de su hijo
Diego de Tejadillo Basanta, vecinos de la ciudad de México". Queda,
pues, claro que DIEGO DE SILVEIRA y CRISTÓBAL DE TEJADILLO fueron grandes
amigos y llevaron vidas paralelas, aunque el primero nació en Sampayo (Galicia)
y, el segundo, en Portillo (Valladolid).
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