lunes, 8 de marzo de 2021

(Día 1362) Juan López y su caballo fueron salvados de morir ahogados. Harto de los ataques de los apalaches, Hernando de Soto apresó a Capasi, su cacique.

 

     (952) Atravesar el río era muy arriesgado, y hubo alguien en serios apuros: "Desembarazándose de la ropa, se echaron al agua, y salieron once a tierra por un gran portillo que en la barranca había. Pero Juan López Cacho no acertó a tomar la salida porque su caballo se pasó algo del portillo, y lo dejó ir río abajo a ver si había otro portillo por donde salir, pero no podía subir la barranca, ya que era tan cortada como una pared y el caballo no hallaba dónde afirmar las patas, por lo cual tuvo que volver a la otra ribera y, como el caballo iba muy fatigado, Juan López pidió socorro a los compañeros que cortaban la madera para la balsa. Cuatro de ellos, grandes nadadores, se echaron al agua, y a él y a su caballo los sacaron a tierra a pesar de estar fatigados por lo que habían trabajado".

     Inca Garcilaso cambia de escenario, y nos sitúa de nuevo en el campamento del ejército, donde estaban ya hartos del acoso de los indios apalaches: "El Adelantado Hernando de Soto, mientras el contador y capitán Juan de Añasco y los treinta caballeros que con él iban hacían el viaje que hemos dicho, viendo que los apalaches estaban con ansia de matar o herir a los castellanos, sin perder ocasión de día o de noche, pensó que si pudiese apresar al cacique, cesarían luego las asechanzas y traiciones de sus indios, y, en pocos días, supo que estaba metido, a unas ocho leguas de distancia,  en unas grandes montañas, donde el cacique se sentía seguro por la mucha maleza y dificultad del camino, por la fortaleza del sitio y por la mucha y buena gente que para su defensa tenía". Dando siempre muestras de su valor, el mismo Hernando de Soto se puso en marcha hacia allá con un grupo suficiente de hombres. El cacique tenía bien organizada su defensa: "Los indios habían  preparado su posición a conciencia. Estaban instalados en medio de un monte grandísimo y muy cerrado. Para entrar al lugar, tenían abierto un callejón angosto y largo de más de media legua, con fuertes empalizadas de maderos gruesos colocadas por tramos, y gente de guarnición en ellas. No tenían hecha salida por otra parte, creyendo que, aunque llegasen los españoles, sería imposible que tomasen el  sitio. Dentro estaba el cacique Capasi, bien acompañado de los suyos, y ellos con ánimo de morir antes que ver a su señor en poder de sus enemigos. Llegados los castellanos, pelearon bravamente porque, como el callejón era angosto, solo podían los dos delanteros. Con este trabajo a puro golpe de espada, recibiendo muchos flechazos, ganaron hasta la último empalizada, y llegaron donde estaba el curaca. En esta porfía y combate mostraron los unos y los otros la fortaleza de sus ánimos, aunque los indios, por falta de protección corporal, llevaban lo peor. El gobernador, sintiendo tan cerca al cacique, peleaba como muy valiente soldado que era y, como buen capitán, animaba a los suyos nombrándolos a voces por sus nombres. Con lo cual los españoles hirieron a los enemigos con tanta ferocidad, que casi los mataron a todos. Los indios, viendo que ya no podían defender al curaca, soltaron las armas y se rindieron y, puestos de rodillas ante el gobernador, le suplicaron que perdonase a su señor Capasi y a ellos mandase matar. El general recibió a los indios piadosamente y les dijo que a su señor y a todos ellos les perdonaba la desobediencia pasada, con tal de que fuesen en adelante buenos amigos".

   

     (Imagen) Añadiré, en principio, algo más de lo que le decía al Rey (en la imagen anterior) el obispo de Cuba Diego Sarmiento sobre la situación de los indígenas. Disminuía  su número por la explotación de los españoles y las enfermedades (indefensos ante ciertas epidemias llegadas de Europa). Pero el obispo apunta a otro problema para el mantenimiento de su raza: "Los indios se van acabando y no se multiplican, porque los españoles y mestizos, por falta de mujeres, se casan con indias". En otro párrafo, ampliaba su argumentación contra la plena libertad de los nativos: "Como sean libres, perderán vidas y ánimos, y los vecinos sus haciendas. Si, aun así, Vuestra Majestad manda que sean libres, será menester para adoctrinarlos un religioso en cada pueblo donde tienen su asiento, ¿y qué eclesiástico se hallará que quiera estar entre ellos (por ser peligroso)?”. He confirmado que, como supuse, el obispo retrasó su salida de España. Lo hizo el año 1538, con Hernando de Soto. Hay dos datos curiosos. Le acompañaban al obispo trece criados. Uno de ellos era Diego de Silveira, aunque en la imagen anterior no revelaba que iba como criado suyo. Pero, además, aparece como otro de sus sirvientes CRISTÓBAL DE TEJADILLO BASANTA, que fue uno de los testigos que declararon a favor del nombramiento como escribano y notario público del hijo de Diego de Silveira. Ocurre también que Diego y Cristóbal se casaron con dos hermanas. Y había otra coincidencia (a la que hay que añadir que volvieron vivos de La Florida): diez años antes de que nombraran escribano y notario al hijo de Diego, le habían dado el mismo título, como se ve en la imagen, a un hijo de Cristóbal (llamado igual que él, y con solo 24 años). La administración imperial era muy rigurosa y exigía permisos para muchos desplazamientos. En 1566 Cristóbal se trasladó a España con un hijo suyo llamado Diego (dejando a su mujer y al resto de su familia en México) para arreglar ciertos asuntos. Cinco años después, les dieron el siguiente permiso: "Licencia para regresar a Nueva España (México), a favor de Cristóbal de Tejadillo Basanta, en compañía de su hijo Diego de Tejadillo Basanta, vecinos de la ciudad de México". Queda, pues, claro que DIEGO DE SILVEIRA y CRISTÓBAL DE TEJADILLO fueron grandes amigos y llevaron vidas paralelas, aunque el primero nació en Sampayo (Galicia) y, el segundo, en Portillo (Valladolid).




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