(969) El cronista añade que los indios no
se limitaban a atacar a los españoles que se alejaban del campamento:
"Además de la vigilancia que usaban
contra los desmandados, la tenían también contra todo el ejército,
inquietándolo con alarmas y arrebatos que de día y de noche hacían, sin querer presentar
batalla de gente junta en escuadrón formado, sino con asechanzas, escondiéndose
en las matas y montecillos por pequeños que fuesen y, donde menos se pensaba
que pudiesen estar, de allí salían como salteadores a hacer el daño que podían".
Pasó el invierno, y, por fin, pudieron los
españoles ponerse en marcha para salir cuanto antes del temible territorio de
los apalaches: "El gobernador y adelantado Hernando de Soto, habiendo ordenado
al capitán Diego Maldonado que fuese a La Habana para lo que atrás se dijo, y
habiendo mandado proveer el bastimento y las demás cosas necesarias pasa salir
de Apalache, que era ya tiempo, sacó su ejército de aquel alojamiento a los
últimos de marzo de mil y quinientos y cuarenta años y caminó tres jornadas
hacia el norte por la misma provincia sin topar enemigos que le diesen
pesadumbre, habiendo sido los de aquella tierra muy enfadosos y belicosos".
Pero, antes de perderlos de vista, tuvieron otro incidente con los bravos
indios: "En un pueblo que era de la provincia de Apalache, pasó el
ejército tres días. El segundo día sucedió que salieron a medio día del real
cinco alabarderos de los de guarda del general y otros dos soldados, naturales
de Badajoz. Uno se llamaba Francisco de Aguilar y el otro Andrés Moreno. Estos
siete españoles salieron del pueblo sin acordarse del interés que los indios de
aquella provincia tenían en matar a los que andaban despreocupados. Apenas se
habían alejado los siete españoles doscientos pasos del real, cuando dieron los
indios contra ellos, que, como hemos visto, no se dormían en sus asechanzas
contra los que salían de orden. Al oír la gritería de unos y otros, salieron del pueblo muchos
españoles. pero, por prisa que se dieron, hallaron muertos a los cinco
alabarderos, cada uno de ellos con diez o doce flechas atravesadas por el
cuerpo, y a Andrés Moreno vivo, pero con una flecha de arpón de pedernal, y, en
cuanto se la quitaron para curarlo, murió. Francisco de Aguilar, que era hombre
fuerte y robusto más que los otros, y como tal se había defendido mejor que los
demás, quedó vivo, aunque salió con dos flechazos que le pasaban ambos muslos,
y muchos palos en la cabeza y por todo el cuerpo, porque llegó a enfrentarse a los
indios, y, de un golpe que le dieron a soslayo en la frente, le derribaron toda
la carne de ella hasta las cejas y le dejaron los cascos de fuera (el hueso
frontal a la vista)".
No va a perder Inca Garcilaso la ocasión
de contar algo bueno de aquellos indios. Francisco de Aguilar tardó veinte día
en reponerse, y fue dando detalles del percance. Los indios atacantes eran más
de cincuenta. Todos los soldados de las Indias debían de tener un sentido del
humor bastante siniestro, porque solían bromear acerca de situaciones verdaderamente
trágicas. Le tomaban el pelo a Aguilar, como si fueran de risa las heridas que
recibió y la manta de palos que le habían dado los indios. Se burlaban de él
preguntándole cuántos eran los golpes que le habían dado, y si estaba dispuesto
a vengarse de ellos desafiándolos a que se enfrentaran a él uno a uno, si eran
valientes". Ante tanta broma pesada, Francisco de Aguilar se va a poner
serio, y contará algo que ocultaba.
(Imagen) Para resaltar la bravura de los indios apalaches, Inca
Garcilaso aprovechó un trozo de la narración que hizo uno de los testigos, ALONSO
DE CARMONA. Ahora lo copio yo porque es muy expresivo: "Estos indios de Apalache son de gran estatura y muy
valientes y animosos, porque, como se vieron y pelearon con los que pasaron con
Pánfilo de Narváez y les hicieron salir de la tierra mal que les pesó, se nos
venían cada día a las barbas y cada día teníamos refriegas con ellos, y, como
no podían ganar nada con nosotros a causa de ser nuestro gobernador (Hernando
de Soto) muy valiente, esforzado y experimentado en guerra de indios,
acordaron andarse por el monte en cuadrillas, y, como salían los españoles por
leña y la cortaban en el monte, al sonido del hacha acudían los indios y
mataban a los españoles y soltaban las cadenas de los indios que llevaban (presos)
para traerla a cuestas (la leña), y quitaban al español la corona (la
cabellera), que era lo que ellos más apreciaban, para traerla al brazo del
arco con que peleaban, y, a las voces que daban y gritos que hacían, acudíamos
luego y hallábamos hecho el mal suceso, y así nos mataron a más de veinte
soldados, y esto ocurrió muchas veces. Y acuérdome que un día salieron del real
siete de a caballo a ranchear, que es buscar alguna comida y matar algún
perrillo para comer, que en aquella tierra lo hacíamos todos, y nos teníamos
por dichosos el día que nos cabía parte de alguno, pues no había faisanes que
mejor nos supiesen, y, andando buscando estas cosas, toparon con cinco indios,
los cuales los aguardaron con sus arcos y flechas e hicieron una raya en la
tierra y les dijeron que no pasasen de allí porque morirían todos. Y los
españoles, como no saben de burlas, arremetieron con ellos, y los indios
desembrazaron sus arcos y mataron dos caballos e hirieron otros dos y a un español
hirieron malamente; y los españoles mataron uno de los indios y los demás
escaparon por sus pies, porque verdaderamente son muy ligeros y no les estorban
los aderezos de las ropas, sino que les ayuda mucho el andar desnudos». Se
diría que aquellos españoles iban siempre acompañados por la presencia
invisible de la muerte, muy conscientes de que cada amanecer podía ser el
último de su vida, o el de sus mejores amigos. Llegaría el día en que otros
españoles, los misioneros, supieron hacerse oír por los apalaches, como muestra
la imagen.
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