(949) El guía indio estaba pasándose de
rosca: "Una noche de las que durmieron en los montes, el indio, que se le
hacía largo el plazo de matar a los cristianos, no lo pudiendo sufrir, tomó un
tizón de fuego y dio con él a uno de ellos en la cara. Los demás soldados
quisieron matarlo, pero el capitán les dijo que lo soportasen, ya que era el guía
y no tenían otro. Vueltos a reposar, le hizo lo mismo a otro castellano.
Entonces, por castigo, le dieron muchos palos, coces y bofetadas, pero no
escarmentó, que, antes que amaneciese, sacudió a otro soldado con otro tizón.
Los españoles ya no sabían qué hacer de él. Por entonces se contentaron con
darle muchos palos, y entregarlo con la cadena en que iba atado a uno de los
soldados, para que tuviese particular cuidado de él. A poco trecho que hubieron
caminado, arremetió contra el soldado que lo llevaba asido por la cadena, lo
tiró al suelo abrazándolo por detrás, lo levantó en alto y dio con él tendido
en el suelo, saltó de pies sobre él y le dio muchas coces. Los castellanos y su
capitán, no pudiendo ya sufrir tanta desvergüenza, le dieron tantas cuchilladas
y lanzadas que lo dejaron por muerto, pero, extrañamente, las cuchilladas solo
le hirieron levemente. Habiéndolo notado los españoles, se admiraron todos y le
echaron un lebrel para que lo acabase de matar y se encarnizase. De manera que el
indio pérfido y malvado murió como él merecía". No resulta creíble que
aquello fuera tal cual. Aunque no lo dice Inca Garcilaso, lo cuenta como si al
indio lo protegiera algún hechizo de brujería.
Pero no se quedaron sin guía, porque había
otro indio que se calló sus conocimiento por miedo al trastornado que acababa de
morir: "Viendo, pues, ahora quitado el impedimento, habló y respondió a lo
que entonces le preguntaron, y, por señas y algunas palabras que se dejaban
entender, dijo que los llevaría a la mar, al mismo lugar donde Pánfilo de Narváez
había hecho sus navíos y donde se había embarcado". Por si fuera poco,
pudieron hacerse de camino con otros dos indios que también conocían la forma
de ir a la costa, y lo consiguieron con facilidad: "Llegaron
al sitio donde Pánfilo de Narváez estuvo alojado; vieron dónde tuvo la fragua
en que hizo la clavazón para sus barcas. Los tres indios mostraron también a
los españoles el sitio donde los enemigos mataron a diez cristianos de los de
Narváez, como en su historia también lo cuenta Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Los
llevaron paso por paso por todos los que Pánfilo de Narváez anduvo, y señalaban
los puestos donde tal y tal suceso había pasado. Tomando nota de todo lo que
allí vieron, se volvieron al campamento
y dieron cuenta al gobernador de lo sucedido, el cual se alegró mucho de verlos,
porque estaba preocupado de su tardanza, y recibió contento de saber que había el
puerto para los navíos que
a su ejército convenía. Viendo Hernando de Soto que el invierno se acercaba
(que esto era ya por octubre), le pareció conveniente invernar en aquella
provincia de Apalache donde había muchas provisiones. Decidió también enviar a
buscar al capitán Pedro Calderón y los
demás españoles que con él quedaron en la provincia de Hirrihigua, para que
viniesen a juntarse con él, porque donde estaban no hacían cosa alguna de
importancia.
(Imagen) En la imagen vemos el registro de
embarque del capitán PEDRO CALDERÓN hacia La Florida (enero de 1538). Fue uno
más de los que Hernando de Soto reclutó en España, y, aunque no había estado en Perú, figuraba
ya como capitán de las fuerzas del Rey. El documento se refiere a Soto como
'Adelantado'. Era una palabra muy empleada, y hacía referencia a que se trataba
de alguien que iba a conquistar tierras nuevas, para formar parte de la
'gobernación' que se le hubiese concedido (en este caso, Cuba y La Florida).
Pedro llevaba consigo a dos hijos, Rodrigo Calderón y Gregorio de Hoces, y (¡oh
milagro!) sobrevivieron los tres a aquella descalabrada aventura; les
acompañaba también Bernardo, un esclavo ya liberado. Los padres de Pedro eran
Rodrigo Calderón y Beatriz de Hoces (toda la familia residía en Badajoz), y su
mujer se llamaba Isabel Sayaga (alguno ha creído, equivocadamente, que era su
hija). Pedro confirma en un informe de méritos que, como acabamos de ver, al
llegar a La Florida, se quedó temporalmente en la costa al mando de parte de la
tropa, y dice que, estando allí, recibió una carta que la extraordinaria (y,
sin duda, muy preocupada) Isabel de Bobadilla enviaba a su marido, Hernando de
Soto. No solo se va a quedar viuda, sino que, como vimos, tendrá que ejercer
como gobernadora de Cuba y lidiar en largos pleitos con Hernán Ponce de León,
el que fue socio de su marido en Perú. Como muchos de los que regresaron de la
expedición, Pedro Calderón y sus dos hijos se establecieron en México, aunque él
hizo un viaje a España, donde el año 1558 actuó de testigo para confirmar los
méritos de Gonzalo Silvestre, compañero suyo en la huida de La Florida y
principal informador que tuvo Inca Garcilaso para su crónica. En esa fecha dijo
tener unos 60 años (lo que da idea de la juventud de sus dos hijos en 1538, al
partir para la Florida, pues no llegarían a los 20). En la lista de embarque de
Pedro y sus hijos, figuraban asimismo tres viajeros llamados Pedro, Juan y Ruy
Gámez, que nos sirven como muestra de aquella trágica aventura. Solamente
regresó Juan Gámez, hizo de testigo de méritos para García Osorio (al que ya he
dedicado una imagen) y confirma sus servicios en La Florida, así como que
también murió allí su hermano, Francisco Osorio.
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