(967) Veamos la bravura del indio
apalache: "En enero del año de 1540 sucedió que el contador (funcionario
público) Juan de Añasco y otros seis caballeros paseaban a caballo las
calles de Apalache, y salieron al campo que rodeaba el pueblo, sin alejarse de
él. No llevaban más armas que las espadas, ni protección alguna, salvo uno de
ellos, llamado Esteban Pegado, vecino de Yelves (Badajoz, aunque muy probablemente
nacido en la portuguesa Elvas), que llevaba una celada en la cabeza y una
lanza en la mano. Vieron un indio y una india en lo despejado de un monte, y
fueron hacia ellos para prenderlos. La india, viendo los caballos, no acertaba
a huir. El marido la tomó en brazos y la ocultó tras unas matas, diciéndole que
se huyera por el monte. Luego volvió corriendo adonde había dejado su arco y
flechas, y salió a enfrentarse a los castellanos con tanta determinación y tan
buen denuedo como si se tratara de uno solo. Los españoles, viéndolo tan
valiente, decidieron no matarlo, sino solamente tomarlo vivo por parecerles
indigno que siete españoles a caballo matasen un solo indio a pie, y porque un
ánimo tan gallardo no merecía que lo matasen. Llegaron donde el indio, lo
atropellaron y procuraron no dejarle levantarse del suelo. El indio cuanto más
le gritaban que se rindiese , tanto más feroz se mostraba y así caído como estaba,
unas veces poniendo la flecha en el arco y tirándola como le era posible y
otras dando punzadas en las barriga y piernas de los caballos, hirió a los
siete, aunque de heridas pequeñas porque no le daban lugar a hacerlas mayores. Escapándose
de entre las patas, se puso en pie y, tomando el arco a dos manos, dio con él
un golpe tan fiero sobre la frente de Esteban Pegado, que le brotó la sangre
por encima de las cejas y le corrió por la cara, dejándolo medio aturdido. El
español portugués, encendido en ira dijo: '¿Vamos a esperar a que este solitario
indio nos mate a los siete?' Tras lo cual le dio una lanzada por los pechos que
le pasó de parte a parte y lo derribó muerto. Después de coger sus caballos,
que los hallaron todos ligeramente heridos, se volvieron al campamento
admirados de la temeridad del bárbaro y avergonzados de contar que un indio
solo se hubiese enfrentado a siete de a caballo".
Hernando de Soto siempre andaba buscando información sobre las
características de las tierras que había más adelante, con el fin de seguir la
ruta más prometedora. Dos indios que tenían presos los españoles les aseguraron
que, por ser criados de mercaderes indígenas que vivían del intercambio de
bienes, habían sabido que "en la provincia de Cofitachequi había mucho oro
y plata, y gran cantidad de perlas". Y añade el cronista: "Con estas noticias quedaron nuestros españoles muy
contentos y regocijados, deseando verse ya en Cofitachequi para ser señores de
mucho oro, plata y perlas preciosas". Pero, lo de esa hipotética riqueza
de tesoros, el cronista lo deja para más adelante. Y sigue contando: "Volviendo
a los hechos que acaecieron entre indios y españoles en Apalache, sucedió que
salieron del campamento veinte caballos y cincuenta infantes, y fueron a traer
maíz, pues lo había en abundancia por los poblezuelos de toda aquella comarca".
Lo que le va a servir para incluir otra anécdota.
(Imagen) Hemos visto que el portugués Esteban Pegado (natural de Elvas) mató a un indio apalache que se defendía atacándoles fieramente a él y a sus seis compañeros. En el ejército de Hernando de Soto había bastantes portugueses, y uno de ellos escribió una crónica de aquella aventura de La Florida. Lo hizo bajo el seudónimo de Fidalgo de Elvas, ciudad lusa a la que los españoles solían denominar Yelves. Publicó su obra el año 1557 en Évora (Portugal), de la que, sin duda, también se sirvió en alguna medida Inca Garcilaso para escribir la suya. Tuvo el título de "Relación verdadera de los trabajos que el gobernador Don Hernando de Soto y ciertos hidalgos portugueses pasaron en el descubrimiento de la provincia de La Florida". Ya en el mismo título dejó claro que quiso dar todo el protagonismo que pudo, y el rango de hidalgos, a sus paisanos, y, de hecho, adornó sus hazañas más que las de los españoles. No obstante, la aportación de su texto ha sido siempre considerada de gran valor. En la expedición había bastantes portugueses, y, al parecer, casi todos naturales de Elvas. Quizá la explicación se deba a que esta bella e histórica población (llamada la Segovia portuguesa, debido, entre otras cosas, a su acueducto) está a solo 20 km de Badajoz, por lo que les llegaría pronto la noticia de que Hernando de Soto andaba por allí reclutando gente para su espectacular empresa; incluso parece que algunos ya vivían en esta capital extremeña. Como es lógico, el misterioso FIDALGO DE ELVAS formó parte de ese escaso cuarenta por ciento de integrantes que sobrevivieron a la terrible campaña de La Florida. Solo hay un candidato (sin pruebas definitivas) a ser quien se escondía tras ese seudónimo: ÁLVARO FERNÁNDEZ, el cual figura como sobreviviente de la expedición. Se sabe que, a su vuelta, se estableció en México, residiendo en Puebla, donde actuó como testigo de los méritos que alegaba Juan de Añasco, quien, como vimos, a pesar de su irascible carácter, llevaba en la campaña el importante cargo de contador público, siendo también un competente capitán, cuyo ingenio, además, fue vital para que pudieran regresar a México sin perderse por el camino. ÁLVARO FERNÁNDEZ, que tenía entonces 34 años, manifestó que eran ciertos esos méritos de Añasco, y firmó la declaración, lo que da prueba de que no era uno más de los numerosos analfabetos de la época.
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